Hay libros que no solo narran una historia, sino que levantan un telón sobre un tiempo histórico para mostrarnos el mecanismo oculto de su representación. Los ojos de la diosa (Tres Hermanas), de Pilar Tena, pertenece a esa estirpe. Bajo la apariencia de una novela de intriga con trazas sentimentales late un fresco ambicioso de la España que quiso reinventarse a sí misma a finales del siglo XX: la España de los fastos del 92, de la Expo de Sevilla, de los Juegos Olímpicos, de la diplomacia cultural desplegada como escaparate, ansiosa de exhibirse moderna ante el mundo mientras en su interior todavía bullían inercias opacas, redes clientelares y la corrupción aprendida durante décadas de penumbra.
Pero los ojos que todo lo vigilan también exigen silencio. A medida que Lita se adentra en las bambalinas de los fastos, comprende que la diosa es de piedra y que bajo su pedestal se amontonan los restos de maniobras opacas: presupuestos inflados, contratos amañados, guerras de vanidades políticas, favores intercambiados en pasillos diplomáticos. Nueva York, descrita por Tena con pulso firme y sentido atmosférico, aparece como un escenario doble: brillante y cosmopolita por fuera, plagado de secretos en su subsuelo. Es el lugar ideal para esa España que quiere deslumbrar sin que se vean sus costuras.
La relación amorosa entre Lita y Samuel, un funcionario de la ONU cuya biografía parece construida sobre huecos, funciona como contrapunto íntimo de esa corrupción institucional: en ambos planos —el sentimental y el político— el secreto devora la confianza. La autora acierta al entrelazar lo público y lo privado, como si dijera que en un mundo dominado por los ojos de la diosa nada escapa a su mirada; que incluso el amor queda contaminado por la lógica del poder.
Resulta revelador que quien escribe esta novela haya pasado su vida entre despachos y embajadas. Pilar Tena, diplomática y escritora, ha trabajado durante décadas en organismos culturales y misiones internacionales; ha dirigido el Instituto Cervantes en distintos países (actualmente en Atenas) y conoce bien el territorio ambiguo donde lo ideal y lo estratégico se entrelazan. Esa experiencia aflora en cada página: en la precisión con que describe el ceremonial, en la intuición para captar los egos que pueblan los corredores oficiales, en la lucidez con que retrata el barniz cultural que cubre los intereses políticos. Hay en su prosa un tono contenido, casi clínico, que procede de haber observado durante años la maquinaria del prestigio por dentro.
Sin embargo, Tena no escribe un panfleto ni una denuncia: escribe literatura. Y por eso, aunque la corrupción y el engaño recorren el relato, lo que permanece al cerrarlo no es el escándalo sino el temblor íntimo de Lita, su progresiva pérdida de fe, su decisión de seguir mirando cuando preferiría cerrar los ojos. Porque lo verdaderamente perturbador de Los ojos de la diosa no es lo que revela sobre los otros, sino lo que sugiere sobre uno mismo: que todos, cuando queremos ser parte de algo grandioso, corremos el riesgo de ceder un pedazo de nuestra conciencia a cambio del brillo de la máscara.
Así, Pilar Tena firma una novela que trasciende el documento histórico y se convierte en parábola: la historia de una mujer que aprende que servir a los ojos de la diosa exige renunciar a los propios, y que salvarlos —preservar la mirada limpia— es el acto más difícil y más valiente.
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Autor: Pilar Tena. Título: Los ojos de la diosa. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todostuslibros.


El artículo es magnífico, una especie de radiografía, mapa y resumen de la novela que reseña. Seguramente la novela “Los ojos de la diosa” de Pilar Tena es muy buena, debe serlo porque inspiró estas lúcidas palabras de María José Solano.