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El claro destino poético de Heráclito el oscuro

El claro destino poético de Heráclito el oscuro

A J.L. Gallero y C.E. López

Patidifusos ante el Efesio

L. A. de Cuenca

Dice Heráclito que Homero era astrólogo y Nietzsche que Heráclito es un astro sin atmósfera. Vayan por donde vayan las capas del aire y las estrellas, lo cierto es que poco podía imaginar Cicerón cuando le asestó para siempre al de Éfeso el apodo de El Oscuro que a lo largo de los siglos poetas muy diversos, pero todos ellos de línea clara, iban a hacer del rey del fragmento no ya fuente o influencia, sino objeto explícito, pura materia intra muros, de su propia poesía. No es, sin duda, ajeno a ello, el hecho irrefutable y frecuentemente irrefutado de que, como bien sostiene el autor del epígrafe suprainscrito, es Heráclito un filósofo que puede y debe leerse —subrayamos aquí el debe más que el leerse— como si fuera un poeta.

Para ilustrar lo dicho en el párrafo anterior, ofrecemos a continuación al ávido y avisado lector una breve antología de claros —y casi todos preclaros— poemas heraclitianos. Cada uno habla por sí mismo, razón por la cual declinamos mantener correspondencia sobre el conjunto de la selección, pero —Zenda da, liberalidad obliga— no nos cerramos en redondo a la posibilidad de recibir correo postal que se recree en concretos aspectos métricos a los que, por falta de aliento, no podemos ahora dedicar toda la atención que merecen.

 

Dem.   De tu tristeza Eraclito me espanto,

           Y de nueuo me admiro cada hora,

           Que viendo el mundo y lo q[ue] passa agora,

           Ya no ayas conuertido en risa el llanto!

Erac.   Yo me admiro Democrito, que quanto

           En este triste siglo que empeora,

           Crecen mas las miserias de hora en hora,

           Mas crece tu plazer, tu risa y canto;

Dem.   Pues quie[n] no reyra, si en paz, y en guerra

           El gouierno del mundo, y el consejo,

           Es todo desconciertos, y locura;

Erac.   Lo que á ti te da risa, a mi me atierra,

           Esso me tiene ya doliente y viejo

           Y esso me lleuara á la sepultura.

(Hernando de Acuña, SONETO. Democrito, y Eraclito. Varias poesías [Fol.107 v.])

 

(…)

A veces en las tardes una cara

Nos mira desde el fondo de un espejo;

El arte debe ser como ese espejo

Que nos revela nuestra propia cara.

(…)

También es como el río interminable

Que pasa y queda y es cristal de un mismo

Heráclito inconstante, que es el mismo

Y es otro, como el río interminable.

(Jorge Luis Borges, Arte poética, El hacedor)

 

El segundo crepúsculo.

La noche que se ahonda en el sueño.

La purificación y el olvido.

El primer crepúsculo.

La mañana que ha sido el alba.

El día que fue la mañana.

El día numeroso que será la tarde gastada.

El segundo crepúsculo.

Ese otro hábito del tiempo, la noche.

La purificación y el olvido.

El primer crepúsculo…

El alba sigilosa y en el alba

la zozobra del griego.

¿Qué trama es ésta

del será, del es y del fue?

¿Qué río es éste

por el cual corre el Ganges?

¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?

¿Qué río es éste

que arrastra mitologías y espadas?

Es inútil que duerma.

Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.

El río me arrebata y soy ese río.

De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.

Acaso el manantial está en mí.

Acaso de mi sombra

surgen, fatales e ilusorios, los días.

(Jorge Luis Borges, Heráclito, Elogio de la sombra)

 

Heráclito camina por la tarde

De Éfeso. La tarde lo ha dejado,

Sin que su voluntad lo decidiera,

En la margen de un río silencioso

Cuyo destino y cuyo nombre ignora.

Hay un Jano de piedra y unos álamos.

Se mira en el espejo fugitivo

Y descubre y trabaja la sentencia

Que las generaciones de los hombres

No dejarán caer. Su voz declara:

Nadie baja dos veces a las aguas

Del mismo río. Se detiene. Siente

Con el asombro de un horror sagrado

Que él también es un río y una fuga.

Quiere recuperar esa mañana

Y su noche y la víspera. No puede.

Repite la sentencia. La ve impresa

En futuros y claros caracteres

En una de las páginas de Burnet.

