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Andrés Barba: “Siento que estoy empezando a acercarme a escribir las cosas que deseo”

Andrés Barba: “Siento que estoy empezando a acercarme a escribir las cosas que deseo”

El protagonista de República luminosa, la brillante novela de Andrés Barba ganadora del último Premio Herralde de Novela, ya nos lo advierte desde sus primeras páginas: “el sol, a veces, puede salir por el oeste”. Porque eso es lo que parece ocurrir en San Cristóbal, una pequeña ciudad tropical donde tienen lugar una serie de acontecimientos tan imprevisibles para sus habitantes como que una mañana el astro rey decidiera cambiar su lugar de aparición por el horizonte.

La novela es un relato inquietante. Narra la súbita irrupción de treinta y dos niños de los que se ignora casi todo —desde su origen hasta su lenguaje— y que poco a poco van tomando las calles de una pequeña población cercada por la selva, generando una espiral de violencia  que lleva a replantearse el propio concepto de infancia e incluso  de civilización.

Andrés Barba (Madrid, 1975) es un escritor polifacético cuya trayectoria literaria ha abarcado varios géneros. Ha escrito novela, ensayo, poesía, nouvelles, libros infantiles y ha traducido a grandes autores como Joseph Conrad, Thomas De Quincey, Herman Melville y Henry James. Sus obras también han sido traducidas a diecisiete idiomas y en el año 2010 fue elegido por la prestigiosa revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español.

La Hermana de Katia, novela con la que se dio a conocer, también quedó finalista del Premio Herralde en el año 2001, y en el 2008 fue llevada al cine por la directora holandesa Mijke de Jong. Cuenta además con otros premios como el  Ramón J. Sender de Novela por El hueso que más duele, el Torrente Ballester de Narrativa por Versiones de Teresa, el Anagrama de Ensayo por La ceremonia del porno y el Juan March de Novela Breve por Muerte de un caballo.

Contesta a nuestras preguntas desde Argentina, donde está pasando una temporada.

P: República luminosa sugiere muchas preguntas y responde a muy pocas. ¿Es así como te planteas la escritura, como una forma de remover conciencias?

R: A mi juicio, la única escritura interesante es la que se plantea desde el primer minuto como una investigación. No hay nada más aburrido y nefasto que un escritor que ha decidido de antemano el lugar al que va a llegar, más aún si ese lugar tiene una lección moral.

P: ¿Qué ha supuesto para ti este galardón, el XXXV Premio Herralde de Novela que convoca la editorial Anagrama y con la que tú has publicado ya diez libros?

R: Gran alegría, como es lógico, y una confirmación.

"Quería relatar por un lado cómo en una pequeña sociedad se integraba un episodio traumático como la muerte de un grupo de niños salvajes."

P: La novela es una crónica hecha veinte años más tarde de los sucesos que se describen, con la recopilación de los propios recuerdos del narrador, documentales, ensayos, artículos periodísticos, actas, exposiciones, incluso el diario de una niña. Es un puzzle con muchas piezas que el narrador reúne tratando de entender lo que ocurrió. ¿Por qué elegiste esa forma narrativa?

R: El formato de la crónica se ajustaba perfectamente a la investigación narrativa que deseaba hacer: quería relatar por un lado cómo en una pequeña sociedad se integraba un episodio traumático como la muerte de un grupo de niños salvajes, pero también estaba muy interesado en investigar cómo se desenvolvía lo que Habermas llamó “la teoría de la verdad como consenso”, cómo se decidía entre muchos individuos lo que realmente había ocurrido mediante la suma de muchos discursos a veces contradictorios.

P: “Sólo se puede describir con precisión lo que se ha dejado de sentir”, dice el protagonista en algún momento. ¿Para entender algo es necesario distanciarse?

R: Así lo creo. La paradoja es que muchas veces cuando acaba la emoción también acaba el impulso que nos había llevado a escribir.

P: En esta novela vuelves a reflexionar sobre la infancia y la preadolescencia, el mundo de los niños. Es un tema que ya has abordado en algunas de tus obras (Las manos pequeñas o Agosto, Octubre) ¿Crees que idealizamos esa etapa? ¿Que la “blanqueamos” para sentir que en algún momento fuimos puros? ¿No existe la inocencia?

