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‘Confesiones verdaderas’: En el corazón de la corrupción

‘Confesiones verdaderas’: En el corazón de la corrupción

Si no les gustan las películas duras, descarnadas, en las que no se hacen prisioneros, no se les ocurra acercarse a True Confessions (Confesiones verdaderas, 1981), un film noir con pedigrí de novela de Hammett, Chandler o James Cain, esto es, reserva curado en estilo de autopsia de la vida moderna, o de la de siempre, porque por sus fotogramas desfilan cardenales y sacerdotes ambiciosos, putas, detectives, cineastas porno, chicas a la deriva que escriben poemas pequeños y simples, antiguos chulos reconvertidos en especuladores inmobiliarios aliados con concejales de vista gorda y abogados de ocasión para cualquier chanchullo, iglesias, burdeles, comisarías de policía, morgues, elegantes campos de golf y cutres cafeterías, restaurantes para gente rica y cuarteles desafectados en los que rodar películas porno y descuartizar a chicas tan hermosas como usadas como moneda de cambio. Podrán encontrar en este laberinto de intereses cruzados la huella de irlandeses católicos, misas, bodas, confesiones, una Iglesia que ejerce el poder y busca el dinero, pero también sacerdotes que prefieren retirarse a morir a una olvidada parroquia en el desierto, no solo para expiar pecados del pasado sino para interrogarse cómo y por qué no tienen el don de amar a Dios.

"El censo de personajes de Confesiones verdaderas lo celebrarían Balzac o Galdós: carne humana hecha de sufrimiento, desprecio y sexo, pero también de dolor, tristeza, ira y venganza, arrepentimiento, con un pasado"

Ese pedigrí del que les hablo lo excava Confesiones verdaderas de una maravillosa novela, mil veces olvidada, escrita por John Gregory Dunne, uno de los nombres jamás mencionados cuando se habla del «nuevo periodismo» de los Wolfe y los Talese porque, como dice Garci, El estudio, el libro reportaje que Dunne consagró a un año de producción de películas en la Fox a mediados de los años 60, cuando el viejo Zanuck tuvo que volver de Europa para reflotar una nave en quiebra tras los dispendios de Spyros Skouras y Joe Mankiewicz por Cleopatra, no tiene nada que envidiar a The Right Stuff o a Honrarás a tu padre. Dunne, tomando como algo más que un macguffin el célebre asesinato de la Dalia Negra, un cadáver descuartizado de una chica encontrado en un solar de L. A., efectúa la autopsia de un cadáver nada exquisito, el de la sociedad angelina, la de la América de la posguerra, quizás de la Humanidad de siempre. Un cadáver enfermo de corrupción y vicios privados y públicos camino de una era de prosperidad que intenta olvidar la pasada guerra y hacer negocios al margen de cualquier regla y bajo cualquier influencia. Claro que ese panorama sería solo un brillante y duro trampantojo si no se poblara de seres humanos que se sienten irremediablemente muy lejos del Paraíso. El censo de personajes de Confesiones verdaderas lo celebrarían Balzac o Galdós: carne humana hecha de sufrimiento, desprecio y sexo, pero también de dolor, tristeza, ira y venganza, arrepentimiento, con un pasado. Un film noir no es nada sin el peso del pasado o sin un flashback que lo evoque, como el que le viene a los ojos al sargento de homicidios de L. A. Tom Spellacy (Robert Duvall) mientras contempla el desolado desierto al otro lado de la ventana de la pobre rectoría de la parroquia que regenta su hermano Desmond (Robert De Niro), el cura que iba para obispo y ya solo espera reposar en una descarnada parcela de tierra abrasada en el vecino cementerio. Dunne escribió el guion de Confesiones verdaderas con su mujer, Joan Didion, otra que conocía bien cómo escribir sobre seres humanos a la deriva, sumidos en el dolor y en la pena pero nunca vencidos, apoyados en la esperanza de luchar y no rendirse.

"Pese a todo no hagan caso a mi admonición del comienzo de esta crónica, y vean Confesiones verdaderas, si no lo han hecho, o vuelvan a ella si no la recuerdan o la recuerdan siempre"

Ulu Grosbard, un cineasta sueco muy eficiente, muy buen artesano, que hizo carrera en Hollywood con melodramas bien armados como Enamorarse, remake sofisticado y neoyorquino del Breve encuentro de David Lean, sabe que tiene en sus manos oro puro y no lo desaprovecha, filmando esta historia desarbolada de sentimientos, 104 minutos de pathos, emociones de choque, de forma clásica, sujeto, verbo y complemento. Cuenta además con un reparto maravilloso, y no solo por el duelo fraternal de Robert Duvall y De Niro, dos actores de la misma camada del sector más ligero del Actor’s Studio, que ofrecen un recital de miradas que nos permiten penetrar en su dolor u orgullo, su rabia o su vergüenza interior, una manera magistral de dominar el tempo de una secuencia, el sentido de un plano mental, una manera de moverse en el encuadre. Junto a ellos está la vulgaridad de Charles Durning, un Jack Amsterdam, antiguo chulo, ahora Laico Católico del Año, bastión de la Iglesia por sus contribuciones siempre unidas a sus negocios; la dureza de acero de Cyril Cusack, un príncipe de la Iglesia, cardenal, distante, frío, que sacó a la diócesis de la quiebra para transformarla en una máquina de poder y riqueza y dejó para el final derrumbe moral; o Rose Gregorio como Brenda Samuels, la regenta de un burdel cutre, que anda aún enamoriscada del poli Spellacy, aunque ella pagara en la cárcel la corrupción de éste. Su rostro, surcado de arrugas y de vida devastada, una mirada gris, orgullosa pero derrotada, aún posee la belleza de la desesperación cuando Tom Spellacy descubre su rostro al retirar la sábana que la cubre en la morgue tras abrir la espita del gas huyendo de una vida que ya no le ofrece nada.

Pese a todo no hagan caso a mi admonición del comienzo de esta crónica, y vean Confesiones Verdaderas, si no lo han hecho, o vuelvan a ella si no la recuerdan o la recuerdan siempre, es una película de las que te abre en canal tus sentimientos mientras te sumerges, te guste o no, en su historia, en sus imágenes.

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True Confessions (Confesiones verdaderas, 1981). Produicida por Irwin Winkler y Robert Chartroff. Dirigida por Ulu Grosbard. Guion de John Gregory Dunne y Joan Didion, sobre la novela True Confessions, de Dunne. Fotografía de Owen Roizman. Música de George Delerue. Montaje, Linzy Klingman. Interpretada por Robert De Niro, Robert Duvall, Charles Durning, Burgess Meredith, Cyril Cusack, Rose Gregorio, Ed Flanders, Kenneth McMillan, Dan Hedaya, Jeanette Nolan. Duración: 104 minutos.

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