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Schliemann, el capitán Ahab y la ballena varada en Troya

Schliemann, el capitán Ahab y la ballena varada en Troya

Tras quedar finalista del Premio Planeta 2023 con La sangre del padre, vuelve a las librerías Alfonso Goizueta. Y lo hace con un thriller histórico en el que un joven aventurero se lanza tras los tesoros de la recientemente descubierta ciudad de Troya.

En este making of Alfonso Goizueta cuenta de dónde salió El sueño de Troya (Planeta).

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El sueño de Troya es la historia de una obsesión, de una monomanía enfermiza: la búsqueda de significado en la vida. Pero cuando comencé a escribir el periplo de Heinrich Schliemann tenía en mente algo distinto. Imaginaba un clásico relato de aventuras: un arqueólogo intrépido siguiendo la pista de una antigua leyenda hasta dar con el yacimiento de un tesoro. Empecé a escribir, pero aquella novela se pudrió sobre los párrafos y en mi cabeza. Carecía de alma. ¿Quién era Heinrich Schliemann? ¿Qué movía al aventurero? ¿Por qué aquella monomanía irremediable? No acababa de entender su obsesión; nunca me había topado con un personaje como él, movido hasta la locura por un empecinamiento tan absurdo como fáustico. De modo que detuve la escritura y acudí, como compuso Poe, «a los libros en busca de un vano consuelo», o en este caso en busca de aprendizaje.

"La Ballena Blanca se le escaparía eternamente. Y esa perpetua búsqueda, esa constante frustración por una monomanía sin curar fueron las que apliqué al Schliemann de El sueño de Troya"

Una intuición me llevó a Moby Dick, que sabía es el epíteto de la obsesión, pero que nunca sospeché acabaría siendo tan fundamental para El sueño de Troya. Herman Melville no sólo me reveló la manera de lidiar con una personalidad oscura, fascinante, enloquecida como la del capitán Ahab, no sólo me prestó el recurso del narrador testigo que aparece y desaparece, se funde con la narración (mi Yannikis narra a la sombra de su Ismael). Mi experiencia fue más allá. Nunca había leído el gran clásico estadounidense, desconocía su final y durante toda la lectura sospeché que el capitán nunca encontraría a la ballena, que después de todo aquella infausta travesía sería en balde. Confieso que hasta me “decepcionó” (léase esta palabra como si estuviera entre comillas) que al final encontraran al leviatán en los mares del Pacífico. Imaginaba un capitán Ahab desconsolado, no sabiendo si Moby Dick existía de verdad, si había muerto ya, si no era más que el producto de sus delirios febriles y su imaginación; si no habría creado al monstruo él. Yo apostaba porque Moby Dick nunca emergería de las aguas ante el ballenero Pequod; otros barcos podrían divisarla e incluso sobrevivir (o perecer) a sus ataques, pero no el Pequod, no Ahab. La Ballena Blanca se le escaparía eternamente. Y esa perpetua búsqueda, esa constante frustración por una monomanía sin curar fueron las que apliqué al Schliemann de El sueño de Troya.

"Pensé en abandonar y no pude, porque como Troya para Schliemann y Moby Dick para Ahab, aquella historia se había instalado en mi cabeza como una idea incurable, de la que sólo el exorcismo de la literatura me libraría"

Y la novela adquirió entonces otro cariz, diametralmente distinto del original. De un aventurero heroico que luchaba contra los pérfidos otomanos, “hombres del fez bermellón”, que trataban de arrebatarle su triunfo, pasó a relatar los pasos inciertos de un hombre atemorizado de que la realidad no cumpliera con sus expectativas: que la Troya de Homero no hubiera existido, que todos sus anhelos, el significado mismo de su vida, fueran una quimera; que no hubiera, al fin y al cabo, ballena blanca en Hisarlik. La novela que hasta entonces se me había resistido, de repente cobró fuerza, y fue entonces cuando, además, empezó a reproducir, sin yo quererlo, mi propia experiencia a la hora de escribirla. Porque igual que Ahab iba tras un leviatán inverosímil, y Schliemann tras una ciudad mitológica, yo buscaba con ahínco una novela que desconfiaba fuera viable. Cientos de dudas me asolaban, y constantemente me asomaba a la apatía de un fracaso anunciado: ¿sabría contar lo que quería? ¿Y si después del premio Planeta esta novela era un fracaso? ¿Y si lo que estaba escribiendo carecía de cualquier tipo de sentido? Pensé en abandonar y no pude: porque como Troya para Schliemann y Moby Dick para Ahab, aquella historia se había instalado en mi cabeza como una idea incurable, de la que sólo el exorcismo de la literatura me libraría.

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Autor: Alfonso Goizueta. Título: El sueño de Troya. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros.

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