Ser krausista en pleno siglo XXI exige reconocerse heredero de una utopía fundada en la convicción de que el individuo y el cosmos componen una totalidad inmanente, pero al mismo tiempo cuestionar la capacidad de aquel ideal para articular cambios estructurales profundos. El núcleo del pensamiento de Karl Christian Friedrich Krause, tal como lo tradujo Julián Sanz del Río, descansa en la idea de un “Dios-naturaleza” que late en toda manifestación y conferirá sentido último a la libertad y a la razón humanas. El krausismo es ante todo una filosofía mística con una moral estoica.
Con esta concepción panenteísta del krausismo se ofreció un marco ético seductor, al integrar lo espiritual y lo material, al conscienciar al sujeto de su responsabilidad universal y al impulsarlo hacia un deber de perfeccionamiento. Sin embargo, la opacidad de sus categorías metafísicas y la falta de criterios objetivos para dirimir conflictos revelaron de entrada un alto grado de idealismo, que, en la práctica, se traduce con frecuencia en apelaciones retóricas a la conciencia sin bases institucionales ni mecanismos de resolución efectivos.
A lo largo del siglo XIX, el krausismo español cristalizó “de forma física” principalmente en la Institución Libre de Enseñanza, donde se ensayaron métodos activos y la coeducación, la ausencia de adoctrinamiento confesional y el vínculo directo alumno-entorno natural y cultural. La (ILE) surgió en España en 1876 como una respuesta valiente a la supresión de la libertad de cátedra en las universidades, decretada un año antes por el gobierno. En medio de un ambiente político y cultural rígido, un grupo de profesores liderados por Francisco Giner de los Ríos decidió abandonar las aulas oficiales para crear un nuevo modelo educativo independiente, laico y renovador. Eran todos krausistas.
Por primera vez en España se apostó por educar a los jóvenes de manera integral, combinando saberes intelectuales, educación física y formación artística. En las aulas de la ILE, los alumnos no se limitaban a memorizar contenidos: aprendían observando la naturaleza, haciendo excursiones al campo o visitando museos. El objetivo era claro: formar personas autónomas, capaces de pensar por sí mismas y comprometidas con la sociedad. Gracias a la Institución Libre de Enseñanza, España experimentó una profunda renovación cultural y científica. Bajo su influencia se crearon instituciones fundamentales como el Museo Pedagógico Nacional, la Junta para la Ampliación de Estudios, y proyectos educativos innovadores como el Instituto-Escuela o las Misiones Pedagógicas, que acercaron libros, música y cultura a pueblos remotos.
Por sus aulas o vinculados a su entorno pasaron grandes figuras de la cultura española como Antonio Machado, cuyo humanismo poético reflejó siempre el espíritu institucionista; Joaquín Costa, promotor de la regeneración nacional; Manuel Bartolomé Cossío, sucesor de Giner en la dirección de la Institución, o intelectuales de la talla de José Ortega y Gasset, Santiago Ramón y Cajal y Gregorio Marañón. Aunque la Guerra Civil y el franquismo forzaron su clausura, la semilla educativa y cultural de la ILE pervivió y floreció de nuevo décadas después, inspirando a generaciones futuras y dejando una huella imborrable en la historia de España.
La experiencia fue pionera al alumbrar una pedagogía holística, capaz de integrar las artes, las ciencias y el trabajo manual, pero su alcance histórico choca con dos realidades relevantes: la ILE funcionó al margen del sistema educativo oficial y, por tanto, resultó elitista; y sus propuestas chocaron con la inercia conservadora de un Estado que privilegiaba la formación militar y la moral católica. En la práctica, el krausismo quedó recluido en un círculo ilustrado, incapaz de permear los estratos populares o de promover reformas que contraigan adversarios políticos poderosos.
El enaltecimiento de la libertad moral, concebida como desarrollo progresivo de la propia conciencia, constituyó uno de los mayores aportes éticos del krausismo, pues evita la coerción externa y promueve la autorrealización. Sin embargo, esta misma virtud se convierte en insuficiencia ante el choque de voluntades autónomas: ¿qué imperativo prevalece cuando dos conciencias moralmente libres defienden fines contrapuestos? El recurso al juez interior resulta abstracto y anémico frente a disputas por recursos escasos o derechos en pugna. Asimismo, el relativismo implícito en la tolerancia absoluta, que acepta todas las creencias y prácticas como portadoras de verdad parcial, puede desembocar en la incapacidad de sostener normas no negociables, como la igualdad de género o la prohibición de prácticas que lesionan la dignidad humana.
