Aprecio cualquier tipo de arte que me transporte de forma íntima y profunda a un lugar que no sería capaz de descubrir por mí mismo: la obra de arte como revelación. Puede conmoverme una obra religiosa, pero también atea, pacifista o bélica, academicista o innovadora. Lo que realmente aprecio son las motivaciones, la ejecución, la valentía en la provocación, que nos invite a experimentar consuelo cuando en nuestra vida reina el desasosiego, o cierto vértigo que agite la estabilidad con la que todos intentamos amueblar nuestras vidas. El arte como extrarradio de los lugares comunes.
Lo único que me preocuparía es que todos fuésemos religiosos o hinchas de un equipo de fútbol, porque terminaría el juego, se impondría una dictadura ideológica y dejaría de existir el arte. Quiero pensar que el arte me saca de mi madriguera. Tiene ese poder: simula otro mundo que hace posible el cuestionamiento del propio, subrayando las contradicciones o hipocresías humanas. La pluralidad en el arte invita a la libertad.
¿Podemos juzgar positivamente una obra de arte, aunque nos desagrade, políticamente no pertenezca a nuestra órbita o atente contra nuestro gusto moral? Nabokov lo hizo con Lolita, Angélica Liddell lo hace constantemente en sus obras de teatro y Rosalía parece que ha desorientado al público con su exaltación de la imaginería católica. ¿Podemos escuchar el último disco de Rosalía sin aproximarnos con prejuicios?
Si Rosalía, con el estreno de su carátula en Callao, nos tendió una trampa, muchos fueron los que cayeron y la juzgaron de reaccionaria sin haber escuchado su último disco. ¿Se puede juzgar un libro por su portada, una obra por la imagen de su artista o un disco por su carátula? Parece que sí, y lo hacemos constantemente, pero esto endurece los andamios que sostienen nuestra madriguera.
Lo interesante de Rosalía no es la portada de su disco, sino su capacidad para poner de relieve nuestro atrevimiento para condenarla o alabarla sin haberla escuchado. Desgraciadamente esto sucede con demasiada frecuencia, son nuestros prejuicios los que juzgan a una obra o a una persona antes de saborearla. Son nuestros miedos los que nos arrinconan y el arte parece ponernos siempre contra las cuerdas.
La autonomía de un artista puede medirse por su capacidad de improvisación, en su versatilidad para ofrecer una nueva mirada o renovar una vieja tendencia. ¿Fueron reaccionarios los artistas del Renacimiento cuando reinterpretaron los mitos grecolatinos, o fueron revolucionarios cuando pintaron a una Venus desnuda en ese momento histórico en el que Dios tenía el monopolio del amor? En palabras de Kant: el genio es capaz de dar la regla al arte. La mejor interpretación de una obra de arte es una reinterpretación, ofrecer un nuevo sentido a algo polvoriento y olvidado puede ser innovador. No seamos víctimas de las apariencias.
Un artista que copia fórmulas, modelos consagrados de un estilo y no se distancia de los otros y de sí mismo por miedo al fracaso, no es un creador sino un copista. Acaso un siervo del poder que reproduce consignas políticas en busca del halago partidista. La libertad creativa debe desafiar el gusto, incluso si decepciona a las motomamis. La libertad implica defraudar a los que quieres (sea la familia o el público) porque has encontrado una nueva forma de expresarte que atenta contra sus expectativas.
En 1567 se juzgó negativamente la Missa papae Marcelli de Giovanni Pierluigi da Palestrina porque la música como placer auditivo estaba condenada por la Iglesia. Palestrina compuso una polifonía, un entramado de voces contrapuntísticas que, lejos del mensaje claro y litúrgico del canto gregoriano, exalta la variación musical que seduce orgiásticamente los oídos y hace que uno se olvide de la devoción. La Iglesia condenó el arte durante siglos porque no se acomodaba al mensaje religioso; las artes como la música, la pintura o el teatro eran peligrosas porque nos incitaban a interpretar el mundo más allá de Dios. Sería una pena que nuestra sociedad volviese a otro tipo de Inquisición cultural.
Juzgar a un artista y su trabajo por su tendencia política, religión, gustos o hábitos personales supone un detrimento de nuestra apreciación artística. La proliferación de temas, estilos y corrientes a lo largo de la historia del arte fue posible porque el juicio moral no se impuso con severidad. Así apareció la estética como disciplina filosófica, es decir, la capacidad de juzgar la belleza y la obra de arte más allá del orden moral. Reintroducir de nuevo la moral (incluido los sesgos políticos) en el arte condena nuestra capacidad creativa y nuestra libertad. El arte debe ser una invitación para adentrarnos en aquellos lugares a los que no tenemos acceso o no nos está permitido acercarnos. Aquí radica la revolución de la estética. No restemos al arte su potencial emancipador.


