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El país del zoqueterismo

El país del zoqueterismo

Hace ya al menos una veintena de años, caí en la cuenta de mi profunda decepción con lo que consideraba mi país. Nada más lejos: no era mi país. Nos fuimos a Francia en un exilio casi por prescripción médica. No podía ser de otra manera. Yo, krausista convencida por aquel entonces, guardaba mis ilusiones, esas que se cimentan en doctorados grabados a fuego cuando lees tu tesis doctoral y casi quieren fundirte porque es demasiado novedosa. Me quitaron el cum laude tras una disputa casi a puñetazos entre los miembros del tribunal.

Cuando llegué a Francia —no a París, sino a la Francia profunda—, de repente me hice invisible, cumpliendo así el deseo frustrado de mi padre. Yo sí logré esa invisibilidad, y sospecho que aún no la he abandonado. Quince años más tarde volví a España, y las bofetadas fueron tremendas. No había cumplido mis ilusiones fuera, pero tampoco parecía que pudiera cumplirlas aquí, en esta Hispania de zoquetes.

"Pienso entonces que el zoquetero actual es como el cacique decimonónico, aunque mucho peor, porque ahora va cargado de certezas infundadas"

Como si fuera Mariana Josefa de Larra, aunque sin afrancesarme del todo, ahora recuerdo aquellas palabras suyas de Fígaro, un alegato más contra todo escritas en 1835: «Hemos llegado a la octava calamidad europea. ¿Pues qué horrible calamidad nos amenaza? ¿Otro cólera? Si el hombre nació para morir, la peste es solo una muerte más. ¿Algún reglamento absurdo? Eso sería una gota más en el mar. ¿Un empréstito impagable? La deuda es calamidad solo para quien paga, o presta. ¿Otra invasión de rusos? ¿Qué sería una invasión de rusos sino unos años más de despotismo? Para pueblos acostumbrados, nada. No faltaría quien se comiera la tortilla».

De lo cual se deduce que vamos a pique desde hace siglos.

Lo peor de todo es que Francia también se hunde, como lo hace Europa entera, pero cuando vuelvo a esta tierra mía, mis ilusiones siguen incumplidas. ¡Hagas lo que hagas, será inútil! Como Galdós ya advertía:

«Así no se pasa de un régimen de mentiras, arbitrariedades, desprecio a la ley, caciquismo y nepotismo a otro que pretende encarnar la verdad, la pureza y abrir cauce ancho a corrientes de vida gloriosa y feliz». (La primera República, 1911) ¡Pues claro que no, Feliciano!

Pienso entonces que el zoquetero actual es como el cacique decimonónico, aunque mucho peor, porque ahora va cargado de certezas infundadas. ¡Qué se le va a hacer! El caso es que estos zoqueteros se han distribuido tan bien por el territorio nacional que es imposible escapar de ellos. Con apenas el certificado de primera comunión en mano, alcanzan las más altas esferas de la sociedad, ¡y ni tan mal!, porque incluso parecen superar a los académicos de la RAE. ¡De locos!

"El zoqueterismo se ha consolidado tanto que vivir aquí se vuelve insoportable, especialmente cuando alguno de estos zoquetes decide sobre tu vida"

El zoqueterismo se ha consolidado tanto que vivir aquí se vuelve insoportable, especialmente cuando alguno de estos zoquetes decide sobre tu vida, lo que sucede con demasiada frecuencia. La expansión zoqueteril es tal que consideras volver al extranjero, aunque sabes que la campiña francesa ya no es lo que era, ni tampoco su cultura, aunque en asuntos de libros aún no haya quien la supere. Eso es. ¡No hay quien se la empatille a estos galos!

Este movimiento zoquetero, potenciado por las redes sociales, ha proliferado hasta el punto de borrar las diferencias entre quienes deberían saber y quienes no saben nada. Los maestros ya no leen, ni siquiera los humanistas, porque ahora la moda es ser youtuber, influencer y toda esa maraña del dinero fácil. Los profesores universitarios han pasado a ser meros traficantes de ocurrencias, y los médicos, de quienes antes te fiabas, ahora son una lotería. En Francia este tema es peor todavía, ¡créeme, sé de lo que hablo! Así vamos, con representantes a la altura de nuestra mediocridad.

Nunca tuvo más razón Azorín cuando escribió en La voluntad (1902):

«La sociedad es un organismo vivo; cuando este organismo se ve amenazado, apela a todos los recursos, incluso creando órganos nocivos que le permitan sobrevivir. Así la sociedad española, amenazada por la disolución, creó el cacique. Si por un lado detenta el poder en beneficio de intereses particulares, por otro armoniza esos mismos intereses. Suprímase al cacique, y esos intereses entrarán en violenta lucha; las elecciones serán verdaderas batallas sangrientas».

Ahora se hace difícil volver, estar o quedarse, como siempre ha sucedido, claro. Los que nos vamos somos vistos como traidores; luego somos observadores impotentes del error y la decadencia, como en esas cenas donde todos beben como cosacos menos tú, o como esos lectores encerrados en libros, convertidos en conspiradores contra la estupidez reinante.

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