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El hombre más bueno del mundo

El hombre más bueno del mundo

Decía Baroja —autor al que Eugenio Fuentes no le hace ascos— en Las noches del Buen Retiro, uno de sus relatos menos conocidos, publicado poco antes del inicio de la Guerra Civil, que para escribir una buena novela sólo se necesitan dos cosas: tener una historia y saber contarla.

Fuentes pertenece a esa clase de escritores, en vías de extinción, tocados por la mano de Dios que, con un amplio material en apariencia heterogéneo, disperso e irreconciliable, sabe montar, con la precisión de un relojero, un relato en condiciones, limpio, bien armado, capaz de deslumbrar al lector más exigente.

Wendy es, que uno sepa, la décima entrega dedicada al detective Cupido. Y sin embargo, lejos de ir diluyéndose en el tiempo, languideciendo conforme pasan los años, Cupido y los personajes que hay a su alrededor, y muy especialmente su fiel ayudante que responde al apodo de el Alkalino, no han hecho sino crecer, madurar y ganarse el favor y la simpatía de quienes acuden a estas páginas.

"De igual modo, también era hora de que la crítica, y también los propios lectores, hiciera balance para saber ante qué clase de detective privado estamos"

Nadie podía imaginar —ni siquiera el propio inventor de la criatura— que aquel lejano Cupido de 1994, que echaba a andar en las páginas de una novela con la que obtuvo un importante galardón, cuarenta años después seguiría vivo, y bien vivo, convertido ya en un detective de cierto renombre, un hombre hecho y derecho, con unos principios inamovibles, con unas reglas de conducta muy bien definidas, como el hecho de estar siempre del lado de las víctimas y, por otra parte, no ensañarse jamás con los culpables.

Este nuevo Cupido de Wendy, cuarentón, padre de unos preciosos gemelos que comparte con Senda —“un regalo inmerecido que recibía con los brazos abiertos”—, sigue siendo igual de atractivo, alto como una caña licera, rozando los dos metros de estatura, igual de deportista, con una bici que le lleva a todas partes, y más eficaz que la mismísima Guardia Civil en sus pesquisas: “Siempre sabes —se lamenta el teniente Gallardo dirigiéndose a Cupido— lo que deberíamos saber nosotros”. Aquí, en estas nuevas páginas, Ricardo Cupido hace un breve alto en el camino y realiza un escueto recuento de lo que ha sido, hasta ahora, su vida de investigador. Y no se siente insatisfecho del todo. Sabe que ya cuenta con un discreto prestigio, sin necesidad de tener que liarse a mamporros con nadie; sabe que ha logrado mitigar el dolor de algunos acusados y que ha aclarado, de manera limpia y brillante, un buen puñado de crímenes que tranquilizaron a sospechosos sin culpa. Y todo ello, sin necesidad de hacer trampas ni ser un marrullero, como tantos otros de la profesión. Más no se puede pedir.

"Eugenio Fuentes ha escrito la mejor novela de la serie. La más destacada y redonda. Y para ello ha necesitado tejer una sólida tela de araña en la que se hallan atrapados otros personajes de una fortaleza y de una hondura descomunal"

De igual modo, también era hora de que la crítica, y también los propios lectores, hiciera balance para saber ante qué clase de detective privado estamos. ¿Se trata, acaso, de una especie de antihéroe posmoderno, sin necesidad de llevar la ropa sucia, la barba de tres días, ni ser alcohólico, ni mostrarse como un perdedor al que le ilumina una estrella de vez en cuando? Cupido es, más bien, un héroe cansado, al estilo de los que ha inventado, con tanta pericia, Arturo Pérez-Reverte con su Lucas Corso, en El club Dumas, que, como Cupido, también caza solo, aunque trabaje por cuenta ajena.

Y junto a Cupido, hombro con hombro, su amigo el Alkalino que, en esta novela, tiene ya suficiente fama como para obtener el merecido título de ayudante: su compañero fiel capaz de no venderse ni por todo el oro del mundo, capaz de no desvelar un secreto, aunque en ello le vaya la vida. El Alkalino es uno de los inventos más felices de la serie. En cualquier caso, no pasa inadvertida su callada labor, su original filosofía, casi rozando lo existencial, hasta convertirse, a los ojos de Cupido, en “un pequeño gran hombre, educado y amable”. La mejor persona que ha conocido nunca. Y sin embargo, a él, al hombre más bueno del mundo, le va a tocar pagar los platos rotos, dejando así patente, como sucedió con don Quijote, que en la vida no hay justicia que valga, que son muy pocos los que consiguen lo que en verdad merecen. Se explica aquí la razón de su apodo, el Alkalino: “porque nunca deja de hablar”, salta de inmediato el teniente Gallardo, un tanto airado. No de hablar, sino de “contar”, que es bien distinto, precisa Cupido: porque podría estar horas y horas contándote historias que el detective nunca se cansaba de escuchar.

"Wendy es un personaje de muchas aristas, difícil de encasillar, complejo hasta la locura, de una hermosura y un atractivo que hacen perder la conciencia"

Eugenio Fuentes ha escrito la mejor novela de la serie. La más destacada y redonda. Y para ello ha necesitado tejer una sólida tela de araña en la que se hallan atrapados otros personajes de una fortaleza y de una hondura descomunal, que, por sí mismos, ya valdrían otra novela, como Trino y Berta, a la que aún le duele la cicatriz de un balazo de su época de poli cuando va a cambiar el tiempo; ellos son, en el declive de sus vidas, los suegros de Wendy, protectores a ultranza de la nieta que custodian. O la pareja de mejicanos formada por el forzudo Roque, un exfutbolista bien musculado y sin escrúpulos, y su compinche, el Araña, que no dice ni “mu” en toda la novela, pero que actúa como un frío depredador sin alma ni conciencia.

Y Wendy. También está Wendy, que, sin apenas estar, se halla presente a lo largo de este medio millar de páginas, justificando así, con creces, el título de la obra. Wendy es un personaje de muchas aristas, difícil de encasillar, complejo hasta la locura, de una hermosura y un atractivo que hacen perder la conciencia. Sin embargo, no es ni la mejor madre ni la mejor esposa del mundo. Wendy Paraíso —los nombres de los personajes, en todos los relatos de Fuentes, no son jamás arbitrarios, puestos al azar— es una especie de mujer fantasma —cuando por fin tenemos la ocasión de verle la cara aparece disfrazada de hombre— que va dejando su rastro por donde camina, y a fuerza de pertenecer a todos, termina desintegrándose en la nada, escapándose de las manos de todos aquellos que intentan atraparla, hacerla suya. Y eso tendrá sus consecuencias, porque ser libre como un pajarito tiene su precio.

"Fuentes deja muchos hilos sueltos por el camino, pero, poco a poco, sin sorpresas finales, sin recapitulaciones ni recuentos pueriles, termina por atar todos los cabos"

Wendy está escrita con un estilo y un lenguaje que ya se han convertido en marca de la casa. Fuentes tiene que lidiar con el español de Méjico y con una diversidad de registros que emplea con la presencia de esta docena larga de personajes de diferente clase y condición. Cada uno a su aire. Y el resultado es admirable, con unos diálogos repletos de vivacidad, de enorme ritmo, de una prodigiosa economía lingüística para ir directamente al grano, sin más preámbulos.

Pero aún hay más. No pasa inadvertida la labor de auténtico encaje de bolillos por parte de autor a la hora de confeccionar la estructura de Wendy. Son muchos personajes, de mucho calado todos ellos, con un nervio principal dentro de la acción, pero con importantes ramificaciones, con cambios de espacio y de tiempo, que precisan de una sólida base estructural para que, sin ponerlo demasiado fácil, no se pierda el lector y disfrute de aquello que tiene ante la vista. Eugenio Fuentes deja muchos hilos sueltos por el camino, pero poco a poco, sin sorpresas finales, sin recapitulaciones ni recuentos pueriles, termina por atar todos los cabos, como si estuviéramos ante un hermoso cuadro puntillista que, con todos los elementos en su sitio, termina por lucir de forma elegante en el salón principal de un palacio.

"La acción transcurre entre Madrid y ese complejo laberinto llamado Breda, la pequeña ciudad del interior con aires de leyenda, como Macondo, Comala o Vetusta"

En Wendy asistimos, una vez más, como en entregas anteriores, a todo un repertorio de frases geniales, lapidarias, de reflexiones ciertamente lúcidas, de ideas sobre la propia metodología que emplea aquí el detective, dotado de buena memoria para las voces y los rostros. El primer mandamiento en toda investigación, viene a decirnos, es cuestionar lo que parece evidente. Cupido es un curioso detective que nunca olvida a los muertos sin saber quién los ha matado, aunque a veces, tirando de orgullo, el trabajo corra por cuenta propia. Y llega a saber, mejor que nadie, que a pesar de todo, el mundo seguirá girando lleno de ruido y de furia, con ese doble guiño a sus queridos Shakespeare y Faulkner.

La acción transcurre entre Madrid y ese complejo laberinto llamado Breda, la pequeña ciudad del interior con aires de leyenda, como Macondo, Comala o Vetusta. La visión de Breda, ya en la última página de Wendy, no es pesimista del todo, como si nos hubiéramos reconciliado con ella. Es una villa sólida, de economía saneada y población estable. Pero, al mismo tiempo, tiene sus ángeles y sus demonios, con “la misma brutalidad y sabiduría que en la urbe, la misma posibilidad de odio y la misma intensidad de amor”. En esa última página, verdaderamente inolvidable, ciertamente antológica, Eugenio Fuentes tiene el impagable detalle, que hace más grande al escritor y a su escritura, de concederle la palabra a su Alkalino, quien asegura que su vida ha sido larga, “llena de experiencias y feliz en muchas ocasiones. Y lo que no viví, no merecí vivirlo”. Amén.

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Autor: Eugenio Fuentes. Título: Wendy. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.

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