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Madame Bovary: el tedio en provincias

Madame Bovary: el tedio en provincias

Hay libros que, al cerrarlos, dejan en el alma una impresión viva, una inquietud, un fuego interior, o cuando menos una sonrisa. Otros, en cambio, dejan tan sólo el polvo de las páginas y un bostezo que amenaza con romper el techo. Entre estos últimos debo colocar, con dolor y sin rubor, esa célebre y celebrada novela del señor Flaubert, Madame Bovary, que tanto ruido ha hecho entre los doctos de París y los ociosos de media Europa, premios Nobel incluidos.

¡Cuánto escándalo por tan poca cosa! ¡Cuánto ruido por una mujer aburrida! No sé qué hechizo encuentran los críticos en seguir durante cuatrocientas páginas los suspiros, bostezos y devaneos de una provinciana que soñó con ser heroína de folletín y acabó, como era natural, víctima de su propia lectura. Si el señor Flaubert quería darnos una lección contra el sentimentalismo barato con el suicidio literario —previo al suicidio físico— de una boba más simple que el mecanismo de un yo-yó, pudo hacerlo en veinte líneas y ahorrarnos el martirio de acompañar a Emma en sus delirios de salón y sus tazas de té provinciano.

"Emma no nos inspira lástima ni censura, sino indiferencia; y su esposo, el buen Charles, es tan opaco que ni siquiera sirve de contraste"

Mas no, por Dios, que el realismo exige detalle, y el señor Flaubert, hombre minucioso hasta la desesperación, tuvo a bien describirnos cada cortina, cada plato, cada rincón de la botica de Homais, con tal profusión que el lector se ve convertido en huésped forzoso de Joinville, condenado a recorrerlo todo como alma en pena. ¡Qué precisión! ¡Qué escrupulosa fidelidad a lo nimio! Pero ¿y el alma, señor Flaubert? ¿Dónde está el fuego, el temblor, la vida? Se diría que ha disecado usted su novela como un boticario diseca un insecto: con mucho esmero, sí, pero dejándolo fiambre con trufas.

No me malinterpreten los partidarios del naturalismo, que por estos días se multiplican como hongos tras la lluvia. No niego el mérito del estilo —pulcro, exacto, cincelado—; sólo digo que el estilo, cuando se convierte en fin y no en medio, resulta un fetiche tan vano como los rosarios de Emma o los frascos de botica. Flaubert escribe con una prosa tan perfecta que acaba por asfixiar a sus personajes; su obsesión por la frase justa les quita el aire, les roba la voz. Emma Bovary no respira: declama. Y cuando muere, uno no siente compasión, sino alivio. Que tengas buen viaje, tontuela mía.

Monsieur Flaubert, según parece, quiso ofrecernos el retrato de la mujer moderna, presa de sus lecturas románticas y de su insatisfacción conyugal. Pero su empeño en moralizar se convierte, sin quererlo, en tedio. Emma no nos inspira lástima ni censura, sino indiferencia; y su esposo, el buen Charles, es tan opaco que ni siquiera sirve de contraste. Es la historia de dos vacíos que se contemplan sin verse. Si esto es la vida moderna, bendito sea el aburrimiento de las aldeas españolas, donde en el siglo en cuestión aún se conversaba, se reía y cantaba, incluso se apuñalaba, sin tanto psicologismo.

"La crítica francesa, que siempre gustó de confundir la novedad con la grandeza, ha proclamado en Flaubert a un genio"

Y hablando de psicología, ¡qué ciencia tan peligrosa en manos del que confunde el análisis con la disección! Flaubert abre el corazón de su heroína con bisturí de anatomista; la observa, la clasifica, la enumera, pero no la comprende. En su celo por mostrarnos la estupidez humana, termina por negar toda posibilidad de redención. Es el pesimismo hecho novela, la desesperanza encuadernada. Y yo pregunto: ¿para qué leer la desesperanza cuando ya tenemos la vida?

Lo más curioso es que el autor, que tanto desprecia el sentimentalismo, cae sin saberlo en un sentimentalismo de segundo orden: el de la desesperanza metódica, el de la tristeza literaria. Nos invita a compadecernos de la humanidad, pero desde un pedestal que es el suyo. Así, Flaubert parece decirnos: “Ved qué mezquinos sois, pobres hombres; yo, que lo sé, me río.” Y el lector, después de tanto sarcasmo, acaba por preguntarse quién es más ridículo: Emma, con sus sueños imposibles, o su creador, con su fría superioridad de demiurgo aburrido.

La crítica francesa, que siempre gustó de confundir la novedad con la grandeza, ha proclamado en Flaubert a un genio. Yo, humilde observador, sólo veo a un artesano obstinado, a un esmerado relojero de las letras. Cada párrafo suyo funciona con exactitud suiza, pero el conjunto no late. Es la perfección mecánica sin alma. Si Balzac nos mostraba la vida como un torbellino, si Stendhal nos la ofrecía como espejo del corazón, Flaubert nos la entrega embalsamada, lista para museo.

"Al cerrar el libro, uno se pregunta si Flaubert odiaba a su heroína, se odiaba a sí mismo u odiaba a las prostitutas con las que solía yacer"

No niego que Madame Bovary tenga su mérito histórico: ha enseñado a generaciones enteras a aburrirse con método, a creer que el tedio es profundidad y la frialdad, virtud. Desde entonces, toda novela que quiera parecer seria se esfuerza en imitar ese tono de indiferencia olímpica, como si el arte consistiera en mirar la miseria humana desde un microscopio. Tal vez sea yo anticuado, pero prefiero un escritor que arda a uno que contabilice las brasas.

Al cerrar el libro, uno se pregunta si Flaubert odiaba a su heroína, se odiaba a sí mismo u odiaba a las prostitutas con las que solía yacer. En cualquier caso, su venganza es doble: sobre Emma, a quien castiga con una muerte que parece más lógica que trágica; y sobre el lector, que tras soportar tantas páginas de tedio encuentra como recompensa un final previsible y sin consuelo. Si el autor pretendía denunciar los peligros del romanticismo, ha logrado el efecto contrario: uno siente deseos de huir a un castillo, de enamorarse perdidamente, de hacer cualquier cosa menos seguir leyendo realismo.

En suma, Madame Bovary es un monumento al hastío, un espejo empañado donde el arte se contempla y se pierde. Flaubert quiso matar al romanticismo, y acabó matando la emoción. Quiso retratar la mediocridad, y terminó confundiéndola con la verdad. Y así, en su empeño por mostrarnos el vacío de Emma, nos legó el suyo propio.

Quizá la lección de Madame Bovary sea esa: que hay libros cuya fama se debe menos a lo que dicen que a lo que prometen decir. Flaubert nos prometió la vida y nos entregó la autopsia.

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Elisa
Elisa
23 ddís hace

Yo tampoco soporté este libro ni entendí su fama. Él, de tan plano y tonto, resulta difícil de creer. Realmente muy alejado de obras con temática similar como La Regenta o Ana Karenina

Javier
Javier
22 ddís hace

Aunque no me lo llevaría a la isla desierta esa, tengo buen recuerdo del libro… Pero sí me llevaría La Regenta, 2 ejemplares, por si se me perdiera uno.

Fernando García Delgado
Fernando García Delgado
22 ddís hace

«Me llama la atención que, justo después de publicar un artículo trabajado y con lectura profunda de La Regenta, se publique otro sobre el mismo personaje pero desde una mirada mucho más superficial. No sé si ha sido un fallo de coordinación o un simple relleno de contenido, pero la comparación deja bastante clara la diferencia de enfoques.» «Solo una pequeña observación desde fuera: sorprende que, habiéndose publicado la semana pasada un artículo de Rosa Amor del Olmo —un texto trabajado, riguroso y con una lectura profunda de La Regenta—, se haya programado ahora un segundo artículo sobre el mismo personaje, pero desde un enfoque claramente más superficial.

Lo digo con total respeto, pero también con claridad: cuando se tiene entre manos un texto de esa categoría, lo ideal es cuidarlo editorialmente para que no quede eclipsado por piezas que, por ritmo o intención, pertenecen a otro nivel.»

