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Cuando la tozuda pasión supera a la triste decepción

Cuando la tozuda pasión supera a la triste decepción

Sin darnos cuenta, la casa de Cantonet se fue envolviendo y adornando de objetos identitarios de la obra de Hergé, y como nadie nace enseñado, dejábamos fluir nuestra capacidad de ilusionarnos en piezas u objetos sin entrar en detalle sobre la originalidad de ellos ni su procedencia. No teníamos ni idea de copyrights ni de derechos de autor, ni siquiera de marcas y patentes.

Adquiríamos objetos y figuras por pura emoción. Despertaba en nosotros verdadera excitación el adquirir según qué piezas. Era como salir a cazar conejos, ya localizada su guarida, los cuales te habían arrasado por la noche todo un campo dispuesto a ser recolectado a la salida del sol.

En más de una ocasión nos liamos la manta a la cabeza para adquirir según qué. Eso sí, habiendo aprendido de los percances sufridos en el pasado sobre lo que se puede hacer y, sobre todo, lo que no se puede hacer. Todo lo comprado y adquirido a nivel de coleccionismo lo era bajo la estricta mesura y condición de ejecutarlo con la disponibilidad de nuestro bolsillo en el momento de llevarse a término. Nunca con el bolsillo de los demás ni tan solo con sueños húmedos mediante galardones de cualquier juego de azar. Aprendimos a no hacer castillos de arena que cualquier viento, soplara desde donde soplara, hiciera desplomar ni tan siquiera la torre de vigía más insignificante del mismo.

"Mirábamos de conseguir en Cantonet (140 metros cuadrados) el mismo ambiente en el que nos sumergíamos de más jóvenes en las tiendas de antaño de Barcelona"

Figuras, llaveros, juegos, coches, aviones, barcos, libros especializados, prendas de vestir, cortinas de punto de cruz hechas por Mª Carmen, objetos de baño (albornoces, toallas, colonias, zapatillas, jabones), de dormitorio (colchas, sábanas, cojines, calzoncillos, calcetines, pijamas), de menaje (cubiertos, platos, tazas, vasos)… Todo ello te sumergía en un ambiente propio de la mejor tienda tintinesca que se preciara. En definitiva: sin ser muy conscientes, mirábamos de conseguir en Cantonet (140 metros cuadrados) el mismo ambiente en el que nos sumergíamos de más jóvenes en las tiendas de antaño de Barcelona, de las cuales salíamos como si nos hubieran desterrado de dicho mundo imaginario.

Primer viaje a Bélgica como coleccionistas

Superaba en poco la edad de 40 años cuando en unas vacaciones de Semana Santa decidimos viajar a Bruselas, capital de la BD (bande dessinée) y ciudad natal de Tintín y Hergé.

Confesaré que nuestra intención no era ir a visitar un país plagado de historia con monumentos y momentos épicos que la avalasen. No, en aquel momento sólo nos interesaba su apartado cultural relacionado con Hergé. Fuimos con la intención de sumergirnos en los comercios especializados en cómics y producto derivado para poder oler la fragancia que se desprende de ellos. La composición y textura de dicho tipo de producto coleccionable no me eran ajenas, dada mi condición profesional de Artes Gráficas, y me provocaba una considerable atracción, a la cual sucumbí con la adquisición de unas cuantas revistas de tiraje semanal, como Petits Vingtièmes, Coeurs Vaillants, Journals Tintin, encontradas rebuscando en alguna que otra tienda-librería especializada en producto de coleccionismo antiguo y variado. Dichas revistas nos ofrecían una imagen de niños nacidos entre guerras (Primera y Seguna Guerra Mundial) leyendo esas tiras cómicas con la maestría que Hergé las dibujaba y narraba.

Explicaré un recurso narrativo que Hergé utilizaba al finalizar las dos páginas dibujadas en el semanario que aparecía los jueves desde inicios del 1929, llamado Le Petit Vingtième. Dicho recurso o técnica narrativa, llamada cliffhanger, consiste en dejar al lector en situación de suspense e incertidumbre una vez finalizada la lectura de las dos páginas semanales que contenían dichos semanarios, lo cual provocaba una inquietud considerable al lector en espera del siguiente jueves para adquirir la nueva revista y poder desvelar dicho suspense acabando la lectura de las dos nuevas páginas con una nueva tensión e intriga. Así mantenía enganchado y motivado al público lector.

Volviendo al viaje, primero de tantos a dicha capital, una vez establecidos en el hotel NH de rigor, salíamos a la captura de esas tiendas especializadas que te ofrecían todo tipo de maravilloso producto relacionado con la obra gráfica de Hergé.

