El corazón habitante es un libro hermoso y triste de una forma que solo en la actualidad puede comprenderse. Los soñadores son una especie amenazada por un tiempo que los repudia, que los esconde. Tan solo aquellos con las ideas que verdaderamente interesan, ideas que los transforman en Ícaros cuyas alas llevan tiempo derritiéndose, son rescatados y alentados a ir más allá. Nadie se pregunta hacia dónde, para qué, tan solo se ansía ver si hay algún límite, aunque mucho antes de llegar a él provoquen su propia destrucción.
En la Prehistoria, todavía hay más preguntas que respuestas. Vivir con curiosidad es vivir en el desconocimiento y el asombro constantes. La mujer de la caverna es feliz con ello, es consciente de que si tiene hambre debe salir a comer y de que si imagina puede usar su caverna para expresarse. El corazón la intriga porque sabe que, además de alimento, es algo compartido, algo que abrir y con lo que desentrañar misterios de sí misma, del hombre que la acompaña, de los otros hombres y mujeres que sabe que existen en otra parte.
En el siglo XVII, William Harvey ya tiene nombre y profesión. Es un reputado médico que ha vivido para arrancar del cuerpo humano todos sus secretos. Tiene los medios, los conocimientos y los sujetos necesarios para cortar, separar y estudiar todo lo que desee. Sabe que la sangre viaja por todo el cuerpo, que es un sistema circular, que todo empieza y acaba en el corazón. Una parte de él empieza tímidamente a mirar más allá de sus disecciones y vivisecciones, hacia el cielo, donde el corazón del Sistema Solar brilla con intensidad.
En un pasado muy reciente, o tal vez en el presente, o incluso en un futuro muy lejano, el corazón de un cosmonauta late cansado, viejo, mientras él mismo sirve como corazón de la nave en la que se encuentra. Pasa sus días cuidando las máquinas, limpiando las superficies en las que se adhiere el moho, sirviendo como ejemplo del progreso y de la humanidad. El cosmonauta vuelve a carecer de nombre, pero sí tiene un propósito. Mira la Tierra, estudia el Sol, se pregunta poco.
El corazón habitante no son solo sus tres protagonistas, es la evolución del pensamiento del ser humano, de su propio afán por saber más y hasta dónde lo llevará cada nuevo conocimiento. Cada personaje es tan lejano del otro que sus pensamientos y sueños golpean con una fuerza única. Sin embargo, al mismo tiempo que se es plenamente consciente de la diferencia de época, las fronteras creadas por los siglos se diluyen cuando el lector menos lo espera.
La conexión puede ser un sueño en el que el cosmonauta nada en la laguna junto a la caverna de la mujer; o la forma en que la mujer mira al cielo y siente que algo la mira desde lo alto; o el propio cuerpo de William Harvey, al que la genética le tiene preparada una sorpresa que lo conectará con un pasado que va más allá del primer ser humano.
Con la lectura de esta novela, pienso que siempre me he alegrado de vivir en mi tiempo. Me gusta tener agua con tan solo abrir un grifo, tener acceso a cualquier información en el momento en que lo desee y saber que puedo ir al médico si me rompo el brazo.
Con la lectura de esta novela también soy consciente, una vez más, de que me da miedo el futuro. Solo en momentos de comunión con algo que ha atravesado a la especie humana de principio a fin vuelve ese deseo de seguir soñando, de seguir explorando de qué somos capaces como especie. Solo en la escritura, en la lectura, en la observación inocente de los árboles meciéndose al viento, me siento esa mujer de la caverna que vive feliz con sus dudas.
El corazón habitante es un libro hermoso y triste porque nos recuerda de dónde venimos y todo el camino que hemos recorrido. El poco que queda por recorrer.
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Autor: Daniela Tarazona. Título: El corazón habitante. Editorial: Almadía. Venta: Todos tus libros.


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