R: La infancia es una realidad muy palpable pero es también una ficción cultural que llevamos arrastrando desde la Ilustración. El mito del paraíso perdido de la infancia es uno de los más poderosos y determinantes de nuestras sociedades. Necesitamos mantener la creencia de que la infancia es el lugar en el que fuimos puros, felices, por mucho que (y baste un sencillo ejercicio de memoria) no nos cuesta recordar que también fuimos desgraciados y no tan nobles, a pesar de nuestra pequeña estatura. Por supuesto que idealizamos la infancia, pero esa no es la pregunta, la pregunta tal vez sería: ¿de qué tratamos de protegernos al crear el paraíso blindado de la infancia?

P: Dime entonces, ¿a tu juicio, de qué nos protegemos?

R: Supongo que en términos generales tratamos de protegernos de que se desmorone la sociedad completa, nuestra idea de la civilización y del orden. Si no protegemos la idea mágica de la infancia (u otra idea que cumpla esa función) se desmoronaría el sentido que mantiene en vigor esos valores.

P: Por otro lado, son niños crueles capaces de matar pero también de defenderse entre ellos con valentía y coraje. El mismo título de República luminosa da una idea de ese esplendor. ¿No hay también en el libro una reivindicación de esa etapa, de su libertad y de su alegría?

R: Claro que no, estos niños son en buena medida una república utópica con ciertos toques de paraíso anarquista, si quieres verlo así. Al estar completamente separados de la posible intervención de los adultos llevan la infancia a un nivel tan extremo que no podría ser alcanzado por ningún niño integrado en el mundo civilizado. En varios puntos de la novela se apunta incluso la posibilidad de que sea la propia naturaleza (en el sentido más rousseauniano de la palabra) la que esté “probando” una nueva forma de civilización en ellos.

"El problema es que nuestras sociedades legitiman ciertas formas de violencia y hace que parezca que no sucede nada."

P: El tema de la violencia está también muy presente en esta novela y en otras que has escrito. ¿Podemos ser crueles y violentos en una situación límite, aunque creamos que por naturaleza no lo somos? Hay una escena en tu libro en la que un guardia de seguridad golpea a un niño y nadie hace nada por evitarlo. ¿Podemos llegar a ser insensibles ante la crueldad?

R: Claro que sí, y sin llegar a situaciones extremas, ya somos insensibles a múltiples formas de violencia, y somos violentos también, a veces de forma muy activa. El problema es que nuestras sociedades legitiman ciertas formas de violencia y hacen que parezca que no sucede nada. Pero nuestra obligación como ciudadanos, como decía Hannah Arendt, es reeducar nuestra propia mirada en ese sentido, para corregir a la sociedad cuando se tuerce, llevar de nuevo al consciente esas formas de violencia que han quedado sumergidas.

P: Los niños hablan un lenguaje ininteligible para los adultos que sólo puede descifrar mínimamente otra niña como ellos. ¿Es quizá una metáfora de la distancia que nos separa, de la difícil comunicación con su mundo?

R: No, aquí no hay metáfora de nada. He intentado en todo momento que el mundo representado en el libro no fuera símbolo ni metáfora de ningún concepto abstracto. Me interesaba que las cosas fueran literalmente lo que eran en el mundo real y que si adquirían una interpretación simbólica fuese por parte del lector, no por nada que lo impusiera en el libro. El nuevo lenguaje que emplean los niños surge de la estricta realidad de que para esos niños el lenguaje de la sociedad es, literalmente, un lenguaje obsoleto, que no les sirve, de ahí que tengan que crear uno nuevo. Palabras nuevas, para un mundo nuevo.

P: Precisamente dices en el libro: “La naturaleza estaba preparando un tipo de civilización nueva y ajena a la nuestra”. ¿Crees que estamos viviendo un momento histórico en el que se avecina un cambio, estamos ante una transición hacia otro tipo de civilización?

