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Arte y Literatura, otra historia del trasplante

Arte y Literatura, otra historia del trasplante

Imagen de portada: Milagros de los santos médicos Cosme y Damián (Fernando del Rincón)

Recuerdo que durante los años que viví en mi barrio del Puente de Segovia, coincidí en alguna que otra ocasión con mi vecina Pilar. Padecía una insuficiencia renal crónica que la llevaba a dializarse tres veces por semana. Casi siempre la acompañaba uno de sus hijos y conversábamos durante un rato en el portal o en la acera. En otras no había palabras; sólo la imagen de una ambulancia frente a la casa para llevarla a su sesión de hemodiálisis. Hoy, alejado del barrio y siendo todo un recuerdo en la memoria, cuando veo entrar en el hospital a muchos de los pacientes que acuden a dializarse, la sigo recordando sobre esa imagen que encarnaba su tenacidad y lucha. Como decía ella: “Es ésta una vida llena de fatiguitas, pero hay que seguir”. No sé si logró perdurar algunos años más gracias a sus sesiones de diálisis o si, finalmente, como me comentó en alguna ocasión que deseaba que ocurriese, consiguió un nuevo riñón compatible.

Hay una frase atribuida a Julio Verne que dice: “Todo lo que una persona puede imaginar otros lo pueden hacer realidad”. Y esto no sólo encierra el reconocimiento al poder que posee la imaginación, sino también una apelación a la investigación, la innovación y el reconocimiento ante la posibilidad de transformar ideas en realidades tangibles. Resulta prodigioso que el ser humano haya encontrado respuestas a la utilización de órganos de una persona para suplir los de otra. La historia del trasplante es tan antigua como el anhelo humano por restaurar la integridad del cuerpo y prolongar la vida. Es por ello que, sobre este concepto, esa idea del trasplante sustentada desde la mitología o las leyendas y en su relación con el arte y la literatura, refleje la evolución de esta fascinación a lo largo de los siglos. Renovar un órgano dañado o enfermo por otro nuevo, a priori, es una noción lógica basada en el pensamiento lógico. Esto, en Medicina, encarnaría la situación perfecta para obtener una respuesta a todas aquellas lesiones orgánicas que soportan las enfermedades.

"Estas narrativas hagiográficas no sólo anticipaban y darían sentido cultural a los avances científicos posteriores, sino que reflejaban la esperanza médica"

Por circunstancias profesionales que poco interesan al lector, pero que a la postre están unidas a la mejora de mi carrera profesional en el diagnóstico de laboratorio y las Ciencias de la Salud, los últimos años de mi vida laboral van a estar vinculados a la Inmunología y el trasplante de órganos. Un trabajo silencioso que, como todo en Medicina, está estrechamente relacionado con el gran reto de la vida y vinculado a preservar la dignidad y el bienestar humano en todas sus etapas. Tal vez no haya nada más esperanzador para un receptor de órganos en espera de un trasplante que recibir la tan deseada noticia del hallazgo de un donante compatible que le abrirá la puerta a una nueva aventura en la vida.

Hará unos días, mientras cenaba con un amigo, éste me preguntó sobre lo que estaba escribiendo ahora y mis lecturas. Le dije que, muy despacio, había empezado a escribir una nueva novela y que, a la par, tenía la idea de este texto. Charlamos en general sobre literatura fantástica, ciencia ficción, Asimov y otras historias aeroespaciales, que a él tanto le gustan. Hablamos de viajes y lo que representaba para nosotros esa aventura de la Odisea de Homero, en donde nuestro querido Ulises se nos presenta como el primer desaparecido de la Historia. Acabamos hablando de una tabla policromada con el Milagro de San Cosme y San Damián, que éste había visto hacía tiempo en la catedral de Palencia en una exposición de Las edades del hombre. Y es que, en cierta forma, dentro de esta iconografía, el primer examen gráfico de trasplante que tenemos lo acometen los hermanos médicos San Cosme y San Damián, que vivieron en Arabia allá por el siglo III, y a los que diversos artistas han representado en pintura o escultura a través del Renacimiento o el Barroco, y en donde aparecen a los pies de una cama en la que reposa un hombre blanco al que acaban de trasplantar la pierna de un esclavo negro muerto y que yace en el suelo. Todo ello aporta un testimonio de las creencias sociales y religiosas de la época y recogidas por el dominico Santiago de la Vorágine en una compilación de relatos hagiográficos en la obra La leyenda dorada, que fue uno de los textos más influyentes y difundidos de la Edad Media para la predicación religiosa y la divulgación de la fe. Estas narrativas hagiográficas no sólo anticipaban y darían sentido cultural a los avances científicos posteriores, sino que reflejaban la esperanza médica, alimentando la devoción popular, y sentaban las bases simbólicas de la restauración corporal.

