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Adaptaciones europeas setenteras (III): La naranja mecánica 

Adaptaciones europeas setenteras (III): La naranja mecánica 

En esta serie de artículos reseño algunas de las películas más representativas, adaptaciones europeas de los años setenta. Traslaciones al cine de obras literarias de autores como L. P. Hartley, Arthur Conan Doyle o Anthony Burgess. Por supuesto, cada selección es subjetiva y arbitraria. No obstante, con ella trato de dibujar un panorama amplio en el que se ve cómo escritores de épocas, estilos y ámbitos lingüísticos muy distintos han sido adaptados al cine de formas tan diversas como incluso antagónicas, en función de las poderosas personalidades de los cineastas que los han adaptado (en la mayor parte de casos siendo directores-guionistas): Losey, Wilder, Kubrick, Hitchcock, Mankiewicz o Fassbinder.

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(A Clockwork Orange, 1971)

Quizá La naranja mecánica sea la película más polémica de la historia del cine británico. En seguida el norteamericano Stanley Kubrick fue tachado, tanto en el Reino Unido como en Norteamérica, de pornógrafo, fascista y apólogo de la violencia. En Inglaterra se sucedieron hechos violentos, tales como apaleamientos, violaciones e incluso algún asesinato, que reproducían secuencias de la película. Kubrick, conmocionado, retiró el film de las salas comerciales en todo el Reino Unido y prohibió de por vida su exhibición, tanto en cines como en televisión o vídeo. Eso le confirió al film un aire mítico de malditismo que aún no le ha abandonado, pese a que tras la muerte de Kubrick sí se volvió a estrenar en salas de cine.

"A raíz del estreno Burgess felicitó a Kubrick, en carta abierta al Los Angeles Times, para posteriormente ponerse a despotricar de él durante décadas"

La naranja mecánica fue su primer film no estadounidense, una inteligente y fría adaptación de la novela homónima de Anthony Burguess, publicada en Nueva York en 1962. A raíz del estreno Burgess felicitó a Kubrick, en carta abierta al Los Angeles Times, para posteriormente ponerse a despotricar de él durante décadas. ¿Por qué ese súbito cambio de parecer? A la novela publicada en Estados Unidos le faltaba un capítulo, el número 21, en el que el protagonista abandona la violencia, se casa, tiene hijos y “se pasa a las filas de la «normalidad»”, en palabras del escritor. Burgess accedió a esta mutilación porque en 1961 estaba necesitado de dinero. Cuando se supo que Kubrick iba a dirigir la versión, Burgess aprovechó la publicidad para editar en Inglaterra la versión íntegra que él había escrito y que fue la que se tradujo a los demás idiomas —incluido el español— pero, incomprensiblemente, Kubrick prefiero la versión norteamericana a la inglesa, pese a que la película estaba filmada y producida en Inglaterra. Ese es el motivo por el que los lectores, cuando acceden a la película  —o en nuestros tiempos más bien al revés— descubren que el final de una y otra difieren notablemente.

"La naranja mecánica sigue atrapándote cada vez que la vuelves a ver. Eso es debido al enorme talento visual y narrativo de Kubrick"

Al film no le ha sentado bien el paso del tiempo, quizá porque sus temas apoyados en la “ultraviolencia” eran novedosos en la época y se ponían de moda (es el año en que en Inglaterra Peckinpah rueda la sensacional y violentísima Perros de paja (Straw Dogs), y en el que Polański adapta un sangriento Macbeth) mientras que ahora son un debate, por desgracia, superado. La realidad social actual es bastante más violenta en cualquier telediario que en el film de Kubrick. Y las perversiones sexuales son un cuento de niños comparado con el sexo que cualquier niño puede vislumbrar en la Red o en televisión. Sin embargo La naranja mecánica sigue atrapándote cada vez que la vuelves a ver. Eso es debido al enorme talento visual y narrativo de Kubrick, el mayor perfeccionista de la historia del cine.

El empleo de la música clásica —Rossini, Beethoven, Purcell, Rimsky-Korsakov…— además de mostrarnos su vasta cultura y melomanía, sirve para dotar de un contenido añadido a unas imágenes teñidas de una carga icónica desmesurada. La planificación de las secuencias es de una extraña geometría, y el duro contenido de las mismas raya lo malsano. Kubrick, como Lang, nos muestra una vez más su total desconfianza en el ser humano, su pesimismo ontológico en las personas.

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Dirección: Stanley Kubrick (Nueva York, Estados Unidos, 1928 – Harpenden, Hertfordshire, Inglaterra, 1999). Guión: Stanley Kubrick, a partir de la novela A Clockwork Orange, de Anthony Burgess. Fotografía: John Alcott. Música original: Wendy Carlos, Rachel Elkind. Música no original: Edward Elgar (“Pomp and Circumstance March Nos. 1 & 4”), Gioacchino Rossini (Oberturas de las óperas: “Guillaume Tell”, “Il barbiere di Siviglia” y “La gazza ladra”), Ludwig van Beethoven (“Novena sinfonía”), Henry Purcell (“Music on the Death of Queen Mary”), Nikolai Rimsky-Korsakov (“Scheherazade”). Dirección Artística: Russell Hagg, Peter Shields. Montaje: Bill Butler. Producción: Stanley Kubrick, Si Litvinoff, Max L. Raab, Bernard Williams. Intérpretes: Malcolm McDowell, Patrick Magee, Michael Bates, Warren Clarke, John Clive, Adrienne Corri, Carl Duering, Paul Farrell, Clive Francis, Michael Gover, Miriam Karlin, James Marcus, Aubrey Morris, Godfrey Quigley, Sheila Raynor, Madge Ryan. Nacionalidad: Reino Unido. Duración: 136 minutos. Color. 

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