No resulta del todo ajeno que Miguel Ángel Vivas Moreno, responsable hasta ahora de thrillers como Secuestrados o Tu hijo, caracterizados todos por una especial negrura y una excelente puesta en escena, haya considerado La tregua como un vehículo para, conservando la ambición y la continuidad, potenciar algún otro registro. El drama de la Segunda Guerra Mundial se lee en clave absolutamente nacional, sí, pero Vivas se lo lleva hacia la pura supervivencia al tiempo que rebaja un tanto la opulencia habitual de su cámara, encerrada aquí en un entorno en el que ella misma parece tener que ahorrar energía. En La tregua trata de resultar opresiva pero menos exuberante y adrenalínica que de costumbre, quizá para rendir honor a la experiencia real del grupo de supervivientes del gulag.
Basada en hechos reales, el film aborda en clave de drama bélico el paso de un grupo de españoles, tanto republicanos como franquistas, por un terrible campo de trabajo en Kazajistán. Naturalmente, tendrán que dejar atrás diferencias irreconciliables si quieren llegar a algo, aunque Vivas no puede evitar que sea la suciedad más tangible, la resistencia en su acepción más física, lo que caracterice verdaderamente su relato. Pese a episodios indisimuladamente sentimentales (el desenlace, en este sentido, es muy efectivo), La tregua funciona mejor como drama de supervivencia que como parábola política, y es una decisión comprensible y legítima. En definitiva, el director no ha renunciado a su intención de hacer pasar un mal rato el espectador, aunque se trata de un mal rato de calidad.
El problema con el que se encuentra aquí es que, a lo largo de sus dos horas y media, el guion tampoco quiere o puede vehicular ese elemento sentimental, humano. Para ser un film que denuncia la deshumanización del comunismo de la Unión Soviética, resulta difícil para el espectador concretar las motivaciones o incluso rostros de los soldados españoles protagonistas hasta muy avanzado el metraje. Por eso, la amistad entre el teniente Salgado y el capitán Reyes, líderes de bandos contrarios, tarda demasiado en concretarse, y en ocasiones el film parece avanzar de manera abrupta, por alguna decisión de montaje a la hora de reducir algún que otro tramo. Una vez que lo hace, La tregua sale de un particular atolladero para convertirse en un plan de fuga entretenido que Vivas sabe cómo ejecutar perfectamente.
Pese a esa falta de progresión y definición de los personajes, La tregua es una rara avis en el cine patrio. Por su verosimilitud, el talento visual desplegado y más. Destaca por una agresividad sin ambages, una ambientación y calidad visual que parece inalcanzable incluso para otros nombres consagrados que recientemente han practicado el cine histórico, y en definitiva por la brutal fuerza expresiva de sus imágenes, por dos actores jóvenes (Arón Piper y Miguel Herrán) que nunca han estado mejor. Una vez decide “romper” con la monstruosidad, que Vivas refleja con su intensidad habitual, es también una película exigente, pidiendo al espectador identificarse con un puñado de secuencias excelentemente concebidas de tensión y drama emocional.
Por el camino, otras como la del ruso borracho que pide un solo himno nacional, la del dibujo que Salgado hace de la mujer de uno de sus compañeros de gulag, o el impresionante y poético plano que abre el film, son pinceladas, destellos de genialidad en un film que se muestra más seguro de sí mismo en su registro opresivo, físico, que en el de la metáfora política.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: