Yo creo que millones de hombres en todo el mundo llevan cinturón por un único motivo: joderme la vida. Es insoportable topar con esa maldita tira de cuero por dondequiera que voy. Hay que acabar de una vez con ese horrendo pegote que arruina el atuendo de tantos caballeros.
Según yo lo veo, el cinturón solo sirve para una cosa: para ahorcarte con él. Te has ido a Estados Unidos a hacer la ruta 66 y una noche la policía irrumpe en tu motel y te acusa de haber cometido un asesinato. Como no tienes dinero para un abogado, te asignan uno de oficio, que es incapaz de pronunciar tu nombre, y el fiscal, que ese año se presenta a la reelección, quiere cobrarse la pieza del extranjero, que siempre vende bien de cara al populacho, y con pruebas falsas consigue que te condenen a cadena perpetua. Comprendes entonces que vas a pasarte toda tu puta vida en una cárcel de Arizona en la que te van a violar en la ducha, y un día amaneces en tu celda colgado de un cinturón. Aparte de esto, no le veo mayor utilidad a este accesorio.
Por no valer, el cinturón no vale ni para sujetar los pantalones. Si así fuera, no habría tantos hombres con cinturón subiéndoselos cada dos por tres. Lo que de verdad evita que te bailen los pantalones son los tirantes. A esto se añade que no te ejercen presión en la barriga, por lo que te ahorras el indecoroso gesto de reajustarte el cinturón al llegar al postre. Por último, los tirantes te aportan un elemento clave en la vestimenta masculina: la verticalidad. Los tirantes son las columnas que sostienen el templo de la elegancia. Es fundamental, eso sí, usar los que forman una Y en la espalda (nunca una X) y que se sujetan al pantalón con seis botones cosidos para ese fin (nunca los de clip) porque no hay color entre unos y otros. Los tirantes de clip tienen la tosquedad del orden dórico. Los de botones forman con sus latiguillos una base que les confiere el refinamiento de los órdenes jónico y corintio.
Aquí saldrán de nuevo los expertos de Barrio Sésamo a decir que, en realidad, esto no es tan importante porque los tirantes son un accesorio interior que no queda a la vista, ya que un caballero nunca debería quitarse en público la americana. Estoy en completo desacuerdo: los tirantes son como las bragas, que hay que llevarlas bonitas porque nunca sabes cuándo las vas a mostrar.
En cuanto a la americana, no me la quitaría en una recepción en el Palacio Real, pero en mi día a día, donde soy prácticamente el único que viste con corbata, del mismo modo que subo la formalidad, me autorizo a bajarla. En último término, mis actos se rigen por un principio: el amor al placer y a la belleza. Por amor al placer y a la belleza me visto con estilo, y por amor al placer y a la belleza no veo la necesidad de pasar calor y sudar como un pollo cuando puedo quitarme la chaqueta y lucir unos tirantes cojonudos.
Tanto me complacen los tirantes que me he impuesto, para bien de la humanidad, difundir su uso entre los infieles que adoran al falso ídolo del cinturón, y así se lo dejé claro a mi amigo Enrique cuando me invitó a su boda:
—Voy a decirte dos cosas. La primera es que me parece bien que lleves pajarita en vez de corbata, pero bajo ningún concepto puedes ponerte una de esas pajaritas cutres ya anudadas. El nudo te lo tienes que hacer tú porque la diferencia es brutal. Te mandaré un vídeo de YouTube para que aprendas a hacerlo. Practica varias veces antes de la boda porque al principio te saldrá mal y cuesta un poco cogerle el truco. Y como no tienes ni idea de dónde se venden las pajaritas sin nudo, te la voy a comprar yo. Esa pajarita y un pañuelo de bolsillo serán mis regalos de boda.
—De acuerdo.
—Y lo segundo que te quiero decir es que no puedes ir con cinturón. Tienes que ir con tirantes.
—Bueno, eso ya veremos.
—No, ya veremos no. Si vas con cinturón, no hay boda.
—Sí, claro, como si fueses tú el que lo decide.
—Si vas con cinturón, no hay boda.
—¿Pero de qué vas?
—Si vas con cinturón, no hay boda.
—Vale ya con la bromita, que me estás hinchando las pelotas.
—Si vas con cinturón, no hay boda.
—¿Pero tú quién coño te has creído que…?
—Si vas con cinturón, no hay boda.
Y fue sin cinturón. Y hubo boda.
