Había una vez… nueve bibliotecas llenas de libros, con calendarios coloreados de actividades que convertían cualquier día del año en un día de celebración y fiesta que el 29 de octubre de 2024 vieron convertidos sus fondos en papel mojado. Aquel fue un día negro, pero los siguientes de los calendarios que las bibliotecas exhibían en sus vestíbulos, ahora anegados en lodo, no se pudieron señalar como días de celebración de la lectura y reunión de los vecinos. Esas bibliotecas tienen nombre, y están todas en la zona cero afectada por la trágica dana de Valencia.
Y para contribuir a reponer sus fondos y que el futuro de su calendario se coloree de actividades, el colectivo de Literatura Infantil y Juvenil de la Asociación Colegial de Escritores (ACE) se puso manos a la obra para crear un libro, Contamos contigo, una colección de relatos en la que han intervenido 26 autores y 22 ilustradores que donan sus derechos a las bibliotecas afectadas por la catástrofe para que sus estanterías vuelvan a estar llenas de fondos, y sus agendas de actividades.
A continuación reproducimos uno de los cuentos incluidos en este libro, Un mamut en el jardín, de Paloma González Rubio.
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A Nico C. Sr. y Nico C. Jr.
En mi cole, en todas las clases, las de los mayores, los medianos, los pequeños y en la mía, hay un rincón con estantes llenos de libros. Es un misterio quién los pone. Siempre están ahí, desde que empieza el curso. Y cuando al siguiente nos cambiamos de aula y entramos a la nueva, volvemos a encontrar los estantes con libros distintos.
Los unicornios y los dragones son lo más. Claro, como son seres fantásticos…
Nico, nuestro profe, nos explica que el mundo está lleno de animales fantásticos y que si nos esforzarnos un poco, los podemos ver en todos los rincones.
Yo me esfuerzo, pero nunca he visto unicornios ni dragones ni se me ha metido un erizo en el zapato ni bajo la cama de mi hermana vive ningún dinosaurio. Claro, que lo mismo es que no me fijo porque en mi jardín vive un animal tan grande que todos los demás animales o se esconden o no se acercan por los alrededores.
En mi jardín hay un mamut.
Me acuerdo que desde que era pequeño ya estaba ahí.
Cada mañana, al despertar, el mamut sigue ahí.
Uno de sus ojos mira al interior de mi habitación y me vigila mientras duermo.
A mí me tranquiliza su ojo de piedra que no me pierde de vista.
Si me asomo a la ventana del salón no veo árboles, ni pájaros volando, ni gatos que saltan la tapia, solo veo el mamut, que es tan grande que llega al tejado de la casa y tapa la luz del sol.
Como está en el jardín desde tiempos inmemoriales es como si fuese nuestra mascota, igual que un perro o un gato, pero no ladra, no maúlla, no barrita como los elefantes. Es un mamut inmóvil y muy silencioso. Ni siquiera parpadea. Está como petrificado.
Mis padres me han explicado que lleva así miles de años y que llamaron a un museo por si lo querían trasladar a una de sus salas para que pudiese verlo todo el que quiera, pero en el museo dijeron que no se lo podían llevar del jardín porque era como si hubiese echado raíces ahí, señal evidente de que no quiere moverse, porque se ha integrado perfectamente en la vida de nuestra familia.
Nuestro mamut es un mamut muy útil: mi madre ata en verano entre sus cuernos curvos un montón de cuerdas y tiende la ropa al sol.
En primavera, mi abuela cuelga de sus orejas macetas de geranios.
Mi hermana ensaya peinados en las lanas que cubren su cuerpo.
Y yo uso el aro perfecto de sus cuernos para ensayar mi puntería con la pelota. Por eso se me dan tan bien los juegos de puntería con balón: el baloncesto, el fútbol, el balonmano.
Lo único malo es que, como es tan grande, ocupa casi todo el jardín y nunca podemos celebrar fiestas de cumpleaños allí, como hacen los niños que tienen jardín, pero no mamut.
Un día que Nico terminó de leer uno de esos cuentos que le gustan tanto, este se llamaba Un ornitorrinco en la bañera, nos preguntó si alguna vez habíamos visto un ornitorrinco en nuestro baño y Sebas le dijo que creía que sí, porque en una ocasión vio debajo de la espuma un pico como de pato y algo peludo. Y Nico le felicitó por tener una mirada tan entrenada.
Yo levanté la mano:
—Yo nunca he visto un ornitorrinco, aunque me gustaría, pero en mi jardín vive un mamut desde tiempos inmemoriales.
Y Nico me miró muy sorprendido y me dijo que eso era imposible, que era más fácil ver un ornitorrinco en la bañera que un mamut en el jardín, porque los ornitorrincos no se han extinguido y los mamuts sí.
Yo describí a nuestro mamut: su altura, que llega al tejado de la casa, su piel lanuda, sus orejas pequeñas si se comparan con las de un elefante africano, sus colmillos muy curvos.
Nico reconoció que lo que estaba describiendo era lo más parecido que él podía imaginar a un mamut, pero objetó que esa descripción también la podía haber leído en un libro, como los que tenemos en clase.
Yo le pregunté por qué creía en tantas criaturas fantásticas o ya extinguidas o raras, como los unicornios, los dragones, los dodos, los ornitorrincos que aparecían en zapatos, bañeras, debajo de las camas y en los armarios y, en cambio, no creía que en mi jardín hubiera un mamut petrificado que servía para tender la ropa, colgar las plantas o ayudarme a practicar la puntería.
Nico se quedó callado y mis compañeros, incluido Sebas, el que creía haber visto un ornitorrinco en su bañera, empezaron a cuchichear y a llamarme mentiroso.
Nico respondió que no se creía lo del mamut porque las criaturas extinguidas y fantásticas no son tan descaradas, no se plantan en medio de un jardín, solo se asoman un poco por armarios, cañerías, chimeneas… para que podamos verlas con los ojos de la imaginación y, además, no se pueden tocar, solo se pueden presentir.
Silvia, que es mi mejor amiga, intervino para defenderme y dijo que no soy un mentiroso, y que ahora que lo pensaba seguro que por culpa del mamut nunca había celebrado mi fiesta de cumpleaños en el jardín y mi jardín era el lugar más misterioso del mundo.
Y todos, incluido Nico, se echaron a reír y cambiaron de tema para hablar de ratones que hablan.
Cuando salimos de clase, Silvia, tras pensar mucho rato en silencio, me dijo:
—¿Sabes por qué nadie cree lo del mamut?
—¿Porque no lo han visto?
—No, porque no lo han leído. Si quieres, podemos ir a tu casa, me enseñas el mamut, y entre los dos escribimos un libro y hacemos dibujos del mamut con las macetas y la ropa colgada y lo llevamos a clase en cuanto lo hayamos terminado. Entonces todos, Nico, Sebas y los demás sí creerán en el mamut de tu jardín.
¡Claro! ¿Cómo no me había dado cuenta?
No hemos tardado mucho en escribir el libro.
Lo tienes en tus manos.
¿Verdad que ahora que has leído la historia crees en mi mamut a ojos cerrados, igual que en los medio unicornios dentro de armarios, los ornitorrincos en la bañera, los dragones que echan carreras y los pterodáctilos en jaulas de canarios?
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Autor: VVAA. Título: Contamos contigo. Editorial: Sargantana. Venta: Todostuslibros.


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