Inicio > Blogs > Ruritania > Carta a Javier Sierra
Carta a Javier Sierra

Querido Javier:

Antes de nada quiero agradecerte que participaras en el pódcast El aprehendedor, de mi amigo César López, en el que colaboro con entrevistas “a fondo”. Fue un gran placer, un privilegio, y me parece que de todo ello resultó un excelente pódcast que podrán disfrutar tus admiradores y aquellos interesados en lo que haces, que para mí es tan interesante y enriquecedor.

Nos conocimos hace poco, gracias a nuestro querido amigo Luis Alberto de Cuenca, y pude hacerte precisamente aquí, en Zenda, una entrevista que ahora precisamente he revisado para hacer la nueva, y me ha parecido muy natural, muy fluida, profunda, muy tuya, en el sentido de que creo que te retrata bien, lo que eres y lo que haces. En mi opinión eso ocurre también con el pódcast que hemos grabado en El aprehendedor, de César.

Hace unos días terminé tu nuevo libro, El plan maestro, y tuve la suerte de compartir su lectura contigo, mediante WhatsApp. Son casi quinientas páginas, pero una gran inmersión en el arte, el arte visto como trascendencia, me atrevería a decir. Te contaba en el pódcast, y también en los mensajes, que me parecía que abrías puertas en el libro y en la mente del lector, y que el propio libro es una puerta, una puerta maravillosa. En realidad, pienso, todos los libros son puertas, puertas a la imaginación o el pensamiento de sus autores, puertas a otra dimensión.

Javier, intuyo que estamos muy saturados de realidad, que necesitamos escapar a otros mundos, y yo diría que a diario. Hay otros mundos pero están en éste. ¿Quién dijo esta fantástica frase? Ahora no lo recuerdo. Pero tú seguro que sí que lo recuerdas, incluso creo que la citas en algún libro tuyo.

La lectura y la escritura son dos vías (quizá la única, una única vía) para saltar a otros mundos, otros ámbitos. Tus libros nos hacen soñar con los pies en la tierra, soñar con los ojos abiertos, también cerrados, y conseguir, con esto, reflexionar y aprender, contestar viejas preguntas y plantearnos nuevas interrogaciones.

Ayer me regalaste En busca de la edad de oro, un libro tuyo que me apetece mucho leer. Apenas lo he empezado, pero ya adivino en él un hermoso viaje por el pasado y por el presente, contigo, moderno guía, muy sabio, para conocer mundos antiguos, y del futuro.

Disfruté mucho tu novela sobre Napoleón, que sé que ampliaste después (esta nueva versión no la conozco), y me apetece mucho leer La dama azul y Las puertas templarias. No soy nada de ver la tele, pero creo que voy a asomarme al programa de Iker Jiménez Cuarto milenio, en el que colaboras. Sí que recuerdo, hace años, ver algún programa tuyo, de misterio, y lo encontré muy ameno.

Vivimos muy cerca, y fue viéndote un día por la calle (me acuerdo que llevabas ropa deportiva) que se me ocurrió conocerte para entrevistarte. Eres una persona educadísima, una persona, como saben, o intuyen, todos tus lectores, al que escuchar durante horas. Creo que te sientes heredero de los viejos narradores que contaban al lado del fuego. Tal vez los modernos escritores deberíamos ensayar más, ensayarnos, en la narración junto al fuego. Seguro que salían cosas magníficas.

Ahora recuerdo, por ejemplo, en un curso mío de novela histórica, que llevé a Alberto Vázquez-Figueroa, y se puso a contar una historia —un relato que tenía mucho en común con Centauros, una novela que estaba escribiendo entonces—, y fue impresionante escucharlo y vivir con él lo que contaba. Hay autores que son antes que nada contadores de historias, y de este tipo es Vázquez-Figueroa, o Arturo Pérez-Reverte. Creo que tú también lo eres.

El placer de narrar… como lo harían Robert Louis Stevenson o Alejandro Dumas, o cualquiera de estos escritores que tan felices nos han hecho, que han conseguido que levitáramos cuando seguramente ellos lo hacían también. Hace muy poco, leyendo a García Márquez en su prólogo de Doce cuentos peregrinos, el escritor colombiano afirmaba que había un momento, escribiendo, en que levitaba. Yo también lo he sentido, Javier, y lo digo modestamente. Si no lo sintiera, esa especie de trance, creo que no habría escrito tanto, o quizá no habría escrito nada, apenas nada.