R: Todos los momentos de la Historia parecen determinantes para aquellos que los viven, y no siempre es cierto. Es verdad que nuestra época contiene muchos rasgos de verdadera inflexión, pero quién sabe. Me gustaría creer que estamos llegando a un momento de verdadera desconfianza en el capitalismo tal y como lo hemos entendido hasta hoy, pero soy un optimista natural.

"Esa sociedad de mi novela necesita pensar que esos niños son distintos para poder ejercer la violencia sobre ellos con la conciencia tranquila."

P: Los niños salvajes que describes no son como los hijos propios, ni como los mendigos habituales. Nadie sabe de dónde han salido ni dónde van por las noches. Son un misterio, “como si nunca hubieran pertenecido a nuestro mundo… con un propósito aún por descifrar”. ¿Es el misterio, lo que no podemos entender ni controlar, lo que nos aterroriza?

R: El origen radical de todo desequilibrio social es el de hacer creer que la dignidad nos la otorga algo externo a nuestra propia condición (el dinero, la clase, la posición, la ideología…), pensar que hay ciudadanos de primera y de segunda, que hay personas que pertenecen y garantizan el orden y personas que están siempre fuera del orden o lo ponen en peligro. Esa sociedad de mi novela necesita pensar que esos niños son distintos para poder ejercer la violencia sobre ellos con la conciencia tranquila.

P: En República luminosa retratas una sociedad que vive adormecida hasta que ocurre algo inesperado que despierta todo tipo de reacciones y donde nada volverá a ser igual. ¿Hace falta un suceso extraordinario para que una sociedad se replantee su conducta moral?

R: Sí, así lo creo. Me parece que las sociedades generan movimientos de cambio a raíz de episodios que de pronto adquieren una carga simbólica para ellas. No se puede “diseñar” ni “provocar” esos episodios, surgen de una forma espontánea de la propia energía de la sociedad y generan una fuerza de la que luego pueden alimentarse procesos que hasta ese punto habían permanecido larvarios.

P: El libro comienza con un desgraciado accidente que le ocurre al protagonista nada más llegar a San Cristóbal y que él considera un mal presagio de lo que ocurrirá después. ¿Tú crees en las intuiciones, en los presagios, o solo en su valor narrativo?

R: Creo que casi siempre otorgamos sentido a las cosas mirándolas de adelante hacia atrás. Cuando ocurre una tragedia los días previos casi siempre parecen llenos de presagios, no tanto porque sea realmente así como porque nuestra cabeza funciona de ese modo, tratando de otorgar sentido y coherencia a las cosas que no lo tienen.

"Me fascinó la verdadera posibilidad de una república exclusivamente infantil y el papel tan importante que tenía la violencia en esa república de los niños rusos que vivían en una estación de metro."

P: Según has contado, de tus traducciones de los relatos de Joseph Conrad surge esa atmósfera que envuelve el libro, pero otra de las fuentes de inspiración fue un documental polaco de 2005 sobre unos niños rusos instalados en una estación de metro, Los niños de la estación de Leningradsky. ¿Qué fue lo que te removió por dentro para que se convirtiera en el germen de la novela?

R: La  verdadera posibilidad de una república exclusivamente infantil y el papel tan importante que tenía la violencia en esa república de los niños rusos que vivían en una estación de metro. Me fascinó cómo a pesar de toda la sofisticación que había en su jerarquía no dejaban de ser niños ni un instante.

P: ¿Qué vivencia personal tienes del lado “salvaje” de la infancia que refleja tu libro?

R: Me crié en un barrio de clase trabajadora de Madrid, en La Ventilla. En aquella época era un poco complicado por la heroína y porque había un importante chabolario gitano donde hoy se alzan esas pretenciosas y enanas torres de Kio. Aparte de un par de peleas con aquellos chicos, y de la presencia natural de los yonquis de plaza de Castilla, tuvimos una infancia completamente normal, nada salvaje, más bien burguesa, de segunda división.

P: ¿Leías de niño?¿Cuándo decidiste dedicarte a escribir?

R: Detestaba leer, no leí un libro hasta los diecisiete años. Me parecía la ocupación más odiosa y aburrida del mundo. Cada vez que nos mandaban leer un libro en el colegio me desesperaba. El sarampión literario me dio a los dieciocho años.