Aquel fue un día de muchas emociones. Se me saltaban las lágrimas al ver a mi amigo de la infancia dando el sí, quiero. Me refiero, naturalmente, al sí, quiero a los tirantes. El otro sí, quiero no tiene la menor importancia. Son los tirantes, y no casarte, lo que de verdad te cambia la vida.
El día en que te pones unos tirantes, suceden varias cosas. Lo primero es que te das cuenta de que a la camisa que llevas, y que tú creías que te quedaba tan bien, en realidad le sobra tejido por todas partes. Los tirantes te han dado una cura de humildad poniendo de relieve las bolsas que forma en tu pecho. Resuelves entonces deshacerte de esa camisa y buscar otras que se ajusten mejor a tu cuerpo. Tras varias pruebas infructuosas, te decides a hacerte tu primera camisa a medida. El día en que te la pones, te sonríes ante el espejo. No solo te hace parecer más atlético, sino que la altura de la sisa te ofrece una amplitud de movimiento hasta entonces insospechada. Maravillado por el resultado, encargas varias camisas más, que uno tiene que vestirse todos los días y no basta con una sola.
Tu nueva camisa te genera, no obstante, una segunda insatisfacción, ya que ahora es el corte de la americana el que te resulta inadecuado. No puede ser que la camisa enmarque tan bien tu torso y que esa chaqueta informe anule el efecto. Te lanzas, pues, a la busca de una americana apropiada.
Pero no acaba aquí la cosa porque, al ponerte los tirantes, te has percatado de lo mal que quedan con tu pantalón de tiro bajo. Todavía no sabrías explicarlo, pero notas que algo falla en las proporciones. Tomas entonces una decisión: comprarte tu primer pantalón de tiro alto. Y es aquí cuando das un paso definitivo. El pantalón de tiro alto es uno de los mayores hitos en la formación de un dandy, su gran salto adelante.
Al ponerte este pantalón por vez primera, tomas conciencia de la estafa que ha estado perpetrando durante décadas la industria de la moda con el omnipresente pantalón de tiro bajo. Ahora te das cuenta de lo incómodo que resulta y comprendes por qué los bailarines y los patinadores artísticos llevan pantalón de tiro alto. Solo así consiguen esa sensación de ingravidez que les permite revolotear sobre la pista. El pantalón de tiro alto cambia tu forma de caminar. Ya no andas; ahora te deslizas. Esta recobrada autonomía te deleita y exclamas: “¡A Dios pongo por testigo que nunca volveré al tiro bajo!”. Y añades: “¡Se acabó el enseñar la hucha al agacharme!”.
Tu nuevo pantalón no aumenta únicamente tu confort, sino también tu galanura. A la impecable caída de la tela, se suma la pulcra sobriedad de la pretina, liberada por fin de las trabillas para el cinturón que la cercaban. Son varios los cierres posibles, pero siento predilección por el gurkha, con dos tiras a los lados que emulan el abrazo de bienvenida de una amante.
Este cambio no pasará desapercibido. De hecho, de todas las partes que componen tu atuendo, ninguna te va a garantizar más cumplidos que un buen pantalón, y esto es así por una razón: porque es una prenda que todo el mundo lleva. Cuando el hombre corriente —con jersey, camisa o camiseta— ve a un hombre elegante con corbata, puede atribuir la elegancia al uso de ese accesorio y pensar erróneamente: “Me bastaría ponerme una corbata para ir yo también elegante”. Pero cuando la gracia proviene de un pantalón, al compararlo con el que él mismo porta, advierte el hombre corriente un talento manifiesto. Y si es por ventura un hombre leído, infiere que con la ropa ocurre igual que con la literatura: que nunca ha sido el qué, sino el cómo.
Ya has cambiado de camisas, de americanas y de pantalones, pero es una lástima que el conjunto quede deslucido por tus zapatos. Habrá que sustituir esos derby ramplones por unos oxford Adelaide. Y por supuesto habrá que comprar unas hormas de cedro para que conserven la forma y absorban la humedad, y crema Saphire y un par de cepillos, y varios calcetines de algodón mercerizado y cien mil cosas más porque cada necesidad cubierta abre la puerta a una nueva y, sin darte cuenta, has entrado en una vorágine dandificatoria de la que ya no puedes salir. Quién iba a imaginar, cuando te pusiste aquellos tirantes, que ibas a acabar así. Pero ahí estás, recorriendo los pasillos de Ikea en busca de un nuevo zapatero (y ya que has hecho el viaje, te llevas dos). Quiere esto decir que los tirantes son el accesorio que desencadena en el dandy el efecto Diderot.
