“Las guerras no deberían existir, no sirven para nada”, dice un hombre casi centenario.
Gabriel regresó, pero miles de soldados de la llamada “quinta del biberón” murieron en las aguas del río Ebro. Disparos, aviones, granadas, enfermedad y hambre.
Todos eran unos críos.
La escritora María Castro Hernández y el autor de cómics Tyto Alba gozaron del inmenso privilegio de conocer a Gabriel León Honrubia en 2019, cuando estaba a punto de cumplir los 100 años. Era —porque no pudo llegar a cumplir las tres cifras— uno de los pocos supervivientes de la Batalla del Ebro, uno de los episodios más desgraciados de esa guerra que llamamos “civil”. Gabriel era historia viva. Una mente lúcida, sincera y feliz —pese a todo— que compartió con los autores un testimonio valiosísimo. El cómic a cuatro manos Aquí donde estoy: Un joven en la batalla del Ebro (Astiberri, 2025) es el resultado de aquellos encuentros.
A medida que pasan los años, la memoria se deshace, como una niebla pintada de acuarela. Cada vez quedan menos personas que vivieron la contienda y los primeros años de la dictadura, como Gabriel. Sus recuerdos y sus voces desaparecen, pero no podemos permitir que la historia muera con ellos. Porque ya sabemos que no hay nada más peligroso que olvidar la historia. En el hueco vaciado otros pueden imponer un relato falso, que no constituye otra cosa más que un insulto imperdonable a todas aquellas vidas que acabaron de forma trágica e injusta.
Miles de cuerpos de muchachos, huesos y carne alimentando la tierra de las orillas del Ebro, década tras década tras década. El país de las seis mil fosas, que nos llaman.
Cuando se pierden los testimonios de primera mano, queda, a veces, la arqueología de los objetos, la memoria contenida en viejas fotografías y cartas como las que Gabriel les permitió consultar a Hernández y Alba, algunas de las cuales se recogen al final del tomo. Siendo un muchacho, movilizado al frente en un intento desesperado del bando republicano por mantener el Levante, Gabriel escribía cartas a su familia. A veces se permitía ser divertido. En otras asomaba la desesperación contenida. Heridas en los pies, piojos, balas que le rozaban la frente, dormir al raso sobre los nudos de las raíces. “Aquí donde estoy”, escribía, porque no podía revelar su posición exacta. Aquí donde estoy, donde estamos, futuros fantasmas, huellas que se desvanecen en el tiempo.
A los autores del cómic esta vida les fue narrada en un episodio de memoria transmitida de forma oral, y decidieron plasmarlo en su obra de una forma muy similar. El Gabriel personaje de Aquí donde estoy le cuenta su historia a un adolescente que pasa unos días en el pueblo donde vive. Se establece así un acertado juego de espejos entre el adolescente que empuñó un arma para hacer la guerra y el adolescente que agarra su smartphone para averiguar por qué, tantos años después, se sigue hablando del tema.
Según una encuesta reciente del CIS, una quinta parte de los jóvenes españoles piensan que la dictadura fue positiva. Hablan con rotundidad de un tiempo que no vivieron. Miren cualquier vídeo viralizado en TikTok: son incapaces de dar un argumento sólido que no hayan pescado al vuelo en una cena familiar. Que si los pantanos, que si las carreteras, que si la Seguridad Social. Que si todos mataron, que si todos murieron.
Qué pensaría Gabriel de los que no quieren recordar.
Qué pensarían los críos que hoy son flores cabizbajas a las orillas del Ebro.
Y es que las generaciones pasan, y la memoria, como he dicho, es una niebla de acuarelas —una de esas acuarelas negras, azules y moradas de Tyto Alba— que se desvanece con facilidad.
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Autor: María Castro Hernández y Tyto Alba. Título: Aquí donde estoy. Editorial: Astiberri. Venta: Todos tus libros.

No conozco la obra, pero les felicito por la iniciativa. Es verdad que la memoria de lo sucedido se pierde en las nieblas del tiempo pasado. Mi padre fue uno de aquellos jóvenes de la quinta del biberón. Su infancia fue muy dura: hambre y calamidades es lo que vivió en su niñez. Y lo mandaron al frente de pronto, con un fusil en las manos. Al frente del Ebro. Aunque le insistía de niño para que me hablara de aquello, muy poco me contó. No quería. De las pocas cosas que me relató, fue una vez que un nacional le perdonó la vida. Se cruzaron en bancal, los dos solos. Mi padre descansando exhausto bajo un árbol y el otro soldado encañonándolo. Después de un tenso silencio, decidió darse la vuelta y marcharse. Muchas veces lo pienso; gracias a aquel acto, yo y después mis hijos estamos aquí.
Enhorabuena por recuperar la memoria de aquella barbaridad que fue la guerra civil provocada por un golpe de estado que sentenció a muerte y a la miseria a miles de españoles. No debemos permitir ni que se olvide ni que se cambie el relato de la Realidad de lo sucedido. Por justicia para los que murieron durante y después de la contienda. Y para que no se repita.