En la literatura española contemporánea hay figuras que se mueven entre el periodismo, la historia y la creación con admirable naturalidad. Ignacio Romero de Solís pertenece a esa estirpe. Su nombre, discreto pero esencial, traza una trayectoria donde se cruzan la conciencia política, el rigor intelectual y una curiosidad insaciable por la cultura del Sur.
De ese cruce entre curiosidad y sabiduría nace su última obra, La olla española: Paisaje y cocina en la literatura de los viajeros foráneos (1670-1970), publicada por Athenaica en 2025. Se trata de un libro monumental, de más de cuatrocientas páginas, fruto de una investigación minuciosa y de una vida entera de lecturas.
Romero de Solís recorre tres siglos de relatos de viajeros extranjeros que pasaron por España y dejaron constancia de lo que comían, de lo que veían, de lo que pensaban que éramos. Desde los cronistas románticos hasta los turistas del siglo XX, el autor analiza cómo esos testimonios culinarios y literarios fueron construyendo la imagen del país: su rusticidad, su exotismo, su genio.
El libro, lejos de limitarse a la gastronomía, se convierte en una historia cultural de España contada desde la mesa. Habla de caminos y posadas, de vinos y panes, de garbanzos y bacalao, de sopas y gazpachos. Pero, sobre todo, habla de identidades: de cómo los extranjeros nos vieron —a veces con asombro, a veces con desdén— y de cómo esa mirada foránea ha condicionado la forma en que nos pensamos a nosotros mismos.
La olla española es, en ese sentido, una obra total. En ella confluyen el periodista que sabe ordenar el dato, el historiador que entiende el contexto y el escritor que cuida cada frase. Es un libro erudito, pero cálido; reflexivo, pero lleno de vida. Su lectura deja la impresión de que, en el fondo, la historia de un país puede contarse a través de lo que come, de cómo bebe y de lo que dice mientras lo hace.
Ignacio Romero de Solís es, hoy, uno de los últimos representantes de una tradición de intelectuales que entienden la cultura como forma de resistencia y de amor. Su vida —entre la cárcel y las redacciones, entre la aristocracia y la crítica, entre el vino y la palabra— resume la historia reciente de España con una dignidad silenciosa.
La olla española no solo corona su trayectoria: la explica. Es el libro de un hombre que ha vivido lo suficiente como para saber que el sabor también es memoria, que la literatura puede oler a guiso y que, a veces, basta una cucharada para comprender un país entero.
Sobre el autor (una de esas biografías que merecen ser contadas en un libro):
Un joven rebelde en tiempos de hierro
Ignacio Romero de Solís nació en Sevilla en 1937, en el seno de una familia de antiguo abolengo andaluz. Heredero del título de marqués de Marchelina, creció entre los ecos de un mundo que se desvanecía: el de las grandes casas solariegas, los cortijos y las tradiciones que sobrevivían a duras penas entre la posguerra y la modernidad. Pero muy pronto, en lugar de acomodarse en esa herencia, decidió confrontarla.
Durante los años de la dictadura franquista, siendo aún un joven estudiante, se implicó en movimientos de oposición política. En 1961 fue detenido y juzgado por un consejo de guerra, acusado de “actividades subversivas”. Pasó cerca de un año en la prisión de Carabanchel, un episodio que marcaría su vida con una mezcla de amargura y lucidez. Allí aprendió —como diría más tarde— “a desconfiar de los dogmas y a medir la verdad con el pulso de la duda”.
Al recuperar la libertad se exilió a París. En la capital francesa estudió Economía en la Sorbona, trabajó en distintos oficios y entró en contacto con el pensamiento europeo de posguerra: la filosofía existencial, el estructuralismo, la literatura del compromiso. París fue para él una escuela de libertad y de mirada cosmopolita.
Regreso y periodismo
Regresó a España en 1966, cuando el régimen comenzaba a mostrar fisuras y el país cierta apertura. Su primera ocupación fue el periodismo económico: se incorporó a la redacción de España Económica, donde pronto se convirtió en redactor jefe. La revista fue clausurada por orden gubernamental, pero aquel cierre no detuvo su impulso.
En 1973 formó parte del grupo de periodistas que fundaron Cambio 16, uno de los medios más influyentes de la Transición. Allí, Romero de Solís ejerció de articulista, analista político y cronista de un país que aprendía a respirar de nuevo. Entre 1974 y 1976 dirigió La Ilustración Regional, una publicación con vocación cultural y autonómica, pionera en su defensa de la descentralización y de la identidad andaluza dentro de la nueva España democrática.
Su carrera continuó con una intensa labor en los medios audiovisuales: en 1980 fue nombrado director de Radio Televisión Española en Andalucía, y una década más tarde dirigió Antena 3 Televisión en Sevilla. En paralelo, colaboró con diarios como ABC y otros medios nacionales, donde cultivó la columna de opinión con un estilo sobrio, culto y ligeramente irónico.
Bajo el seudónimo de Ventura Comino, firmó durante años críticas gastronómicas que unían sabiduría culinaria, humor y observación antropológica. Esas piezas, muy celebradas por su ingenio, lo convirtieron en una referencia dentro del periodismo gastronómico español, siempre desde una mirada cultural, nunca meramente hedonista.
El novelista y la memoria
Aunque el periodismo lo situó en el centro del debate público, fue en la literatura donde encontró su espacio más íntimo. Su trilogía Palmagallarda —compuesta por Palmagallarda, El zaguán del paraíso y La rosa del viento— es un fresco monumental sobre la decadencia de la aristocracia andaluza y, al mismo tiempo, un tratado sobre la identidad y la memoria.
En esas novelas, escritas con una prosa rica y reflexiva, Romero de Solís se adentra en la genealogía de un mundo que desaparece: los señoríos rurales, las familias ilustres que se desmoronan, las tensiones entre la tradición y la modernidad, entre la culpa y el deseo. Su mirada no es nostálgica sino compasiva: contempla, lúcido el derrumbe pero sin atisbos de complacencia.
El autor ha dicho alguna vez que escribir Palmagallarda fue una forma de “enterrar a los suyos”, pero también de salvarlos de la amnesia colectiva. No es un canto a la nobleza, sino una elegía del tiempo y una reflexión sobre la historia como herencia moral. Es nuestro Gatopardo.
Periodista de oficio, humanista por vocación
A lo largo de su vida, Romero de Solís ha sido, ante todo, un observador de la condición humana. Su periodismo —ya fuera político, cultural o gastronómico— siempre partió de la misma premisa: que detrás de cada hecho hay una historia, y detrás de cada historia, una persona. Su estilo, elegante y preciso, rehúye el dogmatismo; prefiere la ironía, la cita culta y el matiz.
En los últimos años, retirado de la primera línea mediática, se ha dedicado a investigar y escribir con una libertad serena. Ha traducido, prologado y comentado obras ajenas, y ha mantenido un interés constante por la literatura de viajes, la historia cultural y la cocina como expresión de civilización.








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