Es uno de los más vivos recuerdos que tengo de mi padre. Ocurrió hace sesenta años. Yo tendría trece o catorce y estábamos sentados en la terraza del Gran Bar, en Cartagena, conversando sobre asuntos familiares, cuando un conocido se detuvo ante nosotros, nos asaltó con una verborrea inoportuna y, sin que nadie lo invitara a ello, se sentó a nuestra mesa. Mi padre, que era un caballero en el más exacto sentido de la palabra, escuchó su cháchara con cortés atención, asintió sobriamente un par de veces para no animarlo a extenderse mucho, y cuando por fin el otro decidió dejarnos tranquilos, encendió un cigarrillo viéndolo alejarse y comentó pensativo, ecuánime, sin dirigirse a nadie en particular: «Es simpático, el imbécil».
De todos ellos, Lucio es al que más frecuenté. Durante cuarenta años —un cariñoso recuerdo para Teo, su excelente jefe de sala— tuve muchas ocasiones para admirar sus maneras, su arte, su torería. Con una chaquetilla blanca idéntica a la de sus camareros, paseaba entre las mesas saludando lo justo y lo adecuado, con respeto al comensal y a sí mismo. No se sentaba con nadie, excepto para cenar con los íntimos en la mesa de la entrada —igual que Arzak en la mesa de su cocina—, pues ambos, como tantos otros, sabían que un cocinero no es un colega, sino un maestro de ceremonias. Un digno supervisor, encargado de asegurar la felicidad gastronómica y social de sus clientes.
Se da cada vez con más frecuencia, sin embargo, una perversión social del asunto. Ahora los cocineros son chefs —honroso término que, lamentablemente, cada vez se asocia más con la saturación mediática de los reality shows de la tele— que aparecen entre los comensales con su chaqueta negra o fucsia con el nombre bordado, se meten en la conversación que mantienes con quien sea y, tuteándote como si hubierais hecho juntos la mili en Ceuta, lo mismo te recomiendan la espuma de calamar sobre deconstrucción tibia de aguacate y frambuesa —a baja temperatura, por supuesto— que te cuentan sin empacho dónde pasaron las vacaciones, muestran una foto de sus niños o te dicen que nunca leyeron un libro tuyo.
Me pasó hace unos días, como digo: restaurante, reservado, charla confidencial. Silencios cargados y comentarios de los que no admiten testigos. Dos amigos —un ministro destacado del Gobierno y un extraordinario periodista de El Mundo— y el arriba firmante. De pronto apareció el chef, el artista, el compadre. «Luego me tomo un café con vosotros», dijo con naturalidad mientras anotaba la comida. Miré a los otros, nos miramos incómodos, el fulano desapareció y seguimos a lo nuestro. Pero a los postres regresó, cogió una silla y se sentó con desparpajo a la mesa. Y al ver que mis acompañantes callaban —advertí en ellos una sospechosa resignación—, asumí sin complejos el papel de malvado Carabel y le dije al fulano que no, que se levantara. Que tratábamos asuntos confidenciales y aquello no era una tertulia ni una entrevista de Gastroarte Magazine, sino una conversación privada a la que el cocinero, por razones obvias, no estaba invitado.
Se levantó y se fue con mala cara. Fue entonces cuando me acordé de mi padre y de aquella mesa del Gran Bar. En estos tiempos, concluí, ya no te piden que seas educado, correcto con todo el mundo. Que es lo natural. Ahora las maneras son lo de menos; lo que exigen es que te comportes como si fueras compadre de todo cristo. Pero me pillan demasiado mayor para eso. Sigo prefiriendo a los discípulos de Lucio.
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Publicado el 8 de agosto de 2025 en XL Semanal.


Don Arturo, es el reflejo de una sociedad que, para mí, no sé si es que soy ya viejo, a la que no me adapto, no hay forma. Lo que pasa es que vivo esto no de forma acomplejada sino con una ambivalencia muy acusada: por un lado critico lo que acontece, por el otro, me regodeo en mi individualista diferenciación, en mi identidad generacional, el el recuerdo nostálgico de cómo eran antes las cosas… hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana…
Quizás todo pierde su esencia, como las tres primeras películas de “La guerra de las galaxias”. Las siguientes ya no son lo que eran.
Educación, saber estar, la justa medida en la palabra, en el gesto, en la sonrisa sin excesos… Pero está de moda el compadreo, la chabacanería, la carcajada intempestiva, el comentario soez, e incluso el no saber abrir bien una botella de vino o no saber exactamente cuando se debe recoger el cubierto de la mesa, sin importunar, sin anticiparse, sin meter prisa. Con algo que está pasado de moda: tener clase. Antes se decía mucho. Tener clase o falta de ella.
Una de las cosas que más nervioso me ponen, que más que desagradan, es el chef o el camarero “carcajada”. Desde que viene a recibirte y saludar, suelta inoportunamente, intempestivamente, sin venir a cuento, la carcajada. Desde los buenos días. “Buenos días, ja. ja, ja… ja, ja, ja”. Siempre pienso de qué o de quien se está riendo el pollo. Hay gente que equivoca el oficio; podrían ejercer de humoristas y se han dedicado a la restauración.
Pero todavía quedan lugares. Suelo ir a tomarme un café con churros en alguna cafetería de terraza de El Corte Inglés. Suele atender un chef, ya de edad, de los que quedan pocos, impecable. En el vestir, en el comportamiento, en la sonrisa justa y en el comentario breve. Son gente que te hace sentirte bien, a gusto. Hace bastantes años iba a “El espejo”, ahí en Recoletos. No sé cómo estará ahora. Me encantaba su decoración de viejo café. El servicio era impecable y la comida también.
Pero, por favor, no me tachen ustedes de elitista. Se puede encontrar todavía en bares o cafeterías de barrio, quizás más de pueblo, con camareros ágiles y eficientes en el servir, sin un gesto de más, serios, normalmente provectos, con la paciencia, el buen hacer y la templanza de un oficio aprendido a base de años y ejercitando la paciencia con los clientes. Con clase. Clase que no viene dada por que el establecimiento sea posmoderno y las tazas de porcelana fina.
En restauración se lleva ahora lo posmoderno, los excesos decorativos duchampianos, magrittianos o almodovarianos (lo de la decoración de bares y restaurantes es otro tema para hacer una tesis) y los camareros salidos de una película de robots, que parecen recién venidos de una noche de farra en la movida madrileña de los 80 o salidos del bar donde Obi Wan Kenobi se encuentra con Han Solo en la primera película de “La guerra de las galaxias”. A un restaurante o a un café se va a comer o a beber, no a ver un espectáculo androide.
A veces, un camarero o camarera de un establecimiento de comida rápida, en los que te ves obligado a acudir en casos de viaje y de premura intestinal, cuando internamente estás produciendo unos borborigmos dignos de un concierto de Wagner, te atienden de maravilla y con una simpatía justa para sentirte razonablemente bien. Aunque lo normal es la impersonalidad.
Ya, el colmo de la impersonalidad, el mal servicio, e incluso la suciedad, se da en esas cafeterías multinacionales y masivas en el que todo lo haces tú (excepto hacer el café, aunque todo se andará) y donde el horrible café se acompaña de pastas o croissanes que si se te caen al pié tienes que salir corriendo a urgencias por fractura. Son los buques estrella.
Está claro. Estoy desfasado. Pero, me gusta estarlo, no formar parte de este ajeno entorno.
Sé que no ve va a contestar usted, don Arturo. Y me ha hecho hacer cábalas. Si la segunda experiencia que cuenta, es de hace pocos días, llevo pensando quién puede ser el ministro con el que comió usted. La verdad es que no me lo imagino comiendo con Oscar Puente ni con Marlaska; ni con Diana Morant o Yolanda Díaz. Quizás con Margarita Robles o Luis Planas, quizás. Pero no consigo dar con la solución. Tampoco me lo imagino comiendo con ninguno de los del equipo de Feijoo. Y si el artículo es republicado y es de hace años, tampoco me lo imagino comiendo con ninguno de los del equipo del pasmado de Rajoy.
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana…
Saludos a todos.
Hay que tener cuidado con los cenáculos de la Villa y Corte, que los carga el diablo.
Don Julio Anguita, en su estancia en Madrid por motivos del cargo de Cordinador Federal de Izquierda Unida, allá por los noventa, contaba que odiaba estos ágapes capitalinos, porque la mayoría de las veces lo que buscaban de él, era llevarle al huerto.
Ya sabe lo que dicen:
Desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo, en casa de uno y en familia, o sólo, pero en casa de uno; es la fórmula de la longevidad.
¡El sr. Anguita! Tiempo ha que nadie se acuerda de él. La izquierda honrada, estuvieras o no de acuerdo con él. Se le echa en falta. De verbo fácil, educado e inteligente. Quizás uno de los mejores alcaldes de este país. Pausado, mesurado, tranquilo y midiendo sus palabras. Lo opuesto a la incontinencia e intempestividad actual. Sacó de quicio al González. Ilustrado y cultivado culturalmente. Lo dicho, aunque no estuvieras d3 acuerdo con él, daba gusto escucharle.
Respecto a la longevidad, situación que creo haber alcanzado, le voy a transmitir lo que comentaba mi abuelo: más vale menos años a gusto que cien a disgusto. Por mi parte, aunque no sea sano, son ya muchos años, desde siempre, desayuno como un mendigo, como como cualquiera, excepto cuando estoy en buena compañía y ceno, de nuevo como un mendigo.
En este tema hay un universo de opiniones de “expertos”. Hace poco me decía alguien que es muy sano comer muchas veces al día. Creo que ayer mismo, publicado en un periódico, ot4o mandato d3 un “experto” (creo recordar que este era un médico del Imperio) que era muy sano comer una sola vez al día. Otros dicen que hay que ser vegano, otros que si atiborrarse de soja, otros que hay que comer proteinas, otros que alimentarse de bulbos (estos deben ser políticos), otros que hay que suprimir la sal, las especias, el azucar, el café, la grasa, la ternera, el cerdo, los pescados blancos, los azules, el pa, el vino, el queo curado y sin curar, los verdes, la vida, otros…
Los hay que se alimentan sólo de acelgas. De ahí las caras amargadas de algunas ministras.
Yo lo que creo es que la longevidad, fundamentalmente, es una cuestión genética. A partir de ahí, siempre con moderación, sin excesos, el comer y beber lo que place a uno también proporciona más años de vida. Y si no, pues tampoco pasa nada.
Nuestra literatura está plagada de hambres y de comidas, sobre todo las del Siglo de Oro. Le anejo una de Cervantes:
«…lo primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo; y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían hecho en la común turquesa de las demás ollas; porque eran seis medias tinajas, que cada una cabía un rastro de carne; así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase…«.
¿Verdad, don Javier, que se abre el apetito leyendo estas líneas?
Saludos.
¡Verdad!,
Saludos.
Los mendigos creo que no cenan
Voy a contestar en verso:
No creo que sea Planas,
Arturo ama a sus perros…
Y por tanto a Planas nada.
Doña Margarita Robles,
Hasta donde sé es mujer…
Luego no se corresponde
Aunque lo sugiera usted.
Sinceramente no encuentro
Solución a tesitura
Y tan sólo manifiesto:
¡Qué no sea el de Cultura!
Un saludo.
Se supera semana tras semana, pero hoy ha destrozado usted su propio récord: su comentario al artículo es más largo que el propio artículo…
Dígame la verdad: su biblioteca está plagada de manuscritos descartados por infinidad de editores, ¿verdad?
Por cierto, hacía semanas que no me prodigaba por estos lares, pero leo satisfecho en comentarios suyos de artículos anteriores, que me menciona indirectamente con cierta inquina…
Ladran, luego cabalgamos….
Y parafraseando a otro héroe coetáneo al que da seudónimo al que suscribe: “Sayonara, Baby”
Me alegra que me lea satisfecho. Me halaga usted sr. McLane.
Lo que no recuerdo es haber comentado o contestado algo con inquina. Quiero decir, lo que significa esta palabra realmente: animadversión o mala voluntad. Sinceramente, mi intención no es ni de lo uno ni de lo otro. Solamente que tengo cierta predisposición a la crítica con un cierto aire de vitriolismo, pero intento que no sea viperina y que no caiga en el vituperio. Si, en alguna ocasión, y sin intención, no ha sido así, mis disculpas.
Ningún editor tiene manuscritos míos, aunque todo se andará. En la Universidad si que, si los conservan, tienen trabajos escritos míos, tan densos y amplios que me aprobaban por cansancio extremo.
Cuando leo algunos comentarios que me hacen algunas lenguas bífidas, sí que pienso siempre en las palabras que usted ha mencionado, estimado enemigo (soy de los que piensan que, la mayoría de las veces es mucho mejor tener un enemigo inteligente que un tontolapera por amigo). Pero le voy a contestar, refiriéndome a los políticos y no a usted, cambiando un poco el guión: “seguimos ladrando y ladrando y, los muy cabrones, siguen cabalgando” (aunque el caballo se llame Rocinante).
Y ya que estamos de perros, de rocinantes y del Quijote y por alargar más este comentario para su escarnio, ponerle unas palabras de Cervantes de “El coloquio de los perros”, para mí una obra maestra:
“BERGANZA.- En estas materias nunca tropieza la lengua si no cae primero la intención; pero si acaso por descuido o por malicia murmurare, responderé a quien me reprehendiere lo que respondió Mauleón, poeta tonto y académico de burla de la Academia de los Imitadores, a uno que le preguntó que qué quería decir Deum de Deo; y respondió que «dé donde diere»”.
Las películas de Terminator están entre algunas de mis preferidas. Sarah Connor siempre me ha parecido de una belleza especial. Pero lo que le quería decir es que esta frase me gusta mucho más:
“Todo lo que sé es lo que el Terminator me enseñó: nunca dejes de luchar. Y yo nunca lo haré”
Saludos cordiales, mi estimado enemigo.
Pues no lo veo a usted viendo películas de Terminator ni de La guerra de las galaxias.
Tengo datos precisos de que no le verá en su esencia, invocando a La Fuerza, ni a mi, en mi salsa, en el Reverso Tenebroso (el tal Vader un aprendiz con Ventolín.) Y ya, de paso, ambos hemos visto cosas que ustedes no creerían: contratos laborales de carácter fijo y, normalmente, de por vida como norma general para los empresarios; construcción de más viviendas de protección oficial en seis años que en todo lo que llevamos de democracia por todas las comunidades autónomas juntas; contratos de alquiler de viviendas en ciudades durante toda la vida del inquilino y de sus hijos a precios asequibles y sin subidas estridentes; y, por no seguir, una deuda pública que no tendrán que sufragrar las tres próximas generaciones de ciudadanos y ciudadanas.
Saludos.
Parece que usted y yo muchas veces tenemos pensamientos paralelos, sr, B., estimado.
Son pensamientos recurrentes, tal la situación que vivimos, con los que reflexiono sobre el pasado y el presente.
La idea de democracia del común no es correcta ni completa. Cuando nuestra generación era joven, pensábamos que una democracia tenía que ser, además de la tan manida libertad (cuestión que es indefinible y realmente inexistente viviendo en comunidades sociales y humanas; es una entelequia; nadie es nunca libre), en la que no existiera ni el nepotismo, ni el clientelismo, ni el amiguismo, ni el caciquismo. O sea, una sociedad civil limpia y honrada. Cuando fui joven pensé que eso era posible. Con la edad veo que no y que está dentro de lo utópico, sobre todo en España.
A día de hoy siguen existiendo esas lacras, quizás con más fuerza que nunca. Las opsiciones se amañan, los empleos públicos se amañan, las tesis doctorales se amañan, los contratos públicos se amañan, los familiares y amigos de los políticos ocupan puestos y cargos, los caciques, sobre todo en las pequeñas poblaciones y en capitales de provincia, siguen campeando y trampeando… … …
En estos aspectos, tremendamente importantes, seguimos igual, incluso yo diría peor, que en tiempos de la Falange. Y las élites siguen siendo las mismas, con muy ligeras variaciones, que en aquellos tiempos, manejando el cotarro. Los que entonces compraban a los jerifaltes del régimen, hoy compran a cualquiera que ocupe un cargo, carguito o cargazo.
Ya, el colmo de las componendas es que un señor huído de la justicia y viviendo del mogollón en un país de Europa, gobierne realmente el Estado. Es una situacioʻn inédita a nivel mundial. Todo un record. Pasará a la historia como un hito en el diseño de estructuras estatales. Una innovación única. ¡Para que luego digan que los españoles no innovamos! Montesquieu, qué pobre hombre. Hemos inventado los cuartro poderes asimétricos (legislativo que no legisla, judicial sometido y apesebrado, ejecutivo ardiente, vacacional y descompuesto y… el más importante: el poder del lado oscuro de la fuerza, el que, ausente, lo maneja todo.
¡Vaya remedo de democracia!
Un abrazo.
Por completar un poco el triste espectro que usted, sr. B., ha comenzado a describir, decirle que la literatura, el teatro, el cine, son reflejo de los aconteceres humanos.
Por referirme, otra vez más, a la Guerra de las Galaxias, realmente, Darth Vader, el de la estrella de la muerte, no maneja el Imperio. El emperador Palpatine (por favor, fíjese en su parecido con su viva imagen al de Waterloo, sólo le falta la capucha) es el que realmente dirige las galaxias.
Aunque sea triste, me estoy riendo de mis propias ocurrencias. Hasta la princesa Leia, atacada y perseguida permanentemente por Darth Vader, tiene réplica en la vida real. ¿Adivina usted?
Nunca me ha terminado de gustar Luke Skywalker. Nunca realmente sabe por dónde le da el aire. Nunca llegará a gobernar nada y su destino será el retiro en una galaxia lejana, apartado de todo.
Un abrazo.
Bueno, don José, hace ya tantos años que ni lo recuerdo, dejé de preocuparme por la imagen que doy a los demás. No está bajo mi control, ni quiero que lo esté. Ni siquiera tengo el control sobre la imagen que tengo de mí mismo, ni me preocupa (la preocopación por la propia imagen termina por convertir a algunos y algunísimas en influencers o en presidentes de gobierno). Además las identidades que sufrimos los que tenemos un cerebro un tanto complejo y cmucha vida interior, impiden la correcta identificación. Por ello, no le voy a preguntar por qué piensa usted eso. Es estéril.
Respecto a Star War, me ocurre como con bastantes de las novelas de don Arturo. Las he visto muchas veces a lo largo de los años. Hace pocos dìas vi, de nuevo la primera que se hizo y otras dos más de las nuevas. Las tres primeras no tienen comparación con las nuevas. Aunque también me gusten. Además, esta primera tiene la facultad de trasladarme en el tiempo a aquellos felices años 70 donde todo era más fácil y el futuro estaba lleno de esperanza.
Piense usted, si usted es joven, como me imagino (para mí, ya son jóvenes todos los menores de 60), que yo, una vez, también fui joven.
Que la fuerza le acompañe. Saludos.
No, ya no soy tan joven
Ya sé que usted no me va a creer, pero yo hay jueves que entro a esta sección de Zenda y leo antes los comentarios del señor Ricarrob (también los del señor B. y el señor Aguijón) que los del propio maestro Reverte. Porque a veces el señor Ricarrob piensa y escribe, para mí gusto, incluso mejor que don Arturo. Saludos a todos, espero que no estéis cerca de ninguno de los terribles incendios de estos días.
Me ha alegrado usted este triste y solitario día, doña Irene. Las palabras muchas veces son un bálsamo para el alma afligida. Este mundo no sería el mismo sin bellas palabras.
Como siempre, quedo a sus pies, señora.
Querido amigo, ni se imagina la de veces que usted me alegra a mí días tristes (los míos no por solitarios sino todo lo contrario, pero esa es otra historia) con lo que escribe. Por eso me he atrevido a meterme donde no me llaman, pero es que solo de pensar que igual por culpa de un maleducado se iba usted a sentir mal y abandonar este rinconcito… Ni se le ocurra, eh? Muy cierto que hay palabras que sanan o al menos alivian, igual que por desgracia hay otras que solo sirven para destruir. Siempre nos quedan los buenos libros, el buen cine, María Callas y Pavarotti, los buenos desconocidos que escriben y reflexionan sobre la vida tan bien como usted. Cuídese, caballero, reciba usted un fuerte abrazo.
MORO ANTUÑA
Cenáculo y mentidero
Cenáculo y mentidero,
Como manda tradición,
Forman parte de ese pueblo,
Capital de la Nación.
Si en uno se hacen las cosas
Buscando la discreción,
En otro priman las ondas,
Fuente de la información.
Aunque había periodistas
En ese encuentro informal
Se ocultaban a las vistas
Comiendo en la intimidad.
Por ello el “incidente”
No era nada original,
Nadie quiere ver a gente
Cuando se ha de “conspirar”.
Efectivamente, sr. A. El buen chef, el buen camarero tienen mucho de psicólogos y captan las situaciones y los entornos de los clientes, incluso el aura. La discreción y el silencio son bien utilizados y retirarse sin importunar también. El pollo posmoderno de la experiencia de don Arturo es un tuercebotas, un chapuzas, un cafre. Un antipático e imbécil.
A usted también le ha intrigado, me parece, quien pueda ser el ministro. El objeto de la “conspiración” también tiene que ser interesante.
Saludos.
Tiene usted razón, y no creo que sea el señor Planas… don Arturo le califica de buen amigo, como al periodista de El Mundo, y al señor Planas secla tiene jurada si le pasa algo a sus perros y el veterinario no puede administrales antibióticos…
Yo sólo espero que no sea Urtasun…
Un saludo.
Lleva usted razón, no me acordaba de eso. Quizás Carlos Cuerpo, no sé, está difícil.
Estaría bien, así podemos decir que Cuerpo gana por una cabeza… como en el tango.
Un saludo
Puede ser un ex ministro
¡Maravilloso maestro! Esta nueva realidad que confunde espacios y momentos denota que estamos perdiendo valores básicos. Admiración eterna.
Extraordinario ejemplo el de su padre. Respetuoso en las formas y descarnado en el fondo. La valoración personal que haga cada cual es íntima y, si no es buena, mejor guardarla para confidencias
Hay camareros y jefes de establecimientos que son muy poco profesionales en el trato al cliente. Si voy sólo puede que no me moleste la conversación de éstos por muy absurda que sea, pero si voy acompañado me molesta bastante que se metan en el tema que estamos hablando.
La figura del “aprendiz”, bajo la supervisión del oficial, parece que está desaparecida. Aquellos maestros de la hostelería, que daban clases magistrales discretamente al novato, creo que se han aburrido de intentarlo. Es otra época. Es tiempos del “qué más da”.
Ante todo hay que destacar la elegancia y diplomacia del autor. En estos tiempos de francachela mediática gastronómica, de opiniones con estrellas de cualquier tugurio delirante de manduca en redes sociales y sitios web, y de libertinaje respecto a los clientes de camareros y encargados, don Arturo no ha citado -como se merecía- el nombre del abrevadero donde cenó ni el del “simpático” que les incomodó la velada a el y sus contertulios. Yo hubiera sacado a relucir nombres y apellidos del sujeto y, entre redobles de tambores y destacada publicidad ingrata, el nombre y localización del tugurio.
Sí, son tiempos en que cualquier vendedora y cajera de supermercado, sin conocerte, te tutea y te interpela como “cariño”; donde todo tipo de teleoperadores te molestan sin invitación a cualquier hora en tu domicilio para intentar venderte una oferta fastuosa de mandanga de suministro doméstico que no has solicitado; y donde cualquier tonto del haba te para por la calle para venderte con triquiñuela cualquier mercancia.
Se han perdido completamente las formas y el respeto, no eres, para ellos y ellas mas que un despojo con el que encumbrar su incultura y malos modos.
Eso sí, no me gustaría estar en la piel del maleducado retratado por don Arturo cuando lea sus líneas. Debería faltarle tiempo para coger el hatillo y pedir, en su caso, el finiquito a sus jefes y despacharse a cualquier otro bar o restaurante donde no sea reconocido para no desprestigiar más al anterior.
Sí, son tiempos donde regentar un local de comidas parece ser mas importante que ser poseedor de un premio Nobel en nuestra abrasada geografía. Son tiempos de falta de modestia y sentido común, incluso entre ministros broncas y chusqueros que seguro no cenan con profesionales de la literatura, entre retraso y retraso inaguantable de viajeros.
Tiene usted toda la razón. estimado.
El del hatillo quizás pueda hacer carrera de otra forma. Apuntarse a un partido político cualquiera, medrar con sus chabacanadas y sus pases de lengua (que no lingüísticos) a los esfínteres de los líderes y optar a un ministerio. Como siempre me acusan de mentar a cierto partido, le diré que el personal del que recientemente se ha rodeado el pasmado de Feijoooooo (Rajoy segunda parte), no tiene igual. Estos sujetos, de cuyos nombres no quiero acordarme, parecen auténticos cebollos. No sé dónde los encuentra. Quizás son camareros en los restaurantes posmodernos.
Lo de regentar un local de comidas (me ha gustado su expresión, estimado; nuestra tradición hispana de las antiguas “fondas” y “casas de comidas” donde se comían amplios platos cocinados según nuestras tradiciones y sin chuminadas horteras) es otro aparte. Un premio nobel no es nadie, un científico importante, un gran literato, un intelectual de los que son premiados en los Princesa de Asturias, no son nadie comparados con un chef con cresta y pendientes, que cocina chuminadas horteras manejando un soldador de metales y sirviendo las dichas chuminadas, que no alimentos, en recipientes impensables, con super-diseños imposibles y escanciando las inidentificables bebidas en contenedores en los que no sabes como poner los morros para que no se te derrame el líquido en la ropa. Las cantidades de alimentos son tan ínfimas que de estos establecimientos posmodernos se sale con ganas de ir a casa y cocinarse unas alubias con chorizo y tocino y una buena pierna de cordero al horno. Como toda la vida.
Pero, bueno, en esta sociedad no hay nada como promocionarse, dando, por supuesto, las campanadas (no me malinterpreten, por favor, no me refiero a nadie concreto) y en lugar de llamar al establecimiento, “Casa Pepe”, “El langostino feliz”, “El buen yantar”, “Casa de comidas Felicia”, etc. le dan nombres posmodernos, insertando la letra equis para llamar la atención y hacerlo más sonoro. Así nos encontramos con Xoxo (no se imaginen cosas… ) Paxuli, Caxondo, Caxcando, Anchurria, Guxa, Gaxuxa, Excaxo, etc.
Quizás los premios Nobel deberían aprender cocina y poner un restaurante.
Un abrazo.
Jajaja, me ha hecho xonreir con lo de la X en los nombres de los establecimientos, querido amigo. Inmediatamente me he preguntado, con sorna y sordina, como tacharán estos tipos las casillas de destino de sus contribuciones en las declaraciones de la renta: si a golpe de soplete o soldador térmico de caparazones destartalados de langostinos, con reducciones de licores de novelas de Stendhal; o con cascanueces eléctricos de avellanado de romero con incrustaciones de salmón parafraseado o, tal vez, con deshuesado de kiwi aborigen con palestra de saltamontes trufados de temporada. Total, todo para deducirse cuatro boniatos escarchados en sus contribuciones a las organizaciones benéficas de postín en las que los famosetes truculentos inviertan su magnánima calderilla.
Un abrazo con reducción programada de anémonas espirituosas.
Gracias Don Arturo por hacerme sentir que me reconcilio conmigo misma y mi malvado Carabel, esa “asertividad” perdida en este mundo de tontos estelares de piel fina, casi siempre se critica. Pero algunas veces sucede el milagrito de que algun cobarde te confiese “yo tambien hubiera querido decirlo”…A su salud caballero 😉
Así es don Arturo,lo felicito por su actuación y comprendo el desagradable momento
A estas alturas de nuestra vida, estamos exonerados de aguantar estupideces, don Arturo. Gracias por la complicidad.
El que el cliente sienta que estás, sin estar; el ser servicial sin ser servil; la elegancia; el trato correcto; son un arte. Un arte que se ha perdido en la hostelería actual.
El antiguo jefe de cocina, digno, sabio, maestro; ha sido sustituido por el chef, con gafa de pasta y chaquetilla de colorines, más propia de un palanganero de mancebía que de un profesional de la cocina. El encargado de barra, ahora es barista, y sus cafés con leche salen con dibujitos de florecillas y corazoncitos. El camarero de sala ha perdido su dignidad antigua, por haberle sustituido su antiguo uniforme de chaqueta francesa, o de simple chaleco y pajarita, por horrendos delantales de colorines, más de matarife que de camareros. Los camareros de limonada y terraza, antaño elegantes, hoy son presentados con zapatillas de deporte y vaqueros. El tuteo ha sustituido al “usteo”. La sinvergüencería al buen hacer. Los locales se dividen en dos: los destinados a zampabollos, con comida precocinada y en cantidades pesebriles; y los de vanguardia; grastrobares, afterworkers y gilipolleces similares, con precios desorbitántemente altos, modernos y chics.
Dicen los sinvergüenzas que no encuentran personal que se quiera dedicar a la hostelería, que la gente no quiere trabajar.
No me extraña: habéis cambiado el amor por el buen servicio, la buena mesa, y el buen ambiente, en una vil adoración por el dinero. Ni cuidan a sus trabajadores, ni cuidan a sus clientes. El resultado es el que usted nos relata.
Ay, don Arturo, que falta nos hace una caidita del pedestal.
No hace muchos días, me pasó -por enésima vez- algo parecido: acabábamos de sentarnos a la mesa y apareció una muchachita, toda pizpireta ella, exclamando «¡Hola, chicos!». No me contuve: «Disculpe, señora (viejo funcionario, sé que la palabra “señorita” no es políticamente correcta): tengo 70 años y los que me acompañan, uno o dos arriba o abajo, andan por la misma quinta. ¿Tenemos pinta de “chicos”?»
