Este ensayo analiza el modo en que la política impregnó la filosofía de María Zambrano, sin olvidar otros temas que recorren su obra, como la libertad, la democracia, la diferencia sexual, la condición natal y, también, el lugar que el ser humano ocupa en el cosmos.
En Zenda reproducimos las primeras páginas de María Zambrano (Altamarea), de Elena Laurenzi.
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MI INEXORABLE VOCACIÓN
María Zambrano nace en el seno de una familia con una arraigada sensibilidad social y cultural. La Institución Libre de Enseñanza, de la que sus padres se declaran seguidores, es el contexto en el que —en oposición a las fuerzas reaccionarias del clero y de los terratenientes que dominaban el país, y al oscurantismo de la educación del régimen de la Restauración— se forma una nueva clase social: una burguesía intelectual con ideas liberales, progresistas y cultas. Blas Zambrano es un reconocido pedagogo, un socialista presente en la vida política. María recuerda al padre, al poeta Antonio Machado y al escritor Miguel de Unamuno como «tres altas torres» [Las palabras del regreso, 2009:206]. En él encuentra la figura del primer maestro, el que le transmite la pasión por la filosofía y la importancia de investigar; y a él dedica María el primer libro que escribe: «A mi padre. Porque me enseñó a mirar» [Horizonte del liberalismo, 2015:53]. La madre, Araceli Alarcón, también maestra, es una mujer culta y religiosa. Es la hija de Francisco Alarcón, maestro de instrucción pública, «teólogo vocacional, heterodoxo recalcitrante y conversador innato» [Ortega Muñoz 2006:26]; está dotada de una sensibilidad extraordinaria. María recuerda sus «grandes ojos claros» que devienen «casi fosforescentes» cuando, ante episo dios aparentemente insignificantes de la actualidad («algún detalle que la prensa había publicado en un espacio perdido, una palabra cogida al vuelo en un discurso de algún estadista, y hasta un leve gesto de alguna imagen fotográfica») predice los tiempos oscuros que vendrán con visiones premonitorias que la mente racional del marido no comprende, pero que se harán realidad de manera dramática [Delirio y destino, 2014:935]. De la madre, María aprende la forma de conocimiento que nace del sentir y que la llevará a reivindicar, junto a la metáfora de la luz intelectual, «la visión del corazón» [«La metáfora del corazón», Hacia un saber sobre el alma, 2016:460 468]. A Araceli Alarcón dedica dos libros, y ambas dedicatorias hacen referencia a la Segunda Guerra Mundial, durante la cual se apagó su vida: «A mi madre, en el corazón de Europa, de su hija María. La Habana, 24 de septiembre de 1945» [La agonía de Europa, 2016:329]; «A mi madre, Araceli Alarcón, Bentarique (Almería), 1879 † París, septiembre de 1946. A ella que cada día amanecía» [De la aurora, 2018:201].
Y entonces pregunté, no sé si a mi madre o a mi padre, si había que ser siempre lo que ya se era, si siendo yo una niña no podría ser nunca un caballero, por ser mujer. Y eso se me quedó en el alma flotando, porque yo quería ser un caballero y quería no dejar de ser mujer, eso no; yo no quería rechazar, yo quería encontrar, no quería renegar y menos aún de mi condición femenina, porque era la que se me ha bía dado y yo la aceptaba, pero quería hacerla compatible con un caballero y precisamente templario [«A modo de autobiografía», 2014:717].
Los libros le llaman la atención antes incluso de saber leer. En un texto autobiográfico cuenta el encuentro secreto con un volumen que ha hurtado en la biblioteca familiar y que la espera por las noches en el recogimiento del dormitorio:
Recuerdo haber elegido sin pensarlo, a ciegas, sin apenas saber leer, un pequeño libro de una colección filosófica a la que mi padre era afecto. Y yo no sabía, no tenía idea de lo que era la filosofía y mucho menos de lo que fuese ese autor cuyo nombre campeaba sobre el libro chiquito: Leibniz, pude leer. Y ese libro lo guardé, creo que casi lo robé, y lo puse en un cofre en que yo guardaba las cosas preciadas, en que hubiese guardado las joyas […]. En mi cuarto, por la noche, cuando ya se habían retirado mis padres, sacaba el libro, lo acariciaba, lo acercaba a mi rostro […]. Entonces era sorprendida, con la sonrisa benévola de mi padre, leyendo aquellos libros antes de saber leer y acuciándole un poco para que me enseñara a leer y poder leer, descifrar aquellos caracteres, porque mis padres no tenían ningún interés en que su hija fuese una niña prodigio y, sobre todo, en que su mente se llenara de imágenes y de pensamientos inadecuados para su edad [Las palabras del regreso, 2009:180].
No obstante la prudencia pedagógica de los padres, ella no deja de seguir su camino, guiada por una gran sed de conocimiento y una manifiesta voluntad de estudiar filosofía incluso antes de saber el significado de la palabra:
Mi padre me habló de la Academia Platónica, donde está inscrito «Nadie entre aquí sin saber geometría» y yo la geometría no la dominaba y, de tanto en tanto, con mucha impaciencia, le preguntaba a mi padre: «¿Pero cuándo me vas a enseñar geometría?». «¿Y por qué?». «Porque yo tengo que pensar» [«A modo de autobiografía», 2014:719].
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Autora: Elena Laurenzi. Traducción: Beatriz Gómez-Miedes. Título: María Zambrano. Editorial: Altamarea. Venta: Todos tus libros.


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