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Ateísmo cristiano, de Slavoj Žižek

Ateísmo cristiano, de Slavoj Žižek

El filósofo esloveno presenta el primer libro en el que condensa su pensamiento religioso. Básicamente, defiende que, para convertirse en ateo, o materialista dialéctico, uno debe primero conocer la experiencia cristiana.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Ateísmo cristiano (Akal), de Slavoj Žižek.

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INTRODUCCIÓN

¿Por qué el verdadero ateísmo tiene que ser indirecto?

No sólo soy una persona políticamente activa, sino que a menudo también se me percibe como alguien políticamente radiactivo. La idea que quiero adelantar, a saber, que la teología política sostiene de forma necesaria la política emancipadora radical, sin duda contribuirá a esta percepción.

La premisa básica de la que parten los ateos hoy en día es que el materialismo es una concepción que puede exponerse y defenderse de forma consistente por sí misma, siguiendo una línea de argumentación positiva, sin referencias a su opuesto (las creencias religiosas). Pero ¿y si fuera cierto lo contrario? ¿Y si para ser auténticos ateos tuviéramos que comenzar por el edificio religioso y socavarlo desde dentro? Decir que Dios es engañoso, malvado, estúpido, un muerto viviente… es mucho más radical que afirmar directamente que no hay Dios: si nos limitáramos a postular que Dios no existe, abriríamos el camino hacia su supervivencia de facto, como una idea (o ideal) que debería regular nuestras vidas. En resumen, abrimos las puertas a la suspensión moral de lo religioso. Aquí hay que ser muy precisos: lo que se debe rechazar incondicionalmente es la concepción kantiana de la religión como una mera narrativización (una presentación en términos de nuestra realidad sensorial ordinaria) de la pureza de la ley moral. Desde este punto de vista, la religión está destinada a la gran mayoría, incapaz de comprender la ley moral suprasensible en sus propios términos. Pero aquello en lo que se debe insistir, en contra de esta concepción, es que la religión no puede reducirse de ningún modo a esta dimensión, no sólo en el sentido de que contiene una visión ontológica de la realidad (tal como fue creada por Dios o por los dioses, regulada por la providencia divina, etc.), ni solamente en el sentido de que habría intensas experiencias religiosas o místicas que irían mucho más allá de la moralidad, sino también en su sentido inmanente. Baste recordar con qué frecuencia en el Antiguo Testamento Dios se muestra injusto, cruel e incluso frívolo (desde el Libro de Job hasta la escena en la que impone el ritual de la circuncisión). ¿No es el cristianismo una religión única entre las demás por el hecho de que no se puede acceder a él directamente, sino solamente a través de otra religión (el judaísmo)? Sus sagradas escrituras (la Biblia) constan de dos partes: el Antiguo y el Nuevo Testamento, de modo que es necesario recorrer el primer texto para llegar al segundo.

En 1965, Theodor Adorno y Arnold Gehlen celebraron un gran debate (o lo que los alemanes llaman Streitgespräch) en la televisión pública alemana. Aunque los argumentos orbitaran en torno a la tensión entre instituciones y libertad, el verdadero foco del debate fue el siguiente: ¿es la verdad, en principio, accesible para todos, o sólo para unos pocos? La interesante paradoja radicaba en que, si bien los escritos de Adorno resultan casi ilegibles para quienes no conocen la dialéctica hegeliana, él abogaba por la accesibilidad universal de la verdad, mientras que Gehlen (cuyos escritos son mucho más fáciles de seguir) afirmaba que la verdad sólo era accesible para unos pocos privilegiados, ya que es demasiado peligrosa y disruptiva para la multitud. Si el problema se formula en estos términos generales, estoy de acuerdo con Adorno: la verdad es, en principio, accesible a todos, pero exige un gran esfuerzo, del que muchos no son capaces. Sin embargo, me gustaría defender una tesis mucho más específica y precisa. En el sentido abstracto del «conocimiento objetivo» y científico, por supuesto que nuestro conocimiento es limitado; para la gran mayoría de nosotros es imposible comprender la física cuántica y las matemáticas superiores. Pero lo que nos es accesible a todos es ese paso elemental que parte de nuestra experiencia de la carencia (nuestro universo imperfecto, el límite de nuestro conocimiento) y prosigue hasta redoblar esa carencia, es decir, hasta situarla en el Otro mismo, que se convierte en un Otro inconsistente y «barrado». La concepción hegeliana de Dios nos ofrece un caso ejemplar de esa reduplicación de la carencia: la brecha que separa a Dios de nosotros, humanos finitos, frágiles y pecadores, es una brecha inmanente a Dios mismo; separa a Dios de sí mismo, haciéndolo inconsistente e imperfecto, inscribiendo un antagonismo en su propio corazón. Esta reduplicación de la carencia, esta «ontologización» de nuestra limitación epistemológica, está en el núcleo del saber absoluto de Hegel, y señala el momento en que la Ilustración llega a su fin.

Todos los capítulos son intervenciones en un debate en curso. En el primer capítulo propongo mi propia solución al diálogo entre Lorenzo Chiesa y Adrian Johnston sobre psicoanálisis y ateísmo; en el segundo respondo a mis críticos budistas, según los cuales no he reparado en la proximidad entre Lacan y el budismo; en el tercero abordo las interpretaciones filosóficas que entran en conflicto con la mecánica cuántica; en el cuarto capítulo entablo un diálogo con Alenka Zupančič sobre Antígona, sobre lo sagrado y lo obsceno, y contra la lectura humanista que hace del acto de Antígona una demanda de inclusión de todas las minorías marginadas dentro de la universalidad humana; en el quinto capítulo intento disolver algunos malentendidos que desdibujan los efectos sociales y subjetivos de la IA; por último, pero no menos importante, en el sexto capítulo defiendo mi tesis sobre la necesidad de la teología en la política radical, en contra de las típicas exposiciones materialistas de la política emancipadora. A pesar de este carácter dialógico, el libro sigue una línea muy precisa: desde la determinación básica de mi ateísmo cristiano, pasando por el esbozo de las diferencias entre mi ateísmo y el agnosticismo budista, afirmando el ateísmo profundo de la física cuántica, una exploración del triángulo de lo divino, lo sagrado y lo obsceno, y una crítica materialista de la lectura espiritual anticristiana de la IA, hasta una explicación de por qué las políticas emancipadoras no funcionan sin una dimensión teológica (o más exactamente, teosófica).

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Autor: Slavoj Žižek. Título: Ateísmo cristiano. Traducción: Antonio José Antón Fernández. Editorial: Akal.

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