Relieve de Donatello. Altar mayor de la Basílica de San Antonio, en Padua (Italia)

O como aquel otro, inmortalizado por el artista Donatello en el siglo XV, que atribuye a San Antonio de Padua el reimplante de un pie amputado a un hombre arrepentido que se había automutilado tras haber golpeado a su madre. Estos y otros relatos milagrosos medievales mostraron cómo la imaginación y la fe abordaban el desafío de la reparación corporal, antes de que existieran las técnicas médicas modernas. De la antigüedad existen crónicas en mitos y prácticas médicas rudimentarias que hacen referencia a injertos y reimplantes en diversas culturas: en la India del siglo VIII a.C., el cirujano Sushruta describió en su tratado médico técnicas para reconstruir narices amputadas usando colgajos de piel de la frente, una práctica avanzada para la época. En la antigua China se cuenta que el médico Hua-Tuo realizó intercambios de órganos entre soldados fuertes para equilibrar sus energías vitales. O la práctica de injertos dentales o reimplantes, que se registran desde civilizaciones como la egipcia, y en donde se trasplantaban dientes humanos o de animales, y se implantaban piedras y metales preciosos para restaurar sonrisas o embellecer.

"La cultura clásica elaboraba el tema del viaje y el contacto con los muertos para obtener sabiduría trascendental"

Con la literatura fantástica en el siglo XVI, la obra de François Rabelais y sus gigantes Gargantúa y Pantagruel, incorpora un episodio sorprendente con el reimplante de la cabeza del sabio Epistemon, mezclando la sátira y la reflexión filosófica sobre la vida y la muerte. Epistemon, el maestro sabio y amigo del gigante Pantagruel, es decapitado accidentalmente durante una batalla. Su resurrección es fundamental para el desarrollo del relato, ya que permite introducir la visión de los infiernos y trasferir a los vivos el conocimiento obtenido en su descenso al más allá. Esto me recuerda a la “Nekyia”, en la mitología clásica de Homero con el descenso al inframundo en ese episodio del canto XI de la Odisea, y en el que Odiseo, Ulises para los amigos, desciende simbólicamente a los confines del Hades para consultar a las almas de los muertos y a Tiresias, ese profeta que le revela cómo podrá regresar a Ítaca. Esta “Nekyia” no implica en verdad un descenso físico, sino la invocación de las sombras para obtener conocimiento y consejos. Este hecho es fundamental para entender cómo la cultura clásica elaboraba el tema del viaje y el contacto con los muertos para obtener sabiduría trascendental.

El episodio de la resurrección de Epistemon en “Pantagruel” tiene un marcado carácter narrativo y simbólico, en donde Rabelais, como médico formado, utiliza ya una terminología anatómica precisa (spondyle­­­ –– vértebra, del griego σπόνδυλος) y describe un procedimiento quirúrgico con una metodología que anticipa conceptos modernos de cirugía reconstructiva, aunque en un contexto literario fantástico y satírico.

“Luego unió nervio con nervio, vértebra con vértebra, con el fin de que no quedara torty coly… Hecho esto, le dio alrededor de quince o dieciséis puntos con aguja, a fin de que la cabeza no se le cayera de nuevo, y le puso un ungüento…”.

