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La herida como semilla narrativa

La herida como semilla narrativa

Hay escritores que encuentran en la ficción un refugio, un espacio para inventar mundos ajenos a su propia biografía. Otros, como Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979), conciben la literatura como un modo de pensamiento, como un espejo en el que la intimidad se transforma en relato colectivo. Desde su debut con Cómo maté a mi padre (2019), donde narró con naturalidad desarmante el asesinato de su progenitor, hasta El cielo está vacío (Lumen, 2023) su obra se ha ido tejiendo con materiales autobiográficos que, lejos de convertirse en simple testimonio, alcanzan un estatuto literario singular.

Su nueva novela es un viaje al año más formador de su vida: una estancia en Londres marcada por el desarraigo, la precariedad laboral, la soledad y, sobre todo, por una relación sexual y sentimental con un hombre mucho mayor. En esas páginas se cruzan el deseo y la vergüenza, el tabú y la ternura, la dependencia y la búsqueda de libertad.

Más que una crónica, El cielo está vacío es un laboratorio emocional, una radiografía de lo que significa crecer lejos de casa, enfrentarse a los propios fantasmas y descubrir que los vínculos humanos, por intensos que sean, están atravesados por transacciones invisibles.

Londres: el cielo gris y el exilio íntimo

La protagonista —alter ego de la autora— aterriza en una ciudad que la acoge con frialdad. El Londres de Jaramillo no es postal turística, sino un escenario hostil donde la protagonista se gana la vida como niñera o limpiando casas, sobrevive a prejuicios raciales y nacionales y aprende a lidiar con la soledad. Ese contexto funciona como catalizador: la distancia respecto a Medellín y a la madre viuda que sacó adelante a cinco hijos ofrece un contraste simbólico.

"Uno de los núcleos más perturbadores de la novela es la relación de la protagonista con un profesor de literatura que le dobla la edad"

Londres encarna el desarraigo, pero también la libertad. Allí la autora descubre de qué está hecha, prueba su independencia, y al mismo tiempo se sumerge en la vulnerabilidad. La experiencia de soledad —que Jaramillo asume como una fuerza creativa— atraviesa la narración y convierte la ciudad extranjera en un escenario interno: un mapa de heridas y hallazgos.

El vínculo asimétrico: deseo, edad y transacción

Uno de los núcleos más perturbadores de la novela es la relación de la protagonista con un profesor de literatura que le dobla la edad. El vínculo se mueve en una tensión constante: ¿es amor, dependencia, interés, exploración? El personaje masculino se muestra generoso en regalos y facilidades, pero esa abundancia material revela una asimetría de poder.

Jaramillo no esquiva el tabú. Se pregunta qué significa tocar la piel de alguien mayor, cómo se entrelazan deseo y repulsión, ternura y transacción. Su conclusión, provocadora y lúcida, es que toda relación es transaccional, incluso las de amor. Ese reconocimiento no anula la belleza del vínculo, sino que lo hace más tangible, más humano.

La novela, entonces, se adentra en una reflexión sobre el amor sin idealizaciones. Frente a la noción romántica de pureza desinteresada, Jaramillo propone un amor consciente de sus grietas. La tensión erótica se convierte en un lenguaje narrativo para hablar de vulnerabilidad, dependencia y emancipación.

El sexo como lenguaje narrativo

Las escenas sexuales, ampliamente comentadas, marcan un hito en la escritura de Jaramillo. La autora ha confesado que fueron difíciles de redactar: no quería caer ni en lo cursi ni en lo grotesco, sino captar la pasión con delicadeza. Lo logró. El sexo, en El cielo está vacío, no aparece como espectáculo ni como recurso morboso, sino como vía para explorar la intimidad, la fragilidad y la potencia del cuerpo.

"La literatura aparece entonces como un eco de esa resistencia materna, una orquídea textual que florece en medio del vacío"

Que una autora latinoamericana escriba con esta honestidad sobre el deseo femenino tiene un peso político, aunque ella rehúya los panfletos. En una tradición literaria donde el sexo femenino ha sido silenciado, narrado desde miradas externas o reducido a tópicos, Jaramillo abre un espacio de expresión directa, incómoda, luminosa.

La herencia materna: orquídeas y resistencia

Si el padre ausente marca toda la literatura de Jaramillo, la madre es una presencia simbólica constante. Mujer viuda con cinco hijos, cultivadora de orquídeas, su figura encarna fortaleza y fragilidad al mismo tiempo. La orquídea —flor difícil de mantener, pero capaz de florecer con cuidado y paciencia— se convierte en metáfora central en la novela: la vida como algo delicado pero resistente, que exige tiempo y constancia.

