Querido y admirado Alejandro Dumas:
Ahora Zenda-Edhasa ha publicado Los tres mosqueteros, y un aluvión de recuerdos ha venido hasta mí. Un adolescente leyendo este libro y recuperando aquella serie de dibujos animados, muy bien hechos, de la infancia, Dartacán y los tres mosqueperros. El libro era muy extenso pero se leía estupendamente, como ahora he vuelto a comprobar en la edición de Zenda-Edhasa; los libros son más por cómo están escritos, por cómo se leen, que por la extensión que tengan.
Lo importante, digamos, es el tiempo de la lectura, y el tiempo del propio libro, de la narración, y de la aventura, etc… Tú, Dumas, manejabas este tiempo, el tempo del libro, como nadie, y hacías que el lector se moviera por él con el mismo dinamismo que tú ponías en la novela, en tus personajes, llenos de acción, de movimiento y, sí, de aventura. Leyéndote se nos olvidaba que estábamos leyendo unos libros, porque ya estábamos viviendo las aventuras de sus personajes.
En algún lugar he escrito, me parece que en una carta que le escribí a Edmundo Dantés, el conde de Monte-Cristo, aquí en Zenda, que tú no sólo sabías lo que le gustaba al lector, sino que sabías lo que le gustaba o atraía al lector de todas las épocas. Tal vez porque sabías lo que te gustaba a ti, y el escritor suele poner en su libro lo que busca como lector. Si sabe hacerlo, por supuesto.
Leí sobre ti, tampoco mucho, pero algo he leído, por ejemplo lo que cuenta Arturo Pérez-Reverte en su estupenda novela El club Dumas o La sombra de Richelieu. No he leído, por ejemplo, una biografía completa sobre ti, pero sí prólogos, epílogos, artículos… Me da la sensación de que estabas fuertemente en tus libros, y que mucho de lo que nos gusta en tus libros respondía a ti. Por supuesto tu capacidad como narrador, para vivir la aventura, para reproducirla, crearla y recrearla y hacerla vivir al lector.
Los tres mosqueteros y otras novelas me parecen un gran parque de atracciones. Los tres mosqueteros me encantó. El conde de Monte-Cristo, que también leí con catorce años, me hizo vibrar. Creo que como novela apasionante es el mejor libro que he leído en mi vida. Igual el Quijote es mejor obra, o Cien años de soledad, por ejemplo, pero pienso que yo no he disfrutado tanto de una novela en mi vida, y hablo de diversión pura y dura. Ya digo: vibrar.
Creo por otra parte que, como los grandes escritores, enseñas mucho a escribir. Me parece que decías que una novela había que empezarla por lo más interesante, y que los personajes había que presentarlos antes de hacerlos actuar a los ojos del lector. Esto se cuenta al final de mi edición de El conde de Monte-Cristo, de Porrúa, mi querida edición.
Dicen que eras capaz de escribir durante doce horas diarias, lo que a mí me parece una barbaridad, y quizá debería escribir yo más horas seguidas. A mí me gusta leer, vivir, documentarme, y cuando me siento “embarazado”, como decía Miguel Delibes, escribir. No mucho tiempo, pero con intensidad, con entrega y con información. Espero que con calidad; ése es mi propósito.
Hace poco, en la presentación de mi novela Vídeos para una mujer, César López, host del podcast El aprehendedor, me preguntaba si leía más que escribía, que considero que es una buena pregunta para un escritor. Yo leo mucho más que escribo, porque me gusta hacerlo y porque creo que es necesario para darle peso y calidad a lo que escribo. No soy el único, y me da la sensación de que los mejores escritores son grandes lectores, incluso se jactan de serlo, como aquello que decía Borges de que se enorgullecía más de los libros que había leído que de los que había escrito.
Yo he leído bastantes libros tuyos, aparte de los ya mencionados, como La mano del muerto, la segunda parte de El conde de Monte-Cristo, que me gustó mucho. También leí El tulipán negro y Ángel Pitou. Tengo algunos libros tuyos pendientes para leer. Supongo que leeré, con el tiempo, algunos de ellos. Me espera lo que tuve a raudales cuando era adolescente, aunque creo que tal vez ahora te busco más a ti en ellos, como escritor, incluso como persona, que a tus personajes y sus aventuras. Me interesa más el creador. Sí, es posible que ahora me interese más tu propia aventura, y la aventura de tu vida y de tu obra.
Con el tiempo busco más a esa persona de carne y hueso que ha hecho todo eso posible, y más todavía, me da la impresión, si el que lo busca es escritor, aunque yo lo sea en un grado mucho más modesto que tú, que llegaste a construir un castillo, el castillo de Monte-Cristo, con lo que habías ganado con tus obras.
Sé que fuiste un personaje excesivo, generoso y dilapidador, mujeriego, genial. Te leía toda Francia, incluso los más grandes escritores, y más allá de Francia. Tus novelas cruzaban el Atlántico, suscitando la curiosidad, la intriga y la pasión de los lectores. Julio Verne fue muy amigo tuyo, y si no me equivoco le ayudaste a empezar a estrenar en el teatro.
Seguramente tú y Verne fuisteis los escritores más importantes de mi adolescencia. Me pasé muchas tardes leyendo vuestras novelas. Ahora, creo que lo que aprendí de ellas no me ha abandonado, y que mis propias novelas son deudoras de vuestro amor por la aventura, por la buena narración, las historias, en definitiva.
Julio Verne siempre fue una debilidad para mí, y lo sigue siendo. Como lo eres tú, el gigantón, mulato —o cuarterón—, el señor de las historias. Siguen acompañándome, siguen acompañándonos a muchos en nuestras vidas, y a menudo en las pantallas. ¡Cuántas veces hemos visto en ellas Los tres mosqueteros o El conde de Monte-Cristo!
Estás hecho para el cine, porque las historias, las puras historias, se prestan muy bien para la pantalla, que es pura narración. Y a los espectadores les encantan, nos encantan, las historias, tus historias, llenas de valentía y traiciones, de caballerosidad, de héroes y villanos, de pasiones e intrigas… De acción y diálogo. Alguien dijo, no recuerdo bien quién, pero la frase hizo fortuna porque se repite mucho, que “las pasiones son eternas”. Lo saben los escritores, los narradores, los de ayer y los de hoy, quizá los de todos los tiempos.
Tus libros ejemplifican esto a las mil maravillas. Puede que muchas veces sean desmesurados, excesivos, como lo eras tú, o poco creíbles, pero en realidad eran sumamente novelescos, y tú encarnabas la novela, lo que era la novela, su espíritu. Tú sabías muy bien lo que el lector buscaba, perseguía, anhelaba en una novela, y se lo dabas. Sabías hacerlo. No sé si esto era un don; lo cierto es que tú lo hacías realidad.


¿Dumas un parque de atracciones? Dumas, con sus personajes novelescos tan creíbles y tan reales, es siempre un pedazo de vida.