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Daniel Ruiz García: «La ironía requiere dosis de inteligencia que no todo el mundo posee»

Daniel Ruiz García. Foto: Fernando Ruso

Hasta las galaxias más lejanas —que no son las de Marte, las de Tatooine o las de Coruscant, sino las de Hollywood— viajó con Chatarra, corto cinematográfico —dirigido por Rodrigo Rodero— que fue preseleccionado para los Oscars y en el que ofició de coguionista. Hablamos de Daniel Ruiz García (Sevilla, 1976), escritor y periodista, crítico de cultura y consultor de comunicación, autor de novelas como Todo está bien (Tusquets Editores, 2015), Tan lejos de Krypton (Onuba, 2012) o La mano (Estancias de Literatura, 2011), entre otras. Asimismo, a lo largo de su trayectoria, Daniel Ruiz García ha recibido el I Premio de Novela Corta de la Universidad Politécnica de Madrid, V Premio de Novela Corta Villa de Oria y el Premio Onuba de Novela. Del mismo modo, fue finalista del Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE.

Reconocido y admirado por novelistas como Montero Glez y compañero en una nueva generación de voces de la narrativa española como Sara Mesa, García Ruiz ha sido galardonado con el Premio Tusquets de Novela 2016 por La gran ola, un retrato ácido y mordaz en torno a las relaciones laborales, originadas y establecidas, tras la ruptura del modelo de empresa tradicional, consecuencia de la crisis económica de los últimos diez años.

Del lenguaje burlón del Arcipreste de Hita a la prosa satírica de Quevedo, de las coplas medievales y populares de Mingo Revulgo al esperpento de Valle-Inclán o a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Daniel Ruiz García elabora en La gran ola un discurso en donde el humor y la ironía desenroscan las claves de la condición humana. Conversamos con el autor de la novela sobre el mundo en que se desarrolla la trama, sobre el perfil de sus personajes, sobre la intención que recorren las páginas de la obra,  sobre, en resumidas cuentas, el oficio del escritor.

La gran ola

La gran ola

 

¿Por qué la ironía a la novela de hoy?

Yo diría que puede aportar una saludable distancia de las cosas para favorecer que nos riamos un poco de nosotros mismos y no tomar con excesiva gravedad nada de lo que nos ocurre. Pero sobre todo la capacidad de distancia, uno de los grandes triunfos de la ironía. Se dice que la figura retórica por antonomasia es la metáfora, pero creo que la ironía queda a la altura, si bien requiere dosis de inteligencia que no todo el mundo posee. La ironía representa el atributo de la inteligencia en el ser humano. 

¿Y sienta bien el humor en asuntos, digamos, serios?

Sin duda. No hay nada más serio que el humor. De hecho, si no hay drama, no hay verdadero humor. El humor se alimenta del drama. De no ser así, sería un humor sin ningún tipo de pegada, pusilánime, y que no va a ningún lado. El humor, para ser verdadero humor, tiene que partir de la maldad.

Suele ser el humor un registro complicado: una excesiva distancia respecto de los personajes puede resultar poco creíble; la cercanía, quizá, favorezca una caricatura que distorsiona el propósito de una novela, acercándola a la parodia o al sketch. ¿Cuál es el punto de cocción exacto, la tecla, para que el humor no disuene en una obra?

No me suelen gustar las novelas que son excesivamente humorísticas, prefiero el humor contenido, dosificado. Al final, la novela es una construcción narrativa, esa construcción se basa en una buena estructura, en unos buenos cimientos… Para que todo se sostenga, debe estar dispuesto en una proporción. En ese sentido, intento amarrar muy bien las bridas de la salida humorística para que no derive en el desvarío. Si bien eso muchas veces es difícil. Y hay modelos del desvarío que son brillantes, pero eso es como el estilo excesivamente lírico, en donde el paso entre lo brillante y lo ridículo es delicado. Es una cuestión que tiene que ver con la contención, con saber dosificar bien el humor en la trama para no resultar desmesurado. 

¿Por qué la inspiración en el mundo de la empresa y de las relaciones laborales? Ahí sobreactuamos, dejamos de ser nosotros para ser eso que llaman profesionales. Nos ocultamos o nos disfrazamos, máscara mediante.

"El vacío en el discurso global de nuestro tiempo supone que una figura como Donald Trump sea presidente de los Estados Unidos."

