Arzobispo anglicano de Armagh y primado de toda Irlanda, James Ussher nació en Dublín en 1581. Es decir, ya en las postrimerías del siglo XVI. Pero su tiempo habría de correr en el XVII. Fue entonces cuando dedicó gran parte de sus esfuerzos a la conciliación de las diferentes corrientes del protestantismo bajo una misma estructura.
Sí señor, así como la geología se centra en los procesos del solar que nos acoge, a lo largo de esos millones de años que con distintas evidencias y hechos comprobables le atribuye, la arqueología estudia los restos humanos y culturales. La cultura siempre ha sido nuestra grandeza, lo más genuinamente humano; la política nuestra gran mentira, nuestra perdición desde que existe. La religión era la política del tiempo del arzobispo Ussher. Máxime en la Irlanda del XVII. Así que su magna industria, a la postre no fue otra cosa que una visión literal de las cronologías bíblicas.
Su momento estelar, cuando sin duda creyó que la gloria del Hacedor le iluminaba, fue en 1650, año en que publicó sus Annales veteris testamenti, a prima mundi origine deducti (Anales del «Antiguo testamento», que deducen los orígenes primeros del mundo) y fue allí donde afirmó que la Creación por Jehová dio comienzo una noche como la que en unas horas nos espera:
“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra (Génesis 1,1). El principio del tiempo, de acuerdo con nuestra cronología, tuvo lugar al comienzo de la noche que precedió al 23 de octubre del año 4004 a. de C.”. De ser así, en unas horas el mundo y el curso de sus días cumplirán 6029 años.
Aunque según el arzobispo ni el imperio acadio (siglo XXIV a. de C.) ni la Grecia arcaica (siglos VIII a VI a de C.) existieron (no hubieran tenido dónde ser y estar, puesto que en aquellos remotísimos días el mundo no había sido creado), la de datar el arranque del espacio y del tiempo, fue —como cabe imaginar— una tarea ardua. El clérigo la acometió en 1631. Al cabo de casi dos décadas dedicadas a consagrar lo consabido, lo que ya constaba en los escritos más antiguos, y sagrados, para la tradición judeocristiana.
El grueso de su trabajo consistió en la traducción de los textos bíblicos del hebreo y el latín. No hay constancia de que, con el arameo, en que también figuran algunas de aquellas escrituras, se atreviese.
Según el calendario del arzobispo, Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén el 10 de noviembre del 4004 a. de C. y amainó el Diluvio Universal el miércoles, cinco de mayo de 2348 a. de C. La principal guía de su estudio fue la genealogía de los patriarcas y los reyes hebreos, todos ellos descendientes del expulsado del Paraíso. El sabio de lo que era debido para su credo estudió a David, el segundo monarca del Reino unificado de Israel, conocido no solo por ser un líder justo y un gran guerrero, sino también por su talento musical y poético. Se dice que compuso salmos que se cantaron durante siglos. Y el angloirlandés también estudió la relación de David con el rey Salomón, su hijo, su sucesor en el trono, que hizo historia con su sabiduría y la construcción del templo de Jerusalén.
La cronología de Ussher causó bastante revuelo en su época. Fue muy influyente en el mundo anglosajón, sobre todo entre quienes querían reconciliar la Biblia con la historia. Sin embargo, con el tiempo y el avance de la ciencia, especialmente la geología y la biología, la idea de una Tierra tan joven fue ampliamente refutada en el siglo XIX. Así que sí, su cronología perdió peso con las nuevas evidencias científicas, aunque hubo un tiempo que las ediciones inglesas de la Biblia la incluían.
La Iglesia católica nunca le dio un respaldo oficial, aunque ciertamente hubo algunos sectores que la consideraron. La postura de Roma siempre fue un tanto más flexible con respecto a la interpretación de la Biblia y la cronología de la creación. Así que, aunque los Anales de Ussher tuvieron impacto, con el tiempo y la refutación científica se quedaron en nada. Así se escribe la Historia.


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