Otro cinco de noviembre, el de 1963, tras “soportar la injuria de los años / con dignidad y fuerza”, escribe Jaime Gil de Biedma en Después de la noticia de su muerte (1963), incluido con posterioridad en Moralidades (1966), Luis Cernuda, que duerme en casa de su amiga Concha Méndez, inicia el viaje del que nunca se vuelve. Miembro destacado del Grupo poético del 27 —estuvo en el homenaje a Góngora rendido en el Ateneo de Sevilla, en diciembre de 1927, con motivo del tercer centenario de la muerte del gran heraldo del culteranismo— y, enmarcando a los poetas del 27 en su generación, Cernuda fue tan de la intelectualidad de su cohorte demográfica que la última persona que le vio con vida, al darle las buenas noches, la también escritora Concha Méndez, formada en la Residencia de Señoritas, fue una destacada sinsombrero, primera novia de don Luis Buñuel y primera esposa de Manuel Altolaguirre, dos referencias fundamentales de aquella promoción.
Más aún, cuando llegó la guerra fue voluntario en el Batallón Alpino y combatió durante un mes, defendiendo Madrid en la Sierra del Guadarrama, aunque no tardó en distanciarse de la carnicería que, con el sempiterno cainismo patrio, ese verano de 1936 alcanzó el paroxismo. Puede que ese mismo otoño se integrase en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, luego de acompañar a Concha de Albornoz y a su padre —ella otra sinsombrero y feminista, él embajador de España en París, antiguo titular de las carteras de Justicia y de Fomento durante el Bienio Progresista— tras haber sido acusado el exministro de negligente ante los alzados por Pasionaria.
Ya impresionado con esa inexorable tendencia española de redimir las rencillas sociales mediante sangre —rencor y efusión de sangre—, Luis Cernuda tuvo que morderse la lengua cuando vio que en el célebre II Congreso de Intelectuales Antifascistas, organizado en la Valencia del verano de 1937, se vetaba a André Gide por sus agudas críticas de la barbarie soviética. El francés fue una de las primeras lecturas que le recomendó Pedro Salinas y, precisamente, aquella que ayudó a Cernuda a comprender sus intimidades. Eso sí, a diferencia de esas voces del 27, que aún ahora recuerdan quienes viven de la rencilla social permanente, a Luis Cernuda no se le conocen versos dedicados a Stalin.
“Así, frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del Mundo, ventajas, fortuna, posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar (…), porque sé que nunca acaban o, si acaban, que nada dejan, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla”. Estas palabras, incluidas en el párrafo final de Historial de un libro, prólogo a La realidad y el deseo (1962), título bajo el que Luis Cernuda reuniera todos sus versos, definen a la perfección al marginado en la foto ideal del grupo poético del 27. Muy probablemente por decisión propia, pero marginado al cabo, de todas las capillas de escritores que dio su cohorte demográfica.
Algo así como Pedro Sánchez en las cumbres de la OTAN. Buen amante de la cultura comprometida —es decir, contaminada vilmente por la política—, el Amo ha llevado el compromiso hasta el Festival de Eurovisión. Tanto afán no fue bastante para que el 29 de octubre de 2022, durante un acto en Sevilla por el 40º aniversario de la primera victoria electoral del PSOE, atribuyese a Blas de Otero esos versos de Apología y petición —“De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España”—, que, como cualquier lector de poesía española sabe, son de Jaime Gil de Biedma. Y el amado líder se quedó tan ancho. De lo que sí que sabe el presidente del Gobierno es de la tristeza de esa media España contra la que dirige su mandato.
Y lo que sabe a ciencia cierta cualquier buen estudiante de Lengua y Literatura españolas es que Luis Cernuda es una de las entradas principales —no podía ser de otra manera— puestos a estudiar el grupo surgido en torno al 300º aniversario de la muerte de Góngora. Ahora bien, lo que apenas se dice en las aulas donde se le estudia es que Cernuda prefirió el olvido a esa grey que tanto amaban los comprometidos. Donde habite el olvido (1933) tituló una de sus más bellas colecciones de poemas. Donde habita el olvido languidecería Luis Cernuda de no haber sido porque el grupo poético de 1950, con Jaime Gil de Biedma a la vanguardia, le reivindicó como la primera de sus lecturas. De hecho, la erudición defiende que La realidad y el deseo, esa poesía de la experiencia vital de Cernuda, es la primera manifestación de la poesía de la experiencia, de la que Gil de Biedma fue su máximo exponente.
Nacido en Sevilla el 21 de septiembre de 1902, el poeta fue el tercer hijo de un coronel de ingenieros llamado Bernardo Cernuda. Apenas contaba 9 años cuando descubrió la poesía merced a las rimas de Bécquer. Corría 1911. Su paisano habría de ser uno de sus favoritos hasta el final de sus días. Tras escribir en 1914, recién instalada su familia en la calle hispalense del mismo nombre, un primer borrador de los poemas que más tarde aparecerán bajo el título de Perfil del aire, Cernuda ingresa en la Universidad de Sevilla. En sus aulas (1919-1920) será alumno de Pedro Salinas. Muerto su padre y cumplidas sus obligaciones militares, en 1925 se licenciará en Derecho: nunca llegará a ejercer la carrera. El descubrimiento de Gide, quien, como ya hemos visto, destaca a ojos de Cernuda entre sus primeras lecturas francesas —Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, etcétera—, le hará asumir su homosexualidad. Negada hasta entonces, su sexualidad ha sido para el joven Cernuda una lucha constante contra sí mismo. Meses después, sus primeros poemas verán la luz en la Revista de Occidente. El ya citado Perfil del aire, aparece en 1927; Emilio Prados y Manuel Altolaguirre son sus editores. A excepción de José Bergamín, la crítica lo denostó con saña. Es entonces, en ese rechazo con que la prensa especializada acoge sus primeros versos, donde se localiza el comienzo del aislamiento de Luis Cernuda. Tanto es así que, en diciembre de ese mismo año, llegado el momento de rendir tributo a Góngora, la participación de Cernuda se limita a entregar unos versos para que se lean.
Dandi que se codea con García Lorca y Vicente Aleixandre, en 1928, por mediación de Salinas, parte para Toulouse como lector de español de su École Normale. En Francia se interesará por los surrealistas y descubrirá el jazz. Un poema, I Want to Be Alone in the South, da buena cuenta de su fascinación por dicha música. Su actividad académica, siempre localizada en el extranjero, le permitirá vivir todo lo lejos de España —para el Sansueña— que desea. A diferencia de sus coetáneos, exiliados por motivos políticos, la marcha de Cernuda hay que considerarla atendiendo a razones morales y estéticas. Tras varias publicaciones menores y un periodo de dudas, en el que considera muy seriamente sus posibilidades de escritor, concibe Los placeres prohibidos. Dada a la estampa en 1931, será su primera obra maestra. “Diré como nacisteis, placeres prohibidos, / como nace un deseo sobre torres de espanto”, apunta en el comienzo del poema que da título a la colección. Esa oscilación entre la realidad y el deseo, elevada hasta el punto de quedar convertida en la única polarización de la existencia, constituirá el primer argumento de la obra del poeta.
Ante este panorama, nada más sorprendente que la adhesión de Luis Cernuda, el dandi, el exquisito, a la revolución comunista. Sin embargo, nuestro poeta colabora en las publicaciones que dirige Rafael Alberti. Ya en 1936, antes de estallar la guerra, Salinas y Juan Ramón Jiménez le dedican elogiosos artículos, en tanto que Lorca le organiza un homenaje. Ya sabemos de su historia en el conflicto.
Antes de que acabe el enfrentamiento, en 1938, abandona España para pronunciar una serie de conferencias en Inglaterra. Nunca más volverá a su país. Hasta 1947, siempre entregado a distintas actividades académicas, residirá en el Reino Unido. De allí partirá a Estados Unidos, donde permanecerá hasta 1952 para instalarse definitivamente en México. Entretanto publica con cierta regularidad poemarios del calibre de Como quien espera el alba (1947), Vivir sin estar viviendo (1949), Con las horas contadas (1956). Mientras de una u otra manera enseña español en las distintas universidades que le acogen, en uno de sus poemas más emocionados, el titulado Peregrino, incluido en Desolación de la quimera (1962) escribe: “¿Volver? Vuelva el que tenga, / tras largos años, tras un largo viaje, / cansancio del camino y la codicia / de su tierra, su casa, sus amigos, / del amor que al regreso fiel le espere. / Mas ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, / sino seguir libre adelante, / disponible por siempre mozo o viejo». Cuando Luis Cernuda fallece en el exilio, un día como el de hoy vuelve a España (Sansueña) como abanderado de la poesía venidera: la poesía de la experiencia.


Magnífico!