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Asedio y la cruel mirada al ser humano de Miguel Ángel Vivas

Asedio y la cruel mirada al ser humano de Miguel Ángel Vivas

Entre las muchas aportaciones de la última década al thriller español, la mirada cruenta al ser humano del sevillano Miguel Ángel Vivas pasa por ser una de las más contundentes. Con un fuerte énfasis en la puesta en escena y el trabajo de cámara, películas como Secuestrados, Tu hijo e incluso exploraciones del panorama internacional como Extinction y el desconocido remake de Al interior han ido configurando una mirada al thriller que, en sus distintas variantes, siempre está caracterizada por el dominio de los tiempos y la puesta en escena.

Asedio no es una excepción. En esta crónica de un desahucio policial en un bloque de viviendas conflictivo Vivas coloca la cámara a la espalda de Natalia de Molina en un descenso a los infiernos en el que el director, sin demasiadas ganas de andarse con chiquitas, mira con ojos críticos tanto al estamento policial como al sistema social en su conjunto. Si bien la película realiza concesiones a tropos recientes (una mujer en un contexto masculino, la moraleja étnica), Asedio al menos hace por recuperar un tipo de cine de género primitivo y brutal, que cambia sutileza por contundencia pero se olvida de referencias inmediatas, y que lo hace con gusto.

"Asedio quiere ser una experiencia física y moral extenuante y degradante, y Vivas preña su película de rostros goyescos, sadismo y tensión"

Ese brutalismo, que implica a la vez un alto grado de refinamiento técnico, no se traduce solo en energía visual sino que se traslada también a su mensaje. El cine de Vivas siempre ha sido un descenso a las cloacas del alma, de modo que no hay por qué ofenderse por ello. Asedio quiere ser una experiencia física y moral extenuante y degradante, y Vivas preña su película de rostros goyescos, sadismo y tensión, con pleno dominio del espacio y el sonido como recursos cinematográficos. Apenas hay un personaje que merezca la confianza y el apoyo del espectador, al menos en su primer tercio, en una película satisfecha de quitar asideros al espectador.

Tanto es así que el guion tiene que seguir al realizador, y por el camino se perpetúan estereotipos sobre la pobreza y la Policía. Esto es opinable, pero la película se gana el derecho a hacerlo como la experiencia física, nihilista y terrible, un cine inmediato y de situación que pide posicionarse, a favor o en contra, pero que incuestionablemente mira desde el retrovisor a otro cine comercial más conformista.

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