Todas estas expresiones artísticas marcan un hito en la historia cultural del trasplante: es el puente narrativo entre el trasplante como acto divino (Edad Media) y como acto técnico (Renacimiento en adelante). Por ejemplo, San Antonio representa la restauración corporal como expresión de la voluntad divina y la penitencia espiritual, mientras que Rabelais, menos de tres siglos después, reinterpreta el mismo concepto con precisión anatómica y humor humanista, viendo el trasplante como algo humanamente concebible, aunque todavía imposible de realizar técnicamente en el siglo XVI.

Recreación de la escena del reimplante de la cabeza de Epistemon en la obra de Rabelais.

Recreación mito-ciencia: reconstrucción ritual (Homero) o quirúrgica (Rabelais) que restaura la voz de los muertos, origen literario simbólico del trasplante como reconexión vital

El trasplante moderno es el resultado del desarrollo de la cirugía, la inmunología y la biotecnología en el siglo XX, por lo que en el siglo XIX apenas existen obras que lo traten de forma directa.​ Pero fue, tal vez, la literatura de terror o fantástica, iniciada en esa Europa del siglo XIX y que después alcanzaría un mayor auge, la que iba a retomar la cuestión para crear los mitos más perpetuos. No podemos dejar de hablar de la escritora Mary Shelley, que acepta una noche en la que está de viaje junto a su marido, el poeta romántico Percival B. Shelley y unos amigos, el reto de escribir una historia de terror: la maravillosa historia del doctor Frankenstein (1818) y su monstruo hecho de retales con tejidos humanos y que supone por excelencia el personaje más reconocible de toda esta literatura, aunque se trate de una criatura ensamblada con múltiples cuerpos y no de un trasplante como tal. Es una de las novelas más adaptadas de la historia del cine, con versiones que van desde el terror clásico hasta la ciencia ficción y el drama moderno. Comenzó con la adaptación más famosa, en 1931 con Boris Karloff y que sentó las bases visuales del “monstruo de Frankenstein” en el imaginario popular (tornillos en el cuello, cara pálida), pasando por Frankenstein, de Mary Shelley (1994) y dirigida por Kenneth Branagh, con Robert De Niro como la criatura; en una versión espectacular, de mayor dramatismo y más fiel a la novela original que las de Universal, hasta llegar a la recientemente estrenada Frankenstein, de Guillermo Del Toro (2025), que me ha gustado mucho porque no reinventa el mito, sino que revive su esencia moral y retoma la pregunta central de Shelley: ¿qué sucede cuando la ambición humana y el progreso tecnológico superan la empatía? Más allá de todo esto, la literatura de trasplantes, tal como se reconoce hoy, surge realmente en el siglo XX, a medida que la medicina hace viables estas operaciones y la reflexión ética y social se vuelve relevante para la novela y la ciencia ficción. La literatura empieza de verdad a dialogar con los trasplantes como posibilidad científica y como metáfora del futuro.

Quiero destacar que en la ficción de “monstruos y cuerpos reconstruidos” de principios de siglo existen varias novelas muy interesantes. La primera, la novela de ciencia ficción La cabeza del profesor Dowell, del soviético Aleksandr R. Beliáiev (1884-1942) conocido como el “Jules Verne ruso” por su habilidad para combinar aventuras científicas con predicciones tecnológicas, publicada en 1925, en donde cabezas y órganos se mantienen vivos fuera del cuerpo, anticipando los límites de la vida y el uso instrumental del cuerpo humano. Beliáiev se inspiró en los experimentos de Sergei S. Briujonienko, que ya en la década de 1920 trabajaba en reanimar perros clínicamente muertos mediante una máquina de bombeo de su invención llamada autojektor. Esta historia nos cuenta que el profesor Pierre Dowell, eminente científico especializado en trasplantes de órganos, es asesinado por su ambicioso discípulo, el profesor Kern. En lugar de dejarlo morir, Kern decapita a Dowell y mantiene su cabeza viva artificialmente mediante un dispositivo que bombea sangre oxigenada directamente al cerebro. La cabeza de Dowell queda fija a un tablero de cristal, consciente y sufriente, obligada a supervisar los experimentos de Kern. Hay muchas citas interesantes en la novela: “La ciencia puede ser un camino hacia el progreso, pero también puede ser un camino hacia la destrucción”, que refleja la profunda reflexión sobre la ética y la moral en el contexto de la ciencia y la tecnología. Kern representa la ciencia sin límites morales, usando cuerpos como piezas de recambio.

