Este libro, escrito al calor de un fuego ecosófico animado por las ideas de Goethe (1749-1832) y Rudolf Steiner (1861-1925), sincretizadas con los últimos avances de la ciencia botánica y forestal, constituye una valiosa aportación para todos los interesados en las ciencias aplicadas de la vida. Abundantemente ilustrado, dotado de cuadros explicativos y tablas cuidadosamente intercaladas que exponen datos cuantitativos y cualitativos o que resumen el texto, pasa, no demasiado fluidamente, de los árboles al bosque, ocupándose de cuestiones variadas como puedan ser la cronobiología, la fotosíntesis, la espiralidad y el numero áureo, tan manifiesta en este segmento tan decisivo de la Naturaleza, los usos de la madera o la gestión sostenible de los bosques. El árbol es, en palabras del autor “una estructura de gran tamaño que se enraíza físicamente en la tierra pero fisiológicamente en el cielo”.
Entre el mundo de ensueño de Arboria, procedente de la fantasía conocida como Flash Gordon, situado in illo tempore aunque datado en su concreción contingente a mediados de los años 30 del siglo pasado, y las propuestas sobre la gestión resiliente de las grandes masas boscosas que propone el autor, transcurren varios siglos de conocimiento observacional y experimental de la vegetación.
Desde Teofrasto de Ereso (371 a. C. – 287 a. C.), discípulo de Platón y Aristóteles y padre de la Botánica, hasta Joseph Priestley (1733-1804) que mostró como la vegetación restauraba el aire degradado por el fuego de unas velas, pasando por Jean-Baptiste van Helmont (1577-1644) que descubrió con sus experimentos cómo la madera anclaba su génesis en el agua, transcurren los primeros tiempos de una ciencia que conocerá con la fotosíntesis su piedra miliar. Thomas Engelmann (1843-1909) en 1882 midió los efectos de los diferentes colores de la luz sobre la actividad fotosintética y localizó en el cloroplasto el lugar de su transformación química. Todo se hace posible mediante el pigmento verde llamado clorofila: la hemoglobina de los vegetales. El magnesio está vinculado estrechamente a esta sustancia.
Los haces conductores de la savia bruta y la savia elaborada aseguran la circulación de los líquidos, un flujo descendente y uno ascendente. “Estos flujos y su desarrollo en dirección al cielo y la tierra nos permiten concebir la planta como una entidad que florece entre condiciones de naturaleza terrestre, por un lado, y de naturaleza cósmica, por el otro”.
Especialmente importante es el capítulo tercero, donde Zürcher recalca: “Desde la perspectiva de una espiralidad en interacción con la polaridad, el carácter “arquetípico” de los árboles adquiere una nueva dimensión y proporciona un significado aún más profundo a nuestra comprensión de la naturaleza. Además cabe preguntarse si el ser humano, por el hecho de estar estructurado según las mismas relaciones matemáticas que las plantas y, en particular por los árboles y de tener una fisiología regida por las mismas leyes hidráulicas, no será mucho más interdependiente de lo que imaginábamos”. Al hilo de este aserto no puedo evitar dejar caer una nota de inquietud, haciendo notar que el tamaño de los árboles, así como la edad de muchos de ellos, les hace en cierto modo similares a los gigantes de las mitologías nórdicas. Jean Henri Fabre (1823-1915) señaló que “el árbol es un ser potencialmente inmortal”.
La cronobiología se ocupa de los ritmos solares y lunares y su impacto en las estructuras temporales de los organismos. Las variaciones del crecimiento de las plantas se desarrollan en función del ritmo sinódico lunar. Especialmente interesantes son los trabajos experimentales de Elizabeth Semmens sobre la aceleración que en la germinación de la semilla de mostaza efectúa la exposición a la luz lunar. Lili Kolisko (1889-1976), discípula de Steiner, descubrió mediante ensayos de laboratorio (1927-1935) las variaciones del crecimiento de las plantas en función del ritmo sinódico lunar. Este ritmo corresponde al de las mareas gravimétricas. El diámetro de los troncos también cambia con los ritmos lunares. Estos cobran mayor relevancia cuando la influencia del Sol disminuye, ya sea de manera natural o a través de un dispositivo experimental específico. El autor va desgranando a lo largo del texto numerosas aplicaciones prácticas relacionadas con su minuciosa exposición de estas cuestiones. Farmacología, reforestación, producción y selección vegetal adecuadas son algunos ejemplos significativos. Zürcher aúna lo pragmático con lo invisible sin demasiado problema.
La cuestión de la madera, material concreto y tangible donde lo haya, es clave en todo este asunto. “Las fluctuaciones en función de los ciclos cósmicos se observan en las propiedades físicas, mecánicas, higroscópicas y de durabilidad”. Gracias al conocimiento de este material, menos inerte de lo que pensamos, cocinamos, habitamos, navegamos, combatimos, volamos, nos desplazamos, resonamos a través de los instrumentos musicales, atraemos a los dioses y los encerramos e incluso, si es necesario, (los) crucificamos. Recordemos que la madera, para chinos y japoneses, constituye uno de los cinco elementos cosmogónicos. Volviendo a Cirlot y su imprescindible Diccionario, “la madera es símbolo de la madre… Los persas consideraban las vetas de la madera como portadoras del fuego y la vitalidad”.
“La electrobiología de las plantas y las variaciones cíclicas que experimentan las propiedades de la madera, en función de las talas de los arboles, nos llevan a concebir una especie de seguimiento electrotécnico de algunos árboles de control mediante procedimientos de monitorización del potencial bioeléctrico (Zürcher).
Preservación y uso de la biomasa vegetal, su humana gestión, tras un capítulo fascinante consagrado a los mensajes sutiles de los que son portadores los árboles, algunos de ellos auténticas antenas que gestionan en provecho propio el geomagnetismo, ocupan la última parte del libro. Quizá la más compleja y difícil. El autor hace aquí acopio de sus conocimientos sobre biodiversidad y evolución para proponer, a través de una mirada global, una reorientación fundamental de la agricultura para hacer frente al cambio climático “proponiendo un futuro más rico y armonios para la humanidad” .
Termino con unas palabras del propio Zürcher que dejan claras sus intenciones: “Los árboles producen año tras año más productos útiles para el ser humano que el que nos proporcionan después de su muerte en forma de madera”.
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Autor: Ernst Zürcher. Título: Los árboles en lo visible y lo invisible. Traducción: Joaquín Araújo Ponciano. Editorial: Atalanta. Venta: Todostuslibros


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