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3 poemas de Los suaves deslices de la lluvia, de Enrique Bunbury

3 poemas de Los suaves deslices de la lluvia, de Enrique Bunbury

Dice Luis Alberto de Cuenca en el prólogo que el cantante español “armoniza a la perfección su naturaleza de rocker con su condición de poeta. Como urdidor de versos, es un tipo que abraza todas las temáticas posibles, en la idea terenciana de que no hay nada de lo humano que le sea ajeno”. Nada que añadir.

En Zenda ofrecemos tres poemas de Los suaves deslices de la lluvia (Cántico), de Enrique Bunbury.

***

LA GUITARRA

Ni el motivo —que se desvanecía—,
ni tampoco le interesaban demasiado
los hechos. Espectros de un recuerdo
que no significaron gran cosa.

No fue su primera guitarra,
quizás la segunda o más
—la cifra sigue siendo irrelevante,
como la cronología en los sueños—,
lo único cierto es que aquella madera
contenía una pasión anegada,
una devoción casi absurda,
y, tal vez por eso,
en un rapto impenetrable,
su padre la destrozó.

Según algunas memorias apócrifas
—una versión más en el laberinto
de las adaptaciones posibles—,
el instrumento aterrizó en su cabeza
en un arrebato feroz. Otros autores,
con igual incertidumbre
y menor rigor histórico, afirman
que la estrelló contra el suelo,
haciéndola añicos, en virutas de dolor.

La memoria es sombrero de prestidigitador:
depende de la hendidura en la que escarbes
emergerá aleteando una paloma
o un pañuelo de colores anudado
a otro pañuelo engarzado a otro más
y así hasta lo que pareciera el infinito
o, frustrando la engañifa, acaso no salga nada.

El lugar exacto donde se transmutó
en añicos de mil dolores pequeños
es detalle menor en esta fábula incierta.
Aquel día, recogió los pedazos
y los selló en su funda, cripta de silencio.
No volvió a abrir sus cerraduras,
oxidadas por la desidia, durante años
(quizás fueron diez).

El tiempo pasó con la calma
de un mar que cobija tormentas.
Por su bien, intentando esquivar
al monstruo ambiguo del día de mañana,
por si todo decidía torcerse
debería haber pensado en un plan b:
invertir en ladrillo, acciones en bolsa,
apostar a la quiniela, mejorar su juego en el póker,
otros trabajos posibles, ¡qué pereza!…

Las aguas parecían entonces calmadas.
En un gesto inesperado, su padre consiguió
el teléfono de un artesano local y sin advertencia
ni consulta, reconstruyó los escombros.

La guitarra emergió más hermosa todavía,
con distintas placas de madera fina
adornadas con filigranas florales, trazadas a mano,
forjadas con devoción silenciosa,
convirtiendo el instrumento
en símbolo de amor violento y redención.
Una disculpa tácita y perfecta
que nunca necesitó ser pronunciada.

***

LOS SUAVES DESLICES DE LA LLUVIA

Se perdió mil momentos suyos
que habrían de ser esenciales
en otro hilo del tiempo.
Vértebras, columnatas
de un templo postergado,
delineadas en trazo difuso
con cuatro o cinco pinceladas
sobre un pergamino de sombras.

En pocos instantes afines estuvo
a su lado, no por desgana ni falta,
sino porque los senderos de hijos y padres
se entreveran como sueños inconclusos,
se apiñan en rituales efímeros
y se disuelven en la niebla de lo inevitable.

No estuvo cuando su padre adquirió la barcaza,
ni cuando la vendió con mayor alegría,
como espejismo luminoso y breve.

Tampoco entre las ollas y sartenes,
del Curso de cocina para adultos
para la paz mundial, donde aprendió
a guisar algunas recetas castellanas.

Ni estuvo en aquel viaje a Japón,
memoria púrpura y mitología.
Primero, en el setenta y algo;
más tarde, ya no recordaba.

Ni en su comunión,
ni en la boda con su madre,
ni siquiera en su propio bautizo,
que hubiera sido lo suyo…

No estuvo cuando le dieron el alta
en el ejército obligado a los cuerpos
y salieron a comer huevos fritos
con pan y vino tinto, ni en la partida de después.

Ni conduciendo el seiscientos,
surcando la carretera de Madrid
ida y vuelta, vuelta e ida,
en busca de un amor que luego sería su madre.

No estuvo en ninguno de esos momentos,
como si le hubieran relegado a ser
un garabato al margen de su propia vida.

En cambio, en estos días últimos,
acumulando millas de vigilia,
le acompañaba
en los suaves deslices de la lluvia
y en las crónicas de espejos rotos,
fragmentos y flases
de un destino compartido
nunca del todo completo.

***

EL DIAGNÓSTICO

La mañana del diagnóstico
todos se levantaron temprano:
La doctora y los enfermeros,
el paciente y los familiares.
Los trenes desde Madrid,
de bajo coste,
a horas intempestivas,
en un día sin estrenar.

