Hace quince años, tres jóvenes historiadores soñaban con algo que parecía, si no imposible, al menos improbable: una revista de historia rigurosa, bella y apasionante, escrita con el mismo pulso con que se relatan las grandes batallas. Se llamaban Alberto Pérez Rubio, Javier Gómez Valero y Carlos de la Rocha. Ninguno de ellos sospechaba que aquel sueño, bautizado con un grito medieval —Desperta ferro!—, acabaría convirtiéndose en una de las editoriales más respetadas de la divulgación histórica en lengua española.
“Queríamos una publicación que sacudiera la modorra de los manuales”, diría luego Pérez Rubio, “y que mostrara que el rigor no está reñido con la emoción.”
Corría 2010, en plena crisis económica. Los tres amigos —jóvenes, obstinados, amantes de la historia militar— trabajaban en empleos diversos que apenas les dejaban tiempo, pero por las noches, o en los trenes, o en los cafés de Madrid, soñaban con editar una revista diferente. No una revista de divulgación ligera, sino una que uniera investigación seria, escritura viva e ilustración histórica de calidad. Y así, casi sin medios, armaron el primer número: un monográfico sobre la caída de Roma. Lo hicieron todo: revisar textos, maquetar, corregir pruebas, y finalmente repartir los ejemplares por librerías y kioscos, como quien reparte promesas en papel.
El milagro ocurrió: el público especializado —profesores, recreadores, curiosos cultos— lo recibió con entusiasmo. En un panorama saturado de publicaciones generalistas, Desperta Ferro ofrecía algo nuevo: profundidad académica sin pesadez, mapas y cronologías precisas, ilustraciones de encargo y un lenguaje cuidado. Era una revista hecha con cabeza y con alma.
Los primeros años fueron heroicos. Ninguno vivía de ello. Trabajaban el doble: de día en sus ocupaciones habituales, de noche como editores, correctores y distribuidores. Viajaban con cajas de revistas en el maletero del coche, dormían poco y creían mucho. Pero el proyecto crecía. De aquella primera cabecera nacieron otras: Antigua y Medieval, Historia Moderna, Contemporánea. Cada salto era un riesgo, y cada nuevo número una batalla ganada a la precariedad.
La aventura de la Historia
Hacia 2014, Desperta Ferro ya era más que una aventura editorial: era una comunidad de lectores fieles, una referencia en el mundo cultural español. Se profesionalizaron los procesos, llegaron nuevos colaboradores, correctores, ilustradores y un pequeño equipo técnico. Los fundadores dejaron atrás sus otros trabajos y se volcaron por completo en la empresa. Surgieron nuevas series —Arqueología e Historia, los Especiales, y más tarde Ucronías, que exploraba con humor y rigor los “qué hubiera pasado si…”—. En pocos años, la editorial se convirtió en una empresa consolidada, con más de veinte empleados, una red estable de académicos colaboradores y una distribución envidiable en librerías, museos, ferias y kioscos.
En una época de lectura veloz y pantallas, Desperta Ferro apostó por el papel, el tiempo lento, la precisión, la belleza. Cada número era casi un objeto de colección: mapas desplegables, ilustraciones originales, textos revisados por especialistas. Su éxito residía en esa alquimia entre el historiador y el artesano. Y quizá también en algo más difícil de definir: una ética del detalle, una fe en que la historia merece ser contada con respeto y sin prisas.
Con los años, las revistas comenzaron a citarse en aulas universitarias, congresos y bibliografías. En América Latina, Desperta Ferro se volvió sinónimo de historia bien contada. Los fundadores, aquellos tres jóvenes que un día maquetaron de madrugada el número cero, se convirtieron en editores consagrados. Habían demostrado que la pasión, cuando se combina con disciplina, puede sostener un proyecto cultural independiente en tiempos adversos.
Y así llegó el aniversario. Quince años después, Desperta Ferro celebró su fiesta, hace pocos días, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. La sala estaba llena hasta la bandera: mesas redondas, recreadores históricos, firmas de autores, ilustradores que dibujaban con precisión de cirujano escenas de hace siglos… Había un aire de familia, de logro compartido, de orgullo legítimo. En el escenario, los fundadores hablaban con la serenidad de quienes han sobrevivido a la intemperie. El público aplaudía, sonreía, asentía. Era, en cierto modo, una celebración de la inteligencia y del tiempo: quince años dedicados a contar el pasado con honestidad y belleza.







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Dónde y cómo encuentro sus ejemplares para comprar
Saludos desde Guatemala