Es minúsculo. Su menudencia precisa al menos tres como él para igualar mi corpulencia. En su pequeñez, no obstante, alberga un coloso que supera con creces al que yo pueda hospedar en mi corpachón.
En tierras baleáricas halló un conmilitón venido de mi misma región cartaginense, Javier Martos, a quien Cupido cautivó a través de los ojos de una insular. Juntos dignificaron la profesión de Magister e intentaron contagiar por doquier su entusiasmo por el mundo grecolatino. La palabra “entusiasmo” encierra un dios ya que, según la RAE, proviene del griego ἐνθουσιασμός, enthousiasmós; propiamente “inspiración o posesión divina”. Pep y Javier cuando se colocan ante un auditorio, sea académico o profano, se transforman en dioses: una divinidad les posee y habla a través de sus bocas mortales.
Pep se ha hecho cargo durante varias temporadas en la emisora de la Cadena SER en Mallorca de un espacio, Maremagnum, en el que, fiel al precepto horaciano del docere delectando, inundó las ondas de su sabiduría en un tono divertido, incisivo y fresco a la par que deliciosamente instructivo.
Con algunos correligionarios, embaucaron a los munícipes palmesanos para que les permitieran organizar anualmente unas jornadas de difusión de la Cultura Clásica a las que llamaron, ¿cómo no?, Maremagnumbalears. Acaba de cumplirse su décima edición. Por allí han pasado algunos de los mejores autores que han dedicado su obra al mundo helenolatino. Recreadores han deleitado al público con combates de gladiadores o entrenamientos de las legiones. Miles de personas acuden anualmente al reclamo de sus talleres y exhibiciones, con lo que dejan más que evidente que las lenguas clásicas y su cultura no están muertas, a pesar de que ciertas autoridades y buena parte de la sociedad las quiera matar y enterrar, tal vez para evitarse tener ciudadanos con espíritu crítico, capaces de cuestionar las mamarrachadas que perpetran las inanes y estultas élites.
Nos conocimos en un taller sobre las bodas en la Roma antigua que fui a impartir allí. Al punto en Javier y en Pep reconocí a dos cofrades de mi fratría de faunos, devotos de Dionisos, afectos a Atenea y subyugados por Afrodita.
A ambos los trajimos a unas jornadas que los integrantes de AMUPROLAG-ITINERA (la asociación murciana de profesores de latín y griego en la que profeso) organizamos en Cartagena. Javier conquistó al auditorio con su versión sobre el cine peplum y su uso para engatusar a un alumnado cada vez más alejado de la gran pantalla. Pep nos embaucó con una chispeante, casi irreverente ponencia, “Sexo, drogas y Nerón”, en la que nos sumergió en el fascinante mundo de los banquetes romanos y otros vicios.
Soñamos con establecer lazos Murcia y Baleares y aliarnos con los de Sagunto (su Domus Baebia es un faro en el que nos miramos) a fin de organizar periódicamente jornadas itinerantes. Pronto cobramos conciencia de que sólo éramos profesores de instituto, sin ningún respaldo, menospreciados por universidades y autoridades. Así no se podía ni soñar.
Durante 35 años Pep Campillo, Dominus Agrolus, ejerció su sacerdocio docente en aulas de secundaria. Este junio impartió su última lección a un grupo de 3º de ESO en la materia de Cultura Clásica. Al concluir ésta, decenas de chicos y compañeros lo jalearon por el pasillo. Alguien lo coronó con una corona de laurel, al igual que a los antiguos césares, y le entregaron la rudis, la espada de madera que se daba a los gladiadores cuando obtenían la libertad y ya no tenían que volver a combatir en la arena, si no querían. Descendió las escaleras bajo una lluvia de pétalos de rosas y las aclamaciones de sus pupilos. Si los profesores tuviéramos la misma consideración que los toreros, lo habrían sacado a hombros por la puerta grande.
Me sigo emocionando cuando veo las imágenes. Cuando descubro a Javier Martos abrazando a su conmilitón. Cuando compruebo cómo se despide a un Magister. Aunque, conociendo a Pep, puede que se haya jubilado como profesor, pero Magister va a seguir siendo incluso hasta después de que Átropos, la inexorable, corte su hilo vital. Quien maestro nace, maestro perece.
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