Para Bernardo Soares, diciembre de 1935 fue un mes, como poco, intenso. Llamado a ser el más célebre de los heterónimos de Fernando Pessoa, Soares, el autor apócrifo de El libro del desasosiego, en los días siguientes a la muerte del ortónimo —que fuera el propio Fernando Pessoa, como el creador de Soares— acaecida el 30 de noviembre de aquel año 35, y la posterior inhumación, en la tumba de su abuela, el 2 de diciembre en el cementerio de los Placeres —la necrópolis de nombre más singular de la capital portuguesa—, el semi-heterónimo del poeta del Chiado se convierte en una suerte de fantasma o personaje mítico: durante treinta años gravitará como un enigma entre los textos de su creador. Más aún: su lugar en ese universo de falsas identidades que alumbra Pessoa no quedará fijado hasta 1982, cuando, después de cuatro décadas de trabajos, se publique finalmente el Libro del desasosiego, de Bernardo Soares.
Las primeras entradas del Desasosiego figuran firmadas con otro heterónimo: Vicente Guedes. Es más, el primer asiento documentado del Libro…, que vio la luz en el número 20 de la revista A Águia (agosto de 1913), lo hizo con el título de Na Floresta do Alheamento. Fue aquel el primer texto que Pessoa señaló como perteneciente a ese futuro Libro del desasosiego. Se trata de un fragmento extenso en el que ya se esbozan algunos de los temas recurrentes en la obra pessoana: la irrealidad de la vida y la realidad de la literatura; la dificultad de escoger un camino; el deseo de multiplicidad o la identidad literaria. Hubo en esa docena asientos firmados por el propio Pessoa. Con el tiempo —como James Joyce y tantos grandes de la literatura— se diría que el ortónimo sabía que trabajaba para la posteridad. Más anglófilo de lo que suelen serlo los portugueses —a menudo escribía en inglés—, en la lengua de Shakespeare Pessoa apuntó cierta frase que algunos entienden a modo de epitafio: I know not what tomorrow will bring (No sé lo que traerá el mañana).
En realidad, los expertos sostienen que los apócrifos de Bernardo Soares —supuestamente contable y ayudante en una biblioteca— pertenecen a una segunda fase del Desasosiego más decadentista y prolífica. Los de Guedes, por su parte, pertenecerían a una primera o arcaica. De los 27.000 documentos que integran el legado del escritor, unas 720 páginas pertenecen al Libro del desasosiego. “Encuentro a veces, en la confusión vacía de mis gavetas literarias, papeles escritos por mí hace diez años, hace quince años, hace quizá más años. Y muchos me parecen de un extraño; no me reconozco en ellos. Hubo quien los escribió, y fui yo. Los sentí míos, pero fue como si los hubiera concebido en otra vida, de la que hubiese despertado como de un sueño ajeno”.
Si finalmente se atribuyó a Soares, que no a Guedes, el apócrifo del Desasosiego fue debido a que los manuscritos tardíos del proyecto del Libro están explícitamente encabezados y concebidos por el heterónimo de Bernardo Soares, mientras que Guedes solo marca una fase anterior, hoy leída como preparatoria o parcialmente autónoma. Los distintos editores del tomo se han venido decantando por Soares como autor en base a la combinación de estas evidencias materiales con una lectura de estilo y tono que ve en la escritura memorialística, introspectiva y más “confesional”, de los años veinte y treinta la verdadera forma final del libro.
Y apuntando a esa misma forma final, no es en modo alguno descabellado pensar que esas entradas publicadas bajo el heterónimo de Soares, que, según apunta el propio Pessoa “soy yo menos el raciocinio y la afectividad”, conviertan al semi-heterónimo en un espectro que, hace ahora 90 años, en diciembre del 35, comenzó a gravitar sobre la obra del cronista del Chiado. Siempre, eso sí, desde la intimidad.
En cuanto al laberinto de personalidades, para atisbar algo de luz entre tanta complejidad, habrá que esperar hasta 1950, cuando João Gaspar Simões publica Vida e Obra de Fernando Pessoa: História duma Geração, Vol. I: Infância e adolescência; Vol. II: Maturidade e morte, 1950. Será entonces cuando, con este trabajo, este prestigioso erudito portugués llamará la atención de la crítica internacional sobre su paisano.
Ni seudónimos ni álter egos: de los casi 70 heterónimos alumbrados por Pessoa, cada uno cuenta con su propia personalidad, estilo y hasta biografía. Los principales son Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, sujetos solo existentes en la obra de su autor, que se criticaban e incluso se influenciaban entre ellos, así que no era solo un falso nombre, era como un teatro completo de personajes en la cabeza del ortónimo. Cuatro años antes, en otro mes de diciembre, el del 31, en una carta dirigida a Simões, Pessoa explica el punto central de su personalidad literaria y la esencia de sus heterónimos: “El punto central de mi personalidad como artista es que soy un poeta dramático; tengo, continuamente, en todo cuanto escribo, la afirmación implícita o explícita de este principio… La creación de los heterónimos es la manifestación de este dramatismo”.
Y el último mes de enero, mientras Pessoa, haciéndose pasar por Soares, trabajaba en los últimos asientos de El libro del desasosiego, escribe a Adolfo Cascáis Monteiro sobre ese medio heterónimo suyo que fue Soares. “Es un semi-heterónimo porque, no siendo la personalidad la mía, tampoco difiere de ella, sino una simple mutilación de ella”.
Fernando Pessoa fue uno de esos autores de gloria póstuma. Aunque su obra comienza a estudiarse merced a ese interés que el deceso despierta en tantos escritores, realmente la crítica universitaria despegó en los años 50. En efecto, a raíz de la biografía de Simões, Pessoa irrumpió entre aplausos en las capillas de la erudición. Luego, en los años 80, Ángel Crespo hizo una espléndida edición de Libro del desasosiego, de Bernardo Soares. Por lo tanto, no es descabellado apuntar que diciembre del 35 fue un mes, como poco intenso, para el doble más íntimo de Fernando Pessoa, aquel semi-heterónimo con calidad de umbral al núcleo creativo de un universo construido en base a falsas identidades.
Otro día hablaremos de El regreso de los dioses, de Antonio Mora, el heterónimo —este pleno— que nos recuerda que la fortuna —la divinidad— no favorece especialmente a quienes le rinden culto. Muy a menudo es todo lo contrario: los más desdichados son los más creyentes… Se trata de un volumen compilado por Ángel Crespo, el espléndido traductor español del portugués, ya que, aunque Pessoa acarició la idea en el otoño del 17, ni en vida del poeta ni póstumamente llegó a ver la luz. Pero esta es una historia que dejaremos para otra ocasión.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: