La generación millennial es, quizá, la más paradójica de la historia reciente. Nacieron analógicos, crecieron digitales y envejecen en streaming. Son el umbral entre la esperanza y el derrumbe, el trabajo y el burnout, el vínculo y el ghosting. Vivieron bajo una promesa que después sería incumplida y soñaron en un mundo que les hacía chiribitas en las narices. El resplandor de la fiesta constante los cegó antes de que pudieran ver las grietas del suelo. Despertaron en la precariedad, la ansiedad y el scroll infinito. A diferencia de la Generación Z, que parece haber aceptado la disolución como modo de estar, los millennials todavía sentimos nostalgia —bien entendida, porque ya se sabe que la nostalgia puede ser peligrosa— de la solidez. Del apego sin blindaje, del trabajo estable o de un tiempo desacelerado que no atropellaba la posibilidad de un porvenir.
La narradora, Alba, una joven treintañera que, como la mayoría de su generación, se ve obligada a compartir piso con dos personas más, encarna la existencia bajo este nuevo régimen de normalidad al que llamamos “precariedad”. Y entiéndase precariedad en todos los sentidos. En el laboral, Alba trabaja a deshoras en una empresa privada donde redacta eslóganes publicitarios bajo la dictadura del ASAP anglo, encadenando retahílas de correos y reuniones soporíferas hasta acabar despedida —desechada— por triquiñuelas de la ley. En el plano afectivo, sobrevive como puede a los vaivenes emocionales causados por amistades utilitarias, situationships y follamigos o consumidores de cuerpos de usar y tirar. La novela, empapada de acrónimos, anglicismos y léxico generacional del mundo de las redes sociales, retrata así una lengua también precarizada: un idioma que ya solo puede hablar de lo íntimo en la jerga del mercado.
En este sentido, son ilustrativos los títulos de los capítulos de la novela: “iniciar sesión”, “ASAP”, “HELP!”, “Exposición, saturación, contraste”, “guardar como”, “el personaje”, “próxima estación” y “així, en general”. Genovart muestra el lenguaje corporativo como sintaxis vital. El léxico de la productividad y de la tecnología se infiltra en el deseo, en la amistad y hasta en la forma misma de narrarse. Como si dijésemos “yo no soy yo sino mis stories” o “caducada a los 35” u “obsolescencia programada del afecto”. Al igual que los personajes de la novela de Genovart, ya no hablamos, sino que mandamos mensajes de voz que, además, no siempre reciben respuesta —el ghosting podría haber sido el título para un noveno capítulo—. La lengua del trabajo ha contaminado la existencia, y su tono —entre la urgencia y la cortesía forzada al más puro estilo americano— parece ser el nuevo inconsciente colectivo.
Podríamos decir que Consumir preferentemente es una de las más baumanianas de las novelas recientes. No porque cite o teorice a Zygmunt Bauman desde la ficción —como haría la torpeza de un académico—, sino porque su relato refleja lo evidente: la imposibilidad de fijar la identidad en una época donde todo vínculo tiende a disolverse bajo la misma economía de la utilitariedad. Genovart no teoriza la liquidez, sino que la traduce al lenguaje de la ficción. Y así, nos interpela. En Alba nos reconocemos, flotando en un vacío posmoderno, en una intemperie emocional, atravesados por un burnout existencial, porque ahora el yo se construye en términos de envase y etiqueta; y la existencia se mide por la velocidad con que el yo tarda en perder valor de mercado. Como le ocurre a Alba con Uri, somos conscientes de que los cuerpos se tematizan como objetos que deben ser consumidos preferentemente —de ahí el título de la novela— igual que los bienes de supermercado. Hay una autoconciencia de la caducidad de la juventud y con ella del deseo —porque lo no joven es desechable— aunque el deseo ya solo nos devuelva cuerpos que colisionan y que se consumen entre sí y, con suerte, la distancia suficiente para no caer en la dependencia emocional.
Estructuralmente, la novela abre con una vomitona, un gesto tan físico como alegórico. En ese arranque tenemos el eje de la narración de Genovart: la identidad contemporánea que se construye a través del acto de consumir, pero ese mismo acto impide su digestión. Todo se engulle pero nada se digiere o asimila. El hambre y el empacho aparecen como metáforas gemelas de una sociedad saturada. Los personajes “tragan” imágenes, información, cuerpos, (des)afectos y filosofías, pero nada nutre. Una bulimia de estímulos que conduce a una anorexia simbólica o espiritual. De hecho, podría decirse que el residuo es el verdadero protagonista del libro. Aquello que no se digiere —el reflujo o las manchas anaranjadas del vómito, las emociones que se estancan—, todo lo que no puede integrarse en el orden de lo útil, retorna como signo. Genovart invierte así la lógica del capitalismo desaforado: si el sistema aspira a convertirlo todo en producto, su escritura hace del desecho una forma de conocimiento. El residuo, en Consumir preferentemente, es la huella irreductible del sujeto, aquello que se resiste a ser reabsorbido por el mercado o por el lenguaje publicitario que organiza el mundo.
La novela puede leerse como una elegía de la experiencia, porque su propia estructura reproduce esa imposibilidad de anclar la identidad: escenas que se disuelven antes de cuajar o una sintaxis que se fragmenta cuando promete asentarse. Consumir preferentemente es una novela escrita desde la velocidad, pero contra ella. Desde el filtro, pero para evidenciar que ya no hay realidad sin retoque, que no existe lo no mediado. Su lucidez no consiste en eliminar la mediación, sino en hacerla visible, aceptando que es el único lenguaje posible. Pero lo hace sin cinismo, con un cansancio que, paradójicamente, le devuelve humanidad.
El poder de la novela también radica en su mirada fría, necesaria para convertir lo íntimo en materia sociológica sin caer en la solemnidad o en el didactismo. Genovart no moraliza, sino que narra desde quien asume la alienación como paisaje natural. La narradora es irónica, tal vez porque esa es la única forma de atravesar el desencanto y el sinsentido postmodernos. Puede que leer a Genovart sea una forma de reconocernos en nuestros propios desechos, pero también en los embalajes con los que disimulamos la fractura. Y también de reconocer que, de un modo u otro, todos estaríamos dispuestos a vendernos por un plato de lentejas.
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Autora: Andrea Genovart. Traducción: Rubén Martín Giráldez. Título: Consumir preferentemente. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.


Yo no leí el libro.
Pero… ¿cómo seguimos?
Los millennials , somos la transcisión entre la estructura y la disoloción.
No estaríamos viendo el sentido que impone este ritmo de vida porque vivimos una cotidianeidad que miraba hacia el futuro. Nuestros padres y Docentes nos contenían en esos parámetros.
Supimos lo que es un cierto orden y ahora nos encontramos al borde del precipicio sin poder ver con claridad porque de frente tenemos luces artificiales bien blancas sumado el ruido aturdidor de los tipeos y de la hueca música que no nos deja pensar en calma.
Nos estamos cayendo y el estruendo va a ser grande; el impacto y las consecuencias, peor. Nos enseñaron de Causas y Consecuencias.
●Jacob deseaba, con fines puros, la Primogenitura.
Esaú: estado de cansancio extremo y falta de combustible.
El potaje, la moneda facilitadora del cambio.
Hoy, la sociedad se mueve por el deseo que debe ser satisfecho ayer.
Nosotros vemos y comparamos, a veces andamos un poco débilies de valores, y queremos sentir esa “fiesta en el paladar” que nos muestra la novedad. Todos son taaaaan felices.
La moda nos garantiza purpurina (likes, reproducciones , popularidad) y, nosotros, debemos desapropiarnos de nuestro Ser.
Estabilidad , placer = guisado.
Identidad, Razonamiento Libre, Voz= Primogenitura.
En ambos casos, la concepción del tiempo es YA. Uno por el agotamiento y, el otro caso, porque nos dicen que la vida es “un cuarto de hora” siendo, el después de la Humanidad, desechos inutilitarios aún respirando.
Me gusta que “Consumir preferentemente” sea lo no digerido.
Eso quiere decir que los millennials somos los del medio :vivimos las dos realidades. Hay cosas que no nos gusta y no nos pasa por el interior porque el cuerpo lo expulsa sin modificación.
Queda la esperanza y el deber de no permitir que nos invadan o inyecten.
No se trata de la polarización ” lo lindo y lo feo” .Se trata de concebir con seriedad que esto, así ,no es productivo.
Los millennials somos los mayores que advertimos mientras aprendendemos mientras nos llama la atención lo nuevo y queremos ir hacia allá mientras tenemos Una Voz que nos Alerta.
A partir y desde Abel Castaño y la propuesta de su comparación.
Siempre se pone en juego lo Delicado.