Tengo aquí cerca, encima de la mesa, tu libro En busca de la edad de oro, como un talismán. Otro libro que también me lo parece, y que me dedicaste cuando lo compré, es La ruta prohibida. En ese libro, en la dedicatoria, me decías que íbamos a recorrer muchos caminos juntos, de tierra, pero también otro tipo de caminos, por ejemplo de tinta. Y mira, está siendo verdad, porque ya hemos caminado juntos caminos de tierra, en el Retiro, de asfalto y aceras, en Madrid, carreteras en coche ayer (el coche de mi amigo César, o un taxi), y ahora en esta carta o estos días en tus libros.

Tu padre era cartero. Ayer nos contaste en el pódcast que por ser tu padre cartero podías mandar gratis todas las cartas que quisieras. Y que escribiste muchas cartas, a mucha gente, por ejemplo al famoso escritor J. J. Benítez, que te contestó muy atento. Puedo imaginarme la ilusión que te haría recibir esas contestaciones, porque también yo he mandado algunas cartas a algún querido escritor.

Lo curioso es que yo, con estas cartas de Zenda, estoy haciendo algo parecido a lo que hiciste tú, aunque no soy un niño, sino una persona mayor. Yo tampoco tengo que pagar por mandarlas, porque al publicarlas viajan por la red,  e imagino que algunas llegarán a su destino y otras no. Me acuerdo que le mandé una a Antonio Muñoz Molina y no la vio, pero como es vecino mío también (como tú), se lo dije y al final la leyó.

Es una gran ilusión escribir estas cartas y ver que les gustan a los lectores, a la vez que a mí me sirven para trabar una relación más estrecha con personajes que quiero o que admiro, del pasado o del presente, de la ficción o de la Historia.

Qué gran invento éste de la carta. Un profesor mío, escritor, al que quiero y admiro mucho, Antonio Prieto, tenía una preciosa teoría, la “fusión mítica”, que él llevó a la práctica en algunas novelas (puede que fuera al revés, que hiciera una teoría a partir de la práctica de sus novelas). Prieto hablaba de que el escritor podía fusionarse con un mito, con un personaje histórico, o un autor, escribiendo sobre él, o fundiendo su propio ser con ese personaje, su propia realidad, parte de ella, al mismo tiempo que el personaje mítico le dotaba a él, al escritor, de parte de su condición mítica.

Hablaba Prieto de las cartas, de cómo se movían en dos tiempos, el tiempo en el que se escribían y el tiempo en el que se leían, y cómo el escritor de las cartas iba al encuentro del destinatario (se desplazaba) creando más complejos fenómenos literarios. Todo esto lo trataba en un libro que me gusta mucho, universitario pero también literario, Ensayo semiológico de sistemas literarios (Planeta). De este libro me gusta especialmente ese capítulo, “La fusión mítica”.

Yo vivo muy cerca de tu casa, pero seguramente el camino que recorrerá esta carta, publicada por Zenda, será mucho más largo. El camino del mito, de la literatura, de la Historia y acaso de una amistad que está empezando.

4.2/5 (110 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Pablo
Pablo
1 mes hace

Hola. Sólo comentar a propósito de esa frase “hay otros mundos, pero están en este” que al autor le pareció estupenda, y comparto, porque me recordó una, dicha hace muchos años por Federico Peralta Ramos en un programa sobre signos zodiacales, donde era un invitado de doce, y este artista, que cultivaba una onda excéntrica y disparatada, siempre con humor, ante no sé que tema que se estaba hablando, lo encontraron como distraído, con la mirada perdida, y alguien se lo hizo notar diciendo: “está en otro planeta”. Y el tipo,con una seriedad pasmosa dijo con solemnidad la frase genial que es motivo de este comentario: “!nadie es planeta en su tierra!” Una especie de sin sentido lleno de sentido que de algún modo vuelve las cosas al centro.