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5 poemas de El aire cruza costas olvidadas, de Iván Cabrera Cartaya

5 poemas de El aire cruza costas olvidadas, de Iván Cabrera Cartaya

Iván Cabrera Cartaya ha publicado los libros de poemas Arena (Premio de Poesía Pedro García Cabrera, 2001), Obsidiana (Premio de Poesía Julio Tovar, 2004), Fragmentos de sentido (Premio Emeterio Gutiérrez Albelo, 2006), Cariátides (XXXVII Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, 2007), Bajo el cielo innumerable (accésit del Premio de Poesía Tomás Morales, 2007), Un sueño de esplendor (2010), Diálogo en el desierto (2011), Para ser recitado al viento sibilante seguido de Sangre de eclipse (2013) en colaboración con el poeta Sergio Barreto, Creencias de verano (2013), Noche en jardín destruido (2015, V Premio Internacional de Poesía José Verón Gormaz 2014), la plaquette Alētheia del sur (2017) y el libro de entrevistas Bajo la bóveda del tiempo. Poemas suyos han sido traducidos al italiano, al francés, al griego moderno y al alemán. 

Zenda comparte cinco poemas de El aire cruza costas olvidadas, de Iván Cabrera Cartaya (Ediciones La Palma).

***

GRIETA PARA QUE DIGA SU QUEBRANTO EL BARQUERO

En la rasa del mar,
sobre la superficie
pasmada del crepúsculo,
se encharcan los diamantes,
naufragan bueyes del sol,
corre el perro de Odiseo, humean
estas montañas de marfil,
se agacha la luz, viran los halcones
de risco.

Sobre la yesca de las olas
bulle el zancudo, cabrillea
el decir de las nubes,
insisten los pretendientes,
(acosan a Penélope, a Teófane),
se fajan los delfines con los dáctilos
de Homero. Los hexámetros se yerguen
aspirando sus viejos espíritus.

Todo aquí, en la carestía
que permiten las islas, lentas
las majadas y el níspero en sazón.

Sobre el mar, obispado
para la urraca y las sirenas,
carnaza para anzuelos que mordemos
—enloquecidos de belleza—
con alegría en el quebranto.

***

LOOR DE LAS RAMAS

No miente el bosque, dice sin temor
sus orfandades. Deja que la brisa
alce o derrumbe una atalaya. Nace
a cada instante como una quimera
bajo un azul de ramas que se cruzan
y dilatan hasta perderse.

Quien no tiene destino que se adentre
en el bosque, que parta allí su día
como una fruta fresca. Que aligere
en la tarde, debajo de las alas,
que vuelque paz en la ternura y beba
noche pura en desvelo.
Que vaya hasta allí, por encima
de vida y muerte y haga niebla
para todos. Que mate soledad
en los trigales, bese los párpados
y fecunde la tierra con espigas.
No miente el bosque con su flauta,
arrima oídos nuevos y hace música
para la fiebre, amanece bastante
incluso en la tristeza, cuando
cada cosa parece sólo un murmullo
que pía el aire atormentado.

Que ponga quien pueda apellido
a las veredas,
que nada quede
sin voz ni sueño bajo el aguacero
y encuentre albergue la alegría,
que sea humano el pecho
que pase por aquí —sobre el laurel y el polen—
y haya miel sin nostalgia en la alborada.

***

PARA LAS SIEMPREVIVAS ENTRE LA MALA HIERBA

Hay en esta tierra muchos surcos
en sosiego para el frío,
caminos que respiran,
olas precisas, fervientes
que vuelcan sobre playas ignoradas.

Hay lunas, flores
que suben al misterio
de la semilla en las estrellas.

Veo, al pasar, abismos de alhelíes,
una amargura de caballos
que corren por la noche entre la niebla.
Hay un caudal de sol y puertas
donde caen los hombros
como una granizada de tristeza.

Hay un verano diáfano
y jaguarzos que dicen sus edades al aire.

Hay tiempo
para escuchar tu nombre a las linarias
y mirar los limones ambarinos
que cruzan tu ojo
buscando una dulzura.

Hay en esta tierra brisas
llenas de olor a mansedumbre
y un coloquio del agua en duermevela
que brota de la nada como un don
tal vez inmerecido.

***

MURO DERRUIDO

Voy pasando por estas calles
y mis ojos no ignoran lo que muere
ni el cuerpo
que abraza con tristeza
antes de que su afán
se mustie o lo abandone.
Voy pasando por este pueblo
como quien sueña
una remota infancia,
como quien tiene hermanos
tras cada puerta que chirría
y pone aceite en las fallebas
para que nadie sufra
o sienta, al despedirse, que no vuelve.
Y ante este muro, a veces,
también me paro para ver
lo estrecho y pobre que era el mundo.
Como si fuera
el del Templo de Salomón,
muro derruido de la casa vieja,
impalpable, perdido
umbral de un bosque
que ya no existe.
Voy y vengo para ver a las lavanderas
risueñas de la fuente antigua
lavando un llanto
que corre hacia sí mismo,
tan apretado
como este viejo muro solo
donde apoyar de nuevo
la mano y las palabras
resecas del camino.

***

EN LA ORILLA DEL MAR ESTRUENDOSO

El viento en las palmeras de la playa,
la luna en las ñameras.
Siempre se vuelve a la inocencia,
siempre a la cóncava luz
en las barquitas
con que te afanas cada día,
hayas dormido o no,
en la vigilia o en el sueño
que posee en las noches bárbaras
a los erráticos atlantes.
Semejante a la noche
se mueve el sol, remoto hiere
las órbitas perennes de estas islas,
los círculos perpetuos trocándose espiral,
pitón, monstruo marino que custodia
nuestros veraces frutos de oro.

Siempre se vuelve aquí,
a los cuatro elementos,
al caos primordial,
a los metales que fabula Hesíodo
mientras rotura
la tierra con su arado.
El fuego, con su ligereza,
ardiendo en las regiones altas,
abajo el aire
sobre valles y montes que se elevan
al cielo.
Siempre aquí, aunque viajes,
usando las oscuras costumbres de la luz
que otorga el cielo dividido
sobre la orilla metamórfica
de este mar estruendoso.

—————————————

Autor: Iván Cabrera Cartaya. Título: El aire cruza costas olvidadas. Editorial: La Palma. Venta: Todos tus libros.

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