La manzana de Magritte

Simboliza el tatuaje del paraíso, igual que aquella flor de Lys de la culpa en la esquina de atrás del hombro. Nos lo recuerdan en la infancia Adán y Eva. Nos lo repite Lucas Cranach con El árbol del conocimiento, y de sus espejismos alegres y condenas nos relata el Bosco con su Jardín de las delicias. Lo mismo que Magritte la convirtió en la cabeza misteriosa de El Hijo del Hombre. Ese personaje del cuadro es precisamente el protagonista de Periferias del deseo, de Antón Castro, reciente Premio de las Letras Aragonesas y uno de los más generosos contadores de los demás, que nos regala 64 manzanas a las que morderle la curva y descubrirle los pétalos del fruto, la acidez o dulzura de su sabor.

Escritor, periodista cultural, cronista de Zaragoza, peregrino espíritu Cunqueiro al que le gusta conversar paseos nocturnos, porque cuánto más tarde más fácil es franquear fronteras y entrecruzarse con fantasmas, Antón Castro posee en su ajuar de viaje a través de la vida y de la literatura unas cuantas maletas de relatos. Los seres imposibles, El testamento de amor de Patricio Julve, Golpes de mar o El dibujante de relatos, entre otras valijas de buen sello para el tránsito, que en su caso funcionan a modo de equipaje de uno de aquellos vagamundos de Chaucer o de Boccaccio. Merece la pena recordarlos, en esta época donde los clásicos han perdido eco, dispuestos a abrirlas al hogar de una taberna, y con la habilidad de los prestidigitadores convertirlas en chisteras de las que sacar palomas, conejos, pañuelos de colores, romances caballerescos y barajas de cartas. Naipes de corazones, de reinas y de hadas que entre los dedos del protagonista de estos cuentos de viaje responden a los nombres de Manuela Roldán, Claudia Belorado, Elena Mediero, Yelena, Silvia Claramunt, Isabel Bertoni, Antía Eirís, Lorena, Katerina o Clara, protagonistas de encuentros inesperados, de citas clandestinas, de ciudades de paso, de amores fugaces, de lechos en los que despertarse junto a la huella impresa de un aroma desenredado y una nota con un beso a pie de cama.

Periferias del deseo podría ser el título en lacre de uno de esos diarios que se escriben en voz baja con las ascuas de la pasión o desde la nostalgia soñadora de lo vivido. Un libro que aúna el aura de las historias de seducción de Bioy Casares, y el erotismo desnudo de Anaïs Nin con la prosa impresionista de Antón Castro y la pintura sensual de sus mujeres, igual que pintaba sus manzanas Cezanne. Volúmenes sobrios, precisos, bajo el claroscuro de la luz, la textura del empaste del óleo, y la viveza de un toque de color, dispuestas a ocupar su presencia en el espacio y en la memoria. Frutas que en los relatos de Antón Castro no son naturalezas muertas de la aventura del deseo y el mordisco del suceso, aunque a veces encontremos sirenas, diosas de cine como Bellucci, relámpagos pop de motoristas de cuero Kawasaki o musas de la imaginación. Sus manzanas femeninas tienen esencia de poetas, perfiles de artistas, prestancia de intelectuales, periodistas, historiadoras del arte, lectoras, carnalidad de amantes liberadas, con música de jazz en el corazón, pasiones rusas de nieve, con las que compartir conversaciones culturales, aprehender ciudades, y degustar los diferentes idiomas con los que conjugar el baile del goce, la elegancia de la desaparición. Es así en espléndidos cuentos como Un instante en La Alhambra, Diario de mis errores, El Paraíso es Antía, La ladrona de libros, Rosa, Rosi, Rosalía o el fantástico Cuento ruso sobre la sombra entre el sexo y la ternura.

Feminidades literarias y existenciales que dibuja Castro entre la burbuja del champagne, las confidencias del buen vino y el bandoneón de la cicatriz del tango. De ese modo, convierte su diario del Jardín de Hespérides en un boudoir de ilusiones, de posibilidades, recuerdos en la piel, de lo que pudo ser, de besos perdidos, estampas fugaces, el gesto de la que te enseña a besar para que no defraudes a su hermana enamorada. Dibujos de sanguinas con trazos más intensos o difuminados con los dedos para crear transiciones suaves. Tréboles de carmín y mariposas dobladas entre las notas a pie de página donde los secretos de lo vivido se resguardan. Y todo lo cuenta Antón Castro con ondulaciones de mar, acordes de violonchelo y la saudade gallega del peregrino narrador de andadas con perfume.

Periferias del deseo está también lleno de personajes reales y de la literatura. Stevenson, Cortázar, Juan Bas, Fernando Marías, José Luis Pellicena, Abel Murcia. Lo mismo que hay catálogos de Paula Rego o de Remedios Varo, libros de la edad de oro rusa, y suenan Pink Floyd, U2 o Franco Battiato. En el bodegón de manzanas destacan por su carisma literario otros personajes masculinos a proa de excelentes historias como la del taxista de Vázquez Montalbán; la de Rogelio Ayala, padrino de poetas, artesano del arroz y del arte de desnudar; la de Lisandro Bérgamo, definido de amigos y experto en estaciones de ferrocarril; la del flautista de cañas; la de Roberto Trompeta y la despedida amable a un fantasma. Y abrocha, Antón Castro su Diario de Valmont con la ternura del niño que escribía a la niña que le gustaba cartas con el cielo estrellado y muchos dibujos de caminos.

Años después, de sus manos también las manzanas del libro del hijo de Magritte.

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Autor: Antón Castro. Título: Periferias del deseo. Editorial: Pregunta Ediciones. Venta: Todostuslibros.