La joven se excusó diciendo que solo pretendía una mayor familiaridad y yo volví al ataque: «¿Pero qué familiaridad…? Señora, a ver si me explico: somos VIEJOS y, como tales, aspiramos al trato respetuoso que se debe a nuestras provectas edades, aunque eso ahora no esté de moda. A mí, la única jovencita que me trata de “tú”, es mi nieta, condición de la que usted carece, al menos, que yo sepa».
La cosa acabó mal, porque apareció el encargado y hubo bronca que faltó poco para que terminara en comisaría.
Y así vamos.
Enhorabuena por su artículo don Arturo. Salvando las distancias, hace poco acudí a una comida en un recomendado restaurante, y al sentarnos, la camarera que atentamente nos recibe, nos dice “hola chicos, que queréis para beber”. Lo de “hola chicos”, tiene lo suyo porque el más joven del cuarteto de comensales tiene cincuenta y ocho años y el mayor, roza los setenta. Entendimos todos que eso forma parte de los tiempos que corren, en los que se confunde lo que ahora se llama buen rollo con educación y con saber estar, en aras a una familiaridad impostada, muy de moda y que hace perder cualquier valor de servicio esmerado. Pero no quisimos rizar el rizo. Al rato nos toma nota un camarero joven con galones que de nuevo se dirige a nosotros tuteándonos sin piedad. Comer, comimos y muy bien. Finalizada la velada, el comensal de más edad, llamó al camarero mencionado y le felicitó por la calidad de la comida, pero añadió ante la sorpresa del empleado, que no le vuelva a hablar de tú, que él no le ha dado su confianza y añadiendo, “porque yo solo hablo de tú a mis amigos y usted, a día de hoy, no lo es”.
En la mar estamos, Marino somos….. gracias Maestro, bendiciones
Comparto plenamente sus impresiones don Arturo!! Y creo que la lenta extinción del trato de “usted”(por lo menos en Argentina, donde vivo) facilita esa falsa igualdad y derriba cualquier intención de respeto… Gracias por poner sus palabras a esta realidad lastimosa.
Pues si estimada Liliana, en nuestro querido país el tuteo se ha vuelto epidemia y el amiguismo forzado peste negra.
Pero lo peor (siempre hay algo peor) discurre en el ámbito docente donde no hay profesores o maestros sino amigos de párvulos y ya no párvulos y si alguien pone límites al cachondeo es tildado de T Rex o facha .
En fin… como decían los romanos o tempora o mores.
La decadencia de una sociedad
Apreciado señor, hace ya muchos años, he tenido que aprender, por fuerza y para no ser pisoteada, a poner en su lugar a quien no sabe ubicarse. Y ahora, con.mis recientes setenta, debo frenar el desdén y el atropello que muchos creen que merecen las arrugas.
Bueno, mala educación le sobra al susodicho, pero, don Arturo, tampoco ha estado usted sobrado de buenas maneras. Que sí, que ya no estamos para aguantar mucho, pero tampoco cuesta transigir un poquito. Soy fiel lector suyo, nunca he tenido el placer de verlo personalmente, y, con este tipo de actitudes, si alguna vez le veo, créame, no sabré si acercarme a pedirle el autógrafo con el que tanto sueño. Saca punta, de más.
Veo que los trató de “vosotros”. No sé si en el español coloquial de la península es equivalente al tuteo en plural, y debió decirles “ustedes”.
Acá en Argentina el voseo, nuestro tuteo, se ha generalizado hasta llegar a los carteles de tránsito, las comunicaciones formales de los bancos y las admoniciones sanitarias de las autoridades. Por supuesto que un adolescente nos tutea con desubicada familiaridad a los setentones y ochentones. Esa falta de respeto y distancia en el lenguaje se extiende a g*********s (la palabra censurada es ibérica, en Argentina diríamos b*****s) qué arriman su silla a la mesa donde no los invitaron.
Caramba, “deconstrucción tibia de aguacate”. Derrida en la cocina. Soy de la tierra donde se come el aguacate como la lechuga y, la verdad, suena espantoso. Pones a entibiar un aguacate y le das en la madre. Seguro. Así como alguien con mucha finura aseguraba que el futuro ya no es lo que antes; el pasado tampoco será lo que nunca fue. Hasta ahí.
Estimado Don Arturo, buenas tardes. La educación buena, la obtenida en los modales y usos enseñados en casa, reforzada por docentes como las de antes, ha quedado en el olvido. La chabacanería, la osadía azuzada por la ignorancia, han ganado las calles. Ceder el paso a un mayor, dejar a la mujer del lado de la pared en la vereda o dar el paso al otro en la calle, han quedado en el olvido. Ya no son simpáticos los imbéciles, ni siquiera pena dan.
Pues en España una novia feminista que tuve se enfadaba si le abría la puerta para que pasara primero o le arrimaba la silla.
Si lo hacía (creo que por instinto) me tachaba de retrogrado y machista.
No sabe usted lo que ha ganado con ese pretérito “tuve”. Un saludo.
Excelso señor B….
Siempre han existido las normas de buena educación, las cuales se podrían resumir en una sola frase:
“trata a los demás como te gustaría ser tratado”.
Pero esto es tan improbable como que Trump logre detener a Putin en su locura criminal y espantosa de querer dominar Ucrania.
Del mismo modo observamos a diario como hordas de fanáticos se pelean en un recital de música, en una cancha de fútbol, o jóvenes alcoholizados que se matan a la salida de un boliche bailable.
La lista de locura imperante en las sociedades de casi todo el mundo es enorme, mujeres violadas, niños maltratados, sicarios, y también debemos decir el rol distorsionado de los políticos y gobernantes desesperados por robar a cuatro manos.
Es decir, vivimos en un mundo en el cual, cumplir con las normas de buena educación es una rareza.
Dichas normas se deben enseñar desde los primeros años de la escuela y debería de ser practicadas en los hogares como algo cotidiano y normal de todos los días.
Pero por lo general, los hogares que deberían ser garantes de una vida tranquila y segura para los niños, suelen ser campos de batalla con discusiones y gritos en el mejor de los casos, o algo peor, que es el final de la relación de la pareja, con los chicos que se convierten en bolas sin manija, yendo y viniendo, soportando esa adversidad de la ruptura de la relación más importante que existe en sus vidas, la de sus padres.
También es cierto que aquello que no te mata te fortalece, quedando por último el recurso de acudir a un psicólogo.
Alguien dijo: “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”…pero no podemos hacerlo.
Deberíamos hacernos una pregunta: ¿No podremos hacer de nuestro mundo un mejor lugar para nuestra vida?.
Obviamente que sí, el problema es el cómo. Pero lo simple es decir, la culpa es de tal o cual.
En cambio un señor periodista económico argentino llamado Willi Kohan, tiene o tenía un programa titulado “Somos nosotros”, debo decir que esto es una gran verdad.
Nosotros somos los responsables de forjar nuestra vida, nuestro mundo, el destino de nuestros hijos, contra viento y marea, asumiendo desde nuestro metro cuadrado que algo puedo cambiar para mejorar este mundo que parece se dirige al abismo.
Muchas pequeñas fuerzas en un sentido bien definido se convierten en una fuerza poderosa capaz de derribar montañas, o incluso a un par de locos que llevan a pueblos enteros a la calamidad de una guerra.
Podemos empezar por poner en su lugar a los maleducados que tengamos a mano.
Cordial saludo
Parece ser que la moda en los negocios de cara al público está de moda ser “ Super Simpático “ cuando lo correcto es ser Educado que no tiene nada que ver con la simpatía.
Yo voto por Carlos Cuerpo y Manso. Ya solo me falta saber el tema…
¿Dónde se metieron, en la Taberna Garibaldi?
¡Muy bueno!
Se oye que se han especializado en cócteles. Y su cóctel estrella es el Molotov.
Buenos dias,
La sociedad ha cambiado, que no avanzado, ya que si por avanzar entendemos el mal comportamiento, mejor nos quedamos como estabamos hace unas decadas.
La restauracion tambien ha cambiado y desde luego que para mal. Quedan pocos restaurantes que se puedan entender como “de toda la vida”, con camareros en vez de portaplatos, cocineros en vez de alquimistas y maitres d’hotel en vez de charlatanes de feria. Pero es lo que tiene la sociedad de la inmediatez, de la desinformacion y de los becarios,que nada es inmediato sino mas lento,que no estamos bien informados y que los pobres becarios que antes eran ayudantes aprendiendo un oficio y cobrando por ello, ahora no son mas que esclavos gratis para llevar cafes.
No se olvide usted del cliente, tocayo. El cliente también ha cambiado mucho.
Yo he visto una mamá cambiar a bebé en una de las sillas del velador donde estaban comiendo. No era un restaurante de lujo, pero tampoco era barato. Uno de los camareros me comentó que la señora les dejó como regalo el pañal con la plasta del infante.
Yo creo que la calidad del servicio ha cambiado a peor, como respuesta a la calidad del cliente totalmente falto de educación que pulula por los establecimientos de hostelería.
Un ministro (no exministro) del Gobierno muy amigo suyo… Me encantaría saber quién es, porque he repasado a todos y no hay ni uno solo que no me parezca un perfecto hijodeputa.
Y, o de puto. No van a ser siempre las pobres madres, y más en estos tiempos de igualdad. Un saludo.
Ja ja ja buena apreciacion.
UNA FORMA,SIMPLE Y FÁCIL,DE NO COOPERAR CON LAS ‘MAREAS’ DE ALINEAMIENTOS IGUALITARIOS QUE NOS INUNDAN.BUEN ARTICULO.
Alguien se equivoco en la elección del templo, garitos más ruidosos a veces proporcionan mas privacidad
El artículo es muy bueno pero los comentarios son sublimes . Gracias a todos por hacerme pasar un rato muy agradable de lectura.
Suscribo lo dicho por Ulises de Joyce.
Ha sido genial!
Cuánto talento!
He leído muchos artículos suyos , haciendo hincapié en el mismo tema .
Me sumo a su apreciación de la falta de respeto al cliente. Al tuteo, a la familiaridad que no se ha pedido y que ni mucho menos procede. El signo de los tiempos….. La mala educación y por supuesto, la falta de profesionalidad.
Hay excepciones ….. Pero pocas y cuestan caras.