Cara de Joker

A las buenas, querido lector.

Cada vez que pierdes tu tiempo escribiéndome un correo contándome lo que te apetezca, te prometo que a mí se me dibuja una sonrisa difícil de describir. Nunca me cansaré de darte las gracias. Te lo prometo. Pero como aquí he venido a hablar de mi libro, te voy a seguir contando cómo siguió mi periplo con la sanidad española. Y digo periplo porque me gusta suavizar las cosas.

Lo último que te conté es que me rajaron la pierna para extraerme una rica loncha de bacon en La Fe y que, además, se me propuso para operarme del síndrome de desfiladero torácico para enero. Pues bien, antes de llegar a la operación, me gustaría contarte qué pasó con los resultados de la prueba del tocino magroso. Me citaron para octubre para recibir los resultados. Mi hijo apenas tenía tres meses, mi mujer tuvo un pos parto complicado. Eso implicaba que ella no podía llevarme a Valencia en coche, yo no me sentía capaz de hacer tantos kilómetros conduciendo y me era complicado encontrar a otra persona con tiempo para poder llevarme. Es por eso que llamé al hospital y tras ocho millones de intentos fallidos, conseguí hablar con el área encargada de darme los resultados de la prueba. Ojalá mi interlocutor hubiera podido ver mi rostro cuando me comunicó que no encontraba los resultados. Tras un buen rato a la espera, me dijo que me llamaría en cuanto tuviera noticias sobre ellos. A las dos semanas, pensando que para una broma ya estaba bien lo volví a intentar yo mismo. Ésta vez no me costó tanto, pues en vez de ocho millones de intentos sólo fueron siete millones. Lo normal, vamos. Pues nada. Que no. Que posiblemente los habían perdido.

"Imagina también mi respuesta cuando la doctora insinuó que si no aparecía tendría que repetirme la prueba. Supongo que a sus padres todavía le pitan los oídos."

Yo miraba mi rajada pierna y el teléfono con cara de estar observando una ecuación que explicaba el origen del universo. Para que me entiendas, si en lo habitual tengo cara de lelo, se podría decir que eran los lelos los que tenían mi cara. No sé si me explico. Bueno, imagina el desconcierto también cuando fui a la consulta de mi hospital habitual que me había derivado a La Fe. Imagina también mi respuesta cuando la doctora insinuó que si no aparecía tendría que repetirme la prueba. Supongo que a sus padres todavía le pitan los oídos cuando comencé, amistosamente y con una amplia sonrisa en el rostro, a nombrarlos haciendo alusión a cierto acto que todos los seres humanos y animales hacen y que forma parte del proceso digestivo. Sobre todo llegando al final de éste. No. No me la iba a repetir. Antes dejaría que un gnomo pegara saltos con su puntiagudo sombrero debajo de mi entrepierna.

No te voy a contar todo el proceso que viví para encontrar los dichosos resultados porque esto sí es largo de narices, pero sí te diré que tardé un año y medio en localizarlos —sí, eso significa que no hace demasiado que los conseguí—. Tuve que tirar de todos los contactos habidos y por haber. Y por supuesto que éstos a su vez tiraran de los suyos. Y sí, apareció. ¿Y sabes cuáles fueron esos resultados? Te lo pondré con palabras terrestres, ya que a mí también me tuvieron que explicar los tecnicismos:

“Tiene algo, pero no sabemos qué”.

Sí, tal cual. Tengo una enfermedad de origen desconocido que aúna los síntomas de la esclerosis múltiple y el lupus. Eso significa que el tratamiento se pone a ojo y que cómo estaré el día de mañana es algo impredecible. Y, bueno, no tengo ni idea de si estaré de pie, sentado en una silla de ruedas o en una cama. Lo que sí tienes que tener seguro es que en mi cara habrá una sonrisa.

Y tú dirás, ¿pero eres tonto o pellizcas cristales?

"Llegó enero. Me pusieron la fecha de la intervención para el día 15. Siempre se me advirtió sobre los riesgos que la operación tenía, pero no llegué a ser consciente hasta que tuve que firmar los papeles."

