Inicio > Firmas > Imperio de la luz > Por marica y por rojo: las dos cruces de Miguel de Molina

Por marica y por rojo: las dos cruces de Miguel de Molina

Por marica y por rojo: las dos cruces de Miguel de Molina

Lo sacaron del Teatro Pavón y dijeron que lo llevaban a la temida Dirección General de Seguridad. Tres falsos policías con gabardina, como una película negra que devino en una de terror, lo condujeron a los altos de la Castellana y lo apalizaron en medio de la noche oscura. Le arrancaron el pelo lleno de brillantina a tirones, le rompieron los dientes y le hicieron beber aceite de ricino antes de dejarle inconsciente. Por marica y por rojo, le decían. Él les vomitó encima y se subió como pudo a un taxi cuando despertó magullado y dolorido.

Tras la agresión de aquellos criminales decidió abandonar definitivamente España. Uno de ellos era Sancho Dávila, jerarca falangista, otro el conde de Mayalde, director general de Seguridad y futuro alcalde de Madrid. Primeros años del franquismo, Miguel volvía herido al teatro, pero no tardaría en cruzar el charco para adentrarse en un exitoso exilio que le convertiría en estrella sin par de la España peregrina.

"De niño soñaba con triunfar en el malacitano teatro Cervantes, pero acabó deambulando en busca de pan y gloria"

A Miguel se le recuerda sobre todo por “Ojos verdes”, una canción que bordaba, como él decía, de ecos lorquianos: en 1931, en el café La Granja Oriente de Barcelona, un joven Miguel de Molina se encontró con Rafael de León y con Federico. Rafael escribió algunas frases sobre el verde de Andalucía en una servilleta. Parecían inspiradas en el “Romance sonámbulo” de Lorca. El granadino se lo hizo ver: “Federico, ¿no pensará que el color verde es patrimonio tuyo?”, le contestó el letrista. Miguel se quedó prendado de aquella canción y, aunque no pudo estrenarla, nadie la cantaría como él, ni siquiera doña Concha Piquer, que quedó como señora de la copla en la España franquista que censuró aquellos versos de la mancebía.

Nacido en 1908 en Málaga, llegó “al mundo en una España en la que reinaba Alfonso XIII y en una Andalucía en la que quienes gobernaban eran la pobreza, el hambre, los terratenientes, la ignorancia…”. De niño soñaba con triunfar en el malacitano teatro Cervantes, pero acabó deambulando en busca de pan y gloria: de un burdel de Algeciras, pasando por las fiestas flamencas que organizaba en Sevilla, al triunfo en Madrid y, sobre todo, en Valencia, donde en los años treinta se popularizaron canciones como “El día que nací yo”, “Triniá” o “La bien pagá”. Antes se había curtido con La Argentinita y La Argentina.

"Miguel de Molina diseñó un personaje que le sentaba como un guante. Su enorme capacidad interpretativa hizo de él un ídolo de masas"

Bien plantao, amanerado, sombrero hacia atrás, caracoles en las sienes y cigarrillo entre sus dedos. Miguel de Molina diseñó un personaje que le sentaba como un guante. Su enorme capacidad interpretativa hizo de él un ídolo de masas, pero también acabó por colocarle en el punto de mira: por marica y por rojo.

Vanguardia y tradición, con las camisas llenas de volantes diseñadas y cosidas por él mismo, y los botines picassianos, acabó por sacar a la copla del ambiente de las folclóricas, que dominaban el género en número, para añadirle unas escenografías rompedoras que acabarían saltando del teatro al cine y del cine a la televisión, muchos años más tarde.

Defensor de la República, actuó para las tropas republicanas y en conciertos en beneficio del Socorro Rojo. Tras la guerra, un empresario falangista lo contrató por 500 pesetas, en vez de las 5.000 que cobraba, a cambio de protección. Sin embargo, en 1942, tras la paliza, partió a Argentina superado por el miedo.

"Se alejó de las cámaras y se fue gastando la fortuna que había ganado"

Allí llegó la larga mano del franquismo y, acusado de homosexual, tuvo que huir a México, donde fue perseguido por el sindicato de artistas azteca que controlaba Mario Moreno, “Cantinflas”. Una llamada de Evita le sacó de aquel apuro. Protegido ahora por el gobierno de Perón, gracias a la admiración de su esposa, volvió a la Argentina, donde no paró de triunfar desde entonces. Ganó más que cualquier artista local, llenó un teatro tras otro y protagonizó Ésta es mi vida, considerada la primera película gay argentina.

A mediados de los cincuenta, tras la caída del peronismo, su estrella empezó a decaer. Solo volvió a España fugazmente en 1957, para desmantelar la casa que le había puesto a su madre. En 1960 ya no se sentía “hermoso y joven” y se retiró a su castillete del barrio bonaerense de Belgrano, que compaginó con estancias en Nueva York. Se alejó de las cámaras y se fue gastando la fortuna que había ganado.

En 1990 Carlos Herrera consiguió que volviese a la televisión, donde señaló por vez primera a sus agresores y se le vio cantar tras tantas décadas. Un año antes se había estrenado el éxito de taquilla Las cosas del querer, inspirada libremente en su vida. En 1992 le entregaron en Buenos Aires la Cruz de la Orden de Isabel la Católica: “Al mismo tiempo que se lo agradecía al rey, no pude menos que acordarme de aquella paliza en la Castellana, de las persecuciones, de la prohibición de trabajar, del secuestro de mis películas, del exilio… De haberme robado los mejores años de mi vida empujándome lejos de mi madre, de mi tierra…”. Aquel día, con ochenta y tres años, se plantó de nuevo el sombrero y bordó “Ojos verdes” por última vez.

5/5 (5 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios