Fue el dramaturgo John Osborne quien manifestó, para The London Times, que la vida es en sí misma ofensiva. En verdad, es un viaje sin rumbo establecido, una autopista con destino incierto. Y cientos de guijarros en el camino. ¿Hay alguien que tenga una existencia perfecta? ¿Alguien que no padezca dolor, tristeza o, quizás, soledad? Porque eso es algo universal: nacemos y morimos en soledad. Uno consigo mismo, saludando a la Muerte, aventurándose por último al Gran Secreto.
Este libro de memorias es, en verdad, el desgarrador relato de un hombre solitario enfrentado al mundo interno y externo. Se configura como una obra sobre los remordimientos, pero también acerca de las virtudes de la vida. Porque si hay un argumento central en todo el libro es la interpretación de qué es vivir y de cómo los seres humanos llevamos grabada la imperfección como un elemento inherente.
En este volumen, brillantemente escrito, el actor Anthony Hopkins hace una catarsis, liberándose de su dolor, fobias y temores. A lo largo de sus capítulos, vemos la reminiscencia del galés sobre su devenir personal y laboral. Siendo joven declararía a sus padres que les demostraría lo que valía. No sería solo una cabeza de elefante —como lo etiquetaban en las instituciones educativas—, ni un lento o estúpido. El hecho de que no participara en actividades deportivas o en juegos de niños no lo haría ser inferior. Y pese a su rebeldía en el campo de los estudios, fue mismamente en un internado donde, de forma inesperada, entraría en contacto con William Shakespeare, Hamlet y la actuación de Laurence Olivier.
Con el paso de los años se percata de lo vil que es la existencia, dándose cuenta de que no tiene el control sobre ella. Hay gente buena que sufre y padece calamidades insospechadas, mientras que personas deleznables viven placenteramente. No hay justicia ni equilibrio. Ante ello, su familia le transmitió la idea preconcebida de que se callase, siguiese adelante sin quejarse. Mutismo e indiferencia. Sé fuerte y no olvides que los hombres no lloran, aunque el ganador de dos premios Oscar confesará la necesidad de soltar y liberar sus emociones, de declarar la verdad sobre su gran enemigo —el alcoholismo—, de las infidelidades que tuvo y, por encima de todo, el abandono de su hija Abigail una noche fortuita. Esto último, como se relata en el libro, es un estigma que le marcará el resto de su vida. Ya en su vejez, y con la ayuda de su esposa, Stella, aprenderá una clave fundamental: tan sólo siéntete presente, la vida está en marcha y no se puede frenar.
Pero no solo Hopkins refleja los sinsabores de su juventud y familia. También muestra la dureza del mundo teatral y la descarnada rivalidad en el mundo del séptimo arte. Narra su relación con Richard Burton, Peter O’Toole, Laurence Olivier o Emma Thompson, entre otros artistas. Cuenta su experiencia participando en obras como Julio César, El león en invierno, Hamlet, Equus o El hombre elefante, sin olvidar aquel papel que fue un punto de inflexión en su carrera —y por el que obtuvo su primer Oscar—: el doctor Hannibal Lecter en El silencio de los corderos. Con Lecter quiso reproducir esa amenaza latente en la tranquilidad natural de una araña de grandes dimensiones que se encontró un día en la panadería de su padre. Silenciosa pero peligrosa. Quiso además reproducir la forma de hablar y dirigirse de Christopher Fettes, uno de sus profesores de la Royal Academy of Dramatic Art (RADA). Y por supuesto, tuvo presente el Drácula de Béla Lugosi. Quería que Lecter fuera implacable, inquisitivo, pero sin usar su cuerpo. Tan solo un cerebro encarcelado en una jaula de cristal. Durante la preparación del papel, la actriz Jodie Foster —quien encarnaba a la agente en prácticas del FBI Clarice Starling en la película— confesó que le llegó a dar miedo Hopkins durante el rodaje, pues la forma en la que le llegaba el diálogo era “intravenosa”.
La primorosa poesía y la vil crudeza, el estoicismo y el llanto; temas que se supeditan con el pasar de las páginas. Una confesión de un hombre rabioso, impulsado por la ira para lograr sus metas y, una vez alcanzadas, sufrir por una amarga insatisfacción. Hopkins muestra lo vulnerable que es como persona y, a su vez, refleja nuestra misma condición.
Lo hicimos bien, chico se consolida como una de las memorias más interesantes de esta temporada literaria. Un libro que cautiva como una novela y que explora el paisaje interior de su narrador sin dejar de gritarle al lector que hay que seguir adelante, que la muerte es inevitable, pero que la vida lo es en la misma forma. Parafraseando un fragmento de Rubaiyat, de Omar Khayyam, uno de los conjuntos poéticos favoritos del padre de Hopkins:
La esperanza mundana en la que los hombres depositan su corazón
se convierte en cenizas; o prospera, y pronto.
Como la nieve sobre la faz polvorienta del desierto,
que alumbra una breve hora o dos, y desaparece.
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Autor: Anthony Hopkins. Título: Lo hicimos bien, chico. Traducción: Eva Raventós Ruiz. Editorial: Libros Cúpula. Venta: Todostuslibros.


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