Inicio > Libros > Adelantos editoriales > Así hicimos La Reina de África, por Katharine Hepburn

Así hicimos La Reina de África, por Katharine Hepburn

Así hicimos La Reina de África, por Katharine Hepburn

El mito que se creó alrededor del rodaje de la película La Reina de África (John Huston, 1951) es digno de la fama que le precede. La sucesión de anécdotas, casi inverosímiles, ha dado para ensayos, novelas e incluso guiones que se han materializado en otras películas. Todos estos relatos coinciden en destacar a su director, John Huston, como el centro neurálgico de todo lo que allí pasó, y así lo recuerda Katharine Hepburn en este libro. Allá por el año 1986, Freya Manston, agente literario y amiga de Hepburn, le sugirió escribir, a modo de prueba, un libro corto en el que contase su experiencia en el rodaje de La reina de África. El libro llegó a ocupar el 7º puesto en la lista de los más vendidos del New York Times.

A continuación reproducimos el arranque de Así hicimos La Reina de África (Hatari Books).

*****

Jamás he llevado un diario. Bueno, a ver, eso de anotar soserías del estilo de ¿cuándo me empezó el tic en el ojo?, ¿cuándo paró?, ¿por qué ocurrió? Todas esas cosas que el médico pregunta, pero de las que te has olvidado porque son, en esencia, tremendamente aburridas.

Aunque, cuando se ha vivido tanto como yo, desearías haber llevado un diario porque ya no eres capaz de recordar siquiera el argumento de muchas de las películas que has hecho —o de las obras de teatro—; literalmente nada sobre ellas, ni con quién ni por qué.

Pero hay algunos sucesos que nunca podrás olvidar. Están ahí. Son una serie de hechos, de imágenes, de realidades. Eso me ocurrió con La reina de África. Recuerdo hasta el más mínimo detalle: de cómo la hicimos y de mí misma en una época de…

Bueno, pensé, tanta gente me ha preguntado cómo fue… que me puse a anotar unas cosillas aquí…, otras allá…

Y entonces me dije: «Vamos, querida, júntalo todo».

Así que aquí está, treinta y pico años después.

Estábamos en 1950, casi 1951. Yo andaba de gira con As You Like It con la Theatre Guild, intentando ampliar mi repertorio y poner a prueba mi talento.

—¿Qué vas a hacer? —me había preguntado inmediatamente después del estreno de Historias de Filadelfia (1940) Lawrence Langner (director de la compañía teatral Theatre Guild).

—¡Santo Dios, Lawrence! ¿Esto te parece poco?

—Sí, vale, ya lo has hecho. ¿Y ahora qué?

Está loco, pensé.

Pasaron varios años.

Bueno, si no mejoras, inevitablemente retrocedes. O, peor aún, te quedas estancada en el mismo sitio. Y te conviertes en la misma de siempre haciendo lo mismo de siempre. Lawrence tenía razón. Hay que ponerse en marcha. Y yo me había puesto en marcha. Había convencido a Constance Collier para que me aceptase como alumna. Pasé una época apasionante trabajando con ella en varias obras de Shakespeare.

"Fue una suerte poder tratar a esos personajes como a gente real y no como a seres de otro planeta"

Constance Collier era una actriz de carácter, inglesa, que vivía entre Nueva York y California. Se había criado con Shakespeare; formaba parte de ella tanto como los cuentos de hadas o los de Mamá Oca formaban parte de mi vida. Rosalinda, Viola, Julieta, Cleopatra, Beatriz, Catalina. Creció con ellas como leales compañeras. Al estudiar con Constance se convirtieron también en las mías. Era emocionante. Fue una suerte poder tratar a esos personajes como a gente real y no como a seres de otro planeta. Además, fue divertido. Era una gran profesora.

Y allí estaba yo: Rosalinda en As You Like It. Suponía mucho trabajo, pero sin duda había ampliado mi repertorio. Además, nos iba muy bien. Estábamos en Los Ángeles. Yo vivía en Beverly Hills, en casa de Irene. De Irene Selznick, la hija de Louis B. Mayer. Es una buena amiga. Una amiga muy querida. Y yo me apoltronaba en el lujo de su hermosa mansión. Pista de tenis. Piscina. Sala de proyecciones: la pantalla ascendía desde el suelo al apretar un botón. La casa daba al sur, siempre luminosa. Estaban Farr, el mayordomo, que era un ángel, Ida, su esposa, un encanto conmigo, y una cocinera, Emily, que requería mucha atención: al menos media hora de charla filosófica todos los días. Pero sabía cocinar de verdad y, como me encanta comer, aquello era el paraíso para mí. Cada comida suponía un regalo, una sorpresa total. Pero no solo para mí, sino para cualquiera que viniera. Y los postres…, cualquier postre. Se llamara como se llamase…, o puede que no tuvieran nombre. Gracias, Irene. Gracias, muchas muchas gracias.

