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¿Para qué filosofar?

¿Para qué filosofar?

Imagen de portada: Dos filósofos (Beato, Pietro). ©Museo Nacional del Prado

“Filosofar hoy parece un acto inútil, un residuo de otra época. Pero ¿y si fuera justo lo contrario: un gesto de resistencia frente al nihilismo?”

Esta pregunta provocadora late hoy como latía hace casi un siglo, en tiempos de Emmanuel Mounier. En medio de una crisis de civilización, Mounier —filósofo católico francés y fundador del movimiento del personalismo comunitario— se atrevió a responder que filosofar es un acto de resistencia y esperanza. Su pensamiento, forjado entre dos guerras mundiales y frente al auge de la desesperación nihilista, nos interpela todavía: pensar a fondo para no claudicar ante la nada.

Este contexto de crisis del humanismo liberal —con la quiebra de las viejas certezas ilustradas sobre el progreso y la razón— marcó profundamente su pensamiento. En París, Mounier frecuentó a intelectuales de la talla de Jacques Maritain, Nikolai Berdiaev y Gabriel Marcel, participando en intensos debates sobre la “crisis que veían llegar”. Mientras el existencialismo ateo de Sartre proclamaba que “la existencia precede a la esencia”, Mounier —con una formación católica y sensibilidad social— buscaba una vía alternativa entre el individualismo vacío y los colectivismos totalitarios. En 1932 fundó la revista Esprit, que se convertiría en el órgano de difusión de esa tercera vía: el personalismo. Sus obras mayores, Revolución personalista y comunitaria (1935), Manifiesto al servicio del personalismo (1936) y El personalismo (1949), serían hitos donde presentó de forma combativa los ejes de su filosofía.

En la Europa desencantada de los años 30, Mounier detecta una “crisis total” del hombre europeo: tras el derrumbe de las viejas seguridades, se instala un sentimiento de orfandad espiritual. Influido por pensadores como Nietzsche, Dostoievski y Kierkegaard, Mounier percibe que la cultura de su tiempo oscila entre la desesperación y la indiferencia.

Nihilismo moderno: pérdida de sentido y muerte del espíritu

Mounier realiza una crítica frontal al nihilismo contemporáneo, al que acusa de haber “dejado de saber qué es el hombre”. Con la frase “Dios ha muerto” resonando tras Nietzsche, la época moderna ha visto cómo se derrumbaban las ideas de una naturaleza humana permanente. Si “no hay naturaleza humana” —ironiza Mounier— algunos concluyen que “todo le es posible al hombre” (un optimismo tecnocrático ingenuo), otros que “todo le está permitido” (un permisivismo amoral), e incluso unos terceros que “todo está permitido sobre el hombre”, lo que abre la puerta a la barbarie de los campos de concentración. Esta última consecuencia la expresa con un nombre: “henos aquí en Buchenwald”, recordándonos que cuando el ser humano deja de verse como sagrado, puede ser instrumentalizado y destruido sin remordimientos.

"El progreso técnico sin rumbo espiritual termina convirtiéndose en guerra o preparativos de guerra permanentes"

La mecanización de la vida y la reducción del hombre a engranaje económico-científico son, para Mounier, síntomas del mismo mal. Bajo el ímpetu de la ciencia y una economía enloquecida, el mundo moderno “redistribuye las riquezas y trastorna las fuerzas”, pero a costa de “dislocar las clases sociales” y sumir al Estado en la confusión. El progreso técnico sin rumbo espiritual termina convirtiéndose en guerra o preparativos de guerra permanentes, “paralizando durante treinta años el mejoramiento de las condiciones de existencia y las funciones primarias de la vida colectiva”. Es decir, Mounier ve en el frenesí materialista una destrucción de lo humano: las personas quedan reducidas a números, la economía domina sobre la ética, y la misma vida comunitaria se atomiza.

En su análisis, Mounier no duda en afirmar que “el mundo moderno, en sus diversas expresiones (liberalismo, fascismo, comunismo), se ha construido contra la persona”. Por diferentes caminos, tanto el capitalismo individualista como los colectivismos totalitarios coinciden en aniquilar el horizonte espiritual de la persona humana. El primero absolutiza el beneficio y el “bienestar del individuo insolidario y solipsista”, relegando la justicia y la comunidad; los segundos disuelven al individuo en la masa y ahogan su libertad en nombre de una ideología colectiva. Incluso “ciertos existencialismos”, anota Mounier, niegan la dimensión comunitaria y trascendente del hombre, reduciendo la existencia a un absurdo sin horizontes superiores. Todo esto conforma lo que Mounier llama “desorden establecido”, un orden social y mental enfermo que ha perdido la noción de propósito y de espíritu. En su obra El pequeño miedo del siglo XX, Mounier escribió lapidariamente: «El nihilismo, del que se desprende el absurdo, es el pequeño miedo del siglo XX», dando a entender que el mayor peligro de su tiempo era esta pérdida radical de sentido que carcome por dentro a la civilización.

