Inicio > Firmas > Imperio de la luz > España, enorme cementerio bajo la luna

España, enorme cementerio bajo la luna

España, enorme cementerio bajo la luna

Cuando Georges Bernanos murió, en 1948, llevaba diez años con una carta de Simone Weil doblada en su billetera. En ella, la escritora francesa le confesaba sentirse “más cerca de él”, un autor conservador y católico, que de sus compañeros anarquistas con los que había luchado en la guerra de España. Weil, judía y entonces con 28 años, cruzó la frontera en el verano de 1936, cuando la contienda apenas comenzaba, movida por el deseo de participar en una revolución que, creía, redimiría los males finiseculares de la clase obrera. Tomó un fusil y se unió a la columna Durruti, en el frente del Ebro.

Convencida pacifista, la orgía ideológica de la Europa de entreguerras había terminado provocándole un impulso suicida. Así, tras acudir a una reunión de apoyo a los republicanos españoles, acabó convirtiéndose en combatiente. Cruzó el paso de Portbou e, igual que en 1934 había dejado su carrera académica para trabajar en una fábrica de Renault y hacerse obrera, se hizo miliciana. Contactó con la CNT, la FAI y el POUM. De esos días datan las fotografías en las que lleva mono de mecánico y un fusil al hombro.

"El escritor esperaba que Franco pusiese fin a los desmanes de la República y diera protección a la Iglesia, pero en cambio se encontró con un paraíso bañado en sangre"

En septiembre regresó a Francia tras ser herida durante un bombardeo. A pesar de su breve paso por España, aquel cálido y sangriento estío dejó una huella profunda en ella. Weil descubrió que la revolución era diferente a lo que imaginaba: no era una lucha entre el bien y el mal, sino una enorme venganza entre hermanos.

“Yo estuve en España (le escribió a Bernanos). Oigo y leo toda clase de reflexiones sobre ese país, pero, aparte de usted, no sé de nadie que se haya bañado en la atmósfera de la guerra española y haya resistido”.

En aquel verano de horror, de fusilamientos y paseos, de “sangre inútilmente derramada”, Bernanos era un hombre de 50 años, profundamente creyente, monárquico en la Francia de la Tercera República, que disfrutaba del reconocimiento literario desde su retiro de Mallorca. Allí, su hijo adolescente se hizo falangista y luchó en la isla durante los primeros compases de la guerra. El escritor esperaba que Franco pusiese fin a los desmanes de la República y diera protección a la Iglesia, pero en cambio se encontró con un paraíso bañado en sangre.

Tutti i rossi fucilati! Fucilati subito” (“¡Todos los rojos, fusilados, inmediatamente!”). Así mandaba el “conde Rossi” al paredón a todo aquel que le resultase sospechoso. Arconovaldo Bonaccorsi (1898-1962), ese era su verdadero nombre, fue enviado por Mussolini para apoyar la sublevación franquista en Mallorca. Bernanos presenció las venganzas y asesinatos ordenados por aquel criminal sediento de sangre: con los “dragones de la muerte”, una milicia compuesta por cincuenta jóvenes falangistas rapados al cero, mató a más de dos mil personas.

"Weil, en su carta a Bernanos, señalaba cómo aquellos crímenes derechistas que él narraba se parecían, en el fondo, a los protagonizados por sus propios camaradas anarquistas"

“Me impresiona que esta pobre gente sea incapaz de comprender el juego horroroso en el que han comprometido sus vidas. Y no sé describir la admiración que me inspira el valor, la dignidad con la que he visto morir a estos desgraciados”. Las brutalidades de aquellos días alimentaron su obra Los grandes cementerios bajo la luna, donde denunció la complicidad de la Iglesia católica con aquellas matanzas y acabó condenando al régimen franquista, que lo tachó de traidor.

Weil, en su carta a Bernanos, señalaba cómo aquellos crímenes derechistas que él narraba se parecían, en el fondo, a los protagonizados por sus propios camaradas anarquistas. El libro conmocionó a la joven filósofa: “He dejado de sentir la necesidad interior de participar en una guerra que ya no era, como me pareció al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra terratenientes y un clero cómplice”. Ahora, escribe, la guerra se ha convertido en parte de un juego internacional y en una orgía de sangre sin sentido: “No podemos concebir ese fin —el bien público, el bien de los hombres— cuando no damos ningún valor a los hombres”.

Desengañado, Bernanos terminó por abandonar Europa y marchó a Sudamérica. Weil, tras huir a Nueva York a causa de la persecución de los judíos, volvió a Europa unos años más tarde. Murió en una modesta pensión londinense, víctima de la tuberculosis, en 1943.

Albert Camus publicó la carta en 1954, desatándose una gran polémica en Francia. El Nobel defendió a Weil: “Está bien que la violencia revolucionaria, inevitable, se separe a veces de la odiosa buena conciencia en la que lleva tiempo instalada”. Buena parte de la izquierda radical acusó a la filósofa de “elegir el bando de Bernanos”. Ellos tenían claro que estaban en el único bando correcto.

4.8/5 (43 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

2 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
John P. Herra
John P. Herra
1 mes hace

Si unos fulanos entran en mi pueblo y se cargan contra un muro a algunos familiares y amigos, o veo morir niños bajo las bombas, mujeres violadas, y hay una guerra por medio, supongo que culparía a “los otros” y tendría ganas de vengarme. Las guerras son el clima ideal para que aflore lo peor. Las buenas personas pueden sentir los más bajos instintos y los tipos más indeseables de la especie tienen impunidad y poder de hacer de las suyas en medio del caos. Por eso, la primera responsabilidad es de los que llevan a un pueblo a una situación de enfrentamiento y polarización, los que sabotean en su beneficio la legalidad y los mecanisnos de reforma y la soluciôn pacífica de los problemas que tienen todas las sociedades, los que dejan que los problemas crezcan hasta hacerse insostenibles, etc.

Leonardo
1 mes hace

Permítaseme recordar a la escritora francesa Lydie Salvayre, hija de republicanos, que obtuvo el premio Goncourt en 2014 por su novela “Pas pleurer” (no llorar) que evoca a través de la voz de su madre anciana la revolución libertaria de 1936 y en paralelo alude a “los cementerios bajo la luna” de Bernanos y su toma de conciencia de los horrores del franquismo. Un gran libro.
No llorar, Anagrama, 2015