Y sí a la primera, la segunda no lo he probado —ahora vengo, voy a probar una cosa…—. Pero es que esto tiene una explicación sencilla: esté como esté, ni sonreír me curará ni lo hará estar de mala hostia. Así que si me dan a elegir pondré cara de Joker pues, aparte de hacer sonreír a los que estén a mi lado, me servirá para estar igual de jodido, pero feliz. Y no hay nada como estar feliz. Créeme.

Me he extendido un poco sin querer en este punto de la prueba, así que puede que el texto quede más largo de lo que pretendía. Pido perdón si te aburre. Pero creo que debo contar las cosas bien. Ahora sigo con lo de la operación, que esto también tiene miga.

Llegó enero. Me pusieron la fecha de la intervención para el día 15. Siempre se me advirtió sobre los riesgos que la operación tenía, pero no llegué a ser consciente hasta que tuve que firmar varios papeles que decían que tenía, primero, las posibilidades justas de quedarme bien y, segundo, muchas de no salir ni siquiera de la operación debido a lo complejo de las arterias que pasaban por la zona. Si en lo habitual soy un cobarde, allí no es que se me subieran a la garganta, no, es que creo que los llevaba por tupé.

"Cuando ya dejé de parecer un yonki tras tomar la metadona, pregunté sobre cómo había ido la operación. Mis padres y mi mujer se miraron sin saber bien qué responderme."

Recuerdo ingresar un jueves por la mañana en el Hospital General de Alicante. La intervención era a las 15h. En esta ocasión y tras la experiencia anterior —en la que mi cara parecía el culo de un mandril—, decidí no afeitarme del todo. Aun así era más feo que un camaleón sonriendo. En fin. Bueno, pues llegó la hora y tras las pertinentes despedidas me bajaron a quirófano. Me dormí con la anestesia mientras escuchaba al doctor preguntar: “¿Y a este qué le pasa?”

Tras un rato de luces, colores y viajes por la mente, desperté. Sí, había sobrevivido una vez más. ¿Cuántas iban ya? Dicen que lo primero que dije fue: ¡LEO! Ay, si es que es devoción lo que siento por ese niño.

Cuando ya dejé de parecer un yonki tras tomar la metadona, pregunté sobre cómo había ido la operación. Mis padres y mi mujer se miraron sin saber bien qué responderme. No por nada, sino porque el doctor había salido durante diez segundos y la única explicación sin dar derecho ni a preguntar fue: “le hemos liberado la zona”.

"Bueno, yo volví a casa con menos movilidad que antes en el brazo, cosa que me hizo una gracia tremenda. Hasta el mes siguiente el doctor no osó a recibirme en su consulta."

Claro, eso estaba genial, si es que hubiéramos podido entender qué significaba eso. A mí, en un primer momento me importó poco. Yo quería recuperar la movilidad del brazo y llevar una vida más o menos normal. Y confiaba en que así fuera, pero una vez más, no podía estar más equivocado. El periplo comenzó cuando, tras cinco días ingresado en el hospital —¿por qué? Pues eso me pregunto yo a día de hoy— no pasó un solo médico a hacerme una visita. Para comprobar cómo estaba. Nada. Yo pedía explicaciones a las enfermeras y las pobres no sabían ni qué responderme. Al quinto día pasó un médico en prácticas de la Universidad de Alicante para darme el alta. Le pedí explicaciones, le faltó poco pasa salir corriendo porque no sabía qué decirme. Sólo tenía un informe —de una cara— en el que ponía: “le hemos liberado la zona”.

Genial.

Bueno, yo volví a casa con menos movilidad que antes en el brazo, cosa que me hizo una gracia tremenda. Hasta el mes siguiente el doctor no osó a recibirme en su consulta. Evidentemente busqué explicaciones, pero creo que supo jugar una carta magnífica cuando me preguntó si había mejorado algo y le dije que no. Me dijo, palabras textuales: “entonces me temo que no vas a poder hacer nada por el brazo, lo acabarás perdiendo”. Mi lado humano salió ahí y me derrumbó por completo. Ya no fui ni capaz de recriminarle que me hubiera abandonado durante cinco días sin ninguna explicación, no fui capaz de nada. Sólo pensaba en el futuro que me esperaba y, joder, no parecía ser nada bueno.

Supongo que querrás saber más sobre cómo siguió todo después de ahí. Y créeme, te lo contaré, pero te anticipo que con la lengua no estoy escribiendo. Ni siquiera con una sola mano.

"El libro se colocó enseguida en el número uno de los más vendidos en Amazon España y ahí estuvo durante varios días. Yo no me lo podía creer."

En lo profesional, como te conté en el capítulo anterior, lancé Kryptos al mercado acompañado de los cinco locos que me arroparon. La cosa no pudo empezar mejor. La misma semana del lanzamiento TVE, por medio de la genial Ana Ruiz Echauri, me dedicó un reportaje en su telediario en Prime Time —lo que vienen siendo las nueve de la noche— del domingo. La locura se desató de pronto. Al día siguiente comencé a recibir llamadas de editoriales interesadas en adquirir los derechos. Las rechacé de inmediato porque quería asegurarme de que el dinero llegaba de primera mano a Educo. Y no es que no confiara, es que siempre se ha dicho que las cosas las hace mejor uno mismo. Y así lo pensé. El libro se colocó enseguida en el número uno de los más vendidos en Amazon España y ahí estuvo durante varios días. Yo no me lo podía creer. Era consciente de que el factor solidario había impulsado eso, pero las críticas positivas empezaron a llegar desde el primer día y me decían que el libro estaba gustando mucho. Yo no lo podía creer. Uno siempre sueña con cosas así pero no las cree posibles. Piensa que le pasan a otros, pero no, me estaba sucediendo a mí. De pronto empezaron a considerarme un escritor de los de verdad. Yo todavía no lo tengo claro a día de hoy si lo soy o no, pero sí es cierto que me lo hicieron sentir así en esos momentos. Las ventas de las otras novelas también se dispararon. Yo, que pensé que nunca podría llegar a vivir de esto —al menos no lo pensé con seriedad, soñarlo, sí que lo soñaba— comenzaba a ver que sí podría ser posible.

Pasados dos meses de la puesta de largo de Kryptos, recibí una propuesta por parte de la editorial Ediciones B para publicarla a través de su sello. La propuesta era buena y muy seria. Pero sobre todo me garantizaba que el dinero seguiría yendo a Educo, tal y como lo hacía yo. Puedo dar fe que, hasta el día de hoy —y después seguro seguirá siendo así— se ha cumplido a rajatabla, por lo que no puedo estar más contento.

"Tenía una idea rondando la cabeza que quería exprimir para una novela. Pero para hacerla bien, iba a tener que meterme hasta la frente en ciertos grupos y recabar información veraz a través de ellos."

Lo más importante de todo es que a partir de ese momento se me consideró un escritor de los de verdad. Era mucho más de lo que yo aspiraba y por eso pensé que desde ya mismo debía tomarme más en serio, si cabía, el tema de la escritura. Tenía una idea rondando la cabeza que quería exprimir para una novela. Pero para hacerla bien, iba a tener que meterme hasta la frente en ciertos grupos y recabar información veraz a través de ellos. Pero eso ya te lo contaré en la siguiente entrega. Por supuesto. ;D

Y nada más, querido lector. Espero no se te haya hecho pesado, pero quería contarte, quizá, demasiadas cosas. Antes de despedirme querría nombrar a mi amigo Luis Endera, que todos, seguro, conocéis por ser un magnífico director de cine. Y es que Luis no dudó en ir desde Cartagena hasta Alicante para verme el mismo día de la operación cuando salí de quirófano. Es un gesto que jamás olvidaré y que demuestra qué clase de amistad tenemos. Gracias, Luis.

Y tú, querido lector, como te he dicho al principio puedes escribirme lo que quieras al correo que te paso ya mismo (BlasRuizGrau@hotmail.com). No sólo sobre esto, si quieres, CUALQUIER COSA. Y ya, si me sigues en Twitter lo bordamos (@BlasRuizGrau).

Nos leemos pronto. Cuídate.

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