Me interesó el mundo de la empresa porque es un lugar que ha sido poco abordado, poco transitado, literariamente hablando. Otras disciplinas, como el cine, sí lo han tratado con asiduidad, pero en las letras no se ha trabajado tanto. Es un universo en el que ocurren situaciones extraordinarias desde el punto de vista literario: la búsqueda del brillo, de ser más competente, de destacar a cualquier precio… genera situaciones esperpénticas. Me interesaba retratar el mundo de la empresa y sus miserias pensando sobre todo en que ha sido algo poco tratado en la literatura, y pensando en que es un caldo de cultivo extraordinario para mostrar tramas, caracteres y situaciones. 

Entonces, ¿la literatura enmascara la realidad para revelar su verdad o se encarga de desnudarla y mostrarla tal cual es?

Mi noción de la literatura es que esta debe hundir sus raíces en lo real. En ese sentido me han tildado de novelista social, etiqueta que no me importa, aunque tenga, en general, cierta mala fama, pues se ha tendido a considerar que los autores sociales eran un poco de segunda. Pero no me importa que me atribuyan la condición de autor social, ya que lo que hago es una literatura apegada a la realidad. En mi narración no solo pretendo la verosimilitud, que eso es algo más sencillo, sino que haya sensación de realidad. Me limito a reproducirla, y no tanto a inventarla. La realidad de La gran ola es palpable por muchas personas, y así me lo han hecho saber. Cualidad que no creo que sea positiva en sí, pues la novela debe recrear, por otra parte, comportamientos oscuros o degenerados. 

Tan lejos de Krypton

Tan lejos de Krypton

Y en ese contexto de humor y profesión, un salvador: el coaching. ¿Quién es?

El coaching es una disciplina que lo que persigue, se supone, es sacar lo mejor de la persona para mejorar el rendimiento, el desempeño y  la gestión cotidiana tanto en lo personal como en lo profesional. El coaching surgió en los años 70, en Estados Unidos, a raíz de un ensayo escrito por un profesor de Harvard y titulado El juego interior del tenis, en donde trata cómo la parte endógena del individuo influía en la competitividad del juego. Desde este libro surgió un fenómeno que al final son distintas fórmulas para alcanzar motivación y generar una mejor competencia en lo personal y profesional. Esta corriente ha tenido influencia en España a partir de los años 90. Capacidad de liderazgo, capacidad de trabajo en equipo, motivación… y todas esas mantras que son tan recurrentes en esta literatura, pero que al final, en estos casos, en el ámbito empresarial, son discursos y palabras que esconden una legitimación de prácticas profesionales que buscan la depredación más salvaje. 

¿Por qué triunfa su mensaje, de sesgo tribal, en la sociedad contemporánea de hoy día, donde se nos presume racionales y formados?

Pues porque creo que vivimos un fenómeno de frivolización del discurso. Un ejemplo es la devaluación del ejercicio de la filosofía en las universidades. Esa frivolización ha llevado a que se impongan modelos teóricos e intelectuales que han rebajado el discurso, de manera que, mientras que el filósofo ha sido despojado de las aulas, se impone un nuevo pensamiento, representado en estas figuras de coaching y de motivación, las cuales ejecutan un discurso muy endeble que opera, en la mayoría de los casos, por grandes eslóganes y un tipo de discurso superficial.

¿Por qué triunfa? Porque es acorde con los nuevos tiempos: a las empresas les interesa, en este mundo acelerado, un discurso de consumo rápido, y ese tipo de literatura tan hueca y vacía es ideal para este propósito. 

¿Y cuál es la relación entre ese estereotipo social y el triunfo de los discursos kitsch del populismo? Tan de moda también, por otra parte.

Efectivamente, el vacío en el discurso global de nuestro tiempo supone que una figura como Donald Trump sea presidente de los Estados Unidos. Su discurso casa muy bien con el paradigma de los nuevos tiempos, caracterizados por la improvisación, por la  ausencia de toda estructura teórica sobre la que asentarse. Al final hay cierta tendencia a la frivolización del discurso en dos rangos: político y económico. 

El coaching, el liderazgo, la motivación… son rasgos de un ámbito que el autor conoce: el de la comunicación. ¿Qué hay de humo teórico y de realidad práctica —o viceversa— en esta profesión?

