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Aprendiendo a enseñar

Desde la creación en 1876 de la Institución Libre de Enseñanza, proyecto pedagógico de Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), la modernización de la educación, sus métodos y objetivos curriculares, ha padecido múltiples vaivenes sociales, políticos y tecnológicos. Ante la falta de consensos amplios, los legisladores de turno han optado más por la ideología que por la ciencia. Han soslayado también a los docentes, que sucumben a menudo ante los dislates de las reformas, y sobreviven gracias al aprendizaje derivado de su experiencia cotidiana y, también, a la poca luz que arrojan algunos —contados— autores de referencia.

Y en ese claro en el bosque de la confusión, en el anaquel de las obras honestas, se debe incluir el reciente libro de Albert Reverter Enséñame a enseñar (Graó, 2025), “una historia real de ensayo, error y evidencia”, apostilla bien el subtítulo. Porque suelen muchos manuales de didáctica, o de metodologías pedagógicas, o bien pontificar desde la torre de marfil de la academia, o bien presentar recetas mágicas, irreales cuando uno se enfrenta a la complejidad del aula, o cuando se pretende extrapolar lo aplicable a una materia o nivel educativo a otro que no tiene nada que ver.

"Reverter juega con el lector en algún momento, y le introduce en el relato íntimo de sus errores, en la vorágine de los pasillos, en las aulas cómplices del que debería ser el santuario escolar"

Pese a ser su ópera prima, Reverter no es ningún novato: le avalan casi treinta años en las aulas de infantil y primaria, y una dilatada trayectoria divulgativa en Internet, condensada en su popular blog El McGuffin Educativo. Rezuman así sus páginas gotas del elixir de la supervivencia: a las realidades de los alumnos, a la inclemencia tutorial, a la variabilidad de colegas o equipos directivos, y a la descarnada lucha con los trols de la red.

Reverter juega con el lector en algún momento, y le introduce en el relato íntimo de sus errores, en la vorágine de los pasillos, en las aulas cómplices del que debería ser el santuario escolar, para lograr así un fondo humano que jamás entenderá una inteligencia artificial. Porque hay humildad sincera en su ensayo, la de los preocupados maestros que, como en los MacGuffin originales que pergeñaba el guionista Angus MacPhail (1903-1962) para Alfred Hitchcock (1899-1980), o en los cameos del propio Hitchcock, convierten a Reverter en parte de un storytelling donde lo importante, en realidad, es la ciencia educativa que permite a los docentes mejorar su enseñanza y, en consecuencia, el aprendizaje de los alumnos.

"La conexión empática y emocional, adaptarse al auditorio, es crucial para el educador, pero también para el escritor. Un principio básico desde la retórica de Cicerón"

Pero, entiéndanme bien, el anecdotario de Reverter hace mucho más entretenido el viaje. Es un claro ejemplo de la máxima horaciana del delectare et prodesse: el deleite no tiene por qué estar reñido con la enseñanza. Así, otros elementos decorativos, desde las viñetas infantiles con sus bocadillos inquisitivos a los fantásticos mapas conceptuales que sintetizan cada capítulo, no hacen sino aplicar gráficamente, y de manera ejemplar, algunas estrategias didácticas, a la par que oxigenan la gran cantidad de contenidos que inundan la obra. Hay por supuesto toda una bibliografía específica, de cada tema tratado, para quien pretenda indagar en la evidencia sólida en la que se sustentan las propuestas prácticas de Reverter. Además, el acierto técnico final de incluir códigos QR, con múltiples enlaces a recursos, convierte el libro en un manual de consulta actualizado, imprescindible para profesores de todas las etapas educativas.

Añade de este modo, a “las cuatro ces” básicas del contar buenas historias (que él mismo explica en el capítulo 3, a saber: causalidad, conflicto, complicaciones y carácter de los personajes), una quinta C, la de la conexión. Se trata de una conexión hipertextual, pero sobre todo narrativa, con la vivencia y el imaginario del lector. Es algo que Reverter establece de forma magistral mediante su discurso, al desnudarse intelectualmente, como profesional de la educación y como persona. Porque la conexión empática y emocional, adaptarse al auditorio, es crucial para el educador, pero también para el escritor. Un principio básico desde la retórica de Cicerón (106 a.C.- 43 a.C.). Y fíjense, creo que muchas plumas mejorarían repasando esos cimientos de la didáctica de la narrativa.

"Si bien mediante la experiencia se puede mejorar profesionalmente, nuestros sesgos nos pueden estancar: nunca es tarde si la dicha es buena, nunca es tarde para aprender a enseñar"

No les abrumaré ahora con una retahíla terminológica, ni con el escrutinio de los capítulos. Violaría algunos de los principios didácticos que Reverter desgrana en ellos. En el párrafo final cerraré con dos de las máximas que expone con acierto, a las que añadiré una tercera y una invitación.

No se dejen embaucar por las paparruchas: en educación no hay fórmulas ni bálsamos de Fierabrás. Existe aún una brecha enorme entre la investigación científica y lo que se aplica en las aulas: acudan a la ciencia educativa. Si bien mediante la experiencia se puede mejorar profesionalmente, nuestros sesgos nos pueden estancar: nunca es tarde si la dicha es buena, nunca es tarde para aprender a enseñar. Por último, les invito a todos, sean docentes o no, a no perder la curiosidad: ¿cómo si no fomentar la de nuestros alumnos, hijos o allegados?

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Autor: Albert Reverter. Título: Enséñame a enseñar. Editorial: Graó. Venta: Casa del Libro.

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Gilberto Ramón Morles
Gilberto Ramón Morles
8 ddís hace

Iluminación con los libros,es bienestar para crecer