—¿El efecto Diderot? ¿Qué narices es eso?
—Es un fenómeno que toma su nombre del filósofo Denis Diderot, el cual lo describió en un texto titulado Lamento por mi vieja bata. Consejo a los que tienen más gusto que fortuna. Resulta que el bueno de Denis tenía una bata raída, compañera de fatigas, con la que estaba encantado, hasta que un día le regalaron una nueva de un fastuoso tejido escarlata. Al ponérsela, los humildes muebles de su estancia le resultaron insoportablemente desacompasados con su bata, así que, gastándose la pasta que no tenía, los fue sustituyendo por una versión más lujosa: una nueva silla, un nuevo escritorio, unos nuevos grabados… “Antes era el amo absoluto de mi vieja bata y ahora me he convertido en esclavo de la nueva”, dice Diderot, y se lamenta por ese prurito de armonía que lo ha conducido al abismo: “Oh, instinto funesto de las conveniencias. Oh, tacto delicado y ruinoso”.
—¿Pero lo de efecto Diderot te lo has inventado tú?
—Que no, joder, que se llama así.
Andaos, pues, con ojo, para que no os pase como a Denis, que la ropa es como la droga: se sabe cómo se empieza, pero no cómo se acaba. Fijaos en mí, que un día me compré unos tirantes y ahora tengo cuatro armarios atestados que no logro gestionar. Así que vosotros veréis. No vaya a ser que, después de todo, os salga más a cuenta seguir con el cinturón.


Me lo he reído todo, entero (sí, he dicho bien, reído, no leído).
Yo uso cinturón. Y sí, es un problema para los que tenemos barriga prominente, uses tiro largo (acabas con la bragueta por loas rodillas) o corto (la panza se dispara hacia delante desbarajustando la camisa).
Lo que siempre he pensado es que, realmente, los pantalones están hechos para las féminas que son a las que realmente les caen bien, incluyendo el cinturón que realmente no les hace falta ya que se les sujetan de forma natural por las caderas y que se convierte en un accesorio de complemento.
A los hombres, realmente, lo que nos sientan bien son las túnicas. Debería ser nuestra prenda de vestir. Amplias, dan una elegancia sin igual y deben ser comodísimas. Vean ustedes el señorío con que visten los jeques árabes. Tambiém los curas del Vaticano, incluyendo el Papa, con esos tonos púrpura tan fascinantes. La elegancia de que no se marquen las gónadas o que estorben a cada momento. Además, no se muestran las erecciones intempestivas sin control, tan incómodas y reveladoras. Si me atreviera, iría vestido con túnicas. Aunque, la verdad, no sé como hacen al ir a miccionar. Pero debe de tener su truco.
Es como los vaqueros. Esa prenda tan horrenda, informe, inelegante, sucia, arrugada y basta. Sólo a las mujeres les sienta bien. A los hombres les sienta como a un cura dos pistolas, sobre todo si son mayores de edad y tripones. Pero, sean jóvenes o mayores, los llevan por marcar paquete, que, algunos, creen que les da prestancia.
¿Se han fijado ustedes cómo los políticos y políticas, sobre todo los de izquierdas, se presentan en los mítines con vaqueros? Populismos populacheros. Demostración de que se acercan al pueblo, tienen una juvenil imagen y son uno de ellos. Todo falso, por supuesto.
Yo, abogo por la túnica. Innecesarios los tirantes.
Celso se pasa un pelín de frenada. Su entusiasmo por el buen vestir (que admiro) y su encidiable (para mí) buen criterio para vestir (a si mismo y a algún lector) alcanza en este artículo el territorio de la hipérbole. Un territorio que el dandy, a mi juicio, no debe transitar.
El dandy, estatus vaporoso fuera de mi alcance, creo yo que debe abrazar eso que en Italia llaman sprezzatura; tanto en la indumentaria como en el gesto… y en el verbo.
Dicho lo dicho, añadir que las morfologias corporales barrigudas agradecemos a los tirantes el cese en la lucha perpetua con el deslizamiento hacia abajo de los pantalones que acompaña al uso de cinturón, aún cuando lo apretemos tanto como para eliminar temporalmente la concavidad del ombligo.
Gracias, Celso; y buen verano.