Entonces sonó el teléfono. Eso es lo que ocurre en nuestra profesión. Suena el teléfono o llega una carta o unas flores con una tarjeta: «¿Puedo llamarla?». Esta vez fue el teléfono.

—Hola, señorita Hepburn, soy Sam Spiegel. Voy a hacer una película con John Huston. Sobre un libro de C. S. Forester que se titula La reina de África. ¿Lo ha leído?

—No.

—¿Se lo envío? Estoy deseando saber qué opina usted.

—Gracias. Me lo leeré de inmediato.

Me lo leí. Me obligó a incorporarme en la silla y prestar atención. Un gran papel para mí: Rosie, inglesa, pero no importaba. Había interpretado a muchas mujeres inglesas. Llamé a Sam.

—Resulta fascinante. ¿Quién va a hacer de…?, ¿cómo se…? Ah, sí, Charlie Alnutt.

—Iré a verla —dijo Spiegel.

Vino y hablamos sobre los hombres posibles, todos ingleses, porque se suponía que Charlie tenía acento cockney.

Entonces Sam dijo:

—¿Qué le parece Bogart? Podría hacer de canadiense.

—¡Por qué no!

Recordando ahora esa conversación, ¿puede alguien imaginar a otro que no fuese Bogie interpretando ese papel? Era él. De la cabeza a los pies.

Cuando ya se iba, Spiegel se giró y me dijo:

—¿Conoce a Bogart?

—No —respondí.

—¿Conoce a Huston?

—No, señor Spiegel, tampoco le conozco.

—Tiene mucho interés en que usted haga ese papel.

—Es todo un detalle —contesté.

Spiegel cruzó el umbral. Lo detuve.

—¿Dónde, señor Spiegel? ¿En África?

—Bueno —dudó—, ya veremos.

—Ah, no, señor —dije—. Tiene que ser en África.

Me sonrió.

—Estoy tan contento de que le haya gustado el libro…

—Sí, yo también. Pero no lo olvide, ¡ha de ser en África!

Después recibí un ramo de flores magnífico. Sam sabe hacerte sentir especial. Flores. Champán. «Eres única, querida Katie». El caso es que claro que dije que sí. Soy de carne y hueso. Luego consiguieron a Bogart.

"Fue uno de los tipos más grandes que he conocido jamás. Caminaba por el centro de la calle, sin desviaciones"

Venga, vamos. No disimulemos. Ya sé lo que ustedes quieren saber: Bogie. Cómo era. Qué clase de… Tienen que comprender que en ese momento yo no tenía ni idea de cómo era. Pero lo descubrí, eso seguro, mientras hacíamos la película y después, en varias ocasiones. Y luego, cuando se puso enfermo, y más tarde, cuando se puso muy enfermo, y más tarde aún, cuando supo que había llegado el momento de despedirse, siempre intentó hacernos sentir tranquilos. Estaba demasiado débil para andar subiendo y bajando escaleras, así que decía: «Metedme en el montaplatos y bajaré a lo grande. Vamos, que soy un tipo pequeño y quepo».

¿Tipo pequeño? ¿Ha dicho «pequeño»? Fue uno de los tipos más grandes que he conocido jamás. Caminaba por el centro de la calle, sin desviaciones.

Nada de quizás. Sí o no.

Le gustaba beber. Bebía.

Le gustaba navegar a vela. Navegaba a vela.

Era actor. Estaba feliz y orgulloso de ser actor.

Solía preguntarme: «¿Estás cómoda? ¿Todo bien?».

Se preocupaba por mí.

«¿Necesitas algo?».

Resumiendo: Bogie no se andaba con tonterías. Era un hombre.

—————————————

Autor: Katharine Hepburn. Título: Así hicimos La Reina de África. Editorial: Hatari Books. Venta: Todostuslibros.  

4.9/5 (12 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios