Rochefort no necesita gritar para amenazar.
No seduce como Milady, ni impone como Richelieu. Él observa. Calcula. Aparece y desaparece con la precisión de un cuchillo que nunca hace ruido al hundirse.
No es el malo principal, sino algo mejor: es el villano persistente.
Un antagonista que no descansa, que no olvida, que nunca termina de irse.
Cada vez que Dumas lo hace aparecer —como una sombra con botas y cicatriz—, el lector siente un escalofrío de reconocimiento: “Ah. Tú otra vez”.
Rochefort no es el Mal con ideología.
Es el enemigo personal.
Y eso es mucho más peligroso.
“Nos volveremos a ver.” —Rochefort (que siempre vuelve)
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