La respuesta personalista: persona encarnada y comunidad trascendente

Si la enfermedad de la modernidad es el nihilismo despersonalizador, la cura que Mounier propone es un regreso a la persona. Su filosofía, el personalismo comunitario-cristiano, se articula en torno a una afirmación sencilla y revolucionaria: «la existencia de personas libres y creadoras» como centro de toda realidad. En su libro El personalismo, Mounier define la esencia de esta filosofía como “una afirmación central: la existencia de personas libres y creadoras; [el personalismo] introduce en el corazón de estas estructuras un principio de imprevisibilidad que disloca toda voluntad de sistematización definitiva”. Esto significa que, frente a los dogmatismos rígidos y a las visiones mecanicistas, Mounier coloca la libertad creadora de cada persona como fuente de novedad inagotable. No somos piezas intercambiables en un sistema; cada persona porta algo único, una dignidad irreductible que desafía cualquier intento de reducirla a número o cosa.

"Mounier insiste en que la persona trasciende tanto la pura biología como la psicología individual: hay en cada ser humano un misterio interior"

El personalismo de Mounier tiene raíces cristianas profundas, pero él insiste en que no es una doctrina cerrada, sino una “matriz filosófica” abierta a creyentes y no creyentes por igual. Se nutre tanto del evangelio (la noción de persona hecha a imagen de Dios) como de la fenomenología existencial (la idea de la persona como experiencia vivida e histórica). Mounier distingue tres dimensiones complementarias de la persona: la vocación (apertura espiritual hacia lo alto, hacia lo universal y trascendente), la encarnación (raíz espiritual hacia “abajo”, es decir, la inserción en lo material, el cuerpo y la historia) y la comunión (apertura espiritual hacia lo ancho, hacia los demás en comunidad). Dicho de otro modo, la persona auténtica se entiende a la vez como ser espiritual orientado a un sentido trascendente, como ser encarnado en la realidad concreta y como ser-en-relación que solo se realiza en el vínculo con otros. «Existir es amar», resume Mounier, indicando que la plenitud del ser personal se da en el amor y la entrega comunitaria.

En contraste con la noción de individuo (el ser aislado, “indiviso” y autocentrado), el personalismo reivindica la categoría de persona, entendida como “la dimensión espiritual del ser humano”. La persona, dice Mounier, no es simplemente un individuo biológico o social, sino “un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia e independencia en su ser”, que “unifica toda su actividad en la libertad” a través de valores libremente asumidos en un compromiso responsable. Esa definición, aunque densa, destaca dos rasgos: la interioridad libre (cada persona tiene un núcleo espiritual independiente, no reducible a la materia ni a la sociedad) y la vocación ética (esa independencia se ejerce adhiriéndose a valores en un compromiso, no en el aislamiento). Por eso, Mounier insiste en que la persona trasciende tanto la pura biología como la psicología individual: hay en cada ser humano un misterio interior —una “vida secreta” que late más allá de lo cuantificable— y una apertura a algo más alto. “A diferencia de las cosas, la persona se caracteriza por el latido de una vida secreta en la que parece destilar incesantemente su ser”, escribe, subrayando esa interioridad inagotable.

"La persona es espíritu encarnado: tan dañino es olvidar nuestra dimensión eterna como olvidar nuestra carne y nuestra misión en la tierra"

Por último, cabe resaltar el aspecto trascendente del personalismo cristiano de Mounier. Al proclamar “el valor incondicional de la persona humana”, Mounier está implícitamente afirmando una fuente absoluta de ese valor. En su perspectiva, cada persona vale por sí misma porque está relacionada con un Tú eterno: “la confianza suprema y oscura de la persona con una Persona Trascendente”, escribe, es el fundamento último de la dignidad. Sin imponer la fe a nadie, el personalismo “convoca a todos a evitar todo neutralismo” respecto al problema de Dios, pues entiende que sin una apertura a algún tipo de Absoluto (sea Dios, la Verdad, el Bien), la persona queda expuesta al relativismo y la pérdida de sentido. Mounier resume esta idea diciendo que el personalismo busca “superar el materialismo exteriorizante y el espiritualismo cerrado”. Es decir, ni negar el espíritu reduciendo al hombre a materia (como hace el materialismo), ni aislar el espíritu despreciando lo corporal y mundano (como haría un espiritualismo escapista). La persona es espíritu encarnado: tan dañino es olvidar nuestra dimensión eterna como olvidar nuestra carne y nuestra misión en la tierra. La propuesta de Mounier es, en definitiva, una filosofía integradora que devuelve al ser humano su interioridad, su comunión y su trascendencia.

Ecos contemporáneos: soledad digital y desencanto

¿Cómo dialoga la voz de Mounier con el mundo de hoy? Sorprendentemente, sus diagnósticos mantienen una vigencia inquietante. Vivimos en una era de conexiones digitales omnipresentes, pero paradójicamente marcada por la soledad y la fragmentación comunitaria. Estudios recientes advierten que la desconexión social se ha vuelto un problema de salud pública global: “casi una de cada seis personas en el mundo afirma sentirse sola” en la actualidad. La Organización Mundial de la Salud señala que esta epidemia silenciosa de soledad y aislamiento “deshilacha el tejido de nuestras comunidades”, aumentando el riesgo de enfermedades y hasta de muertes prematuras. Es como si el pronóstico de Mounier sobre la “forma moderna de la nada” —ese reino de individuos satisfechos solo con comodidades materiales— hubiera alcanzado escala planetaria. Millones de personas, especialmente jóvenes hiperconectados, carecen de vínculos humanos significativos y de un sentido de pertenencia, confirmando que la mediocridad satisfecha (en forma de entretenimiento constante, consumismo e individualismo) conduce a un vacío existencial.

"Esta apatía y cinismo políticos pueden interpretarse como una nueva forma de nihilismo práctico"

Otro eco actual del diagnóstico mounieriano es el desencanto con la política y la crisis de la participación cívica. En muchas democracias, el ciudadano medio se siente impotente o traicionado (“no nos representan” fue el grito del 15-M en España). Esta apatía y cinismo políticos pueden interpretarse como una nueva forma de nihilismo práctico: la ausencia de creencia en el bien común y en la eficacia de la acción colectiva. Mounier ya alertaba contra esa “separación que toleramos entre aquello a lo que servimos y aquello a lo que decimos servir”, es decir, la hipocresía y desconexión entre valores proclamados y práctica real. Él abogaba por una revolución personal y comunitaria donde cada uno asumiera responsabilidad (“rebelión dirigida en primer lugar por cada uno contra sí mismo”) para luego transformar las estructuras injustas. Hoy, ante la desilusión con los partidos y el auge de populismos simplistas, la invitación de Mounier a un pensamiento político comprometido con la persona recobra fuerza. Su idea de poner “la política al servicio de la persona” contrasta con las lógicas actuales que a menudo ponen a la persona al servicio de la economía o del poder.

Emmanuel Mounier

La crisis ecológica es otro ámbito donde la voz de Mounier resonaría con claridad. Hemos “perdido el sentido sagrado de nuestra relación con la naturaleza”, afirman también algunos pensadores contemporáneos. Esto significa que la devastación ambiental no es solo un problema técnico, sino que refleja una pérdida de valores y sentido: vemos la tierra como objeto de explotación, no como regalo; igual que el nihilismo ve a la persona como objeto y no como misterio. El personalismo de Mounier, con su llamado a reconciliarse con Dios y con la naturaleza, brinda un marco para entender la ecología de manera integral: no habrá solución ambiental sin una conversión del corazón humano, sin recuperar la humildad y la responsabilidad trascendente frente a la Tierra. En tiempos de crisis climática, filosofar implica preguntar por el lugar del hombre en el cosmos y reencantar nuestra visión del mundo para verlo “lleno de significación” en vez de “vacío de espíritu”.

El pensamiento comprometido y esperanzador

Llegados aquí, podemos volver a la pregunta inicial: ¿para qué filosofar hoy? La respuesta de Mounier —argumentativa y provocadora— sería: para rescatar al ser humano de la nada y devolverle el sentido de su propia grandeza. Filosofar no es un lujo académico ni una evasión estéril, sino un acto de compromiso con la vida y con la verdad. En un mundo que nos empuja a la dispersión y la superficialidad, pensar profundamente es en sí un gesto revolucionario. Mounier lo vivió en su carne: se negó a callar frente a las injusticias de su tiempo porque “el silencio ha llegado a ser intolerable”, ya que callar sería hacerse “cómplice del desorden establecido que aniquila a la persona”. Filosofar, por tanto, es alzar la voz de la conciencia contra la indiferencia. Es preguntarse por el sentido cuando otros dan todo por sin sentido; es afirmar valores espirituales cuando triunfa el cinismo; es buscar la verdad, aunque esté fuera de moda.