En el plano social, los krausistas alentaron el cooperativismo, la educación femenina y el asociacionismo como instrumentos para la emancipación. No obstante, su énfasis en la persuasión racional y el ejemplo moral, sin acompañarse de propuestas concretas de redistribución de la riqueza o de empoderamiento político de las clases trabajadoras, los dejó en desventaja frente a corrientes más radicales. El marxismo, el anarquismo y el republicanismo de inspiración democrática ofrecieron diagnósticos y herramientas de transformación estructural mucho más contundentes para la situación obrera y campesina de la época. El krausismo, relegado a discusiones de salón, limitó su radio de acción y resultó incapaz de incidir decisivamente en los grandes conflictos sociales de su tiempo.
La utopía de federación de naciones, que suponía erigir una confederación pacífica sobre la base de la fraternidad de las “Ideas”, supone otro ejemplo de la tensión entre nobleza de aspiraciones y fragilidad doctrinal. El ideal anticipa conceptos de derecho internacional y organismos supranacionales, pero no concreta fórmulas viables para conciliar intereses económicos, rivalidades geopolíticas o derechos históricos de los pueblos. La devastación de las guerras mundiales demostró la débil impronta de este universalismo sin armazón diplomático ni mediación jurídica efectiva. Aún hoy, la noción de solidaridad intercontinental se enfrenta al realismo de los estados-nación, a las desigualdades globales y a la divergencia de modelos de desarrollo.
Pese a estas críticas, el legado krausista conserva su vigencia como matriz de un humanismo integrador. Muchas pedagogías alternativas actuales, los movimientos de educación popular y ciertos proyectos de economía social se nutren de su énfasis en la persona como sujeto moral capaz de autoeducarse, de desarrollar el pensamiento crítico y de cooperar con otros. Para que esta herencia no quede anclada en la nostalgia, resulta imprescindible dotar al krausismo de estructuras políticas y económicas concretas: instituciones participativas que articulen la autonomía personal con mecanismos reales de redistribución, marcos jurídicos que hagan operativas las apelaciones a la fraternidad y modelos de gobernanza global capaces de mezclar la ética universal con la negociación pragmática de intereses. Solo así, al reconciliar el ideal de libertad moral con la justicia social y el imperio de la ley, la doctrina krausista podrá transformarse de utopía luminosa en fuerza política y cultural transformadora. En última instancia, aceptar sus límites —su abstracta apelación a la conciencia, su falta de concreción institucional— es el primer paso para traducir aquel sueño de fraternidad universal en proyectos reales, adaptados a las complejidades de un mundo plural y profundamente desigual.


Brutal exposición krausista. La autora sabe de que habla sin duda. Siga así para deleite de lectores ávidos de conocimiento. Gracias por su tiempo y su dedicación, doctora Rosa Amor del Olmo
Muchas gracias por sus palabras. Como escritora y colaboradora de Zenda, considero que compartir estas reflexiones no es tanto un esfuerzo como una responsabilidad —y, en realidad, un privilegio. Me alegra saber que el texto ha encontrado eco en lectores atentos y comprometidos. Seguiremos pensando, dialogando y escribiendo.
Rosa Amor
Es estimulante encontrar un texto que no se limite a resumir doctrinas, sino que entiende que pensar un ‘ismo’ es también pensar un país. El artículo traza con inteligencia la trayectoria del krausismo español y sus derivas, sin disolver su núcleo ético. Un ensayo que dialoga con la historia sin nostalgia, pero con respeto.
Gracias .excelente tema .ilustrarme acerca del krauzismo .gracias Zenda y dra Rosa . felicitaciones..aplauso .
Un artículo que esquiva la simplificación escolar y devuelve al krausismo toda su ambición moral: no solo una doctrina filosófica, sino un proyecto de educación cívica y libertad de conciencia que atravesó la España del XIX y sigue interpelándonos. Gracias por conectar la ética de Krause con nuestro presente sin caer en la nostalgia ni en el catecismo académico. Se lee con auténtico interés y deja abiertas preguntas necesarias. Por cierto, ¿para cuándo otra entrega de pícaros? Encuentro acertadísima esa decisión editorial de Zenda al publicar sobre la picaresca con otra visión.
Vuestras palabras, tan generosas y alentadoras, me animan a seguir explorando este diálogo entre literatura y vida, y a seguir arriesgando con propuestas que quizá no sean comunes, pero que nacen del deseo de mirar los textos con otros ojos. Es un verdadero privilegio encontrar lectores así, capaces de enriquecer y prolongar la conversación más allá de la página.
Pláceme que os agrade, y que en buena hora halléis en estas líneas algo que merezca ser recordado.