En el hospital, un susurro
pardo y sombrío, el alboroto
de la sanidad pública
como un mercado de Shanghái.

Temblores de despedida
y el péndulo que sellaba
en vaivén el tiempo desdibujado,
atendiendo a los enfermos
que a este lado de la ciudad
parecían ser todos sus habitantes.

Plomo en el aire.
Mar de niebla.
Ocaso sin color ni matices.
Eran conscientes de lo que les podrían decir:
«Se deberían hacer pruebas más exhaustivas»
—el panorama, en un lienzo gris se desvanecía—
«… y, seguramente, demasiado agresivas».

Atendieron sus constantes… le auscultaron…
El corazón del diagnóstico
y un nudo metódico de silencio.

Y… que si «las flemas y otro inhalador.
Y el oxígeno conectado el día y la noche».

Abrazados a la fragilidad del presente,
los sucesivos días se desbarataban
en el tic-tac de una cuenta regresiva.

Para evaluar el tumor
necesitaban una muestra o biopsia,
«es complicado a su edad».
En la mirada de su hermano,
destellos de bravura
y la resignación de un guerrero.
Sostenía la aceptación
como en un leve suspiro:
«Sin tratamiento»,
«nada de nada».

Para aliviar un poema tan efímero,
sin rima, ni métrica, ni musicalidad,
cuando se empezara a encontrar peor,
proponían atención primaria
y negociar los paliativos.

En la estación-término,
sin una estructura clara,
fantástica o descriptiva,
parecía haber partido
el último tren disponible
con destino a ninguna parte.
Un clásico de la literatura, su padre.

Le harían, luego, un electro
y, venga, de vuelta al hogar.
«Como en casa en ningún sitio»
—dijo, entrando por el pasillo
dirigiéndose con torpeza firme
hasta su butaca preferida del salón.

—————————————

Autor: Enrique Bunbury. Título: Los suaves deslices de la lluvia. Editorial: Cántico. Venta: Todos tus libros.

BIO

Enrique Bunbury es un cantante, compositor y músico español, vocalista de la banda de rock Héroes del Silencio entre los años 1984 y 1996. Tras la ruptura del grupo, comienza su carrera solista al año siguiente, consolidándose como un autor imprescindible en la música en nuestro idioma, tanto en España como en América. Ganador del Latin Grammy al mejor álbum de rock en 2017, ha publicado una veintena de discos en estudio, además de una decena de álbumes en directo. Su último larga duración, editado en 2025, ha sido Cuentas pendientes. Incursionó en la poesía como autor de los libros Exilio Topanga (La Bella Varsovia, 2021) y MicroDosis (Cántico, 2023). También publicó el libro de correspondencias La carta (Liburuak, 2024).

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Mercedes
Mercedes
1 mes hace

La letra de las canciones no es poesía como tampoco lo es la escritura de recuerdos a golpe de tabulador.

Abiel
Abiel
1 mes hace
Responder a  Mercedes

La letra de las canciones puede ser o no ser poesía y de la misma forma el cantante puede ser o no ser poeta. Zenda no te está mostrando canciones como poesía. Te está mostrando poemas de un poemario que escribió alguien que tú conoces más como cantante. De la misma forma que quizá tú seas muy destacada y conocida en tu profesión y oficio, pero una parte de ti menos conocida, encarna talvez a la hija, la hermana, la esposa, la madre o que se yo. Es tan fácil de entender!

José Durán
José Durán
1 mes hace
Responder a  Mercedes

Totalmente de acuerdo

Miguel J. Héinllel
Miguel J. Héinllel
1 mes hace
Responder a  Mercedes

No estoy de acuerdo, Mercedes. Muchas letras de canciones son poesía: Bunbury, Sabina, Dylan, Serrat, Aute, etc etc… Escribir es, la mayoría de las veces, recordar.

Fdo: Miguel J. Héinllel.

Javier
Javier
1 mes hace

Cuánto daño han hecho los malos críticos halagadores de Bob Dylan haciéndonos creer que sí

José Durán
José Durán
1 mes hace

Bueno, son pensamientos escritos, nada más. Poesía es algo diferente.
Pero esto poesía no es, como mucho, prosa aprendiendo a rimar, pero le falta mucho para aprender.
Pero en la época de la idolatría, imagino que venderá muchos libros, y mi comentario pocos likes.
Aunque todos sepamos, que el rey camina desnudo.

Nonudra
1 mes hace
Responder a  José Durán

Siempre seguí a Héroes del silencio y Bunbury, pero esto que habéis publicado no tiene absolutamente nada de poesía. Nada.

Leandro
Leandro
1 mes hace

Que tiempos estos, tan llenos de eruditos y opinologos de todo … y de nada.
Que coraje tienen algunos de atreverse a definir y decidir qué es la poesía!
Habría que practicar nuestras escrituras antes de criticar por placer vanidoso.

Fernando
Fernando
21 ddís hace

No veo cuál es la gracia de un recuerdo redactado hacia abajo