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Disfrutar del camino

El hermano mayor de los Machado describió —en el poema “Alfa y omega”, incluido en su libro Phoenix de 1936— al soneto como la composición poética capaz de albergar una vida. Lo hizo recorriendo cada una de sus estrofas con las consagradas etapas vitales: infancia, juventud, madurez y ancianidad. A partir del primer verso del anterior, Iñaki Ezkerra titula su libro reciente: Cien sonetos de la vida entera; una antología de poemas que bien podrían ser la cuenta más sentida y exacta de los años vividos.

El escritor bilbaíno dedica esta selección al poeta Antonio Casares, quien definió el soneto como una dialéctica hegeliana, asociando el primer cuarteto a la tesis, el segundo a la antítesis y los últimos dos tercetos a la síntesis. Comienzo y fin, alfa y omega, nacimiento y muerte; de la misma manera que lo hacen Manuel Machado o los manuales de texto de secundaria con su socorrida fórmula: introducción, nudo y desenlace. Sin embargo, y en contra de la primera intuición, la prioridad o pretensión del autor no es ni la síntesis ni el desenlace, sino el medio; un camino sin destino, un paseo lento del que disfrutar.

"Es todo parte de una poética del metal, donde se entremezcla realidad y mito, naturaleza y artificio. Mares, ríos y ciclones, se vinculan a alquitranes, plásticos y astilleros"

Ezkerra interpreta, de este modo, la escena de la mitología en la que Dafne se ve perseguida por Apolo y su hechizo de amor. El anhelo y la persecución quimérica durante la vida son un constante que no deben abrumar ni frustrar; más bien, servir de acceso al gozo de la vivencia descarnada y de la experiencia consciente. La belleza reside en la búsqueda misma de los ideales. A través de este mito y otros, se desarrolla el libro y, por ende, la vida. En todos los poemas encontramos un narrador, un autobiógrafo que no deja de ser biógrafo de todos. Las narraciones clásicas de Hesíodo, Ovidio o Virgilio, son tomadas, reescritas y ampliadas, para contar lo propio. De esta manera, la historia humana se ve atravesada por un hilo existencial común donde destacan el relato, el amor y el recuerdo. «El mito nunca cesa». Se recuperan las liras, los laberintos, las ninfas y los minotauros… Regresan a escena Eurídice y Orfeo, Ariadna, Polifemo… Bilbao se viste de Hades y su ría de Estigia, por la que navegan «Carontes precarios» a los que pagar un óbolo. Con los años y las páginas, el paisaje cambia viéndose apagar el Infierno de los Altos Hornos, sus chimeneas y fuegos. Es todo parte de una poética del metal, donde se entremezcla realidad y mito, naturaleza y artificio. Mares, ríos y ciclones, se vinculan a alquitranes, plásticos y astilleros (hasta Dafne se convierte en vespa y no en árbol). Desde esta misma perspectiva se escribieron el verano pasado los poemas ecoeróticos incluidos, desde el mismo gris y los mismos rojos, desde la naturaleza neblinosa que encubre grandes atisbos de belleza y que nunca se detiene (así lo expresa el «amarillo / fulgor de un carrusel» o «la ocre» y «sucia noria / del tiempo»).

"Tan sólo un nombre propio se muestra transparente entre el resto de los enmascarados por la mitología, Jimena, una teckel de la familia que jimenizaba todo a su paso, que jimenizaba al poeta con su mirada"

Sin embargo, el sentido de los poemas tiene más que ver con las escenas que con los escenarios, siendo el amor y sus muchas vertientes asunto prioritario de la mayoría. Los pertenecientes a Mítica (1978) guardan el carácter tierno y exultante del enamoramiento (“sin perder el sentido del humor, para no caer en la ñoñería”, como señala en el prólogo Emilio Pascual). Un estado de emoción que naturaliza desde el júbilo la contradicción: «y soy y no soy yo» o «que tú eras el amor y que no eras». Los que siguen, suben el tono mostrando el deseo ardiente del amante —se aprecia en el poema titulado “El mar de tu cabello” o en todo el conjunto de sonetos gastroeróticos de A tu lado en Islandia (2009), donde la atracción fetichista del comer resalta los gestos de boca y los sabores e instintos más primarios. En ninguno de los poemas existe una mención directa a personas concretas, exceptuando los dirigidos a sus padres (de especial emoción). Tan sólo un nombre propio se muestra transparente entre el resto de los enmascarados por la mitología, Jimena, una teckel de la familia que jimenizaba todo a su paso, que jimenizaba al poeta con su mirada y, con su juego, volvía el entorno cada vez más humano y puro.

La revisión de toda antología implica una vista atrás. En los mismos poemas se aprecian grandes notas de nostalgia. Por un lado, se pretenden recuperar momentos y paraísos perdidos; por otro, se guarda buena consciencia de las dobles pérdidas implicadas en el recuerdo. Por eso, Bilbao, Irlanda, Italia y San Sebastián; por eso, Juan Ramón Jiménez, Verne, Lorca y Blas de Otero. Lugares y territorios, autores y lecturas. Música de Bach y de los ochenta, coches Jaguar y seiscientos. Toda una vida —recogida en un poemario— capaz de ser rastreada por su mapa de sentidos y referencias. Una selección de Cien sonetos de la vida entera de entre los dos centenares escritos por el autor. Una vida privada que se presenta desde el corazón y que queda ahí, que no busca el objeto político ni social, sino que llamea en la más estricta intimidad, hablándonos de tú a tú sobre el verdadero sentido de la existencia: disfrutar con pasión hedonista del camino, vivir en plenitud.

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Autor: Iñaki Ezkerra. Título: Cien sonetos de la vida entera. Editorial: Huerga & Fierro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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