Conozco a la profesora Amor intenten conservarla, a estas alturas le da igual casi todo, tiempo ha la hubiera liado parda. Como se sabe utilizo artículos de Zenda para trabajar con mis alumnos. No voy a decir el resultado de la comparativa, claro, el autor no tiene la culpa, es más bien el alineamiento editorial que falla.

No hay que confiarse amigos, lo peor de tener una revista es mantenerla y no dejarla caer.

Carmen Basilio
Carmen Basilio
22 ddís hace

Ánimo, campeón. Ahora a por el Quijote, y luego Guerra y Paz, o Fortunata y Jacinta. Hay donde elegir.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
21 ddís hace
Responder a  Carmen Basilio

Madame Bovary es una variación del Quijote, sin su grandeza, en lugar de un viejo hidalgo de aldea que enloquece por tanto leer libros de caballerías y al final de su vida sueña con imitar a sus héroes literarios y sale a vivir aventuras creyendo que la realidad es su imaginación, la novela francesa tiene por protagonista a una joven pueblerina que quiere vivir como sus heroínas de las novelas de amor y por sus desvaríos pierde su vida y le ocasiona terribles males a su hija, a su esposo y a ella misma por creer que las ficciones de amor puede sustituir la realidad. Sí Alonso Quijano logra la gloria por sus altos ideales, la joven pueblerina destruye su vida y la de su familia por perseguir frivolidades. Don Quijote encarna al moderno héroe cristiano que sustituirá al héroe homérico Odiseo/Ulises, mientras Madame Bovary encarnará a la tonta que busca su propia desgracia. En las dos narraciones se expone la tesis de la influencia de la Literatura en los seres humanos con dos resultados posibles y distintos: La Literatura como inspiración para mejorar nuestras vidas o como ceguera para cometer desatinos. Todo forma parte de la condición humana, la misma que al leer un “libro sagrado” (bajo la ficción de estar “escrito por Dios” o inspirado por éste) puede llevarnos a la solidaridad y la hermandad, al altruismo, cuando se tiene un alma generosa, o a cometer ruines actos de fanatismo religioso, como la discriminación, la persecución y hasta el exterminio de los “infieles”, de los “herejes” o de cualquier otro inocente que algún charlatán con pretensiones de “Representante de Dios” señale como “enemigo”. Aparte del estilo, ésta novela debe su buena fama a tener ecos del Quijote, y algunos críticos literarios escribieron que Madame Bovary era “una mujer Quijote del siglo XIX”. Parece que las truculentas novelas románticas de amores y adulterios estaban de moda en Francia y las mujeres eran sus mayores lectoras. Tampoco es una obra imprescindible como El Quijote, de la que es un pálido reflejo. “Los Miserables”, de Víctor Hugo, es la gran novela francesa de todos los tiempos. Y claro, Víctor Hugo también recibió influencias de Cervantes y El Quijote ?Acaso olvidan que El Quijote es la primera novela polifónica de Occidente y su protagonista, contra todo pronóstico, está desplazando al mismo Ulises quien reinó en solitario desde el siglo VIII antes de Cristo hasta el siglo XVII después de Cristo, durante más de 2.300 años? Así Homero es el primero y mayor narrador en poesía de Occidente y Cervantes el mayor narrador en prosa de Occidente. Aunque algunos “críticos literarios” no cuenten con la capacidad intelectual para entenderlo ni la sensibilidad artística para sentirlo.

ricarrob
ricarrob
22 ddís hace

Lo leí cuando era jovencillo, hace eones. Me pareció una gilipollas. En resumen, le doy la razón a los que han comentado este artículo. En resumen, esta tìa, si lo piensan ustedes bien, es la Lady Di (el nombre ya es estúpido donde los haya) del siglo XIX.

Katerina
Katerina
21 ddís hace

Yo también leí el libro, dicen que nadie conocía mejor a la psicología de una mujer como G. Flaubert, me dió pena esa pobre mujer, terminar así la vida, estaba harta y no encontraba el sentido ninguno en ella.