Heráclito no sabe griego. Jano,

Dios de las puertas, es un dios latino.

Heráclito no tiene ayer ni ahora.

Es un mero artificio que ha soñado

Un hombre gris a orillas del Red Cedar,

Un hombre que entreteje endecasílabos

Para no pensar tanto en Buenos Aires

Y en los rostros queridos. Uno falta.

 

(Jorge Luis Borges, Heráclito, La moneda de hierro)

 

Somos el tiempo. Somos la famosa

parábola de Heráclito el Oscuro.

Somos el agua, no el diamante duro,

la que se pierde, no la que reposa.

Somos el río y somos aquel griego

que se mira en el río. Su reflejo

cambia en el agua del cambiante espejo,

en el cristal que cambia como el fuego.

Somos el vano río prefijado,

rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.

Todo nos dijo adiós, todo se aleja.

La memoria no acuña su moneda.

Y sin embargo hay algo que se queda

y sin embargo hay algo que se aleja.

(Jorge Luis Borges, Son los ríos, Los conjurados)

 

(Perdón, pero creemos que a estas alturas ya está claro que a Borges le pasaba con Heráclito lo que a G. Marx con los principios).

 

No sólo el río es irrepetible

tampoco se repiten

la lluvia el fuego el viento

las dunas del crepúsculo

no sólo el río

sugirió el fulano

por lo pronto

nadie puede

mengana

contemplarse dos veces

en tus ojos

(Mario Benedetti, Variaciones sobre un tema de Heráclito, El amor, las mujeres,  la vida)

 

Decía el viejo Heráclito: “Nadie puede bañarse

dos veces en el mismo río, pues todo fluye”.

Y también: “No podrás recorrer los dominios

del alma ni escapar de un sol que no se pone”.

Si sólo fuera eso, no tendría importancia,

pero dice otra cosa que golpea mi mente

cada vez con más fuerza y me tiene hecho polvo:

“El camino hacia arriba y hacia abajo es el mismo”.

(Luis Alberto de Cuenca, Cosas de Heráclito, Por fuertes y fronteras)

 

Nadie baraja dos veces

las mismas cartas.

(Alfonso Lucini, Heráclito (Fournier), Historia abreviada de la filosofía del naipe, La banca siempre gana)

 

Hasta aquí la antología. En la vena heraclitiana que hoy nos embarga, sería tan vulgar como injusto cerrar este programa sin recomendar la compra de dos grandes valores que en la bolsa de las letras castellanas, si átonos hoy -todo son modas, cuando no triciclos-, volverán sin duda a deparar mañana grandes, intraducibles fortunas.

Por un lado, el autor —demos por bueno que se llamaba Fernando y se apellidaba de Rojas— de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, en cuyo prólogo se recurre a Petrarca para validar a Heráclito:

Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dize aquel gran sabio Eráclito  en este modo: «Omnia secundum litem fiunt.» Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria. E como sea cierto que toda palabra del hombre sciente está preñada, desta se puede dezir que de muy hinchada y llena quiere rebentar, echando de sí tan crescidos ramos y hojas, que del menor pimpollo se sacaría harto fruto entre personas discretas. Pero como mi pobre saber no baste a mas de roer sus secas cortezas de los dichos de aquellos, que por claror de sus ingenios merescieron ser aprouados, con lo poco que de allí alcançare, satisfaré al propósito deste perbreue prólogo. Hallé esta sentencia corroborada por aquel gran orador e poeta laureado, Francisco Petrarcha, diziendo: «Sine lite atque offensione nihil genuit natura parens»: Sin lid e offensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo. Dize más adelante: «Sic est enim, et sic propemodum universa testantur: rapido stellæ obviant firmamento; contraria inuicem elementa confligunt; terræ tremunt; maria fluctuant; aer quatitur; crepant flammæ; bellum immortale venti gerunt; tempora temporibus concertant; secum singula, nobiscum omnia». Que quiere dezir: «En verdad assí es, e assí todas las cosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo; los aduersos elementos vnos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre se sacude, suenan las llamas, los vientos entre si traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos contienden e litigan entre si, vno a vno, e todos contra nosotros.»

Por otro, don Gabriel Bocángel, que en el primer terceto de su octogésimoquinto soneto hace la más perfecta profesión de fe heraclitiana que hayan visto los siglos —y no sólo los de oro.

Lo que pasó ya falta; lo futuro

aún no se vive; lo que está presente

no está, porque es su esencia el movimiento.

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