"La utopía tecnológica: esa idea de arreglar problemas sociales (proletariado, educación, degeneración) con cirugía en lugar de con justicia o cultura"

La segunda, la novela Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov (1891-1940), médico que a partir de 1920 se dedicaría exclusivamente a la literatura y que sufriría no solo la censura, sino también registros e interrogatorios de la policía estalinista, es una novela satírica escrita en 1925 que está ambientada en el Moscú de los años veinte soviéticos, y en ella el escritor utiliza un experimento “de trasplante” para criticar la utopía del “nuevo hombre soviético” y, a la vez, la soberbia de cierta ciencia que juega a ser Dios. En ella, un perro callejero, Shárik, famélico y maltratado, es recogido por el prestigioso cirujano Filíppovich Preobrazhenski, especialista en operaciones de rejuvenecimiento. Tras tratarlo con esmero, opera al animal y le trasplanta la hipófisis y las gónadas de un ser humano recién fallecido, un vagabundo alcohólico y simpatizante bolchevique. A partir de la operación, el perro comienza a transformarse poco a poco en un ser humano: aprende a hablar, a caminar erguido, solicita documentos y acaba convertido en “Shárikov”, un personaje brutal, chabacano y violento, que bebe, roba, acosa a las criadas y se integra en la burocracia soviética como funcionario encargado de “higienizar” la ciudad… exterminando gatos. Su presencia convierte la vida del profesor en un infierno hasta que, desbordado el experimento, Filíppovich Preobrazhenski y su ayudante revierten la operación y Shárikov vuelve a ser perro. Bulgákov ridiculiza la pretensión de crear, por decreto o por cirugía, un “hombre nuevo” a partir de materiales humanos degradados. La utopía tecnológica: esa idea de arreglar problemas sociales (proletariado, educación, degeneración) con cirugía en lugar de con justicia o cultura.

Y una tercera, Las manos de Orlac, de Maurice Renard, en donde el órgano trasplantado (las manos) se convierte casi en un “personaje” que arrastra una historia previa, y transforma la personalidad del receptor. El protagonista es Stephen Orlac (a veces Orlák), un célebre pianista que sufre un gravísimo accidente de tren en el que pierde ambas manos. Tras el siniestro, un cirujano brillante y controvertido le trasplanta las manos de un hombre muerto. Según la versión moderna de la novela, se trata de un criminal ejecutado, lo que añade una carga siniestra a la operación. A partir de entonces, Orlac comienza a sentir que esas manos no son “suyas”: le resultan extrañas, torpes para el piano y, sobre todo, parecen arrastrar una voluntad o un pasado ajeno. Empieza a obsesionarse con la idea de que las manos conservan la inclinación al crimen del donante y vive entre el miedo a perder su identidad y la sospecha de volverse asesino. Renard explora la pregunta clave que reaparecerá en toda la literatura de trasplantes: si recibes un órgano (o un miembro) de otra persona, ¿cambia algo esencial en ti? En Orlac, el conflicto no es inmunológico, sino psicológico y moral: el protagonista teme haberse “contaminado” con el alma del criminal. Esta novela fue también llevada a la gran pantalla y, especialmente la versión de 1935 con Peter Lorre, resalta el thriller y el horror visual, con mayor énfasis en la amenaza externa y el carácter sensacionalista del cuerpo “poseído” por las manos trasplantadas.

Desde mediados del siglo XX, el trasplante entra en la literatura de ciencia ficción y las distopías como símbolo de sociedades que controlan la vida y la muerte: clones usados como “bancos de órganos”, los cuerpos de los pobres al servicio de los ricos, o que son los Estados los que deciden quién merece un órgano. Aquí el interés no es sólo técnico, sino político: el trasplante pone de relieve desigualdades, abusos de poder y mercantilización del cuerpo. En conjunto, la literatura del siglo convierte el trasplante en un laboratorio narrativo para pensar: el cuerpo es algo reparable pero también vulnerable, cuál será el futuro de la medicina y sus riesgos y, sobre todo, quién queda incluido o excluido cuando la tecnología promete prolongar la vida cuando el recurso (el órgano) es limitado. Quiero destacar la novela de ciencia ficción distópica Clones (Spares, 1996), de Michael Marshall Smith, centrada en un futuro donde los clones existen únicamente para ser donantes vivos y proveer órganos “de repuesto” a la sociedad humana. Es una crítica directa a la mercantilización del cuerpo y la pérdida de la autonomía individual. Aunque Clones usa elementos de ciencia ficción, su trama fundamental puede considerarse una novela negra, con abundantes giros y un ritmo trepidante.