P: ¿Y entonces, qué supuso para ti la publicación de tu primer libro con tan solo veintidós años?

R: Una sensación de sorpresa casi inverosímil. Nunca pensé que fuera a publicar tan pronto y cuando lo conseguí fue una confirmación importantísima. Me creí un escritor de la noche a la mañana.

P: Has cultivado varios géneros: novela, teatro, ensayo, cuentos infantiles, guión, poesía… ¿Es por inquietud personal, o cada idea literaria requiere un género distinto?

R: Como decía Albert Pla, soy un artista “multimierda”. Me gusta mucho cambiar de género, sirve mucho para oxigenarse del trabajo anterior y para pensar el mundo desde un lugar nuevo. Y sobre todo me encanta trabajar en colaboración, porque hace que todo sea más divertido, sobre todo si se sale de algún proceso largo, como una novela.

"Creo que se puede enseñar a leer, a leer de una manera profesional, y que a través de ese aprendizaje uno puede hacer el aprendizaje solitario de la escritura."

P: Has participado alguna vez en talleres de escritura como profesor. ¿Crees que se puede aprender a escribir?

R: Sí, claro que creo. Creo que se puede enseñar a leer, a leer de una manera profesional, y que a través de ese aprendizaje uno puede hacer el aprendizaje solitario de la escritura, que es más complejo y que no admite las consignas tan fácilmente.

P: Tú, que has vivido en Norteamérica, y allí sí está más institucionalizada la formación de escritores, ¿por qué crees que en España no hay una enseñanza de escritura creativa a nivel universitario?

R: En Estados Unidos tienen una gran tradición, pero Estados Unidos produce desde hace ya una larga década una literatura extraordinariamente uniformada y no es improbable que la razón principal sea esa. No hay que restar importancia a la dimensión social de los talleres literarios, al hecho de que la gente encuentre en ellos un lugar de debate y de legitimación. A veces eso es tan importante como la parte técnica.

P: Tras una veintena de libros escritos  y varios premios en tu haber, ¿en qué momento de tu vida como escritor sientes que estás ahora?

R: Siento que estoy empezando a acercarme a escribir las cosas que deseo, que por fin estoy empezando a hacer las cosas un poco mejor. Siento que me queda carrete y que pienso con más claridad que hace años, que he dejado atrás defectos muy elementales, y espero que esa sensación de progreso no sea a costa de perder la frescura inicial.

P: ¿Qué relación tienes con las redes sociales? ¿Usas Facebook o Twitter o tienes una página web? ¿Crees que en la actualidad son necesarias para un artista, para un escritor, que las necesita para darle mayor visibilidad a su obra?

R: No tengo ningún tipo de red social de ninguna clase y no siento estarme perdiendo nada. Me agobia la exposición, soy sensible a la crítica muy negativa y al abundante mundo hater, me afecta demasiado. Por no mirar muchas veces ni siquiera miro las reseñas que se hacen de mis libros. No conozco absolutamente a nadie para quien la balanza de las redes sociales sea positiva en términos generales.

"Cuanto más maduro un proceso menos natural me queda y más probabilidades tengo de fracasar."

P: ¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Maduras la idea o te documentas durante mucho tiempo antes de ponerte a escribir?

R: Tengo una idea y me pongo a escribir directamente, o tras unas pocas semanas tomando notas. Cuanto más maduro un proceso menos natural me queda y más probabilidades tengo de fracasar.

P: ¿A quién le enseñas primero tus textos, quién es tu primer lector o lectora, ése en quien confías?

R: A mi mujer, que pese a su aspecto dulce puede ser una auténtica picadora de carne humana. Es letal, pero siempre constructiva. También se lo paso siempre a algunos amigos cercanos, a Mercedes Cebrián, a Carlos Pardo

P: ¿Qué te gustaría que quedara en el lector después de terminar de leer la última página de una de tus obras?

R: La verdad es que no lo sé. Me gustaría que muchos años después no supieran si eso que recuerdan es un libro o algo que han vivido ellos mismos. Quedar disuelto en el magma de la memoria.

Fotos: Daniel Mordzinski

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