Pocos autores contemporáneos han dedicado a Fernando Pessoa una atención tan constante y tan paciente como Manuel Moya. Lo sé bien: esta es ya la tercera ocasión —como puede comprobarse en la relación de mis artículos en Zenda— en la que vuelvo sobre uno de sus libros, atraído por esa mezcla de rigor investigador y fervor interpretativo con la que aborda, una y otra vez, la inagotable figura del poeta lisboeta. Esa constancia —esa voluntad de seguir leyendo y reinterpretando a Pessoa desde todos sus ángulos posibles— explica también que, en mi acercamiento crítico a Lluvia oblicua, me quedara la impresión de no haber afinado del todo mis objeciones a ciertos pasajes en los que Moya reconstruye el incesante callejeo de Pessoa por Lisboa, hasta desembocar en el Hospital de São Luís dos Franceses, donde concluyó su polifónico deambular.
En Pessoa, el hombre de los sueños (Ediciones del Subsuelo, 2023) —solvente y develadora biografía del autor de los heterónimos—, Moya intenta demostrar que Pessoa no es, como en su momento señaló Octavio Paz, un autor sin biografía, sino que, muy al contrario de lo que habitualmente se considera, tuvo una intensa vida literaria, con mucha mayor incidencia y presencia en el ámbito cultural lisboeta de la que habitualmente se le reconoce. Este es uno de los molinos de viento contra el que Moya lucha con denuedo investigador, tratando de devolvernos a un Pessoa de carne y hueso, lejos de los tópicos que hoy componen su convencional máscara: la del bebedor solitario que deambulaba por Lisboa como una sombra, disimulando con su elegante, aunque convencional atrezzo, su derrota.
El título del nuevo libro de Moya, Fernando Pessoa: La reconstrucción (Fórcola, 20025), sobre todo su subtítulo —«La reconstrucción»— muestra claramente sus intenciones: las de desmontar o, al menos, explicar las numerosas mistificaciones que configuran su leyenda, con la intención no «de erigir un personaje ex novo» sino de «poner el acento en los aspectos que han tergiversado la visión que en la actualidad tenemos del archipoeta lusitano».
Pero si bien es cierto que Pessoa tuvo una juventud agitada, con más acontecimientos y avatares novelescos que los que hayan podido vivir la mayoría de sus coetáneos —«muertes familiares, largos viajes, vivencias exóticas, lecturas maravillosas…» (37)—, así como una inmersión intelectual en otra lengua sin la cual no podría explicarse su obra literaria, tampoco es menos cierto que Pessoa fue siempre —sobre todo a partir de la grieta abierta en su personalidad tras la muerte de su padre— un niño atravesado por la soledad, una soledad o saudade que lo acompañó hasta su último aliento: por oficinas y tabernas, por conciliábulos literarios y reuniones familiares, por los tranvías lisboetas y por sus desdoblamientos literarios.
Moya no deja de proclamar, como anáfora de sus capítulos y como conclusión final, que «la vida de Pessoa no es tan vacía ni tan monótona ni tan gris como se la suele describir» (92), que Pessoa —mal que le pese a Octavio Paz— «tuvo biografía» (214). Pero tras la lectura de su libro, y también de los anteriores sostenidos por la misma hipótesis, uno se queda con la impresión de que Moya, tan buen conocedor de la obra, de la vida y milagros de Fernando Pessoa, en realidad afirma lo que niega, situándonos de lleno en la imagen preconcebida que los diferentes autores y estudiosos del autor del Libro del desasosiego han venido construyendo y trasladando a los lectores.
Ciertamente, Moya recorre con rigor las diferentes etapas de la vida de Fernando Pessoa, describiéndolo en todo momento como un niño, un joven y un adulto singular. Un niño «imaginativo y solitario» (56); un joven «[c]allado, tímido, ensimismado, pero sobre todas las cosas, soñador impenitente» (64); y, para redondear este daguerrotipo, el adulto ensimismado y «sometido hacia adentro» (161). Aproximaciones que, lejos de alejarnos de la convencional imagen de Pessoa, nos acercan a su visión más arquetípica, quizá la misma que este genial escritor sin papelera, gran mistificador, quiso trasladarnos; por mucho que, como subraya Moya, nunca rehuyese la polémica y formara parte, decisivamente, de los movimientos poéticos más relevantes de Lisboa, o intentase triunfar como inventor o en los más variopintos negocios. Pessoa siempre vuelve a ser Pessoa, atravesado por su enigmática soledad, en cuya circularidad parece diluirse, al fin, «toda biografía» (161).
Incluso en su época más vanguardista, una de las más hiperactivas de Pessoa, la sombra de Bernardo Soares vuelve a proyectarse sobre su figura: «Los cafés, las redacciones de los periódicos, las imprentas y las oficinas verán pasar a un tipo tímido y ubicuo, que habla poco […], yendo de aquí para allá con esos pasos que alguien ha calificado como pajariles, pues parecía que sus zapatos apenas si tocaban el suelo» (75-76). Todo ello lleva a Moya a reconocer, con la honestidad intelectual que le caracteriza, que «Pessoa, que ha sido un hombre callado en vida, es, analizando su arca, un auténtico parlanchín en cuanto empuña la pluma y el lápiz» (81), de modo que la biografía intelectual del escritor vuelve a prevaler sobre la del hombre mundano.
Pero esta hipótesis —sobre la que Moya, igual que los lectores que lo acompañamos en sus disquisiciones, se estrella una y otra vez— le permite, sin embargo, realizar uno de los acercamientos más lucidos y apasionantes al universal autor lisboeta, siguiendo las espirales de sus pasos. Naturalmente, toda persona, todo ser humano, tiene una biografía, y la de Pessoa se confunde con la de su ciudad. Seguir sus pasos —como demuestra el autor de Fernando Pessoa: La reconstrucción— es recorrer la laberíntica intrahistoria de Lisboa y penetrar en sus resortes más íntimos. La indagación de Moya no solo se detiene en los dramas personales —la muerte de sus seres queridos, el temor a la locura, el alcoholismo, la soledad, etc.— que asolaron a Pessoa, así como en las gentes que poblaron su universo cotidiano, tanto en el ámbito creativo como en el más mundano, sino que constituye también una pormenorizada reconstrucción de toda una convulsa época de la historia de Portugal, cuando el surco de los tranvías trazaba en Lisboa los renglones de la modernidad.
Moya entra de lleno en el taller literario del autor del Libro del desasosiego y penetra, como pocos, en la dilucidación de sus heterónimos. Pessoa no se explica sin su formación inglesa, y sus heterónimos tampoco sin Shakespeare. De ahí el interés de las precisiones temporales y de las matizaciones que Moya introduce en torno al «extraordinario nacimiento» de los heterónimos, tal como el propio Pessoa expone «de propia mano» a Adolfo Casais Monteiro en la célebre carta que le envía el 13 de enero de 1935; un buen ejemplo de su condición de gran mistificador.
Son muchos los aspectos que cabrían reseñar de esta sustantiva indagación pessoana, por lo que su lectura se convierte en un verdadero regalo para cualquier lector interesado o atraído por el universal lisboeta. Quien quiera aproximarse a Pessoa en su recóndita intimidad o descifrar algunos de sus arcanos creativos, que lea a Moya, el autor español a través del cual no cesa de hablarnos Pessoa.
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Autor: Manuel Moya. Título: Fernando Pessoa: La reconstrucción. Editorial: Fórcola. Venta: Todos tus libros.


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