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Miguel de Molina, el artista maldito

Miguel de Molina, el artista maldito

Miguel de Molina fue un valiente a la fuerza, en una época en la que ser homosexual se consideraba un delito y una vergüenza. No se podía salir de casa sin pensar que a la vuelta de la esquina un grupo de asesinos podía reventarte la cabeza. Hoy, en pleno siglo XXI, me gustaría escribir que ya no sucede. Que hemos superado el odio al diferente y que consideramos iguales a aquellos cuya condición sexual, raza o religión está en las antípodas de lo que tenemos asimilado, por costumbre, como normal o bueno. Por desgracia, de vez en cuando todavía abren los informativos con este tipo de tragedias en las que personas inocentes sufren palizas o, mucho peor, pierden la vida a manos de la intolerancia criminal.

De lo que no cabe duda es que Miguel de Molina marcó un hito en el camino de la copla española en vida y tras su muerte se convirtió en referente para muchos cantantes actuales que, a lo mejor sin ser conscientes de ello, beben de las fuentes de un artista que luchó por definir su identidad como artista y como persona.

"Comienza con el artista consagrado encima del escenario, con carmín en los labios y brillando"

Es por lo que Cascaborra le dedica el cómic que lleva su nombre. Una portada rosa reivindica su arte, aquel que provocó que su existencia fuera azarosa, a ratos desgraciada, pero nunca aburrida. Procedía de una familia paupérrima, una madre coraje y un marido enfermo que poco o nada ayudaba en casa, en esa misma época en la que los hombres que no trabajaban fuera tampoco lo hacían dentro, quién sabe si por el temor a que alguna vecina cotilla cuestionara su hombría. Así, la inutilidad los sumía en una honda melancolía, en la que no había pan ni consuelo. Panorama típico de melodrama, la infancia de Miguel fue un caldo de cultivo para que el muchacho terminase en un colegio de curas. Y como era de esperar, la comprensión y la solidaridad brillaban por su ausencia. Los niños, con la crueldad que les caracteriza, por aquello de que dicen lo que piensan sin filtro alguno, protegidos por la sociedad de entonces, lo llamaban señorita, niña, mariquita. Miguel se resignaba contrariado, pues ante el espejo era la princesa prometida, la diosa Afrodita, la Barbie Malibú, la mayor estrella de la copla española del siglo XX. Con el permiso de la Piquer.

El cómic cuenta la vida de Miguel de Molina avanzando y retrocediendo en el tiempo. Comienza con el artista consagrado encima del escenario, con carmín en los labios y brillando, habiendo dejado atrás a Miguel Frías, a Miguela, como se le conocía a su llegada a Madrid en 1931. Ya se ha encontrado a sí mismo, como Miguel de Molina. Tras el maquillaje se siente libre. Pero los recuerdos de su madre le asaltan. Rafael Jiménez, el guionista, es un experto en aunar el presente y pasado de los protagonistas de sus tebeos. Una técnica, la del flashback, que resulta eficaz, pues es capaz de resumir en sesenta y cuatro páginas una dilatada carrera profesional y una peripecia personal que se desarrolla entre España, México y Argentina. Páginas llenas de color de la mano de Bea Gutiérrez siguen la senda de la propia vida de Miguel de Molina, con sus luces y sombras. Malvas luminosos junto a pasteles cuando se sube al escenario frente a los marrones y grises de sus miserias, porque, como las de cualquier ser humano, están hechas de oscuridad.

"Ahora sabemos que el destino le tenía preparado otro final, lejos de su tierra, a la que nunca regresó, pero a la que añoró hasta que la Parca fue a buscarlo"

Por otro lado, el dibujo de Jessica Silván es realista, refleja la belleza sublime de un hombre de finas facciones, grandes ojos y con estilo propio en el vestir. Él mismo se hacía las blusas de mangas anchas y de alegres estampados que le han inmortalizado. Como cualquier gran artista que se precie, huye de la mediocridad. Es transgresor, un divo. Así nos lo pinta Jessica, empoderado y miedoso a la vez, pero también humilde cuando se encuentra sentado a la misma mesa que Rafael de León y Federico García Lorca, a los que admira y respeta. A este último lo recuerda con tristeza, preguntándose tal vez por qué en similares circunstancias él sobrevive y el poeta granadino no.

Ahora sabemos que el destino le tenía preparado otro final, lejos de su tierra, a la que nunca regresó, pero a la que añoró hasta que la Parca fue a buscarlo: “Hay que llorar, las lágrimas alivian muchas cosas. No es más hombre el que menos llora, ni más patriota”, afirmó en su última entrevista en 1990 en Argentina, y con la que se cierra este emotivo cómic.

Bien pagaos los diecisiete euros que cuesta, sin duda.

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Autores: Rafael Jiménez, Jessica Silván y Bea Gutiérrez. Título: Miguel de Molina. Editorial: Cascaborra. Venta: Web de la editorial.

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