La verdad es que vivimos un viraje de la comunicación que se apodera del mundo del coaching. La relación, digamos, es que el mundo de la comunicación se orienta cada vez más a lo emocional. Dice Byung-Chul Han, un filósofo surcoreano autor de un ensayo muy interesante sobre el tema y que se llama Psicopolítica, que existe una dictadura de lo emocional: cualquier cosa envuelta en la emocionalidad transmite de forma más directa, y remite al consumo.  Los grandes medios se basan en esta manipulación emocional sobre el discurso para favorecer, de manera aviesa, desde un punto de vista emocional y no intelectual, la venta. Un ejemplo es el nuevo anuncio de la lotería. 

Todo está bien

Todo está bien

Otro mensaje, desde ese espíritu emocional, es el de la positividad: frases zen o de Paulo Coelho. ¿Nos quieren felices por obligación?

"Siempre me ha interesado los autores que han escrito desde las perspectivas menos complacientes con la vida."

Efectivamente, hay una imposición de la felicidad y de la positividad. Sin embargo, el dolor es necesario, como todo lo que es constitutivo de la experiencia. Su supresión, en contra de lo que nos quieren vender, no es sana. Dice Hegel que la extirpación de la negatividad puede conducirnos a la destrucción, al no ser. En efecto, tratamos de construir, a toda costa, un discurso asertivo.

Lo negativo se asocia, en esta filosofía del coaching, al pecado. En este sentido, el coaching tiene un fundamento muy espiritual, en donde el mensaje negativo se relaciona con el pecado. Al final, el coaching se convierte en una especie de chamán que lo que pretende es hacer trabajos de curación del pecado, al modo de los sacerdotes evangélicos norteamericanos. Lo que busca es extirpar el pecado, entendiendo el pecado como el pensamiento negativo. Entonces, llegamos a organizaciones en donde todo es pensamiento positivo, pues el negativo se vincula a lo crítico, es decir, tóxico. Y el pensamiento tóxico no es propositivo, no es constructivo, por tanto, hay que apartarlo. Por este argumento, gente que se considera crítica es marginada, de manera paradójica además, porque esta disciplina inculca, falsamente, el espíritu crítico. 

Es que es ese otro camelo del coaching, ¿no? El inculcar que todo está bien, por imperativo. ¿Qué paralelismos podríamos establecer entre estas y su anterior novela?

Hay una similitud primordial: el ambiente de la crisis, la crisis espiritual que estamos padeciendo. En las dos novelas se respira la misma pestilencia, el mismo aroma, que no es otro que el de  la derrota, del miedo. Del miedo que, en muchos casos, deriva en una violencia, en una violencia mal encauzada. Son dos novelas que se desarrollan en una misma sensación de malestar, y que también en los dos casos profundizan en la precariedad, en líneas generales. 

¿Le interesa la producción de su obra como un todo unitario?

Bueno… Uno siempre evoluciona, y no es el mismo desde que empezó. Yo empecé con diecinueve años, por lo que la trayectoria ya es un poco larga. Pero es cierto que siempre me han interesado temas complementarios, y de manera recurrente. Yo diría que estos son los temas sociales. Escribo sobre las cuestiones cotidianas que me ocupan y me preocupan. Y después también una vocación de estilo importante que en muchos casos ha sido considerada incompatible con la literatura social, en la que siempre ha preponderado una idea de fondo sobre la forma, pero que en mi caso no es así. Yo siempre he buscado la voluntad de estilo. Me interesa fabricar literatura muy expresiva, muy rítmica, donde sobreviva un estilo muy depurado y muy cuidado. Yo creo que esos serían los elementos que sirven de línea de coherencia a todas mis novelas.

¿Y cómo lector, qué?

Siempre me ha interesado la literatura de los márgenes, la literatura que cuenta las cosas que la historia se reserva; es decir, todo lo que se salga de la historia oficial siempre me ha interesado, los autores que han escrito desde las perspectivas menos complacientes con la vida. Mis escritores de cabecera van en esa línea. Estoy pensando en Bukowski, en Nelson Algren. En autores que han cultivado la literatura vista desde los prismas del margen, que son los focos que están fuera de la historia oficial y que son los que deben rendir cuentas con la literatura. 

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Foto de portada de Fernando Ruso

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