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Ángel González, El maestro

Fotografía de portada: Pepe García/ Luna de Abajo

Para entender la poesía de Ángel González hace falta remontar un largo tiempo y surcar un ancho espacio, hasta alcanzar el ruidoso y alegre universo de las depuradas escuelas republicanas.

Su familia, tan determinante para su ideología como para sus valores y su visión del mundo, pertenecía al ámbito de los esforzados maestros que intentaban mejorar la sociedad —el alma de las depauperadas aldeas y pequeños pueblos— a través del conocimiento y de su cívico ejemplo.

En realidad, Ángel González nunca dejó de ser un maestro de escuela, a pesar de los escasos meses que dedicó a esta actividad en Primout, un remoto pueblo de las montañas leonesas, donde hasta el cura —debido a la soledad a la que sometían a sus moradores aquellas montañas— se había vuelto loco. Una vocación que pudo llevar ulteriormente a efecto —en este caso como profesor universitario— en su periplo por las universidades americanas, hasta recalar, definitivamente, en la de Albuquerque. De hecho, en su poesía no dejó nunca de aleccionar a sus lectores como un buen maestro, de trasladar pedagógicamente sus experiencias y temores, como refleja el título de uno de sus más afamados libros de poesía: Grado elemental.

"No tiene por qué resultar extraño que el primer libro publicado por Ángel González sea una monografía sobre el oficio del maestro"

Por lo tanto, conviene tener en cuenta que Ángel González, antes que poeta, fue maestro, y que siempre lo siguió siendo, ya que lo amamantó no una loba sino los sueños pedagógicos de sus progenitores: el acariciado mundo que siempre recreará —la mayoría de las veces contrastiva y sarcásticamente— su poesía. Una poesía que adquiere su maestría sobre el aula de una de esas escuelas en las que su hermana Maruja —también maestra, como su padre y abuelo— mantenía, subrepticiamente, el ideario pedagógico de la República. Ángel González no solo se recuperó de una grave afección tuberculosa en una habitación que quedaba encima de la escuela de su hermana, en Páramo del Sil, sino que, en su forzada inmovilidad, también encontró en esa casa escuela el surco juanramoniano de su poesía.

Así que no tiene por qué resultar extraño que el primer libro publicado por Ángel González sea una monografía sobre el oficio del maestro, para que los jóvenes pudieran conocer los entresijos de esta profesión que —en palabras de Ángel González— no es tal, sino una vocación, casi un sacerdocio laico. Este libro, publicado en 1955, por Ediciones Corinto, forma parte de una serie de títulos con la que se pretendía ayudar a los jóvenes a la «elección de carrera». En esta colección se encuentra recogida también la profesión de El periodista, escrito por uno de los más íntimos amigos del autor de Palabra sobre palabra: Paco Ignacio Taibo.

Para Ángel González la «escuela es un entrenamiento para la vida» (17), en donde el maestro opera planteando «al niño problemas imaginarios, con el fin de que pueda resolver los problemas semejantes que se le presenten en la realidad» (17). Una misión que se pierde en la historia y que se remonta —según el autor— a los orígenes de nuestra humanidad, ya que cuando el hombre de las cavernas «trataba de enseñar a su hijo la manera de obtener un buen fuego estaba, sin saberlo, haciendo pedagogía» (32).

"Ello le lleva a discernir la palabra escuela, en cuya etimología ya subyace un sistema y proceso educador"

Por si hubiese alguna duda sobre su inveterada misión, Ángel González no cesa, en los primeros capítulos, de acudir a la etimología para desvelarnos los significados profundos de ese noble quehacer. Así nos recuerda que la palabra maestro proviene de la voz latina magister «que significa “director”». Y que en la Edad Media maestro era aquel que «lograba la “maestría” —o sea, la suma perfección— en su oficio», debido a que magister también deriva de magis: «que en latín quiere decir “más”. El que es más que la mayoría en artesanía o en arte, es el que merece honores y consideración de maestro» (11).

Ello le lleva a discernir la palabra escuela, en cuya etimología ya subyace un sistema y proceso educador, ya que su palabra deriva de la voz latina schola, que a su vez procede de la griega scholé:

«El scholé de los griegos era simplemente el lapso de tiempo que dedicaban al reposo o al descanso, cuando estaban entregados al ejercicio físico. Estos momentos los destinaban a aprender […]. Ello ocurría con carácter acusado en Esparta, ciudad en la que la educación física llegó a alcanzar un volumen desproporcionado» (19).

Esta descripción, derivada de la etimología, sirve a Ángel González para realizar uno de esos requiebros contrastivos que ulteriormente serán tan característicos —como recurso estilístico— en su poesía:

«Tal forma de entender las cosas representa el reverso de la medalla de nuestro modo de comprender la enseñanza: cuando se supone que los escolares están fatigados de realizar operaciones aritméticas o de estudiar geografía, se les da un recreo» (19).

Pero el proceso educativo no se niega en esta confrontación paralelística, sino que, muy al contrario, se potencia, al afirmar y reafirmar el subyacente significado del vocablo escuela.

"Subyace un velado homenaje al ideario y a los métodos seguidos por los maestros de la República"

Otra etimología —y es la última en la que me detengo, debido a la importancia que le otorga Ángel González— es la de la pedagogía, cuyo significado proviene de la unión «de dos raíces griegas: paid, que quiere decir “niño”, y ago, que significa “guiar”» (25), por lo que, en su primer significado, puede interpretarse esta disciplina como guía del niño, si bien Ángel González señala, muy oportunamente, que «de este reducido concepto pasó, con el tiempo, a representar una idea mucho más amplia: la educación del hombre» (25).

La educación del hombre a través de su paso por la escuela se muestra como una constante en esta monografía, si bien —como sucede con la poesía de Ángel González—, tras sus sazonadas hipótesis sobre las diferentes formas de abordar la difícil tarea de la enseñanza —siempre amparadas en los indubitables supuestos de la ciencia pedagógica—, subyace un velado homenaje al ideario y a los métodos seguidos por los maestros de la República.

Para llevarlo a efecto, sin riesgo de censura, Ángel González realiza toda una hagiografía a un castellanizado Juan Enrique PestalozziJohann Heinrich Pestalozzi (1746-1827)—. Este precursor pedagogo suizo le sirve a Ángel González de trampantojo para inocular a los nuevos maestros los depurados valores democráticos y los idearios pedagógicos perseguidos por las huestes franquistas; por eso —en el inicio de esta apasionada y un tanto romantizada hagiografía— vuelve a decirnos, como en sus versos, lo contrario de lo que afirma: «Las teorías pedagógicas de Pestalozzi están, hoy en día, superadas. Al elegir esta figura para el presente libro lo hice pensando, más que en su actualidad, en su significación histórica» (129).

Pero donde Ángel González se muestra más directo y cercano es en el homenaje —otra vez encubierto— a su hermana Maruja González Muñiz, a través de los «Fragmentos del diario de Petrita López, maestra nacional». Este artificio literario, del diario encontrado —en este caso, en un «almacén de papel viejo»—, volverá a utilizarlo Ángel González, con sus respectivas variantes, para desarrollar los poemas apócrifos de su poeta de abanico: «Noticias de un poeta de abanico» (1985).

"Todo un canto a la enseñanza, a los maestros depurados y a los ideales emancipadores del ser humano"

El ardid creativo, ya utilizado magistralmente por Cervantes en Don Quijote, le sirve para escenificar con impunidad una serie de secuencias biográficas de su hermana en Páramo del Sil. Todo un canto a la enseñanza, a los maestros depurados y a los ideales emancipadores del ser humano:

«Hoy me levanté más animada. Brillaba el sol y olía a heno y a establo. Hace muchos años que no había percibido tan intensamente el olor a campo en primavera. […] Esta mañana, cuando llegué a la Escuela, Alberto cuchicheaba con sus amigos, y al verme se rió fuerte. Etelvina parecía un poco avergonzada en mi presencia, y me entregó un regalo que le había dado su madre para mí: cuatro blancos y grandes huevos de gallina. Pensé rechazarlos, pero no me pareció prudente» (104).

Y mucho menos teniendo en la habitación de arriba a un hermano enfermo que febrilmente leía versos como quien rezara al porvenir, por lo que esos huevos eran más que necesarios para reforzar su alimentación y contribuir, decisivamente, a su recuperación.

"En algunas ocasiones he hablado con Ángel González de este libro que nunca citaba en su bibliografía, pero que siempre tenía presente"

En algunas ocasiones he hablado con Ángel González de este libro que nunca citaba en su bibliografía, pero que siempre tenía presente, aunque le restase importancia. En sus comentarios siempre notaba una cierta incitación —casi deseo— a que lo leyera, pero, dado su contenido, bien pensaba entonces que se trataba de uno de esos libros que se hacen para cubrir las acuciantes necesidades de una determinada época de estrecheces y dificultades económicas, así que lo fui postergando para mejores ocasiones o para cuando el libro —difícil de encontrar— me saliese al paso.

Han pasado muchos años y muchas lunas, también muchos solsticios y equinoccios, pero en sus páginas vuelvo a recuperar —ya que en ellas permanece incólume— al Muñiz gonzaliano. El maestro responde a todas las características de los libros de divulgación, pero en él también se encuentran solapados algunos de los planteamientos ideológicos que siempre han regido los supuestos estéticos del autor de Palabra sobre palabra, así como su insoslayable compromiso social y ético.

Ángel González siempre fue un maestro de escuela, cuyo método poético ha dejado a las sucesivas generaciones de poetas.

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Amador García-Carrasco

Siempre la cansina corrección política. Los maestros republicanos son sabios y justos y pacíficos. Los del 36 al 65 unas huestes de ignaros maleantes. Lástima de bien narrado artículo, por lo demás.

Jorge Torres Daudet
Jorge Torres Daudet
1 mes hace

Formidable Ángel González.