En su momento ya expliqué nuestra atracción hacia las figuras de resina hechas por maestros escultores, y en el mismo momento aprendimos que unos cuantos de ellos daban forma a nuestros personajes favoritos bajo la autorización, permiso, contrato firmado, etc. de la empresa madre poseedora de los derechos de edición de la obra gráfica de Hergé, llamada Moulinsart, S. A., situada en la Avenue Louise, 162 de Bruselas. Dicha empresa, la cual estaba situada en las instalaciones de Studios Hergé desde la muerte de Hergé, está dirigida y capitaneada por la viuda de Hergé y legítima heredera, Fanny Remy, junto a su segundo marido, el británico Nick Rodwell.

Dichos escultores ofrecían a sus figuras una calidad y categoría sin igual. Sus obras han hecho que su valor artístico sea muy cotizado por los coleccionistas, hagan piezas de Tintín, Astérix, Becassine, Spirou, Freddy Lombard, etc. Sus obras van normalmente acompañadas de su caja original y su certificado numerado que las acredita, siendo normalmente las piezas más requeridas las que figuran con unas producciones cortas y limitadas.

Pues bien. Solo entrar en la primera de las tiendas visitadas ya tuve que ir utilizando el freno de mano para tener maniatado mi impulso tintinesco delante de tanta maravilla. Tuve que ir decidiendo en función del precio, medidas y emociones suscitadas el ampliar mi colección con un par de piezas que sucumbieran a mis deseos en aquella primera visita comercial.

Otros de los productos que siempre me han fascinado son los juguetes y los trabajos publicitarios de Hergé, cuya magnánima creatividad, pulcritud y proporcionalidad seducen a los amantes de su obra.

"ooo"

Ya de bien joven me preguntaba si conociendo las dificultades que ofrecía el dibujar con Rotring cualquier lámina que nos pidiera el profesor de dibujo lineal (6º de bachiller), cómo debía de ser de dificultoso el plasmar tan meticulosamente un dibujo tras otro, todos ellos efectuados en encre de Xine dibujados por Hergé y sus colaboradores “con plumilla”.

Siguiendo nuestro recorrido tintinesco por las calles adyacentes a la Grand Place nos topamos de bruces con la tienda tintinesca más impactante del momento. Me estoy refiriendo al establecimiento buque insignia de Moulinsart. Una boutique Tintin-shop. Aquello sí que era entrar en otra dimensión. La propuesta de interiorismo efectuada mediante la calidez de la iluminaria, junto a estantes y escaparates de madera perfectamente barnizados, hacían del lugar una nueva aventura tintinesca. Las figuras expuestas evocaban un escenario de ensoñación. La ropa ejemplarmente puesta en estantes separando modelos y tallas denostaba orden disciplinado, ofreciendo categoría al producto textil. Bueno, lugar idóneo para el avituallamiento de productos souvenir para toda la familia (pins, llaveros, dossiers, postales, pulseras, etc.) y algunas camisetas para uso propio.

Así pues, el recuento de adquisiciones del primer día de estancia en Bruselas fue muy variado. No obstante, significaré objetos de aquellos que te dejan sin habla, como la compra de la piragua de la portada del libro de La oreja rota, tripulada por Caraco, Tintín y Milú, y la figura de la tumba de Kiosk con Tintín sentado en ella y Milú de pie a la expectativa. Las dos piezas de Leblon Delienne, con sus cajas y sus certificados numerados.

Dada la embriaguez tintinesca engullida el primer día, decidimos, para dar cancha a nuestros hijos, que el segundo día nos enfrascaríamos en un tour mediante un autocar que nos llevaría a la ciudad de Brujas, en la cual no podía faltar una tienda plagada de producto Tintín. Como aquel que no quiere la cosa, accedí a su interior todo deslumbrado y embobado, observando los objetos allí presentes.

De pronto, entro en una sala y me encuentro colgada de una peana la escultura de la escena en que Tintín planea por el aire agarrado a las garras de un Cóndor (Leblon Delienne), secuencia del libro El Templo del Sol. Simplemente colosal. Llamo la atención a una dependienta del establecimiento y le pregunto el precio a lo que me responde: “1.800 €, monsieur”. “¡Ostras!”, dije, todo escandalizado. “¿300.000 pesetas?”. En aquel entonces todavía hacíamos la reconversión a la antigua moneda. A lo cual obtuve como respuesta: “Sí, señor. Piense que es pieza para coleccionistas de nivel”.

Maldita sea. Me sentí ofendido. Salí echando chispas de la tienda, perdiendo todo interés en cualquier otra figura u objeto que me hubiera podido interesar. Qué respuesta más inoportuna. Ni que hubiera visto el color de los billetes de que disponía en mis ojos. ¡Menuda patán!

Con el tiempo, comentando la desagradable anécdota con mi amigo marchante de Tintín, Jean-Michel Fillol de Charleroy, me explica que esa tienda era de un antiguo amigo suyo, al cual él le había prestado, en calidad de depósito para arrancar el negocio, parte del stock de producto que se hallaba en su interior, y que acabó siendo estafado por dicho personaje, ya que cuando cerró el negocio al cabo de tres años ni le devolvió las piezas ni le pagó las vendidas, situación en la que, no habiendo ejecutado ningún contrato escrito y rubricado prueba de cesión, actuando sencillamente por confianza, no lo pudo demandar ni exigirle jurídicamente ninguna reparación por las pérdidas ocasionadas con su comportamiento.

Inicialmente me quedé perplejo con lo sucedido a Jean-Michel, todo suponiendo que dentro del mundo de Tintín la honestidad y el respeto eran valores de convivencia, como lo impreso en la cartilla del Servicio Militar con referencia al valor: “Se le supone”.

Pues no. No seamos tan incautos y no supongamos gratuitamente. Con el tiempo constaté, experiencia tras experiencia, que en las aventuras de Tintín los contravalores representados por personajes de la calaña de Roberto Rastapopoulos, Allan Thompson, Dr. Müller o Bobby Smiles son bien presentes en el mundo real. Como díríamos en el Consulado de Syldavia en Barcelona: “¡Mucho bordurio suelto!”. Y no se sorprendan; muy cerca, los tenemos muy cerca. Siempre al acecho de poderte demostrar su vileza y su menosprecio.

Ya que saco a la luz un significado listado de malhechores que aparecen en las aventuras de Tintín, algunos de los cuales son inspirados en personajes verídicos, como por ejemplo Müsstler, abreviatura de Mussolini y Hitler, ofreciendo su presencia en El cetro de Ottokar, bien es verdad que todos son inventados. Todos menos uno que existió de verdad, y ese no es otro que el gánster Al Capone, tunante de primera categoría, que hace su aparición en el libro Tintín en América.

"Recuerdo que para que no pecara en mi conducta compulsiva de compra indiscriminada, la última tarde en Bruselas mi mujer y mis hijos ya no me dejaron entrar en las tiendas"

Al tercer día volvimos a callejear por Bruselas, visitamos Correos para comprar sellos de temática tintinesca, y acto seguido tomamos rumbo hacia el Museo de la BD, y una vez visitado y disfrutado, nos adentramos en la boutique que se encuentra al final del recorrido. Allí compré las figuras fabricadas en resina de Bianca Castafiore con su maletín-joyero (Las joyas de la Castafiore) y el profesor Tornasol con sus prismáticos (El tesoro de Rackham el Rojo), de la marca Leblon Delienne. Eso suponía el volver a Barcelona con cuatro cajas de tamaño considerable, una para cada uno de nosotros, más las maletas de mano pertinentes. Mi mujer y mis hijos llegaron a la sensata conclusión de que las azafatas del avión de vuelta ya no nos dejarían embarcar más paquetes en cabina, y que por lo tanto se habían acabado las compras voluminosas.

Recuerdo que para que no pecara en mi conducta compulsiva de compra indiscriminada, la última tarde en Bruselas mi mujer y mis hijos ya no me dejaron entrar en las tiendas, convenciéndome de la bondad de todo lo adquirido durante nuestra estancia en el país referido.

Habiendo tomado buena nota en este viaje de una gran cantidad de información y conocimientos en torno al coleccionismo tintinesco de cierta calidad y renombre, me conformé, como no podía ser de otra forma, pensando que habría muchas más ocasiones para disfrutar. Y que, por suerte, ¡siempre nos quedará Tintín!

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Juanma
Juanma
3 meses hace

Leyendo tus crónicas syldavas como siempre muy interesantes.
Hasta la siguiente.

Enric
Enric
3 meses hace
Responder a  Juanma

Espero que en breve estimado Juanma. En breve y sin comerlo ni beberlo diez artículos nos contemplarán.

Mikelet
Mikelet
3 meses hace

Todos tenemos una lista borduria.

Benjamín Martín
Benjamín Martín
3 meses hace

Creo, Enric, que aunque solo con la imaginación, he disfrutado casi tanto como tú durante todo el golosísimo recorrido por las tiendas tintinescas de la patria de Hergé/Tintín, que como Isabel y Fernando tanto monta… Una precisión por ser también yo un sexagenario originario de aquellos tiempos, la asignatura de Dibujo lineal se estudiaba en 5° del lejano bachillerato superior de la época.

Enrique Reverté
3 meses hace
Responder a  Benjamín Martín

Es probable que fuera en 5°. Cincuenta años lo contemplan, en mi caso.

Joan Manuel Soldevilla
Joan Manuel Soldevilla
3 meses hace

¡Qué placer viajar con Enric!