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Victoria Camps: “El socialismo debería volver a los orígenes”

Victoria Camps: “El socialismo debería volver a los orígenes”

Resuenan en La sociedad de la desconfianza (Arpa, 2025), el último libro de Victoria Camps (Barcelona, 1941), unos versos de Robe Iniesta: “Del tiempo perdido / en causas perdidas, / nunca me he arrepentido”. La filósofa catalana no cita al compositor extremeño, pero sí invoca sentencias con una música similar –Camus: “En plena oscuridad de nuestro nihilismo, he buscado solamente las razones para superar ese nihilismo”; Confucio: “La persona ejemplar es aquella que sigue intentándolo aunque sabe que es en vano”–. En el ensayo, la catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Barcelona (UAB) reflexiona y advierte sobre el individualismo y el “abandono de la lucha por la igualdad” y reivindica la ética para superar la indiferencia y el desánimo. Según la también senadora independiente del PSC entre 1993 y 1996 y miembro del Consejo de Estado entre 2018 y 2022, toca tomarse los derechos en serio y, acto seguido, pasar a los hechos. Sobre todo ello, y sobre la necesidad de educar moralmente, y sobre el mito de la inclusión, entre otros asuntos, conversamos en Zenda:

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—Victoria, ¿vivimos en la era del desánimo?

—En parte, sí. La desconfianza generalizada paraliza y desanima para pensar el futuro como posibilidad de mejora de todo lo que no funciona, de los problemas que no se resuelven, de la dificultad insalvable de acordar nada. Fallan las expectativas y crece la desmoralización, el sentimiento de que somos impotentes para cambiar lo que está mal.

—¿Cuándo y por qué dejamos de preguntarnos, en palabras de Chesterton, por lo que está bien en el mundo?

"Las utopías pueden conducir al totalitarismo"

—Reconocemos lo que está mal pero no activamos los mecanismos para corregirlo. No hace falta diseñar cómo debe ser la vida buena o la buena sociedad, incluso es peligroso hacerlo porque las utopías pueden conducir al totalitarismo, pero sí es necesario recuperar la confianza en que el futuro está en nuestras manos.

—¿El ser humano es un agonías?

—La naturaleza humana está muy abierta, tiene límites porque somos finitos, pero el ser humano tiene capacidad y libertad para diseñar la vida individual y colectiva y de poner las condiciones para que esa libertad sea universal y no sólo de unos cuantos. Pero hemos aceptado una concepción de la libertad tan individualista y reducida a la satisfacción de los intereses y deseos del individuo, que la acción colectiva parece cada vez más imposible.

—¿La desesperanza es hija de la pereza?

—Es una consecuencia de no asumir responsabilidades o de no repartirlas bien. A medida que hemos ido avanzando en la consolidación de un estado social, la separación entre las obligaciones de los estados y las de los ciudadanos se ha hecho más profunda. Para que el estado social se aguante, tiene que haber cooperación de todos.

—Frente a la insatisfacción, el malestar y el descontento, ¿qué se receta?

—Recetas, no hay. Si de verdad creemos en los derechos humanos, que son los principios éticos universales, esa creencia implica tanto un descontento con respecto a lo que ocurre como la esperanza de que podemos actuar conforme a lo que proclaman los derechos fundamentales. Sin esa esperanza, el discurso ético que vislumbra un “deber ser” no significa nada.

—A todo esto, ¿dónde están los referentes?

"Hay mucha gente que procura vivir bien en el sentido ético de la palabra"

—Tenemos referentes, hay mucha gente que procura vivir bien en el sentido ético de la palabra. El problema es que lo bueno que hay en el mundo es poco visible y conocemos sobre todo lo malo, lo cual es necesario para cambiar, pero no para vivir esperanzados.

—Por curiosidad, dígame cinco suyos.

—No puedo responder a esta pregunta porque no tengo referentes identificables con personas concretas, sino más bien, maneras de comportarse, actitudes, reacciones, que reconozco como buenas o incluso ejemplares y que de hecho se muestran en muchas personas.

—Señala que vivimos el colapso del demos y del ethos: “No hay un nosotros —lamenta— dispuesto a luchar por un bien común”. Cuénteme más.

—Quiero decir que el subsuelo de la democracia, el demos (el pueblo), no está cohesionado, sino atomizado. ¡Sálvese quien pueda! La falta de respeto hacia el otro es una realidad que produce rivalidades, odio, insultos, falta de empatía, es decir, no hay un ethos, una manera de ser compartida y común que se refleje, por lo menos, en las relaciones con los demás. Hay quien habla de la necesidad de crear “círculos virtuosos” que propaguen virtudes, como la del respeto mutuo, porque los deberes morales se aprenden con el ejemplo.

—¿El Estado de bienestar tose sangre?

"Que las desigualdades entre una minoría muy rica y el resto vayan aumentando es un escándalo"

—Más que sangre, desprotección hacia los más desfavorecidos. Que las desigualdades entre una minoría muy rica y el resto vayan aumentando es un escándalo; que los gobernantes que se consideran progresistas no se atrevan a  garantizar el derecho a la vivienda y vayan tolerando la especulación de los grandes propietarios, es una vergüenza; que la educación no sea una de las preocupaciones fundamentales de ningún gobierno, muestra que las prioridades a la hora de repartir el presupuesto no son las que deberían ser.

—¿La socialdemocracia se ha perdido “en un laberinto de propuestas que ya no son progresistas”?

—Por lo que acabo de decir, no hay otra forma de entenderlo. El socialismo debería volver a los orígenes: justicia social por encima de cualquier otra política.

—En ese sentido, ¿dónde está el Norte? ¿Hacia dónde apunta la brújula?

—Hay una brújula peligrosa que es la que apunta hacia la desaparición de la democracia liberal como el mejor régimen que hemos construido hasta ahora, en nombre de una eficacia y de una pluralidad que ignora los derechos humanos.

—Vamos acabando, Victoria. ¿La inclusión es un mito?

"Los determinantes económicos y culturales hacen que, teniendo las mismas oportunidades, no todos puedan aprovecharlas por igual"

—Es un mito si nos quedamos en aspectos formales, como el de la igualdad de oportunidades, que es una medida poco efectiva si no profundiza en los determinantes económicos y culturales que hacen que, teniendo las mismas oportunidades, no todos puedan aprovecharlas por igual. Esa es la raíz, por ejemplo, de un fracaso escolar que se mantiene a pesar de que la escolarización universal esté garantizada.

—Apuesta por “educar moralmente”. ¿Cómo?

—La educación moral, decía Aristóteles, es sobre todo una práctica. No vale reducirla a una asignatura, una enseñanza teórica. Tiene que mostrarse en el ethos, en la manera de ser de las personas, en el civismo, en la cooperación, en el cuidado.

—¿Ahora se educa, si no inmoralmente, sí amoralmente?

—Creo que sí. Las normas morales, que no siempre son leyes ni tienen que estar escritas, han desaparecido porque ni se enseñan ni existe un rechazo social de las inmoralidades más obvias.

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