Me gustaría saber de dónde sale que la Iglesia condenaba el placer auditivo. Puede que el autor confunde el cristianismo con el islam, o que no conozca los romances medievales, interpretados por trovadores; ni la música popular que se cantaba y bailaba en honor del Santo de turno, o en las procesiones, ni todo ese patrimonio musical, de música sacra y secular, que la Iglesia no podía prohibir, por el hecho de que era compuesta o encargada por el propio clero, que solía ser mecenas. Mire si era importante la música en la antigua Cristiandad que se consideraba un elemento fundamental en la evangelización. Ahí tiene toda esa música barroca indiana, de una belleza estremecedora, que artistas como Jordi Savall y otros llevan años recuperando.
Que la controversia sobre la idoneidad de de algunas formas musicales para la liturgia de la misa durante un periodo largo tiene su explicación. La polifonía tiene su encanto, pero no es la forma musical que hace más inteligible el texto cantado. En el caso de Palestrina, se juzgó que sus adiciones al texto oficial no eran adecuadas para los fines de la liturgia.
Supongo que el hombre actual, tan aquejado de falta de tiempo pese a que tiene luz eléctrica y electrodomésticos, no tiene tiempo de pararse a buscar en wikipedia sobre este debate o los hombres que lo protagonizaron. Supongo que es más fácil y causa mayor impresión sentenciar la cuestión con un “la Iglesia prohibía el placer auditivo”. Pero la cosa es mucho menos tremenda y más aburrida. Como la tiene el que hoy las bodas suelan ser amenizadas por la “Marcha Nupcial” y no por el “Highway to hell”. Todos sabemos que toda la música secular no es adecuada para cualquier cosa. Con el mismo criterio actuaban y actúan quienes legislan sobre la liturgia: no toda la música sacra es adecuada para cualquier acto litúrgico. Los gustos cambian, pero el criterio no. Seguramente, usted no lleve calzas como los hombres del Renacimiento, y también seguramente gracias a que ningún hombre actual vive de teorizar sobre sobre su forma de vestir se libra usted de que alguien le acuse de despreciar al hombre del Renacimiento por el hecho de que usted no use calzas. Todo lo cual, dicho sea de paso, me refuerza en la convicción de que “reaccionario”, a la vista de los tiempos actuales, es uno de los mejores halagos posibles.
Magnífico e inspirador
Las afirmaciones que hoy se hacen son tremendamente gratuitas, erróneas y no se acompañan de argumentos para demostrarlas.
La afirmación de que “la Iglesia condenó el arte durante siglos” es increible. A la Iglesia se le pueden achacar muchas cosas, muchos errores. Respecto a la ciencia, por ejemplo sí que aplicó la represión inquisitorial (ej. Galileo) o la crítica más furibunda (ej. Darwin). Pero, hay que darse cuenta que la Iglesia, y en concreto los papas, fueron los mayores mecenas del arte y de los artistas. Quizás los mayores de toda la historia. Visitar los Museos Vaticanos o la capilla Sixtina y muchos otros lugares de la cristiandad… porque arte no sólo es cómo se viste o se disfraza Rosalía o si sale a cantar en bragas, sino que también son arte las vidrieras de las catedrales góticas y su arquitectura. Y las impresionantes pinturas de Fra Angélico. Y el arte de los monasterios medievales, con los maravillosos códices, con su decoración y con su extasiante caligrafía. La monja Hildegarda de Bingen fue compositora de música, entre otras muchas actividades artísticas, y en lugar de ser represaliada la Iglesia le concedió la santidad. Y no tuvo necesidad de salir semidesnuda a la calle.
La belleza, el gusto, la estética. Son personales, pero a la vez hay un gusto y una belleza universales. Muchos filósofos han intentado definir esto, Adorno, Ortega, Foucault, Kant… pero también Aristóteles. Para este último la belleza es simetría, orden y precisión.
Pero, como dice usted, juzgando más allá del orden moral, lo de Rosalia es una insigne chorrada. Es una operación de marketing, es un anuncio publicitario para vender más latas de tomate o botes de sopa, no tiene ni simetrîa, ni orden ni precisión. Considerar esto como arte es denigrar el arte.
Pero, bueno, yo me quedo tranquilo y libre de polémicas ya que albergo la seguridad de que esta chuminada dentro de un siglo ni siquiera será recordada.
Quizás sea yo muy antiguo pero comparar una campaña promocional de Rosalìa con el arte de Altamira es una aberración propia de esta desquiciada sociedad. Que busca permanentemente falsos estímulos, escentricidades antiestéticas y originalidades vanas.
Señor mío, perdone que le diga, pienso que usted quiere convertir lo original en arte.
Tiene usted toda la razón.
Imposible entender que la Iglesia sea considerada como quien condena el arte cuando lo ha promovido durante siglos. Basta estar en cualquier museo para saberlo. Visitarlo sin prejuicios, claro