"Filosofar así es dar testimonio de la verdad de la persona incluso si el mundo marcha en otra dirección. Es sembrar semillas de sentido que tal vez germinen lentamente"

Pero Mounier no aboga por cualquier tipo de filosofía, sino por un filosofar encarnado. ¿Qué significa esto? Que el pensamiento debe nacer de la experiencia viva y volver a ella transformado en acción. Mounier criticaba a los intelectuales desligados de la realidad, a la filosofía de torre de marfil. En su proyecto, Esprit, y en su vida breve pero intensa, practicó un pensamiento militante: escribió, fundó revistas, participó en movimientos de resistencia, crió una familia incluso en medio de adversidades (tuvo una hija con discapacidad que marcó profundamente su visión de la fragilidad y la entrega). Para él, “filosofía y vida” estaban unidas. De hecho, llegó a decir que “lo ideal para el personalismo sería desaparecer sin dejar rastro, después de haber despertado en muchos el sentido total del hombre, confundiéndose con el discurrir cotidiano de los días”. Es decir, el éxito de su filosofía sería que dejara de llamarse “filosofía” para convertirse simplemente en vida normal: personas conscientes de su dignidad, comunidades viviendo la solidaridad, sociedades al servicio del bien común. Esa es la meta: incorporar el pensar al vivir.

Filosofar hoy, entonces, ¿para qué? Para rehacer la esperanza. Mounier escribía en 1932 que había que “rehacer el Renacimiento” tras la catástrofe espiritual que presenciaba. Quizá nosotros, en 2025, debamos rehacer la humanidad tras la pandemia del nihilismo posmoderno. Necesitamos un renacimiento personalista: recuperar el valor de cada persona, su interioridad y su trascendencia, frente a fuerzas que la cosifican o la aíslan. Necesitamos recordar —con Mounier— que “el primer deber de la persona no es salvar su propia persona, sino comprometerla”. Esto significa salir de la autorreferencialidad y arriesgarnos por algo más grande: “correr el riesgo del amor”, como él decía. En una época cínica, amar con entrega (a los demás, a la verdad, a la justicia) es el acto filosófico por excelencia, porque afirma un sentido donde otros solo ven absurdo.

El filosofar comprometido no promete éxitos inmediatos; Mounier lo sabía: “nuestra acción no está esencialmente orientada al éxito sino al testimonio”. Filosofar así es dar testimonio de la verdad de la persona incluso si el mundo marcha en otra dirección. Es sembrar semillas de sentido que tal vez germinen lentamente. ¿Para qué filosofar? Para no entregar la última palabra al vacío. Para mantener encendida la luz de lo humano en medio de la noche de la técnica y el mercado. Para, en definitiva, transformarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno, paso a paso, hacia una vida más plena y con sentido.

"¿Quién se atreve a decir que eso no hace falta, o que no es urgente, en nuestros tiempos?"

Mounier nos legó una máxima que resume su provocadora invitación: “No se puede leer a Mounier y quedarse indiferente”. Su pensamiento nos “reclama presencia y compromiso”. Lo mismo cabe decir de la filosofía auténtica: no podemos entrar en ella y salir indemnes. Si filosofamos hoy al estilo de Mounier, con la mirada encarnada en la realidad y el corazón elevado a lo espiritual, seremos incitados a la acción. Cada pregunta filosófica genuina conlleva una responsabilidad: al preguntarnos por la verdad, debemos luego vivir en verdad; al reflexionar sobre la justicia, debemos actuar justamente. Así, filosofar deja de ser un juego estéril y se convierte en un camino de transformación personal y social.

En conclusión, filosofar hoy sirve para despertar al ser humano de su letargo nihilista, para que recuerde quién es y hacia dónde debe caminar. Sirve para denunciar las falsas soluciones —el refugio en la apatía, en el cinismo o en la tecnología sin alma— y proponer alternativas llenas de espíritu. Sirve, en fin, para reencantar el mundo devolviéndole profundidad, comunión y propósito. Si el siglo XXI padece soledad, fragmentación y falta de sentido, la medicina que Mounier nos recetaría sería clara: pensar profundamente, amar intensamente y comprometerse valientemente. Esa es la razón última para filosofar: para no dejar que el mundo pierda su alma, y para que cada persona descubra la suya. Como el propio Mounier dijo, “la vida de la persona es presencia y compromiso”. Filosofar es, por tanto, aprender a estar presentes —con los ojos abiertos al misterio del ser— y a comprometernos —con los pies firmes en la tierra—, construyendo día a día una esperanza que venza al nihilismo. ¿Quién se atreve a decir que eso no hace falta, o que no es urgente, en nuestros tiempos?

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John P. Herra
John P. Herra
4 ddís hace

La verdad no tiene por qué ser una afirmación, también puede ser un camino lleno de preguntas y vueltas al punto de partida, porque el descubrimiento del error abre un nuevo comienzo. Y es así por la temporalidad de está vida y del aprendizaje, a la fuerza individual, de valores universales. En rigor, el hombre individual no descubre, simplemente va cayendo en la cuenta, si va bien encaminado. Cada hombre tiene el tiempo suficiente de descubrir su propia ruta a las estrellas, simplemente porque está hecho a imagen y semejanza de Quien las creó. Toda nuestra inquietud, todo anhelo y veleidad, apunta siempre al deseo insatisfecho de volver a Casa.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 ddís hace
Responder a  John P. Herra

Wow!!!!!!!!

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
4 ddís hace

Gracias Rosa!!!!!!!!!!!!
Va todo de la mano: el no pedir permiso a la tribu y volverse peligroso con el fin de poner sobre el tapete nuestra propia NATURALEZA pensante.
Tribu= como fuerza sentimentalmente repetidora de slogans propios. Todos dicen : “SÍ” como movimiento opositor convirtiéndose en homogeinazadores resistentes. Alta contradicción.
La necesidad de estar presentes en cuerpo y alma con el fin de desmenuzar qué nos dicen y bajo qué intenciónes.
Las modas, nos igualan y se instalan obligándonos a elegir democráticamente una sola opción.
Simple: cuando querés un jean diferente al que ves replicado en todas las vidrieras.
No perder nuestra ESENCIA. No perdernos NOSOTROS para no caer en pertenecer.
El escritor de “FILOSOFÍA A MARTILLAZOS” dice justamente que se hace FILOSOFÍA , MIENTRAS.
Ese MIENTRAS es la VIDA y lo que se nos presenta por catálogo o como opciones permanentemente (lo leí en este sitio).
Hoy , más que nunca , debemos hacer uso de TODO EL KIT QUE NOS VINO DESDE LA CREACIÓN.
Nos están pretendiendo atropellar.
“Leer/ Escuchar. Comprender.
Reflexionar. DISCERNIR”. Marcela, Sensibilidad Espiritual.
Cambiaron los rótulos pero no los contenidos. Renarración a partir de Paty.
Pensar es URGENTE.

Rosa Amor
Rosa Amor
3 ddís hace

Querida Marcela,

Muchísimas gracias por tu lectura tan atenta y por esta reflexión que amplía, completa y enriquece lo que yo trataba de plantear en el artículo. Coincido contigo: pensar es un acto que exige presencia, una atención radical que no se delega y que nunca puede darse por supuesta. Pensar —como bien dices— no pide permiso a la tribu. No tiene por qué encajar en el coro que repite consignas, ni someterse a la moda que uniforma, ni al eslogan que dicta la emoción colectiva.

Ese “mientras” que mencionas —el que hace que la filosofía ocurra en plena vida, en el instante mismo en que respiramos, elegimos, discernimos— es precisamente la zona donde la libertad puede ejercerse. Por eso incomoda tanto. Por eso se vuelve peligrosa. La tribu, cuando se convierte en repetición automática, no soporta la individualidad que piensa porque introduce fisuras en lo homogéneo, en lo ya digerido, en lo que se espera que aceptemos sin preguntarnos demasiado.

Tu idea de que las modas nos igualan, nos duplican, nos empujan hacia un “sí” colectivo sin matices, es exacta. Ese ejemplo del jean que buscas y no encuentras entre las vidrieras uniformadas es casi una parábola filosófica: en un océano de réplicas, la identidad se convierte en resistencia. La esencia —eso que cada uno trae en su “kit de creación”, como dices tan bellamente— solo se mantiene viva cuando no renunciamos a ejercer la pregunta.

Leer, escuchar, comprender, reflexionar, discernir: ese es realmente el movimiento entero del pensamiento. Pensar es urgente, sí, pero sobre todo es propio. No se externaliza ni se subcontrata. No es un gesto que se delega ni un trámite para cumplir con la época. Es un acto íntimo que, cuando se ejerce, se nota, porque ilumina lo real con más fuerza que cualquier eslogan.

Gracias por traer aquí tu sensibilidad espiritual. Gracias por recordar que pensar es un riesgo —y un privilegio— que no deberíamos dejar en manos de nadie.

Con afecto y admiración,
Rosa

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 ddís hace
Responder a  Rosa Amor

Le mando un beso gigante Rosa! Soy Sabrina citando a dos mujeres más de las cuales aprendo de ellas: Marcela y Paty. Sobrevuela otra llamada Cristiane. De ustedes, me nutro; también.
Tomando los conceptos de
PARADIGMA CRÍTICO
RESIDUAL REPRODUCTIVISTA y
PARADIGMA CRÍTICO
EMERGENTE TRANSFORMADOR, llevemos a las aulas o al barrio / hagamos :
ACTIVISMO no enunciación. Eso ya lo hablábamos en el 2007 en una escuela pública en el contexto de Filosofía.
A veces es más simple de lo que creemos. Por ejemplo cuando nos instan a militar mediante propaganda para difundir en nuestras redes.
¿Cuál es el fin? , ¿Conocemos realmente?, ¿Adherimos a todo? , ¿Tomamos dimensión de las consecuencias? , ¿Sabemos cómo defendernos intelectualmente? , ¿Nos hará bien ? , ¿No hay otras alternativas? Sea para lo que sea.
Muchas gracias por abordar temas que nos llevan a los OTROS DOCENTES que hacen nuestra VIDA.

Última edición 3 ddís hace por SABRINA ANALIA CABRERA
ricarrob
ricarrob
3 ddís hace

Nihilismo, la pérdida del alma, las estrellas, Aura Mazda, Siddharta, los jeans, pensar, los valores universales, la decadencia civilizatoria…

Pensar…

Si algo nos salva, es filosofar. Y poner en cuestión TODO. También los jeans. Retornar a las cavernas y observar el atardecer al calor de una hoguera y mirar las estrellas que la civilización nos oculta.

Nuestra casa está en nosotros. Huir del ruuuuuido. Pensar.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 ddís hace
Responder a  ricarrob

“Nuestra casa está en nosotros”. Me quedo con eso! Gracias!

Jorge Juan 65
Jorge Juan 65
2 ddís hace

Gran artículo. Nos invita a absolutamente todo. Un texto luminoso. Me ha gustado especialmente cómo se plantea la filosofía como acto de resistencia interior, como movimiento que no busca agradar ni encajar en la tribu, sino sostener la propia mirada en un tiempo que confunde repetición con pensamiento. La idea de “filosofar mientras” —mientras vivimos, mientras dudamos, mientras atravesamos el ruido— es bellísima y profundamente verdadera. Recordáis que el pensamiento no es un adorno, sino una forma de presencia.

Gracias por este recordatorio de que pensar no es huir del mundo, sino precisamente lo contrario: afinar la conciencia para no dejar que el mundo piense por nosotros.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
2 ddís hace
Responder a  Jorge Juan 65

Este posteo, evidentemente, nos encontró en la necesidad de salirnos de la pista para dejar de rozarnos.
El Sistema nos aturde y nos pretende iguales y nosotros no nos estamos percibiendo con otros mientras nos vamos decolorando, hasta que un día nos empecemos a atropellar.
“Afinar la conciencia para no dejar que el mundo (otros/ corrientes/ “hits”/ atuendos / propagandas o publicidades) piense por nosotros”.
No hay ser humano, por status social que ocupe, que nos pueda obligar a decir lo que no queremos.
En este sitio, Zenda, está “Filosofía a martillazos”. Si no me equivoco, lo que se reproduce es la introducción del libro. De ahí, el “mientras”. Si le sumanos las preguntas de este artículo y lo dicho en Comentarios , sucede esa clase de Filosofía
tan deseada.
De todos modos, siempre nos gustó lo nuevo. A veces, caemos sedados bajo los encantos de alguna falsa sirena. Muchas veces nos alertan que la pared está realmente cerca y debemos disminuir la velocidad y desviarnos… para PENSAR. A veces , razonamos en el suelo.
Hablo por mí, que los NO me fastidian; por lo tanto : me gusta estar ausente de mí y del contexto. Soy más teórica que práctica.
Saludos a todos!