"A medida que avanza nuestro siglo XXI está apareciendo una literatura mucho más pegada a la clínica real: novelas que siguen a donantes, familias, equipos médicos y receptores"

Ya en nuestro siglo XXI el proceso cristaliza en novelas como Nunca me abandones (2005) de Kazuo Ishiguro. Es una distopía que sigue la vida de los alumnos de un internado llamado Hailsham, situado en la campiña inglesa. A primera vista es un colegio normal donde se cultiva el arte, el amor y la amistad, pero con el tiempo se revela que los alumnos son en realidad clones creados para ser donantes de órganos. Kathy, la narradora, recuerda cómo vivieron conscientes e inconscientes del futuro que les esperaba, enfrentándose a la alienación, la pérdida de identidad, el amor prohibido y lo inevitable de su destino biológico.

Este relato va más allá del tema biomédico y plantea preguntas profundas sobre qué significa ser humano. Ishiguro no hace una narrativa moralizadora directa, sino que muestra la humanidad compleja de sus personajes que aceptan su destino, invitando al lector a reflexionar sobre el poder de la ciencia y las limitaciones éticas.

A medida que avanza nuestro siglo XXI está apareciendo una literatura mucho más pegada a la clínica real: novelas que siguen a donantes, familias, equipos médicos y receptores a lo largo de todo el proceso de donación y trasplante. El trasplante aquí es una experiencia humana compleja: esperanza, culpa, duelo por el donante, miedo al rechazo, sensación de llevar “algo de otro” dentro. Se explora cómo cambia la identidad, la relación con el propio cuerpo y con el tiempo (vida prestada, segunda oportunidad). Hay una novela muy interesante que cuenta todo esto: Reparar a los vivos (Maylis de Kerangal, 2014). Probablemente el mejor ejemplo. La novela recorre unas 24 horas desde el accidente del donante hasta el implante del corazón en la receptora, cambiando de foco entre donante, familia, coordinadores de trasplantes, cirujanos, intensivistas y la mujer que espera el órgano. El libro muestra con mucho detalle el protocolo real: detección del donante, diagnóstico de muerte encefálica, entrevista con la familia, coordinación logística, extracción y trasplante, y lo hace con una mirada muy humana sobre el sufrimiento y la solidaridad implicados.

"Este tipo de literatura ya no usa el trasplante sólo como metáfora o como recurso de ciencia ficción, sino como experiencia vivida"

Este tipo de literatura ya no usa el trasplante sólo como metáfora o como recurso de ciencia ficción, sino como experiencia vivida, mostrando el punto de vista del donante y su familia; la cadena de profesionales que intervienen (coordinadores, UCI, laboratorio, cirujanos, transporte) y el impacto en la biografía del receptor. Está mucho más pegada a la clínica real, en donde el proceso de donación y trasplante se convierte en materia narrativa central, casi documental, pero con una fuerte carga emocional y ética. Y en esta línea, se dialoga directamente con los debates éticos contemporáneos: el consentimiento, las listas de espera, la justicia en el acceso o la presión mediática, etc.

Quiero, desde aquí, expresar mi profundo agradecimiento a todos aquellos profesionales que me acompañan en mi nueva travesía. En especial, a todo el equipo humano del Laboratorio de Inmunología del Hospital Universitario Puerta de Hierro-Majadahonda, así como al resto de profesionales que trabajan incansablemente 24/7 en la unidad coordinadora de trasplantes. Y en especial, a todos aquellos donantes y sus familiares que hacen posible que otros puedan seguir viviendo. Muchas gracias a quienes al morir salvan vidas.

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