La herencia de esa madre —no depender de nadie, enfrentarse al mundo con entereza— nutre la valentía de la narradora a la hora de escribir. La literatura aparece entonces como un eco de esa resistencia materna, una orquídea textual que florece en medio del vacío.

El fuego interior: símbolo de rebeldía

Junto a las orquídeas, otro símbolo atraviesa la novela: el fuego. En Londres, donde la obsesión por desconectar enchufes recuerda constantemente el riesgo de incendios, el fuego se convierte en metáfora de energía vital, de impulso creativo, de rebeldía contra la frialdad circundante. Ese “fueguito interno” que la autora identifica en sí misma es motor narrativo y vital: lo que le permite resistir, trabajar con disciplina feroz, aislarse en cabañas para escribir sin descanso.

La simbología —nutrida de diccionarios, sueños e intuiciones— no es mero adorno. Es el tejido profundo de la escritura de Jaramillo, un lenguaje paralelo que conecta inconsciente y consciente, y que permite al lector sentirse interpelado incluso sin identificar racionalmente los símbolos.

Memoria, fantasmas y escritura autobiográfica

La muerte del padre —suceso inaugural en la vida y en la obra de la autora— sigue siendo un fantasma central. En El cielo está vacío, la búsqueda de figuras paternas, de hombres mayores, se conecta con esa ausencia. La escritura se convierte en conversación imposible con el ausente, en intento de escuchar una voz que ya no responde.

"Su mirada conecta con la de autoras como Mariana Enriquez, Fernanda Melchor o Samanta Schweblin, quienes también combinan crudeza y belleza"

De ahí que la frontera entre autobiografía y ficción no le preocupe. Jaramillo asume que toda novela contiene huellas autobiográficas, y todo testimonio está atravesado de ficción. Lo esencial no es la fidelidad a los hechos, sino la capacidad de transformar la herida en relato compartido.

Una voz en el concierto latinoamericano

La literatura latinoamericana actual se caracteriza por la diversidad de temas y estilos. En ese panorama, Jaramillo ocupa un lugar particular: escribe desde la intimidad, pero con resonancia colectiva. Su mirada conecta con la de autoras como Mariana Enriquez, Fernanda Melchor o Samanta Schweblin, quienes también combinan crudeza y belleza, pero su tono mantiene un sello propio: la ternura en medio del dolor, el humor en medio de la tragedia.

El desarraigo —no pertenecer del todo a ningún lugar— se convierte en motor creativo. Medellín, Londres, México: cada geografía aporta un matiz, pero la verdadera patria de Jaramillo parece ser la escritura, ese espacio donde la soledad se vuelve fecunda.

El título: la cita de Sylvia Plath

El título de la novela proviene de un verso de Sylvia Plath: “Hablo con Dios, pero el cielo está vacío”. En esa frase late la sensación de buscar un padre, una guía, y no encontrarlo; de hablarle a un interlocutor ausente. El cielo vacío es metáfora del abandono, pero también del espacio que se abre para que la escritura arda.

Plath, junto a Lispector y Duras, es una de las influencias más reconocibles en Jaramillo. La novela dialoga con esa tradición de escritoras que se atreven a decir lo indecible, a iluminar lo que se esconde, a convertir la fragilidad en arte.

Una orquídea en el vacío

El cielo está vacío no es un relato complaciente. Habla de soledad, de tabúes, de heridas, de relaciones asimétricas. Pero lo hace con una prosa delicada, luminosa, capaz de transformar el dolor en belleza. La novela confirma a Sara Jaramillo como una de las voces más interesantes de la literatura latinoamericana contemporánea: alguien que escribe sin pudor, que convierte la experiencia íntima en espejo colectivo y que, en medio del vacío, logra hacer florecer su orquídea narrativa.

En última instancia, la novela es un acto de resistencia: frente al cielo vacío, la escritura como llama que no se apaga. Frente a la ausencia, la palabra como compañía. Frente al silencio, la literatura como voz que arde y que, al arder, ilumina.

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Autora: Sara Jaramillo. Título: El cielo está vacío. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros.

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MariSoledad
MariSoledad
1 mes hace

En este artículo es mas acertado hablar de literatura hispanoamericana contemporánea, olvidémonos de lo “ latino”